viaje mochilero Yadz. Por libre. En solitario.
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Yadz

VIAJE MOCHILERO YADZ

 

Ya no podía demorar más mi partida de Shiraz y el domingo cogí el autobús de las 10 de la mañana hacía Yadz. Allí tropecé con una adorable pareja francesa de edad avanzada que hacían su particular viaje mochilero. Él, cooperante por afición en muchos países (Haití entre otros) se había visto empujado por su esposa para visitar a unos amigos iraníes que, como era de esperar, los estaban tratando a cuerpo de rey. El caballero se había fracturado el brazo poco antes de partir.

Tras siete horas de trayecto por paisajes desérticos bastantes bonitos, especialmente durante el tramo final, llegamos a Yadz. Cuando nos íbamos acercando a la ciudad ésta me dio la impresión de ser inmensa. Luego, revisando en la guía, la población no era tan grande como en otras poblaciones. En general, las ciudades iraníes son enormes.

En fin, la ciudad vieja me enamoró a primera vista y en cuanto llegué me perdí por sus laberínticos callejones de adobe. Era la primera vez que veía las torres del viento y he de decir que son de lo más resultonas. No sé si tiene algo que ver pero la sensación de calor no era en absoluto intensa. Me dejé caer en un par de rincones  y pateé de lo lindo.

En un momento dado fui a un mirador abierto al público situado en un antiguo palacio (o mansión) que habían dividido en dos partes. Actualmente tenían allí su taller varios artistas y la azotea la tenía para servir té y disfrutar de las vistas.

El sitio estaba un poco perdido por lo que no había ningún turista. Primero, la señora me sacó unas galletitas de lo más “azucarosas” que combinaban de maravilla con el té. Luego, subieron un par de pintoras que tenían bastantes ganas de cháchara. Una de ellas se defendía bastante bien en inglés (ésta creo que tallaba y hacía diseños, vasijas…), la otra que era propiamente la pintora, tenía más dificultades para comunicarse.

Contemplar el anochecer en un lugar tan privilegiado y en tan buena compañía fue muy especial. El día no pudo salir mejor pues conseguí alojarme en una magnífica casa tradicional que salvo por la presencia de un gordito iraní con su mujer, tuve el lujo de disfrutar para mi solito. Espectacular resultó pasar tres noches en ese maravilloso patio tirado en una de sus hamacas mirando las estrellas y leyendo Skagboys de Irving Welsh (tercera entrega de Trainspotting).

Como anécdota fui a cenar a una azotea que habían cubierto totalmente hasta dejarla sin vistas. Mal llevaban el negocio unos chavales muy jóvenes que no tenían ni idea de lo que hacían pero que eran simpáticos y tenían muchas ganas de practicar las tres palabras de inglés que sabían.

Callejeando al día siguiente mientras (raro en mí) voy grabando un video por la ciudadela de Yadz, me cruzo a Jesús y a Laura, los burgaleses que había dejado en Shiraz. Aprovechamos para dar una vuelta juntos y les llevé a la azotea que conocí el día anterior. Comimos en un antiguo Hamán reconvertido en restaurante donde, como es bastante habitual, nos ofrecieron una carta integrada por Kebabi y más Kebabi. Nos supo muy rico. Madre mía!! Cómo jalan arroz esta gente!! Quedamos para tomar chorizo de Burgos esa misma noche.

Hoy es día de reencuentros. Me encuentro en un lugar imposible con Manu, el chico que conocí en Kerman que curiosamente me comenta que había estado buscándome para una excursión. Aprovechamos y hacemos cena de españoles en el hostal Marco Polo.

Pateo y más pateo la mañana siguiente. Voy al centro Zoroástrico del fuego eterno (o algo así). Consigo que me den «bolilla” en una floristería y me permitan conectarme a internet pues tenía que dar señales de vida (por entonces desconocía las bondades del wasap).

Previamente les había dejado una nota a los burgaleses diciéndoles que por la tarde iba a tirarle a la Caravanserai de Zein Oddin. Nos reunimos en mi “keli” y en taxi vamos al caravanserai que no nos decepciona. Aprovechamos para darnos una vueltecita por el desierto. En la azotea del edificio nos encontramos con un equipo que rueda un documental en diversos lugares turísticos del país. El reencuentro entre Jesús que era cámara de TVE y estos chicos que trabajaban para la televisión pública iraní es memorable. Yo hago las veces de traductor.

El caravanserai resulta un sitio espectacular para echar la tarde. Es un lugar mágico y perfectamente conservado. Sin dejar de ser, hoy por hoy, un lugar eminentemente turístico, su visita es muy recomendable.

Como nota anecdótica, vimos dos perros encerrados en un cerco de unos quince metros cuadrados. Por raro que pueda parecer, apenas vimos perros en Irán. Estos animales se consideran Haram (anti halal) y si los tocas tú también te contaminas. Casi mejor que no haya muchos pues la conciencia animalista brilla por su ausencia por estos lares y los pocos perros con los que me he cruzado llevan aquí si, “una vida de perros”.

Por la noche, ya en Yadz, vuelvo a la azotea sin vistas de los chavales “majetes” pues ya es demasiado tarde para que me atiendan en cualquier otro sitio. Mi estancia en Yadz toca a su fin.

 

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