Diario de la pandemia. Relato en tiempos del Coronavirus
Diario del coronavirus. relato de la pandemia en España.
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RELATO DEL CORONAVIRUS: DIARIO COVID

¡Que cesen las palmas! ¡Que muera la vida! Eso pensaba el coronavirus. Yo, escuchaba jazz japonés.

¿Me necesitabas o me querías? Una patada en el estómago.

El desapego era deseable, e imposible. Todo se había perdido. La vida sabía a plástico. Más aplausos. Más voces en japonés. Más coronavirus.

¿Cuánto aprenderíamos de esta lección?

Para mi desgracia, había recuperado la libertad. La autocensura podía concluir. Me dolía el interior de la polla.

No era el Cid Campeador. Solo otro alma atormentada.

Eran las ocho de la tarde del 16 de marzo de 2020. Este sería el año menos viajero de mi vida. Cuando amenazaba con abandonar mi mochila, la mochila me abandonó a mí. O tal vez no.

Un viaje cosmopolita y abierto al mundo del jazz.

Quizá a través de estos escritos encontraría a mi alma gemela.

Una luz blanquecina titilaba a mi izquierda. A veces, se trataba simplemente de empezar. Nevaba pétalos de rosa.

17 de marzo de 2020.

De lleno en los tiempos del coronavirus. Recluido en mi casa. Aislado socialmente. En esto último, no había cambiado nada.

Pánico total. La peña asalta los mercadonas. El dato de China no cuadra. Ochenta mil infectados de los que ya se han curado setenta mil. Tres mil y pico muertos. El virus, controlado. No entiendo nada. El mundo se cae a pedazos y en el epicentro, en China, no ha pasado nada. Nadie habla de esto. Ya lo harán más adelante. Esto es una distopía con la que intentan volvernos locos. El confinamiento continúa. Una semana encerrados. Estoy disperso. Nada me interesa. Mi cuerpo y mi vida son mis cadenas. ¡Si al menos pudiera leer! ¡Soy una decepción para todos los que me rodean! ¡Les he fallado a todos y a mí mismo, también!

Hoy hace frío. Un pájaro extraño me canta una canción que no logro interpretar. Ni siquiera la escritura puede colmar mi espíritu. Un equilibrio químico que no puedo mantener por muchos cigarros que haya decidido fumarme hoy.

Vivimos como miserables y moriremos como todos. Repito, no hay lugar a donde ir. Estos diarios se acabarán pareciendo a los de Ted Bundy.

¿Es un buho lo que suena? ¡Tal vez solo fuera aire puro lo que necesitaba! Una pelota de tenis cae rodando desde mis caderas. El corazón me pide una tregua.

Lo importante era no cometer errores que fueran irreparables. Eso, y alejarme de Cioran.

El hijo de Cesar de John Williams me interesó sin atraparme. Stoner sí era una obra maestra.

¿Qué había de verdad entre tanta mentira? Si yo sentía amor, los otros también. Si sentía odio, era eso lo que percibía en los demás. Serían los otros, al final, un espejo de mí mismo. ¿Tendrían siquiera una existencia real fuera de mi cabeza?

Otro perro que ladra en la distancia. Un aire frío y negro llega directo hasta mí procedente del Apocalipsis de San Pablo. Tantas preguntas que nunca me he hecho. Una única derrota final que era suficiente para destruirme. El coronavirus se multiplicaba exponencialmente con cada minuto que pasaba. Tal vez tuviera él la respuesta a todas nuestras preguntas.

Un escalofrío recorre mi espalda. Ya son mil muertes. ¿Son muchas o pocas? Mi país está siendo destruido y apenas hay aún mil muertos. ¿Dónde tuvo su origen este asesino silencioso? La hora del aplauso diario se aproxima. Nuestra irracional manera de ser felices y sentirnos acompañados.

¿Se puede ser más rancio? me pregunta Sweet cuando comprende que hoy tampoco me uniré al aplauso general.

Eres un suicida de libro, me dice Mr Robot. ¿Tú, o yo? le pregunto. Me uno al aplauso o, tal vez, lo haga Mr Robot. La emoción me embarga. Tal vez no.

Un cigarrillo desaparece entre los pliegues de mi barriga. Montan una verbena en mi urbanización para celebrar el fin del mundo. Había demasiadas páginas en blanco que yo no podía escribir. Me conformaría con ser el yo que había elegido ser y, tal vez, a los cincuenta, recorrería el mundo antes de que fuera demasiado tarde.

Muchas veces me había preguntado qué sería de mi alma si dejaba de viajar. En estos largos meses que amenaza la cuarentena iba a acabar por descubrirlo.

¡No! ¡Ni una sola vez! ¡Después de la primera vez, vendrá la segunda!

El cielo ahora era gris. El buho se había marchado. Me incorporé para recoger un mechero rojo y entonces pensé… ¿Sería, sin más, que estaba loco?

Me había comprado una casa. Tenía un bonito jardín. Hacíamos pan con masa madre. Por fin, había alcanzado todos mis sueños.

Los pájaros se comían mis semillas. Los aplausos habían cesado. ¿Cuántos perderían la vida? ¿Cuántos su trabajo? Eran días de gran angustia. ¿Qué ocurriría en África? ¿Morirían todos los viejos del mundo? Hoy, veinte de marzo, todo era posible. ¿Había sido todo un plan urdido por los chinos para dominar la economía global? ¿Por qué morían tan pocos alemanes? ¿Podría Chipi contagiarse por Coronavirus? La conspiranoia se había vuelto nuestra realidad. El mundo, por fin, podía ser destruido.

El frío acabó por alcanzarme. Era de noche y decidí entrar en casa. Cambié de idea. Bitter me reprochaba a lo lejos que no respondiera a sus preguntas. Cada vez más agresiva me repetía que estaba en mi mundo todo el día. Estaba claro que no era la mejor compañía. Pero… ¿cómo podía serlo si estaba en permanente lucha contras mis propios fantasmas?

Los diarios de Cioran se deslizaban suavemente por mi entrepierna hasta que quedaron encajados en el reposabrazos de mi vieja silla de jardín. Quizá fuera a la playa, me dije. Si los policías intentaban detenerme comenzaría a escupirles a la cara.

Sweet acababa de tender la ropa. ¡Que afortunados éramos! ¡Hasta teníamos un jardín! Sweet aún era feliz y no lo sabía. Mañana el mundo sería un poco más verde. ¡Mierda! No podía dejar de escribir. Me gustaba pensar que de nuevo, mi escritura, era sólo para mí. A pesar de que siempre lo hubiera sido. ¿De qué te ríes, Sweet? ¿Sabes que me encanta escuchar tu risa? Te quiero. Eso sí que lo sabes.

Chipi me hace hace el truco del numerito. Consiste en levantarse y quedarse apoyada sobre sus patas traseras.

La vida me dará una tregua hasta el lunes. El trabajo, por diferentes motivos, se hace cada vez más insoportable. La ONG para la que trabajo ha abierto otro centro para personas sin hogar en tiempos del coronavirus.

Las orejas de Chipi siguen alerta esperando que le vuelva a lanzar la dichosa pelotita y yo, me pregunto, ¿A quién se la lanzaré yo cuando tú te hayas ido?

Me pongo de pie y camino. Intento pensar en grande. Ir más allá de mí mismo. Pensar en las cosas que de verdad son importantes. Pero a veces me veo atrapado en pequeñas guerras cainitas sobre las cuales, muchos otros, construyen sus vidas.

Mi planeta es un infierno. Te lo aseguro. No querrías conocerlo.

Consigo restablecer mi equilibrio químico por unos minutos. Vuelvo a ver el mundo con ojos luminosos. Casi llego a autoengañarme. Un día en el que escribo, me digo, es un día aprovechado. Completar mi vida no será tarea fácil.

El móvil comenzaba a producirme cierta aversión. Qué nos había pasado en la cabeza para llegar a depender tanto del puñetero aparatito.

Sentía vértigos. Ansiedad anticipatoria. Algunas noches eran mejores y otras peores. Seguía, seguía, seguía adelante. ¿Qué podía hacer?

Cuando ya no se creía en el amor se podía todavía amar, del mismo modo que se podía combatir sin convicciones. Sin embargo, en uno y otro caso, algo se había roto.

El remordimiento era mi mayor vitalidad y mi mayor recurso. Cualquier visión original era una visión parcial y voluntariamente insuficiente. Sabía que todo era irreal pero no sabía cómo demostrarlo. Todo esto lo pensamos Cioran y yo. Llegaba un momento en que tras haber perdido las ilusiones respecto a los demás, se perdían respecto de uno mismo. Cuando terminara de leer a Cioran, probablemente, me habría vuelto loco.

Te quería contar un secreto. La verdad es que yo nunca he viajado a ninguna parte.

Ahora veíamos el fin del mundo por televisión. intentábamos fingir que no pasaba nada. Suponía que era igual cuando intuías que ibas a morir. No lo aceptabas, lo negabas. Y luego, dejabas de estar.

Se puede llegar a odiar a una persona por amor.

Empezaba a tener curiosidad por saber qué pasaría después. Pero… ¿Después de qué?

Al menos no había perdido todo el contacto con la naturaleza. Mi jardín, durante el confinamiento, se había convertido en mi mundo. No dejaba de llover. Esta maquina de pensar nunca paraba. Lo más difícil de vivir era aguantarse a uno mismo.

Munch.

Mi mirada vuela como una mariposa. Ya es tarde para los aplausos, ahora suena el piano.

Cioran decía que leer, aunque no podamos evitarlo, no vale la pena. Hay que escribir.

La primavera había nacido lluviosa. Me gustaba el fin del mundo.

Hoy tuve que esperar treinta minutos de cola para comprar tabaco.

Arrojo los desechos de mi vida a una papelera. Exijo a los demás un esfuerzo que yo no estoy dispuesto a hacer. Adoro el silencio aunque lo temo aún más.

Esto nunca fue un blog de viajes. Fue simplemente una excusa.

Un negrata se paseaba enloquecido por el centro de Torremolinos.  Decía a voz en grito en inglés que había llegado el fin del mundo. Ya a lo lejos nos tranquilizó, no había de qué preocuparse, nadie iba a morir.

Nunca hablé de esa chica que se me acercó cuando me vio llorando en la promenade des anglais en Niza. Tampoco hablé nunca de aquella viejecita que se paseaba cada noche por mi barrio, cerca de la Niza vieja, embaucando turistas ingenuos. Me han robado y golpeado, les decía afligida. Necesito dinero para pasar la noche en un hotel. Y entonces lloraba apoyando un pañuelo ensangrentado en su lastimada boca.

Sweet hablaba cada noche con sus hermanas y con sus padres. Cada noche.

Ni podía, ni intentaba, dejar de morder mi bolígrafo bic. Eran unos bolígrafos mágicos, que no habían cambiado en cuarenta años. ¿Sobrevivirían al apocalipsis que se avecinaba?

Patricia me enviaba vídeos conspiranoicos sobre el coronavirus.

En uno de nuestros centros de refugiados habían hospitalizado a un hombre. La semana próxima iría a trabajar a un centro de personas sin hogar. Tenía ganas de no dormir en toda la noche.

Había perdido a la mayoría de mis amigos de toda la vida y no tenía intención de recuperarlos.

Jamal se había echado una novia que, probablemente, le duraría toda la vida.

Necesitaba un mecenas como el de Bukowski. Por mil euros al mes le escribiría lo que me pidiera. Y luego, se la chuparía. Al fin y al cabo, ser abogado para refugiados era también ser un puto. Un puto barato. Como decían en la peli Nueve Reinas: «No faltan putos, lo que faltan son inversores».

 

24 de marzo

Tengo mucho aún que leer de Borges, apenas lo conozco.

Vivo en la casa más bonita del mundo, pero no me apetece describirla. Se ve el mar, eso sí puedo contarlo y tiene un bello jardín, eso ya lo sabéis. Escribo mucho en su buhardilla, un lugar mágico.

El halago es la cortesía del desprecio.

Ni tú me lees ni yo te escribiré a ti. No por eso has dejado de ser importante.

Mis múltiples errores son agujas que me pinchan un segundo antes de llegar al placer. Soy el tesoro que aún nadie ha encontrado. Soy la luz de la luna.

Lo que no había puesto en la lista y había que comprar eran las pastillas para el lavavajillas.

Si solo puedes leer un relato lee el que escribí sobre USA. Ese o el de Colombia. Fúmate unos porros antes.

La amistad se acaba cuando te aburres de la otra persona. Con el amor, no es tan fácil.

Lo que había escrito en toda mi vida cabía en una caja de zapatos. Bien llena, eso sí.

Chipi tenía pesadillas a mi lado. Tal vez, pensaba, no volveríamos a salir de casa.

Me vacío, poco a poco, de todos mis sentimientos. El mundo me necesita sufriendo.

Hace meses que deseaba sentirme como en casa. Lo he conseguido por fin.

Bitter se empeña en controlarme a todas horas. No soporta que fume o haga cualquier otra cosa. Lo que lleva peor, es que piense.

Los muertos por coronavirus en España siguen subiendo. Hoy han fallecido 514 personas.

Me arde el esófago.

Si se quiere ser feliz no se debe hurgar en la memoria. El ser por el que has conocido la felicidad te hará conocer la desdicha.

Tengo que leer antes de que concluya el confinamiento diario del año de la peste de Daniel Dafoe.

Llevo veinte años sin afeitarme la barba completamente. ¿Cómo sería mi cara reflejada en el espejo si lo hiciera?

En tu alma había un canto. ¿Quién lo ha matado? Ya no tengo pretensiones porque he sido derrotado. Soy libre.

¿Conoces Kraftwerk? Hoy empecé a escuchar Spotify en el móvil. La banda sigue sonando actual cuarenta años después.

Mañana tengo que volver al albergue de personas sin hogar. Un lugar abierto en esta coyuntura para perfiles especialmente extremos, muchos con problemas mentales y de adicción a sustancias. Hace un mes a nadie le importaba que estuvieran en la calle.

Cuanto menos sepas, mejor. No puedo darte lo que me pides. Si te marchas, prometo drogarme.

Estos textos sobrevivirán a mi muerte. Luego, cuando deje de pagar la cuota anual del mantenimiento web, desaparecerán para siempre.

¡No tocar! Me repite Sweet. Es la persona más buena que he conocido. Una gran virtud que, al parecer, ya nadie sabe valorar.

Como abogado de una ONG, a todas horas me llama gente para contarme problemas que no tienen solución. El trabajo terminará por volverme loco. ¡Y pensar que tengo alma de hedonista!

¡Ven aquí y dame la pelota!

Day in! Day out! Lo que me faltaba ahora era la aparición del coronavirus.

Sigue sonando Kraftwerk.

¿Sabes lo que es el cocooning?

Un día, ya de viejo, soñaré con la maravillosa vida que he tenido.

Entonces, cuando estaba completamente fumado, decidí salir a correr por el jardín. Deporte y drogas, la mejor combinación.

Y ahora otra… ¿Sabes lo que es una monstera?

¡Patatas con salchichas y huevos para cenar!

Era cuestión de tiempo que nos acabáramos aburriendo unos a otros.

Nunca normalicé el retraso. Mi cerebro se encontraba bloqueado. Era mejor dejar de escribir. 28103. Sweet hablaba otra vez con sus padres por teléfono. La nueva moda eran las videollamadas, ya ni podía estar tranquilo en casa.

Nunca aceptaría la realidad. El niño que llevaba dentro me lo impedía. La vida era, sin embargo, cada vez más dura.

La gente se reunía en sus casas bulliciosamente. La luna seguía creciendo. Mi vacío, también. Le tiré una vez más la pelota a Chipi.

La plaga del coronavirus era un experimento sociológico. Las calles eran un lugar terrorífico donde las personas se temían las unas a las otras. Nunca pensé vivir Mad Max en primera persona.

Mi mano derecha, tras las múltiples fracturas, se había convertido en una garra de cóndor.

Buscaba mi aislamiento dentro del confinamiento. Mi cabeza era una muñeca rusa.

Hoy en el albergue escuché hablar a dos usuarios sobre sus experiencias homosexuales en prisión.

Tú sabes que te quiero mucho.

Las amistades se rompen cuando ya no le puedes decir a un amigo lo que de verdad piensas de él. O de ella.

Si todas las personas son gregarias las mujeres lo son, si cabe, aún más. Todas tienen alma de fan. ¡Cuánto detesto los lugares comunes!

A veces te dabas cuenta de que el futuro que nunca iba a llegar, ya había llegado. Las arrugas comenzaban a aparecer en mi joven piel.

Este fin de semana tenía guardia en el albergue para personas sin hogar. Allí había bestias con rostro humano que la mayoría de las veces lo único que necesitaban era hablar con alguien. Monstruos muy humanos.

Al menos Sweet estaba contenta hoy. Tenía gran facilidad para abstraerse de los grandes problemas del mundo. Le perturbaban mucho más los pequeños detalles sin importancia de su vida cotidiana.  Hoy cantaba. Luego se volvería a enfadar conmigo. Como ella repetía, lo hacía todo mal. Era cierto, y los dos lo sabíamos. Por eso viajaba tanto, para huir de mí mismo y de mis innumerables defectos.

Como muchos, nunca me creí mejor, pero sí diferente a la mayoría. Ni yo podía evitar deprimirme ni tú podías dejar de hacer aquello que hacías.

Chipi y yo teníamos algo en común, nos deleitábamos con nuestros propios vómitos.

Lo había dado todo. No tenía nada que reprocharme. Seguía buscando la soledad. Cuando alguien me abría su corazón, yo le abría el mío. Ya volvería.

El apocalipsis había llegado y yo seguía aquí. Sólo ahora mi historia era importante.

Las visiones psicodélicas, últimamente, no eran tan intensas. Mi cuerpo se derrumbaba antes de que lo fueran. Entonces sobrevenía el deseo de dominar, de aniquilar.

En verano trabajar con el barro era un error, se secaba demasiado.

Sentirse el centro del mundo; eso es lo que hacía cada individuo.

Hoy sería un día perfecto para cenar salmón, pensaba. ¡Tienes capacidad de escucha nula!, me gritaron. ¡Te había dicho que calentaras el salmón en su bolsa! Luego dices que te complico la vida, ¡tú si que me la complicas a mí!

Estos nuevos atardeceres conmovían mi corazón. Estaba recuperando la verdad en mis escritos. Eructos brotaban del fondo de mi alma. Sonaba de fondo otra ambulancia. Una corneta vikinga se fundía con el canto de los pájaros. Los niños gritaban más fuerte tras los barrotes de sus prisiones. Por fin tenía un hogar.

Levanta la cabeza y mira al cielo. La guerra fría. Nunca superé el trauma de mi nacimiento. ¡Ojalá tuviera fuerzas para considerarme un superviviente! ¿Cuál sería mi misión?

Había días de una inacción casi total. En cierto modo era como volver a la adolescencia. El virus me había devuelto la juventud.

 

El 31 de marzo, Bitter, que no soportaba las imperfecciones de este mundo, decidió que el váter no tragaba agua con la velocidad adecuada.  Sin pensarlo demasiado se puso a desmontarlo. Cuando quiso darse cuenta el agua manaba por todas partes. Cortamos la llave general. Tuvo que venir un fontanero de urgencia.

Últimamente comía kiwi y papaya.

Llegaba el atardecer, el momento en que el día alcanzaba su equilibrio.

Era sólo tinta sobre el papel. La lectura te cargaba mientras que la escritura te liberaba. Como inspirar o expirar.

Danzan las copas de los árboles. ¡Qué suerte vivir perdido en medio de la naturaleza! Hace frío y me agarro a él. Me hace sentir vivo.

El placer tiene sus límites. El sufrimiento, no.

Me han detectado un tumor en la espalda. No es mortal.

¿Cómo te explicaría la diferencia entre un olivo y un acebuche?

Ganar y perder la credibilidad. Una y otra vez.

El aroma de la hierba fresca en primavera. El requisito amargo de la felicidad. Insomnio, insomnio.

Esos aplausos ridículos y estériles de las ocho de la tarde. Esa bondad bobalicona que mata al mundo.

Todo lo escrito hoy, no vale nada.

Llevo una vida de octogenario. Me voy a dedicar a contemplar el mar.  El sol, una vez más, se esconde tras las montañas.

Todo fumador es un suicida.

Julio Cortázar hablaba raro. Borges balbuceaba, apenas se le entendía. En él debió inspirarse Antonio Ozores.

La irresponsabilidad de mi ignorancia. El frío miedo en estado puro. El ronroneo hastiado de Chipi.  Lastrado por mis obsesiones, soy incapaz de ser disciplinado.

Todos los días son iguales, solía decir la gente al inicio del confinamiento. Se sucedían unos a otros como si la vida fuera a durar para siempre.

Era un farsante. Antes de la cultura, siempre estuvieron las armas.

Corregir una página era fácil. Escribirla, no tanto.

Hubo una época donde en la televisión se hacían entrevistas a personajes como Borges o Cortázar. A fondo se llamaba el emblemático programa de RTVE. Me alejé con miedo de mi teléfono móvil.

Me apetecía seguir empalmando los días con las noches para no dormir nunca. Y revivir, que no despertar, con el sol cada mañana. Destruir cuadernos plenos de ponzoña. Vómitos, semen y vísceras eran mis únicas creaciones. Ni siquiera era ya capaz de experimentar ese viejo dolor de antaño.

Otra reflexión que desaparece porque había nacido para morir. ¿Qué significa el sentimiento de lo fantástico? Había comenzado mi particular descenso a los infiernos. Mi exilio interior.

Siempre me había sentido joven hasta que empecé a sentirme viejo.

No valgo más que para los aforismos. Primero venía la escritura y luego la meditación. Estoy más ciego que Borges.

Durante tres semanas había logrado esconderme dentro de mi propia casa. ¿Y si esta se convertía en mi prisión?

El coronavirus había fortalecido mi creencia de que el mínimo de gobierno era el ideal para mí. Cuanto menos políticos, cuantas menos personas, mejor.

Voy a traicionarme y reescribir todo este relato. No. Simplemente lo destruiré y así, por fin, será perfecto.

Cuando muera Chipi, volveré a viajar. Mi aislamiento perfecto incluiría permisos de una semana para dormir en los bosques. Cada vez más incomprendido, más ciego y más solo. Más viejo también.

Glacial o Gracián.

Debía alejarme del mundo de las ideas. La vida era milicia contra la malicia. Libre de amor, deseo de odio y de esperanza.

Borges decía que Lorca era un poeta menor. No sabía si debía perdonarle.

¡Cuántos farsantes, como yo, habrían conseguido engañar al mundo! ¡Que difícil, siendo yo, estar de acuerdo con uno mismo! ¡O nadie tiene razón o todos la tienen! Me decía.

Muchas frase cortas conformaban un gran párrafo.

«No leo tus diarios a escondidas porque te respeto mucho», me decía Sweet que, por supuesto, no me respetaba nada.

Cuando el dolor de mi reflejo se hacía insoportable y comenzaba la tos que precedía a la infamia, me refugiaba en mi mejor amiga y enemiga.

Chipi no apartaba su mirada de mí. Era su Dios.

Los periodos de caos y anarquía podían ser periodos de gran libertad y creatividad. Había momentos de inspiración que, por desgracia, no eran tan inspirados.

No había mucho más que decir el dos de abril  del año del coronavirus.

Al día siguiente reparé en que desde mi casa solo se oían los pájaros, el viento y las olas del mar. Y a unos perros ladrando.

Volver a las fuentes. Cambiar sin cesar los paradigmas para no perder nuestra esencia. Un camino por el desierto de la incomprensión.

Hoy tenía que llamar a personas sin recursos para darles lotes de alimentos.

Un creciente sentimiento de opresión.

Aprender para olvidar.

A veces no se trataba de autocensura. Simplemente no me apetecía hurgar en mis miserias. El placer me daba miedo. En el dolor me sentía reconfortado, en casa. Algo no debía de funcionar bien en mi cerebro.

Una eterna lucha en la que sabes que no puedes ganar.

Sweet me temía y tenía motivos para ello. Tendría que morir para que ella recapacitara. Ella era la egoísta. Me drogué hasta perder el conocimiento.

Tomando el sol. Escuchando los pájaros. paladeando el tiempo. Saboreando la brisa del mar. Palmeras, olivos, jacarandas e higueras. «Lo mejor del sol es la sombra», decía siempre el padre de Sweet. Me quité la camiseta. El sol golpeaba con ternura y firmeza. Por fin sabía lo que era tener un hogar.

Habíamos creado una sociedad controlada por la tecnología.

A las doce de la mañana aún seguía sintiendo los efectos de la droga consumida el día anterior. El tic de mi mandíbula había regresado con fuerza.

En el momento álgido de la batalla…¡zas! va y se muere el protagonista.

Esto es la obra de toda una vida. ¡Qué asco!

La expresión seguir en sus trece proviene de la obstinación del Papa Benedicto XIII de mantenerse en su puesto.

Mis sentidos se habían agudizado. Curioso el efecto que había tenido en mí el aislamiento. Había olvidado el día en que vivía. Diría que mediados de abril. Los pájaros cantaban más fuerte que nunca. Lo hacían por la victoria. El mundo, por fin, les pertenecía.

Me sobrevoló una gaviota.  Sonaba de fondo Ry Cooder. La sintonía del programa Documentos TV y de Paris, Texas de Win Wenders.  Nevaba música desde mi azotea. Sólo había que pararse y dejar que la vida hiciera sus milagros habituales. Unos milagros que solo sucedían, ante tus ojos, cuando habías perdido toda esperanza.

Entendía a Cioran. Era imposible escribir sin tabaco y sin café. Hoy leía La invención ocasional de Elena Ferrante. Ayer, Mi año de descanso y relajación de Moshfegh. Mañana leería El estigma de Emmy Hennings.

Estaba siendo un inicio de primavera lluvioso. Mi bote de marihuana se vaciaba peligrosamente. Era un placer entrar en contacto con mi alma.

A Chipi le gustaban las pelotas de tenis muy gastadas. A poder ser, las prefería mojadas y llenas de barro.

 

El día 14 de abril preparé coulant de chocolate. Si no me bastaban mis escarceos con las manualidades, me había vuelto también un cocinitas. Un hombre del Renacimiento, eso era.

Chulín se había quedado en casa de mi madre. El confinamiento le había pillado allí por el celo de Chipi y allí se había quedado.

La luz de este atardecer tardío era hermosa, blanquecina, casi irreal. Todavía había momentos en los que me sentía bien conmigo mismo, con mi vida. No era lo habitual, pero al menos, era un comienzo. Hubo, sin embargo, un tiempo en el que aspiraba a ser libre. Fue un estúpido sueño.

El verano del 89 hubo unas graves inundaciones en Málaga. Durante tres semanas se suspendieron las clases. Entonces fui tan feliz como ahora.

Tosí un par de veces antes de volver a fumar. Me quemaba de nuevo el esófago.

¡Dios! ¡Qué hermosa era! Dolía sólo mirarla. Caminé sigiloso. De puntillas. No quería que se rompiera el embrujo.

La palabra amigo procede de la palabra amor.

Escribir era la única manera que conocía de no perder el instante. Las frases tenían que ser puñales. Razonar era inútil. Sólo se profundizaba con sutiles aguijonazos. Mi obra siempre estaría incompleta. Por fin poseía el cielo.

Aún no se habían apagado las luces. Si escribía demasiado, tal vez, acabarían descubriéndome.

No se puede fingir lo que ya no se siente. Tampoco nos hacía bien intentarlo. Era otro el que escribía, no era yo.

Tres tipos de hierba crecían en mi jardín. Una, muy suave, como de prado asturiano. Otra más salvaje, fresca y de un verdor algo más triste. Por último, una dura y venenosa. Una superviviente. La que seguiría ahí cuando los calores del verano hicieran su particular holocausto.

Finjo que no es el fin. Que luego seguiré escribiendo.

 

19  de abril

Azotaba el viento mis pensamientos. Mi cerebro agotado tras una mañana de locos en el albergue de personas sin hogar, funcionaba a medio gas.

La noche anterior, Marta, una venezolana traumatizada y demente, víctima en una terrible historia de violencia de género, había permanecido en vela, sentada en su cama, mirando fijamente a su compañera de habitación. Unas voces del averno le imploraban  que la matara y que luego saltara por la ventana.

Ya por la mañana, José Andrés, un exmilitar español de religión musulmana sufrió un brote psicótico. Se cayó al suelo y comenzó a patear y a gritar. Otro musulmán, Mohamed, comenzó a realizarle un exorcismo. Fue entonces cuando aparecimos.

Manuel David seguía con un mono incontenible.  Trapicheaba con pastillas que mezclaba con Coca Cola y Red Bull para aumentar el subidón. «Estas pastillas no me hacen efecto«, decía muy alterado. «Vais a tener que llamar a la ambulancia«, continuaba.

José Luis, el argentino, seguía en aislamiento por su imaginario contagio de coronavirus.

Nerea ya no aguantó más y decidió volver a las calles. Allí, al menos, tendría toda la droga que necesitaba.

Respiraba humo mezclado con aire puro. Cerré mi cuaderno en un par de ocasiones. Mi mente estaba en paz. Donde el anhelo se ha dormido, comienza la muerte.

Últimamente me ha dado por escuchar podcast de geopolítica a toda horas, como si necesitara comprender el mundo. Como si mi cabeza no pudiera quedarse en paz. Así, ahí estoy yo, informándome sobre lo que pasa en Montenegro, Ucrania o Bielorrusia. Creo que no me hace bien tanto darle vueltas a las cosas, tanto analizarlo todo. Lo que me hace bien es escuchar jazz ligero y beber baileys con licor de avellana. También quedarme en silencio y escuchar los pájaros. ¿Somos adictos a la tecnología? ¿Lo soy yo? supongo que autobombardearse con estímulos externos no es más que otra forma de huir de uno mismo.

Hoy me han hecho la prueba del coronavirus. De momento, estoy limpio pero, ¿por cuánto tiempo?

 

Os voy a contar mi teoría de hoy 21 de abril. Al final creo que morirán más o menos los mismos hagan lo que hagan los diferentes países. El confinamiento solo retrasará lo inevitable. Tal vez solo sea una forma de protegerse de nuestros gobernantes frente a un electorado en pánico que se rebela ante la dramática realidad. Otra teoría probablemente descabellada es que la letalidad seguirá bajando y los que ahora afirman que muere uno de cada cien infectados aceptarán que la mortalidad es mucho menor cuando se conozca el verdadero número de contagiados. ¿Habrán valido entonces la pena todas las medidas emprendidas? ¿Acabarán muriendo más personas por el desplome de la economía global? ¿Se rebelarán pronto las masas hambrientas?

Por supuesto la verdad oficial mantendrá que sí, que al fin y al cabo se salvaron muchas vidas. No les importarán aquellos que vayan muriendo poco apoco de pura miseria, aquellos que se suiciden, ni aquellos que hipotequen sus vidas durante los próximos años. Nadie sabe nada. Es la única verdad. El tiempo dará y quitará razones.

Y yo, me pregunto, ¿cuál es el libre albedrío de un perro? ¿Debemos combatir el ecofeminismo con la misma contundencia con la que combatiríamos a Vox o a los nazis? Y esa estrella que miro…¿Existirá ya? ¿Fue mejor Joy Division o New Order?¿Soy el único gilipollas que paga la versión premium de Spotify y luego escucha la versión con publicidad?

Me decía Patricia que se iba a matar. Había contratado un seguro de vida y necesitaba que, como abogado, verificara si cubría los casos de suicidio y si tenía que pasar un determinado tiempo antes del mismo para que sus familiares pudieran cobrar el dinero. Cualquier día me enteraría de que se había quitado la vida o, tal vez, simplemente fuera una de esas personas que se pasan deseando el suicidio toda su vida aunque nunca sean capaces de llevarlas a cabo.

Sweet quiere que tome vitaminas. Piensa que mi semen está vago y que por eso no se queda embarazada. El que haya llegado a leer hasta aquí se merece, como mínimo, este tipo de cotilleos.

Ladrón de manzanas es un nombre comercial fantástico.

No sé si es solo una impresión pero en los tiempos del coronavirus pareciera que los pájaros se hubieran multiplicado.

Estoy viendo la serie The Wire.

Lo mío era resistir. Llevaba 42 años resistiendo.

Varios de entre mis vecinos eran noruegos.

A veces se producían silencios prolongados también en el interior de nuestras cabezas.

El aplauso rompía entusiasta como cada día a las 8 de la tarde. Más ambulancias se oían a lo lejos.

Un vecino especialmente motivado seguía aplaudiendo solo a las 20:03. A las 20:04 arrancó a aplaudir de nuevo. Estaba loco, eso seguro.

Yo era un salmón que buscaba la muerte, río arriba, en el lugar en el que transcurrió mi infancia.

En el fondo, y a pesar del sempiterno sufrimiento, estaba atravesando una época luminosa de mi vida.

Mi jazmín no echaba flores. También era estéril.

Quizá estaba fuera, al fin, la guerra que implorábamos. El coronavirus hacía realidad el sueño presente en el inconsciente colectivo.

Hoy me ha llegado un email en el que, tras informarme de que conocían mi contraseña e indicarme la misma, me informaban de que tenían un video sexual mío masturbándome delante de mi teléfono móvil. Por un momento me he acojonado. He leído luego que hay una campaña masiva de emails de este tipo y que no hay que preocuparse. ¿Será posible que vivamos en un mundo donde uno ya no pueda ni cascársela tranquilo?

El silencio absoluto era una de las cosas que más valoraba en mi nueva casa.

Volví a tirarle la pelota a Chipi. En la mansión de al lado de mi casa había un perro enorme que se llamaba Tron. Algunas veces me acercaba a su portón y le daba algo de comida.

El regusto a tabaco por momentos se me hacía insoportable.

Todo lo expuesto al escrutinio de lo demás no vale gran cosa. Hay que hacer un esfuerzo para mantenerse firme y no ser comprendido. Pertenecía al uno por ciento pero no al uno por ciento del uno por ciento.

Me lo repetía de vez en cuando: «Vas a morir». «Tú también vas a morir»

 

23 de abril

Últimamente me pasaba los días cantando y bailando en casa. Caían del cielo monedas de cinco duros. Concebía mi vida como una novela en la que, aunque no pasara nada, yo siempre era el protagonista. Disfrutaba de los últimos rayos de sol de su tarde. intentaba atrapar el instante. Era importante lo que escribía. El calor se disipaba. El viento lo envolvía todo. Respiré hondo por la nariz. Una brisa acarició mi mejilla izquierda. Todas las banderas del mundo hondearon al viento. Los pájaros comenzaron a tomar el testigo. La soledad me acompañaba. Cualquier cosa podía ocurrir. Un pellizco en el estómago. Una respiración honda.

Como cada cinco minutos, era el fin de una era. Una voz del inframundo interrumpió mi nirvana. Fondo negro con luces blancas. Cielo, fuego, sol en el horizonte. Me daba miedo la vida. Siempre me había aterrorizado. A lo lejos escucho el disparo de una escopeta.

Pensándolo bien, una hoja en blanco no estaba tan mal.

Lanzar una y otra vez la pelota. Era la única forma segura de complacer a otro ser vivo que conocía.

Nuestro tiempo había pasado. Ahora era su turno.

¿Podría parecer normal si ahora Sweet apareciera por la puerta?

Mi imaginario momento de lucidez estaba quedando atrás.

¡Qué carajo! Me dije. ¡Aún seguían acariciándome los rayos del sol!

¿Es que acaso un libro o un diario podrían protegerme? Solo potenciaba un sueño. prefería no despertar. Mi vida sería eso, un sueño.

Eran, sin embargo, buenos tiempos. ya apenas recordaba como era mi vida antes de estar confinado.

Hoy iba a morir fumando y mañana me levantaría desintoxicado. Una simple cuestión de voluntad, me decía. En dos semanas volvería a poder drogarme. Ya lo había hecho muchas veces.

Las bromas en mi caso eran una forma de demostrar a la gente que la apreciaba. De hecho, solo bromeaba con la gente que me caía bien.

Iba a tener que recuperar mi cerebro. Sweet me necesitaba, al menos, un par de horas al día.

Tron ladraba al otro lado de la verja.

Encerrado, confinado en mi salón, era más difícil que ocurriera algo. Salvo en mi interior. Una gran parte de mi vida ocurría allí.

Escribir, a veces, también podía vaciarte.

Veintitrés mil muertos en España. Sesenta mil en Usa. Doscientos mil en el mundo.

 

27 de abril

Por lógica elemental, si creía que todos estaban locos, debía de ser que el loco era yo. Cuanto antes tenía que ponerme en acción. Actuar como si las cosas tuvieran sentido.

Al fin había encontrado una idea original, me dije.

¿Quién escribía nuestra historia? Si todos estaban de acuerdo en algo…¿Sería esa la verdad?

Acababa de terminar indignación de Philip Roth. Un buen libro.

Cada tarde los pájaros de los jardines de la mansión de al lado me daban un concierto.

Había desarrollado un tic que me permitía lanzar la pelota a Chipi como si fuera un autómata incapaz de apartarse de la tarea que le ha sido encomendada. Escribía cuando tenía ganas. Eso era bueno.

Michael Robinson murió ayer. Le tenía cariño aunque no le conociera.

Al igual que todos los amores culminan en odio, todos los sueños terminan, inevitablemente, eyaculados a las tres de la mañana. Tal vez hubiera que huir de la huida.

La guerra no trae más que destrucción. Como dice Houllebecq, el objetivo de la fiesta es hacernos olvidar que somos seres solitarios, miserables y condenados a morir. La cuestión era cuándo llegaríamos al punto de ruptura. Mientras estuviera solo, pensaba, nada podría ir mal.

El carisma era mi arma secreta. Seguía follando como un león. El alcohol, como cada vez que paraba de fumar, había sustituido al tabaco. Las jacarandas comenzaron a parir flores moradas. La lechuza, no el búho, ese pájaro gordo, se posaba cada tarde en las alturas de una infinita palmera.

Anoche me comí un kilo de nísperos de una sentada. El cielo azul de la mañana no albergaba una sola nube. Mi casa era un observatorio natural de aves. Había regresado ese molesto tic en mi mandíbula. Mientras escribía parecía que algo verdaderamente significativo estaba ocurriendo. Esa ilusión de realidad era la que luego te golpeaba y podía acabar por matarte.

Sweet se empeñaba en defender a la buena gente que yo, por  mi parte, habitualmente detestaba. La mayoría de los nazis eran buena gente. Los lugares comunes habían terminado por pudrir el cerebro de Bitter. Simplemente, elegía unirse al rebaño, ser una más, hacer lo que tocaba. Pensaba que no había otra forma de ser feliz en este mundo. Probablemente era cierto.

Mis amores, reales y platónicos, se habían marchitado. No quedaba otra que matarlos también mi interior y enfrentarme, como siempre, al lado oscuro.

Paradójicamente, el secreto de nuestra compatibilidad sexual era la colisión perfecta de dos perversiones. Eramos depravados que utilizábamos al otro para saciar nuestros apetitos. Sin duda, ese no era el mundo del que le gustaba oir hablar a Sweet.

Me tumbé sobre la hierba mojada.

A veces me sorprendía a mi mismo escribiendo cuando ni siquiera había reparado en que lo estaba haciendo.

Pasó el calor. Llegó el atardecer. Sweet llevaba tres horas con su videoconferencia familiar diaria. Chipi atacaba a toda criatura que se adentrara en los límites de mi jardín. ¿Cómo se podía transcribir un sonido? ¿y el silencio? Dudé, por un segundo, sobre si los sentimientos de Chipi eran reales. ¿No serían sus gestos, sus reacciones, simplemente armas evolutivas  para manipularme?

Estaba intentando aprender a no buscarle sentido alguno a la vida. Seguir flotando como un velero en el corazón del sueño.

Las semanas no acababan. No empezaban. Se abrían ventanas de tiempo ante mis ojos. Quería que se cerraran. Quería que el tiempo se detuviera. A veces lo conseguía.

De repente, escuché conversar a los vecinos según lo dictado en los códigos establecidos por los medios de comunicación de masas. Yo también lo hacía. Formaba, claro, parte de ese rebaño al que tanto detestaba. Simplemente, lo hacíamos lo mejor que podíamos.

Ceniza sobre un cuaderno azul. Bob Dylan sonaba viejo y auténtico. Otro día que se me escapaba. Algunos tal vez no me creerán, pero desde mi jardín, cada noche, alcanzaba a contemplar la cara oculta de la luna. Y los murciélagos, entonces, se hacían los dueños de los cielos.

Keane siempre me recordaba a Polonia. Era una banda que no me gustaba especialmente a pesar de tener un par de grandes temas. En directo fueron realmente decepcionantes. Los Killers, por su parte, me recordaban a Rumanía. Cada viaje tenía su banda sonora.  Argentina era Sumo. La India era la canción Brasil.

En los tiempos del coronavirus, al parecer, todos nos habíamos convertido en héroes.

¿Cuándo volvería a viajar? ¿Deseaba hacerlo?

A veces me ponía a bailar, tímidamente, cuando me encontraba a solas.

 

3 de mayo

Oigo una cisterna y a continuación me cae una cascada de aguas fecales en la cabeza. Suena en el lago de Triana. El pájaro blanco echó a volar. Tron baja trotando hasta el portón. Quedaban pocos instantes para que las masas comenzaran a aplaudir. Finalizada la algarabía solo mi vecino noruego, el motivado aplaudidor, seguía a lo suyo. Tres minutos más de aplausos en solitario.

Sobre la mesa plegable de mi jardín yacían plataforma, las enseñanzas de Don Juan, retrato de un artista adolescente, un ensayo sobre Lovecraft, guía para viajeros inocentes, el amor armado, una compilación de derecho sobre los refugiados y contra aquellos que nos gobiernan.

Tenía la cabeza a pájaros. Fumaba a escondidas. Me serví un café con licor de avellanas. La noche se presentaba larga y misteriosa. Había sacado una masa de pizza casera para hornear.

La marihuana premium se había acabado. Podría subsistir un par de meses fumando marihuana vieja.

Intentaba espaciar los lanzamientos de pelota a Chipi mientras leía la cabaña del tío Tom. Cuando Lincoln conoció a su autora, Harriet Beecher Stowe, tras la guerra civil, le dijo: «por fin conozco a la autora cuyo libro ha provocado esta guerra».

 

5 de mayo

Sweet me dijo ayer que a ella ya no le apetecía viajar. Sencillamente prefería quedarse en casa. Era una declaración radical y honesta que me puso ante el espejo. ¿Y yo? ¿Qué quería hacer yo? Sabía que Sweet seguiría viajando en cualquier caso, de buen grado, si se lo pedía. En el fondo era lo que llevaba haciendo estos últimos años. Pero, ahora que lo había verbalizado, ¿qué sentido tenía seguir haciéndolo? ¿Qué sentido tendría seguir viajando con alguien que, en el fondo, no quiere estar allí?

El confinamiento me había hecho retomar con vigor mi adicción por la lectura y la escritura. Ahora que mi amor por el viaje y la aventura se estaban marchitando me sentaba bien pensar que todavía algunas cosas podían darme un relativo placer.

Durante el encierro gastamos cincuenta euros en verdura por semana. La compramos a una familia de proveedores que trabaja sin intermediarios. Cuando llegaban las cajas siempre reprendía a Sweet, pero… ¿ qué has comprado esta vez?

Cinco días hacía que no cantaba el Búho. Por fin se dignó a saludarme. Estaba lejos.

Algunas veces me descubría salvaje, desnudo, paseando por mi jardín. Olvidaba o, tal vez, ignoraba que aunque escasos, tenía vecinos.

Sweet prefería que Chulín que había pasado el confinamiento con mi madre, siguiera con ella. Argumentaba que no era lo mismo tener un perro que dos. Yo, al contrario que ella, tenía sentimientos hacia mi perro.

Linda flor era preciosa. Salvaje. Mestiza. Rondeña. Debía de tener una boca muy cálida. Dispuesta seguro a tragarse el esperma de un amigo de verdad.

Últimamente estaba de un humor excelente. Atravesaba una de esas extrañas fases en las que casi estaba convencido de ser alguien realmente especial. Lamentablemente, acabaría entrando en razón.

Me había dado, al parecer, por hablar solo a todas horas.

Reparé en que, por alguna razón, había comprado dos libros de Houllebecq que nunca había llegado a leer. Por un lado la recopilación de artículos llamada intervenciones y por otro, mucho más sorprendente si cabe, la novela plataforma. Una sorpresa agradable. Se me ocurrió que quizá los hubiera leído pero no lo recordara. Pero, ¿era eso posible? ¿era posible no recordar nada de nada de un libro de tus autores favoritos? No parecían tener marcas en el interior. Tal vez durante años pensaba que los había leído y nunca lo había hecho. Cuando leía a Houllebecq me sentía tan cínico como él. Y eso que era precisamente del estereotipo al que a él le encantaría atizar. Idealista, moralista y convencional.

Esta tarde me había metido tanto en la lectura de plataforma que no recordaba haber oído siquiera los aplausos. Tal vez simplemente todos se habían dado cuenta, al fin, de que estaban siendo manipulados.

Hacía algo de frío. Sin embargo, lo aguantaba estoicamente. Me daba pereza subir a coger una chaqueta a la primera planta.

Por unos instantes fantaseé con convertirme en un aclamado escritor de éxito. Ajustaría cuentas con el mundo entonces, me dije. Sería viejo y estaría solo.

Era mala política pasarse la vida esperando el Apocalipsis. Ni siquiera en los tiempos del coronavirus parecía que fuera a llegar. Sentí un vacío que hacía días que no sentía. Un vacío al que había decidido volverle la espalda. Cantaba el búho. Me puse a fumar.

La noche era prístina. Ni una nube en el cielo. Me centré en el terror que comenzaba a embargarme. Temía el ruido de las escaleras. El silencio era absoluto.

Numeré las páginas que había escrito. Me gustaba hacerlo. Era como contar los días que faltaban para mi muerte.

 

7 de mayo

 

Por hoy ya estaba bien de lectura. Conforme había avanzado en la lectura de plataforma me daba cuenta de que ya lo había leído. Apenas recordaba nada. Era aterrador. Cuando llegué a la escena de sexo del hotel de Cuba en la que la pareja pide a la camarera que entre en la habitación, se disipó cualquier duda. Por supuesto que lo había leído. Había necesitado 191 páginas para tener la certeza. Luego, me masturbé.

La mayoría de las personas desechábamos la parte de la realidad que no nos interesaba ver. Era un mecanismo de defensa de lo más natural.

La marihuana empezaba a escasear. Tal vez tuviera para un par de semanas más. Sonaba fuerte el viento agitando las copas de los árboles. Me tiré un sonoro pedo.

 

10 de mayo

 

Había comprado un trozo de mar. La puesta de sol era de un rosa especialmente intenso. En pocos minutos la oscuridad se apoderaría del mundo.

Sweet necesitaba sufrir. Este impulso, por supuesto inconsciente, era imprescindible para su supervivencia. A veces me veía obligado a ser duro con ella. Me dolía comprender lo irracional de su sufrimiento. Era una persona objetivamente afortunada. No era especialmente compleja en el plano intelectual para ser una mujer. No había atravesado importantes crisis. Aún era joven. Su familia, bastante ordinaria, era uno de los pilares de su vida. El otro era yo. Todos estábamos sanos. Todos trabajábamos. Todos estábamos, en definitiva, bien.

Con los años Sweet había desarrollado muchas de las neurosis típicas de las mujeres que se aproximan a la maternidad. Se había vuelto muy ordenada, casi maniática. Su morriña de La Rioja se había vuelto patológica. No era sociable. Su nueva pasión era la decoración de interiores. Le costaba separarse de su teléfono móvil. Pequeñas cuestiones sin importancia podían hacerla estallar. En esos momentos se volvía gritona, agresiva e incluso violenta. A veces, cuando atravesaba episodios de furia, lanzaba objetos y me golpeaba.

Estaba claro que quería ser madre a toda costa. Le agradaba la placidez de su rutina. Quería calma, paz y armonía. Su falta de introspección y su creciente obsesión por transformar la realidad del mundo que la rodeaba, le impedían alcanzarla. Aunque no siempre.

La peor parte del cambio drástico que había experimentado su carácter en los últimos tiempos, eran los incipientes rasgos masoquistas y sádicos de su personalidad. El sadismo se manifestaba en una absoluta falta de empatía hacia los auténticos problemas que pudieran tener terceras personas. Por mucho que racionalmente, a pequeña escala, se preocupara por la miseria del mundo, nada de eso la llevaba a relativizar los insignificantes problemas que su privilegiada vida le imponía. Para ella, una pequeña humedad en casa y la guerra de Siria no tenían la misma importancia. La humedad era lo que verdaderamente la cabreaba.

Si se enfadaba de veras era despiadada. La tomaba conmigo e intentaba hacerme sufrir de todas las formas imaginables. Por suerte, no tenía mucha imaginación. La peor de sus torturas consistía en no dejarme ni un minuto a solas. Me perseguía por toda la casa. A veces se iba y volvía al instante para pedirme perdón. Yo, que había aprendido a no escucharla cuando se ponía así, sabía que a continuación, tras la disculpa, volverían los reproches.

A veces le pedía por favor que me dejara a solas. Le insistía en que, aunque no se diera cuenta, lo que hacía era acosarme pues yo no podía seguir discutiendo infinitamente. La gente ordinaria podía cometer delitos todos los días y a nadie le importaba.

 

16 de mayo

 

La incorporación presencial a mi puesto de trabajo en estas últimas semanas me ha arrebatado las ganas de escribir. He salido de mi burbuja. La escritura ha perdido temporalmente su sentido. Se me encomienda liderar un proyecto vital en el que ya no creo.

Huelo a orina.

Contemplar mi biblioteca me permite, por momentos, perder el contacto con la realidad. Tengo bastantes libros pendientes de leer como  para que me confinen el año entero, si quieren.

Con dificultad, fijo mi vista en el horizonte. Hoy me faltan las fuerzas. Un bolígrafo cae al vacío. Otro trago de licor de almendras. La salvaje tenía sueños de lo más extraños. ¿Por qué se empeñaba en contármelos? ¿Eran siquiera reales? ¿Cuál era el objeto de aquella obsesión fingida? Simplemente, había dejado de creer en ella. A nadie le había dado tantas oportunidades. Seguí un buen rato mirando al mar. Vencí, como siempre, la ilusión de la abstinencia y cogí un cigarrillo.

Se trataba, al final, de rellenar uno tras otro diferentes momentos de vacío. Un vacío que en mi caso, nunca, y digo nunca, era aburrido. Desde mi buhardilla observaba como otros vecinos paseaban por sus patios. Una niña rubia hacía piruetas. Una gaviota danzaba la muerte del día. Había llegado a un punto donde dos copas eran más que suficiente para hacerme vomitar.

Sweet me quería. Eso, al menos, era seguro.

Mañana, por primera vez en un mes, no tendría que madrugar. Llevaba más de dos meses trabajando siete días a la semana por culpa del puto coronavirus. Luego, me recluía en casa.

Comencé a susurrarle al oído a Chipi que iba a tener suerte. Mañana iríamos a Archidona, le decía. A veces experimentaba pequeños momentos de júbilo absolutamente injustificados.

La tos seca se había vuelto mi compañera. En los tiempos del coronavirus atraía las miradas de rechazo de personas de lo más cabales. Me sentía solo en este mundo. La soledad me provocaba apatía. Nada más. Tenía, al menos, las puestas de sol.

 

22 de mayo

Decidí escribir porque tocaba. No es que tuviera nada interesante que contar. Estaba claro que la persona que era iba muriendo un poco cada día. El búho hacía una semana que no cantaba. Algunos días recuperaba el gusto por mi trabajo.

Estaba leyendo La peste de Camus. Tendíamos a proyectar nuestro pasado en nuestro futuro. Todos menos Michael Jordan. Él vivía en el presente, eso al menos decían en el documental The last dance.

Las golondrinas comenzaban a despedirse, como cada atardecer, del día.

 

29 de mayo

Concebimos la vida como un constante ascenso con periódicos reveses. Superada la cima, comienza el descenso. Al principio era cauto con mis cuadernos. Me parecía que contenían secretos inconfesables. Creía que escandalizarían y repelerían. Mi egocentrismo me privó de concluir que, muy al contrario, apenas interesarían a nadie. Otra moraleja de mi vida. Más allá de lo superficial apenas merecía la atención de la gente.

Otro aprendizaje fue entender el mar, el autentico océano, en que se había convertido internet. Un océano de basura y conocimientos universales en la que eramos muchos los que volcábamos nuestras miserias en forma de blogs intentando parecer especiales. Ya no bastaba con ser un artista. En el siglo XXI debías ser, ante todo, un hombre de negocios. Saber programar o tener un master en marketing eran importantes si querías que alguien te leyera.

La fase uno había terminado. Me había escapado a pasar el día a Archidona.

 

2 de junio

Un escalofrío recorre mi cuerpo. No creo que sea el coronavirus.

Tras germinar tres semillas de brainstorm y una de orange sorbet camino hasta el jazmín de mayo.

Hace años que leo guía para viajeros inocentes de Mark Twain.

La luna se elevaba sobre un día todavía luminoso. Buscaba el silencio.

Esa persona horrible, maligna, desalmada que Bitter veía algunas veces en mí, no era yo. Tal vez fuera mi imagen reflejada en un espejo.

¿Era yo feliz mientras escribía? No había un condenado borrico por estas tierras de Dios que no pensara que tenía ideas. Era pura supervivencia.

Por mucha publicidad que hubiera detrás, la cruda realidad era que el desodorante Axe olía de manera irresistible.

Cierto era que no había más que dejar de desear algo para tener la sensación de poder conseguirlo. Sin embargo, ya no importaba.

Chulin siempre miraba hacia la misma esquina del jardín. Buscaba lagartijas. Ratas también habíamos visto algunas. Era junio y hacía frío.

Un día describiré como es mi culo por dentro.

Michel de Montaigne dijo que la cobardía era la madre de la crueldad.

 

15 de junio

El único paraíso se encontraba en la contemplación

Quería no ser yo, dijo Theo Morell, médico de Hitler.

Deberías lavar el coche, me dijo Bitter. «Es vergonzoso. Puedes realizarte y lavar también tu coche». Oportuna, suena de fondo Where is my mind de los Pixies.

Al final encontré el arca perdida cuando ya había desaparecido toda esperanza. Un último bote de marihuana me permitiría continuar con mi adicción, sin incidencia, un par de meses más.

Tal vez haya contado ya que casi todos los días viene a pedirme un cigarro liado una vecina demente que vive en una casa semiabandonada tipo Diógenes. Mi madre es igual salvo por lo de pedir cigarrillos en las casas ajenas.

Después de Nina Simone estalla Janis Joplin. Decidí liarme un porro suave.

Volví a pensar en Hitler. Lo hacía porque estaba terminado de leer el gran delirio de Norman Ohler. Durante casi una decada Adolf había sido amo y señor de medio mundo. En este ensayo se desgranaba el impacto que las drogas habían tenido en el tercer reich y en el propio Adolf. Imaginaba ese último instante en el que ya todo estaba perdido. Mi propio tercer reich se derrumbaba. Fue entonces cuando comenzó a cantar Camarón.

Habíamos pasado a la fase tres. Cada vez entendía menos el mundo que me rodeaba. La triste realidad es que ya apenas era capaz de fumarme un porro entero. Escribir seguía siendo, como siempre, un antídoto perfecto contra las drogas. Era igualmente el mejor abogado en defensa de éstas.

Chulín seguía contemplativo. Miraba su esquina favorita del jardín. Debían de ser las 21.30 porque se había encendido el riego automático. Los dientes comenzaban a saberme a plástico. El proceso creativo no sabía lo que era. Entendí que todo podía ir siempre a peor así que decidí no arriesgarme.

Cerré los ojos y deposité todas mis esperanzas en la próxima canción. Sonó Grace de Jeff Buckley. Otro atardecer. Más pájaros.

 

17 de junio

 

Ayer me contaron durante el cierre del albergue para personas sin hogar que al guardia de seguridad negro le había dado por tirarse en plancha para intentar atrapar una gaviota. Al parecer, estaba harto, le había intentado picotear la calva en un par de ocasiones.

El día anterior, también el el albergue, me enteré de que uno de los residentes era el abuelo de un jugador actual de la selección española. tenía a sus espaldas una historia de lo más interesante. El viejo había sido narcotraficante. Su hijo era un importante policía. Su nieto, el futbolista, no le había llegado a conocer. La degeneración de un abuelo narco, borracho y putero, que llevaba ya varios años como mendigo, contrastaba con la riqueza de su nieto multimillonario. «Tienes que hacer algo», le dije. «No puedes seguir así con setenta años». «Lo sé», me respondió, «creo que están esperando que de el paso, pero no es fácil». «Algo tengo que hacer», continuó. «O pido ayuda de una vez o…» dudo unos instantes…»tendré que dar un último golpe», concluyó.

A pesar de lo que pudiera parecer, el abuelo no carecía de ética. Me contó que nunca había querido mezclar a su hijo en sus tropelías. Cuando periódicamente le detenía la policía y le decían que iban a llamar a su hijo, el viejo les cortaba en seco: » a mi hijo no le metáis en esto», «yo soy yo y mi hijo es mi hijo». El viejo había cumplido catorce años de cárcel. En una ocasión un policía le aconsejó que dejara de traficar le dijo que se dedicara a robar en casas que salía más a cuenta pues las penas eran menores. No se equivoque, respondió al policía: » yo vendo, no robo».

Chulín parecía ver milagros por todas partes. Seguro que estaban ahí aunque, ni drogado, lograra verlos. Subí el volumen de la música. Los ojos se me abrieron como platos. Con la siesta que me había pegado y la sobredosis de café no pegaría ojo en toda la noche, me dije.

¿Qué diría por fin, cuando ya lo hubiera dicho todo? Caía una fina lluvia de hojas de jazmín. Comencé a silbar. Seguía sin saber si podría hacerlo, otra vez, mañana.

Ya no recordaba lo que era la pequeña muerte. Me concentré en la posterior subida hacia los cielos.

Seguía intentando desterrar todo aquello que fuera falso de mis escritos. No siempre lo lograba.

Era de noche en mi escalera. El sol ya se había puesto. Los últimos tonos rosáceos desaparecían del firmamento. El mar era de color azul oscuro.

 

20 de junio

Patricia me ha vuelto a consultar diversas cuestiones legales vinculadas a su supuesto e inminente suicidio. hemos charlado de nuevo sobre su problema sin solución. Hemos fantaseado con hacer juntos un viaje a Cabo verde.

Sentí una pasajera sensación de euforia mientras escuchaba Instant Crush de Daft Punk y Julian Casablancas. Me he metido de lleno en la lectura del Conde Montecristo. Mi felicidad, una vez más, era pura química.

Ya nadie salía a aplaudir a las 8. El coronavirus seguía matando en otras zonas del mundo. El Estado de Alarma finalizaba mañana. Hoy había echado un buen polvo. Continuaba caminando en círculos, cegado por el sol.

 

24 de junio

Más de sesenta contagiados en el Centro de encuentro y acogida de Málaga de la institución humanitaria para la que trabajo. Las peores pesadillas se hacen realidad.

 

27 de junio

Ya son noventa los contagiados. El tercer test que me hacen también ha salido negativo. El contacto directo que mantuve con un par de positivos un día después me ha obligado a confinarme de nuevo durante dos semanas.

Como decía Bloy: «Era más tarde de lo que creíamos».

Necesitaba hacer algo. No sabía qué. ¿Aburrido? No. Nunca supe lo que era el aburrimiento. El sufrimiento, por el contrario, lo conocía bien.

 

8 de julio

Las discusiones seguían su curso. El coronavirus, también. Habían muerto medio millón de personas en todo el mundo. Yo, llegado a este punto, debía reconocer que había normalizado hasta tal punto las discusiones a muerte con Bitter que, más allá de la ligera pena que me inspiraba a mi mismo y que prefería no racionalizar demasiado, solo veía ventajas en el cambio de casa que, como nunca antes, me permitía aislarme de maravilla en caso de ataque nuclear o pandemia.

A veces deseaba que Bitter se marchara por fin a La Rioja y me dejara solo. Sin embargo, me preguntaba si de verás sería capaz de aguantar dicho calvario a largo plazo. Esta noche sentía que todo había muerto y quería, simplemente, alejarme del cadáver.

 

11 de julio

En la piedra roseta aparecieron los jeroglifos que posteriormente permitieron desvelar algunos de los secretos del antiguo Egipto.

Lo más terrorífico era pensar que los actos carecían de sentido.  Debíamos seguir adelante aunque no lo tuvieran. La noche, en soledad, ayudaba a ocultarse del mundo. El coronavirus facilitaba un aislamiento socialmente aceptable.

Para alguien depresivo la menor tarea podía volverse heroica y hercúlea. No actuar resultaba igualmente fatigoso.

Tras la marcha de Bitter al norte se abrían ante mi dos inciertas semanas en las que, afortunadamente, no me quedaría más remedio que acudir a trabajar. Como un preso que ansía la libertad, me lancé en cuanto se marchó a consumir drogas como si no hubiera un mañana. Me sentía como si me hubieran inyectado un anestésico para caballos. No lograba permanecer más de un par de horas despierto.

Pensé, no obstante, que en algún momento del fin de semana debería acercarme a Archidona a regar.

Era posible que acabara necesitando el placer que me proporcionaba mi incapacidad de sentirlo.

Estuve escuchando el histórico debate sobre Dios entre Copeland y Bertrand Russel. Podía pasarme las horas muertas escuchando mierdas de esas. Lo peor es que apenas comprendía nada de lo que decían.

Tron ladraba a lo lejos. Mis dos perros, Chipi y Chulin, ansiaban correr. Sin embargo, eran incapaces de jugar entre ellos. Una se pasaba las horas contemplandome mientras esperaba paciente a que le lanzara la pelota. El otro se acercaba a los arbustos del jardín con la esperanza de cazar lagartijas.

¡Qué complicado resultaba huir del eterno diálogo con uno mismo!

El once de julio fue un día nublado y plomizo. Comenzó a refrescar con la caída del sol. En una hora vendría a visitarme la lechuza carabo. Algunas carcajadas se fundían con el sonido de las campanas de la iglesia.

Chipi, hastiada, comenzó a cavar un enorme agujero en la esquina del jardín. ¿Podía ser uno feliz por dentro y parecer feliz por fuera? Muy oportuna sonaba de fondo Where is my mind de Los Pixies. Bebí un sorbo de café con licor de avellanas. Chipi comenzó a sonreir en cuanto le presté atención. Mi vecino noruego paseaba por las escaleras vistiendo la camiseta de la selección argentina. Tron seguía ladrando. Mis perros nunca respondían. El enorme perro del vecino estaba en su derecho, él vivía aquí primero.

Podría parecer que estábamos condenados a atravesar desiertos de tristeza para disfrutar, por fin, unos minutos de felicidad. Las nubes se deslizaban imperceptiblemente hacia el este. Málaga, tierra de jazmines y de damas de noche.

Disfruté del café, de la música, del cielo y del aire, algo más fresco, que mecía olivos y palmeras. Los asesinos mosquitos picaban fuerte. Podría congelarme en el instante.

El otro día vi Trainspotting 2. No estuvo tan mal como pensaba.

Me puse a pensar en como algunas de mis mejores amistades habían acabado igual. Tras un par de años de enamoramiento, el interés mutuo iba disminuyendo. Solía ser yo el que daba las primeras señales de desgana. Con el tiempo, mis amigos comenzaban a generar un cierto resentimiento. Se apoderaba de la relación una frialdad de la que, en último extremo, yo era el principal responsable y que resultaba imposible de revertir.

Me prometí intentar aceptar la vida como lo que era y no seguir engañándome pensando en lo que yo quería que fuera. En el futuro, cuando lo hubiera perdido todo, me gustaría coger la mochila una última vez y viajar hacia mi muerte.

Descarté una idea que me parecía falsa. La corriente de conciencia y la prosa espontanea tenían sus limites.

El otro día se reía una amiga mientras afirmaba «lo listo que habrías sido si no hubieras fumado tantos porros». Sí, le respondí, probablemente habría sido yo el que habría inventado Internet. No era esa la realidad. Mi vida no era mejor cuando no fumaba. Tampoco me volvía más listo.

¿Y  si fuera una persona demasiado sensible como para soportar tanta belleza y tanto dolor? No conocía a nadie que no tuviera sus contradicciones.

Una bandada de gaviotas chillaban camino del mar. Dejé de escuchar la música. Me quedé atrapado por unos minutos en el interior de mi mente. Era allí donde había vivido casi toda mi vida.

 

16 de julio

El mundo es hermoso y gélido desde el jardín de mi casa. Suenan de fondo los Credence. Solo me preocupaba escribir aquello que no pensaba. Deseaba, de nuevo, que la noche me ocultara. Llevaba ocho meses sin viajar. Nunca había estado tanto tiempo sin hacerlo desde los dieciocho años. No ha sido, sin embargo, un mal momento para que ocurriera.

Cuando la muerte venga a visitarme que me lleven al sur donde nací.

Pensándolo bien tenía un eterno fin de semana por delante. Podría destruirme y reconstruirme unas cuantas veces.

Era paradójico pensar lo bien que le había venido al planeta toda esta mierda del coronavirus. La naturaleza era sabia.

Los que nos dedicábamos a la extranjería y a la protección internacional no salíamos de nuestro asombro ante las políticas xenófobas y contrarias a los derechos humanos más elementales que había decidido implementar el gobierno supuestamente de izquierdas que gobernaba en España. «Somos unos hipócritas», decían sin tapujos dos jerifaltes de ONGs, «si esto que están haciendo el PSOE y Podemos lo hubieran hecho Vox, estaríamos chillando como locos por las calles». La mafia, como siempre, seguía gobernándonos.

Una inmensidad de tiempo se abría ante el vacío de mi vida. No sabía si debía sentirme infinitamente feliz o infinitamente desgraciado. En cualquier caso, daba igual, lo que sentía nunca lo controlaba mi parte racional.

El cielo se iba tiñendo de blanco.

La Junta acababa de declarar obligatorio  el uso generalizado de la mascarilla en cualquier espacio público. La vida se volvería, si cabe, un poquito  más incomoda.

Aunque estaba seguro de que nadie me vería decidí ponerme mis calzoncillos azules con puntos blancos antes de comenzar a pasear por el jardín.

A veces confundía mis sentimientos con los sentimientos del mundo. En cualquier caso, qué importaban los sentimientos. Decidí repentinamente apagar mi teléfono móvil No pude hacerlo. Aún era demasiado pronto para desconectarme. El mundo y sus sentimientos no me lo permitían.

Ayudarse a uno mismo no tenía mérito. Querer a los tuyos, tampoco. Solo importaba realmente el altruismo. El mérito estaba en ayudar a los desconocidos.

El único avión que a estas alturas seguía volando, cruzó mi pedacito de cielo.

Con el tiempo había concluido que no éramos más que química. Nuestros sentimientos mentirosos no eran más que esclavos de la misma. No debíamos hacerle caso.

Si me juzgaran por mis sentimientos quizá sería yo el Anticristo.

Morir es convertirse en un objeto.

La gente solo se interesa por lo que ocultamos. Todo lo que he pretendido esconder de mi pasado ha acabado por saberse. Es de nuestros secretos más íntimos de lo que gustan hablar nuestros amigos y enemigos. Es al denunciar nuestros secretos cuando acaban por elogiarnos o difamarnos.

Se escuchan grillos y chicharras. En muchas ocasiones, por pura educación, me veía obligado a demostrar curiosidad por el prójimo. por regla general nos comportamos como espejos. devolvemos lo que recibimos. Ninguna relación es capaz de aguantar eso.

Apenas quedaba comida en la nevera. No había hecho la compra en las dos semanas que llevaba Sweet en La Rioja.

La oscuridad me hacía imposible seguir escribiendo así que encendí la luz.

Cada vez hablaba menos en las reuniones familiares a las que me veía forzado a acudir. ¿De qué serviría hablar?

Había alcanzado un estado de cierta sensibilidad. Sonaban las campanas de la iglesia a las diez de la noche. Las chicharras tenían la maravillosa costumbre de quedarse en absoluto silencio cuando menos lo esperabas. Había momentos en los que me sentía libre a pesar de estar trabajando.

¿Eran las pantallas el Anticristo?

Bertrand Russell, poco antes de morir, dejo un mensaje racional y otro emocional a sus semejantes del futuro. El primero instaba a sus congéneres a refugiarse siempre en los hechos. El segundo recomendaba elegir siempre el amor en lugar del odio.

Han comenzado a picarme las hormigas del jardín.

Volviendo al pasado y registrando lo que escribí a finales de julio, me espanta lo ignorante que era yo de la catástrofe que se avecinaba.

 

27 de julio

Tengo ganas de ser derrotado. La derrota me hará libre. Una derrota total, absoluta y sin condiciones. Una derrota que no me mate. Mi mayor virtud y mi mayor defecto. Nunca acepto una derrota.

Una obsesión es un problema que, al no haber sido resuelto en su momento, nos acompaña toda la vida.

Es más soportable el estúpido que el que tiene una inteligencia media. El primero al menos te subleva, te reta.

En este instante no sé si estoy muy feliz o muy triste.

Era el 31 de julio y se había marchado. Le echaba de menos.

 

15 de agosto

Dos semanas de terror. Chulin desapareció. Salió corriendo detrás de unas cabras hacia la cantera de la cañada del lobo. Nunca volvió.

Lo hemos buscado con desesperación. Hemos pasado tres madrugadas en vela tras avisarnos varias personas de que supuestamente lo habían visto. Carteles, campaña en redes sociales, visitas a protectoras y perreras. Se lo ha tragado la tierra. Ha muerto o se lo ha quedado un cazador. Ninguna de las dos opciones me reconforta.

Por momentos he creído perder la cabeza. Después de trabajar como un loco, buscaba un fantasma entre las tinieblas, me enfrentaba a una batalla conyugal infinita y muchas noches, apenas dormía. Han sido dos semanas de un sufrimiento profundo que me ha llevado cerca de mis propios límites.

El placer se ha alejado de mi vida. Estoy anulado emocionalmente. Completamente apático, carente de ilusiones, continuo mi huida permanente hacia mi mismo que soy la nada. Por fin se cerraron todas las puertas. Después de ti, no hay nada.

Pájaros gordos, obesos, se posan en las robustas ramas danzantes del brachichito de la esquina de mi casa.

Solo me comprenden cuando finjo ser aquel otro que siempre han esperado de mí que sea. Ningún sitio al que ir. Aún conservo, sin embargo, una considerable capacidad de autoengañarme.

El sol del medio día invade mi isla del tesoro.

Ojalá creyerá en los psicólogos. Ojalá pudiera confiar y dejar de ser yo mismo. No me gusto. No deseo ser quien soy.

Medio cigarro me desgarra por dentro El placer siempre fue una ilusión. El dolor ha sido mi realidad.

No puedo concentrarme si quiera lo imprescindible para refugiarme en un libro, en una historia. Tampoco queda sombra en la que refugiarse del fuego. Mi deseo de cambio, mi necesidad de cambio, me lleva hacia el camino de la pureza. Soy Santa Teresa. Soy San Juan de la Cruz.

Por la noche, la soledad desespera. Luego el día te golpea inmisericorde. No existe la piedad.

La silla de plástico en la que me apoyo comienza a arder. Chipi me trae la pelota. En el bol de agua en el que beben los perros, ahora lleno de hojas, sigue escrito el nombre de Chulín.

Enciendo el mechero y me quemo a conciencia el bigote. El cigarro cae al suelo. El fuego me abrasa el interior de la nariz. El dolor es tan intenso que resulta imposible gritar.

Desde finales de julio varios amigos han venido a visitarnos. Supongo que no he podido evitar que me vieran triste y abatido.

Un vecino con mascarilla pasea del revés un carro de la compra vacío. No me importaría desaparecer. Regalo mis días al que sepa aprovecharlos. Siento un miedo constate, una inseguridad constante, una culpabilidad constante. Pero no tengo el derecho de rendirme.

 

23 de agosto

Tras derribar todos los puentes me di cuenta de que no podría vivir sin ella. por un segundo desee que no viniera a buscarme a Archidona.

Como decía Miller, todo mi arte, es un esfuerzo patético y heroico para negar mi derrota humana.

Llevaba más de 30 horas sin fumar.

¿Era yo un artista?

Ayer me marché de casa. Una convicción profunda, puramente racional, me había llevado a tomar tal determinación. Las vísceras, como siempre, me empujaban en el sentido opuesto. Fue doloroso pasar por casa de mi madre. No solo por confrontarme nuevamente a la realidad de que Chulin se me había escapado, sino por exponerme a nuestra decrepitud y soledad compartida. Fui a casa de mi madre pues debía llevarles un escrito que les había preparado a raíz de una discrepancia en las lindes con la finca colindante. Gajes del oficio.

Cuando abandoné, como siempre agitado, el hogar de mis verguenzas, noté que el coche se había calentado en exceso. Apenas tenía fuerza para subir las cuestas. Por mucho que intenté subir, y a pesar de que vino mi padre al rescate con líquido refrigerante, finalmente no quedó otra alternativa que llamar a la grua cuando estaba llegando a la cuesta de las pedrizas, a medio camino entre Málaga y Archidona.

Para colmo, la guardia civil me multó por no llevar en el coche un puto chaleco reflectante. Me sentía como lo que era, un ser humano en proceso de descomposición.

Por alguna razón, Sweet, había concluido que no la valoraba. Cierto era que muchas de las cualidades que más estimaba en ella se habían evaporado. Con el paso de los años los dos habíamos experimentado un sufrimiento para el cual no estábamos preparados y que, probablemente, había exterminado la mejor parte de nosotros.

¿Por qué debía haber un sentido?

Por un instante pensé en aquellos que leéis estos relatos. Tampoco quería parecer alguien a punto de saltar por el balcón. Las ideas que germinaban en mí era únicas y debían ser vividas.

 

27 de agosto

Cada cual tiene que hacer lo que tiene que hacer. Nadie sabe lo suficiente como para decirle a otro lo que debe hacer.

Pasé unos días en Turre (Almería), Chipi buscaba un palo que nunca encontraría pues había caído al fondo de una alberca. Mi perro, Chulin, tampoco aparecería. Quedaban apenas unos días para que muriera el mes de agosto. Los gorriones mojaban sus panzas por centenares en las limpias aguas del desierto. Estaba leyendo cinco libros simultaneamente. Cinco libros enormes que me parecía que no iba a acabar nunca. El calor en Turre era seco. En Turre no se desconectaba, se reconectaba. Llevaba seis días sin fumar. Me perdí por la Alpujarra y Sierra Cabrera.

Tras caer al fondo del pozo, parecía capaz de emerger a la superficie. Necesitaba volverme a sentir vivo. Dejarme llevar por las sensaciones. Un superviviente no lucha más que por su vida. Eran momentos cualquiera los que yo buscaba plasmar sobre el papel.

 

8 de septiembre

Este relato no terminaría nunca ahora que había dejado de viajar. Dos semanas y media sin fumar. Suena dominoes de Syd Barret. El día está nuboso y gris. Vengo de hacer varias etapas de senderismo por la serranía de Ronda. En breve regresaré para completar la GR141.

Ahora que el coronavirus complica los viajes al extranjero tal vez sea el mejor momento para viajar. Sin embargo me encuentro menos motivado que antaño para viajar lejos. Los viajes que me apetecían los tenía a la vuelta de la esquina. En octubre tenía pensado hacerme doscientos kilómetros de senderos desde el Puerto de la Ragua en la Alpujarra Almeriense hasta el Cabo de Gata. Cruzaría el desierto de Tabernas y la sierra del Alhamillo. De la nieve a la arena llamaban a esta ruta. También le decían los cursis la ruta del cielo al mar.

Acababa de terminar de leer Los escaladores de la libertad.

Sin duda había aún muchas cosas por hacer. ¿Quién compartía, sin embargo, mis sueños? Para Sweet había llegado el momento de que tuviéramos familia. Yo, que no sabía bien que pensar, tenía claro que ese modelo de vida radicalmente tradicional en el que pretendían embarcarme, no iba conmigo.

 

9 de septiembre

Toda verdad acaba por ser revelada. Aunque sea, esencialmente falsa.

Me bastaba con sobrevivir. Con salir del paso. Resistir era más que suficiente en este momento de mi vida. No podía pedir que me comprendieran, que me aceptaran. Si no se aceptaba a un ciego, a un cojo, a un tartamudo, no era realista pretender que aceptaran a alguien como yo.

Si al menos supiera tocar la guitarra…si al menos supiera volcar mi efervescencia sobre el papel.

Una persona que habla y cuatro o cinco que escuchan.

¿Era posible sentir la emoción de la ausencia?

Todo, todo, todo.

A veces lograba reflexionar. No pretendía engañar a nadie. Quería ser la persona más honesta de todas. La más amorosa. Aspiraba a mi verdad, aunque doliera. Era difícil luchar contra la normalidad del mundo desde la mediocridad de uno mismo. No recordaba quién era. Ni drogado ni sobrio conseguía ser yo. O tal vez ahora, tras varias semanas de abstinencia, fuera por fin el yo del que había estando huyendo.

Dejar de fumar como siempre había sido fácil y terrorífico. Desde hace años me sometía a parones de quince o veinte días con los que pretendía limpiar cuerpo y mente.

Jamal me había propuesto ir a Ruanda.

Mañana recibiré estrellas del Annapurna de Simone Moro y Mi mundo vertical de Kukutska.

Yendo al grano, pareciera que lo único importante era que Sweet se quedara embarazada.

El tic de mi mandíbula se volvía cada vez más invasivo.

Desde que no fumaba no tenía que preocuparme por mis horas de sueño. Durmiera lo que durmiera me levantaba fresco como una rosa. Hasta ese punto afectan mi sueño y el descanso las drogas después de veinte años consumiendo. Como con tres o cuatro horas me sobraba, me despertaba en mitad de la madrugada y disfrutaba de un par de horas de soledad.

Mi casa es muy bonita. Algo fallaba. No sabía qué. Tal vez fuera la vida.

Cuando decidías no apartarte de los lugares comunes no podías sorprenderte si te acababas encontrando rodeado de gente que no te llenaba. Ellos acababan representando la parte de ti mismo que menos te gustaba. No tenían culpa de nada pero.. ¿De quién era la culpa entonces?

No podía decir que disfrutara de la mayor parte de mis días. Tampoco es que sufriera constantemente. Era, de hecho, muy afortunado por no sufrir demasiado. Mis mejores momentos sucedían casi siempre en soledad. Quizá fuera algo preocupante o simplemente fuera algo natural. A pesar de lo que el mundo dijera. Me sentía en una encrucijada. Arrinconado.

Bitter y yo vivíamos en dos mundo antagónicos. En su mundo yo era un vago, un inútil que no hacía nada con su vida. En el mío yo era un ser explotado en un mundo capitalista que apenas tenía tiempo para mí y para las cosas que de verdad importaban. Me sentía también oprimido por ella. No quería seguir así pero me gustaba aún menos la alternativa. Aunque no lo deseaba, a veces pensaba que una muerte rápida e indolora podría ser una salida decorosa al rompecabezas de mi existencia. Sobre mí, sobrevolaba esa estúpida creencia de que hiciera lo que hiciera, nada podía cambiar. Todo seguiría siempre inalterable. Hasta que yo no estuviera.

Por mucho que intentaba mirar hacia fuera siempre acababa volviendo la mirada hacia dentro. Tras tres semanas de dolorosa abstinencia decidí encenderme un petardo. Ya era hora.

 

20 de septiembre

El acto de escribir recuperaba toda su pureza. Volvía a escribir solo para mí mismo. Hace un par de horas había sido capaz de tocar el cielo con los dedos. No necesitaba demasiado para lograrlo. Supongo que soy un optimista por obligación. El azul del cielo comenzó a confundirse con el del mar.

2020 sería el primer año desde los lejanos noventa en que no viajaría al extranjero.
Quería agarrarme a este nuevo equilibrio personal que parecía haber alcanzado. Dicha felicidad encontrada tenía unos pilares aún no demasiado sólidos. Físicamente me encontraba mejor. Apenas fumaba. El ejercicio regular y una vida algo más ordenada habían estabilizado la caótica química siempre descontrolada en mi organismo. ¿Acaso éramos solo química? Más equilibrio nervioso, más apetito y más ganas de follar.
Una especie invasora de pájaros verdes y hermosos había colonizado los cielos de Málaga. Degusté un sorbito de pajarete. Se me pasó por la cabeza cambiar el nombre del blog, de esa manera volvería a ser completamente anónimo. No es que lo conocieran más de cuatro o cinco personas pero…
Pronto comenzaría otro libro de Messner llamado grito de piedra sobre el enigma de Cerro Torre. Comenzaba a hacer su aparición el viento que anuncia la muerte del día.
El coronavirus había retornado amenazante. La segunda ola estaba en camino. Más que el asunto sanitario daba terror la dinámica en la que nos habían metido como sociedad. Hacía tiempo que nos encontrábamos en una distopía.
Del nueve al veintiuno de octubre, si la pandemia no lo impedía, emprendería el gran recorrido 140 que une la Alpujarra almeriense con el Cabo de Gata. Un sendero de 170 km que me ilusionaba tremendamente.
No sabía cuándo, pero en algún momento me lanzaría a la lectura de en busca del tiempo perdido.
Hoy he sido muy feliz.

 

21 de septiembre

Nos pasamos el día componiendo un puzzle. Cuando llega la noche debe estar terminado. Salí al balcón a contemplar las estrellas.

 

28 de septiembre

Supongo que cuanto menos escribo es porque me siento mejor o simplemente no escribo sí me siento bien.

Se acerca mi viaje de la nieve a la arena. Tengo ganas de aventura.

El sábado pasado cuando cayó la noche me sentí de maravilla. Alcance enajenado una paz mental que, apuesto, no muchos cuarentones son capaces de alcanzar.

Si no fuera por la dichosa mascarilla casi podría olvidar los tenebrosos días que dicen amenazan en el horizonte a toda la raza humana. Los libros para mí siempre fueron un refugio, un lugar en el que esconderme. ¿Puede uno vivir contra todos, contra todo?

14 de noviembre 2020

Escucho flamenco desde la buhardilla. El puto coronavirus ha vuelto a atacar. El mundo ha olvidado que también se puede morir de asco. Biden ha sido elegido presidente de Estados Unidos. La esperanza de la izquierda española es un octogenario que en lo ideológico se sitúa algo a la derecha de Santiago Abascal. En diciembre volveré a tener algunos días libres pero el confinamiento domiciliario parece estar planificado y puede concretarse de manera inminente.

Al parecer también soy capaz de escribir cuando me siento bien.

Debo volver a ayudar en la preparación del arroz o bitter ahora también sweet de vez en cuando, comenzará a vociferarme. Tengo la impresión de que el personaje de Eduard Limónov ha llegado a mi vida para quedarse. Mi zapoi de diciembre amenaza convertirse en una carrera de obstáculos ahora que viajar es ilegal. Tal vez este año de barbecho fuera todo lo que necesitaba para recuperar el ansia de libertad que me ha empujado durante toda mi vida.

Siempre he tenido la fundada sospecha de que el mundo me abandonaría un segundo antes de que lo dejara yo. La percepción de una hostilidad general hacia mi persona se apoderó hace tiempo de lo más recóndito de mi subconsciente.

¿No sería simplemente que esos bichitos verdes que me susurraron un día ¡ánimo! no eran más que el delirio de una mente controlada por la ayahuasca? Por alguna razón, decidí creer en esos entes igual que di valor al consejo de volcar mis esfuerzos en sweet, tras una intensa sesión de setas alucinógenas hawaianas. Tal vez solo vea lo que quiero ver. Tal vez no.

La delgada línea que fundía el cielo y el mar había desaparecido.

Más allá de lo racional seguía convencido de que llegaría a ser un gran escritor. Como le ocurrió a Bukowski, mi éxito sería tardío y estéril.
Chipi estaba cada vez más aburrida me seguía a todas partes. Me senté sin darme cuenta en una agrietada y humedecida silla de plástico. Una vez mojado el culo decidí que ya no tenía sentido moverlo. En menos de una hora la obscuridad me atraparía.

Siempre me las arreglaba para hacer mis peores pesadillas psicológicas realidad. ¿ Serían las vidas de los demás tan patéticas como la mía? ¿serían ellos capaces de alcanzar las cimas de placer estéril y culpable que yo alcanzaba?

 

21 de noviembre

Ayer me sentí feliz gran parte del día por unas horas. Olvidé los quebraderos de cabeza absurdos que me asaltan cada vez más en mi trabajo. Cualquier error puede costarte la vida.
Disfrutó del sol cálido de finales de noviembre en la Costa del Sol escuchando al cantautor francés de origen argelino Ridan. Tengo ganas de terminar este relato de mierda. Significará que ha finalizado el calvario de la pandemia. La canción l’agriculteur me transporta a los tiempos de mi viejo Corsa en Niza. Esa vieja cinta que alguien dejó por error en mi coche y que escuchaba siempre que conducía mi tartaja.

Y yo me pregunto… ¿La soledad es necesariamente mala?

La definición de droga que más me gusta es la que tiene su origen en la antigua Grecia, veneno que cura. Las drogas, en mi caso, son la representación más extrema que conozco del concepto taoísta del yin y el Yan.

La maldad estaba al menos tan presente en el ser humano como la bondad. No dependía de razas, de religiones, ni de clases sociales De hecho los pobres, al contrario de lo que se suele afirmar, pueden ser en ocasiones mucho más malvados que los ricos. Es fácil ser malvado cuando la vida no te da ni un mínimo de lo que le pides.

A mis 42 años empiezo a sentir que mi trabajo con los refugiados y esta etapa profesional después de 12 años en la lucha está tocando a su fin. Sin embargo, me dejo llevar. Estoy en una inercia imparable. No tengo valor para bajarme del tren. Mi lado racional, mezquino y pragmático me lo impide. Soy más bien de los que no toman grandes decisiones salvo que no les quede otro remedio.
Así que continúo con mi sangrante rutina cada día, desactivó algunas bombas y un día volaré en pedazos.

Ayer follamos como leones. Me alegra poder seguir disfrutando de sensaciones tan intensas. En el fondo soy consciente de tener lo que todo el mundo ansía, un amor de verdad. Hoy en día los buscadores del amor lo tienen complicado, la población ha sido inmunizada contra él. La banalización de las relaciones opera como vacuna.
Promete que la próxima semana estaré de un humor excelente. Los desequilibrios anímicos que las drogas generan en mi vida los intentó compensar siendo razonable, al fin y al cabo, quiero creer que somos algo más que química.

Estaba desatendiendo mi cuerpo. El puto virus no me lo ponía fácil para mantenerme activo. No era de esos que se ponían a hacer ejercicio en el salón de casa, ya no. Cuando me senté en la taza del váter me tiré un sonoro pedo. Sweet me pidió educadamente, con sorna, que por favor cerrara la puerta. Disculpa, le dije, no es lo que parece.

Acabo de finalizar la lectura de Limónov de Enmanuel Carrere. Tenía que ponerle buena nota, no solo me había entretenido e interesado sino que, como todo buen libro que se precie, me había abierto nuevas ventanas por las que continuar mi exploración. A veces pienso que estoy empezando a ser capaz de disfrutar de mi dolor. Tal vez ese sea uno de los secretos de la felicidad, una vez aceptada la premisa de que es imposible vivir una vida sin sufrimiento.

 

24 de noviembre de 2020

Me sentía físicamente bien. No tenía necesidad de hacer nada, solo disfrutar de algunos minutos o tal vez horas de bienestar. Me había acostumbrado a vivir en un mundo a punto de eclosionar.

Leía montaigne de Stefan Zweig. Las limitaciones a la movilidad continuaban. Solo podías cambiar de municipio si salías a trabajar. A las 22:00 h de la noche había toque de queda. A las 18:00 h de la tarde se prohibía cualquier actividad no esencial.

Mi vecina la loca viene de nuevo a pedirme un cigarrillo de liar. La tarde transcurre apacible. Mucho sexo esta semana. Ni a montaigne ni a mí nos gusta tener que decidir. Somos enemigos acérrimos de cualquier responsabilidad. Como sabios en una época de fanatismo buscamos siempre la huida. Una retirada a tiempo.

Todo público es un espejo y todo hombre presenta otro rostro cuando se siente observado.

Decido masturbarme.

Bitter en un ataque de ira inexplicable sube a la buhardilla coge una caja de tornillos y me la lanza, me golpea fuertemente el pie que comienza a hincharse rápidamente, la bipolaridad que hace tiempo sospecho es responsable de sus actos, se ha manifestado una vez más. No puedo negar el problema, en mi fuero interno sé que necesita terapia.

 

28 de noviembre de 2020

En busca del tiempo perdido. La noche era hermosa. Me sentía vivo. Hace apenas dos días una ansiedad y nerviosismo irracionales me habían impedido dormir. Hoy sentía una enorme paz interior, todo era armonioso, mi cuerpo estaba listo para dar y recibir placer.

Chipi estaba más suave que nunca. Veía belleza allí donde miraba, era como si mis sentidos aletargados durante una semana de trabajo estresante se hubieran despertado de golpe. Empezaba a envolverme el primer frío del invierno. La noche era azul. La luna llena el silencio absoluto. Algunas nubes moteaban un cielo infinito. El mar resplandecía de contento por la muerte de los barcos.
Los primeros adornos de Navidad se escondían tras la ventana abierta de mi vecino noruego. Un paseante misterioso con mascarilla caminaba junto a su diminuto perro. Un suave reflejo me recordó los dolores de este mundo. Sweet golpeaba las piezas del móvil metálico que decoraba el salón. Empezaba a oler mal. Con el paso de los años mis pedos olían cada vez peor.

De repente, descubrí entre las sombras, bajo la ventana de los adornos navideños, a mi extraño vecino noruego que, con su sempiterna bata roja, se disponía a fumar un cigarrillo en su balcón. Se había dado cuenta de que hoy hasta yo había alcanzado el éxtasis. ¿Durante cuánto tiempo podría seguir disfrutando del instante?
Piñas verdes al calor de las velas.

Sebastián, el gordinflón más genial y auténtico de mi centro de inmigrantes y de toda la Cruz Roja, me saludó con el puño. Poco después me avisó de que había varios positivos en humanitaria. Huí de allí en cuanto me lo dijo. Me la sudaba contagiarme pero no quería que por un instante con leprosos me mandarán un par de semanas a casa. Al día siguiente Sebastián dio positivo.
Me entraron ganas de vomitar. Chip, tras pasearse al lado del radiador, se metió bajo la manta a mis pies. Elena seguía golpeando cada vez más fuerte las chapas de su móvil. Me tumbé en la cama en la buhardilla. Por fin leería El Quijote.

No podía parar de reír. Reía yo solo recordando pequeñas estupideces que a veces ni siquiera eran recuerdos reales. La música reverberaba por toda la casa junto a los golpes del martillo de sweet. El sonido de ese martillo que en otro momento me habría fastidiado, me resultaba casi familiar. Pensándolo bien… ¿Acaso era mi vida perfecta y no me había dado cuenta? La buena música, no cabía duda, ayudaba a volar a mis pensamientos.

Los amados de los dioses mueren jóvenes.

¡Muy bien, ternero! ¡Sé lechón! Le dije a Sweet a modo de despedida.

¡Qué horror! ¡Que puta amargura! Volvió refunfuñando Sweet del Carrefour. ¡No se puede comprar un tornillo a las ocho de la tarde! ¡Puto estado policial! Comenzó a continuación a golpear de nuevo con el martillo. ¡Puta mierda! Seguía rumiando. En breve me regañaría por no haber puesto a hervir la remolacha como le había prometido.

 

Ocho de diciembre de 2020

Hoy es el cumpleaños de mi hermana, la hermana de la que nunca he hablado. El coronavirus me había llevado a enterrarme en una rutina sin futuro ni horizonte. Tampoco podía culparle de todos mis males.

 

21 de diciembre

El resto del mes transcurrió felizmente atrapado en el ajetreo social tras el respiro que nos había dado la pandemia.

Al principio me alegré de que ganara Gaudio pero luego comprendí que había sido una enorme injusticia que perdiera Coria.

Por el camino de swann seguía en busca del tiempo perdido.

Ser único no te hacía especial.

Tuvo el valor de pedirme que escribiera el sueño y para qué, pensé yo. Quizás si no hubiera cometido el pecado original… le molestaba que la hubiera descubierto. Una impostora, eso es lo que era.

Los datos de la pandemia empeoraban. La vida resultaba insoportable y hermosa como siempre.

Los agujeros negros acechan en nuestro universo. Son oscuros centros de gravedad que lo engullen todo. Un mundo tenebroso con un espacio tiempo deformado. Un punto de no retorno.

 

22 de diciembre

Me sentí vacío durante un par de horas. Se me había acabado la marihuana. El 25 de diciembre recogería en casa de mi padre la nueva cosecha. Chip intentaba sin suerte meterse bajo la manta. Serían mis primeras navidades sin chulín.

 

6 de enero de 2021

¡Qué largo es el invierno! Bitter seguía murmurando y maldiciendo. Yo sigo escribiendo una historia inventada. El cielo es gris, la lluvia fina.

Supongo que yo también intenté cambiarla. Preferí creer que podríamos confluir en algún punto. Ya no lo creía. Solo me faltaba aceptar lo que nunca sería capaz de aceptar. Porque soy un cobarde. Y porque no es fácil. Una vida ordinaria, al fin y al cabo.

El calentador no lograba volver cálido el ambiente en la Buhardilla. Bitter seguía murmurando, maldiciendo y chipi dormía. A veces arañaba el colchón con sus patitas. Recuerdo que esa mañana me había atacado en uno de sus cada vez más habituales ataques de ira el tiempo para mí había dejado de tener importancia ese sería mi regalo de Reyes.

Había pasado como cada año una semana en La Rioja. La familia de sweet era idílica. Se querían de veras. Eran terroríficamente normales. A pesar de hacer todos los esfuerzos me acababa sintiendo siempre como un pez fuera del agua.

Continúe leyendo el adversario de Emmanuel Carrere. Los murmullos de Bitter después de un par de horas parecían haber cesado. Seguía preparando algo en la cocina. Supongo que en el fondo los dos murmurábamos y maldecíamos, solo que yo lo hacía por escrito.

Con los años había descubierto lo que para mí era una tarde perfecta. Escuchar algo de música, fumar un cigarrillo, escribir unas líneas, leer un poco. Entonces, si el vacío era demasiado grande, fumaba un petardo. Si la tarde era redonda iba a pasear a la playa. El mayor lujo era no tener que hablar con nadie. De fondo se escuchaba una cortadora de césped. Y los Blur. El cielo, rosado. Los pájaros maldecían por la muerte del día.

 

28 de enero de 2021

Pico de la tercera ola. Mi jefe, el gordo cabrón, se encuentra en coma inducido. David es uno de mis mejores amigos. Ayer lloré cuando me informaron. No lloraba desde el año 2013. La mutación del virus lo ha vuelto mucho más contagioso, tal vez incluso más letal. Familias enteras se contagian. Hemos cerrado la central de la Cruz Roja. Las vacunas siguen sin llegar a la población. A este ritmo de vacunación, decía el presidente de la Junta que para el verano estaría vacunada solo el 15% de la población.

He puesto una canasta en mi patio. Veo NBA a altas horas de la madrugada. Estoy fatal.

Una familia rusa viene a saludar a Tron. Le hablan ruso y el perro ladra sin parar. Anochece a las 19:00 h de la tarde, buenas noticias. Igual cuando pase la pandemia no vuelvo a viajar como antes, tal vez me estoy haciendo viejo. Después de días de mucho frío disfrutábamos de unos días primaverales que se agradecían.

2021 había comenzado con el asalto al Capitolio de los Estados Unidos, la nueva cepa británica, un temporal de nieve llamado filomena y una ola de terremotos por todo el sur de España.

Definitivamente el mundo no era un lugar seguro, aún así, la mayoría de seres humanos, nos empeñábamos en vivir como si fuéramos eternos.

Decía Hunter S Thomson que había perdido la sensación de que era una cuestión de vida o muerte quien fuera elegido para esto o aquello. Yo estuve pensando largo rato sobre huevos, patatas y salchichas.

Meditar es volver siempre al momento presente. Me llama por teléfono un refugiado guineano que se quedó ciego mientras viajaba a España por una enfermedad degenerativa. Decidió viajar a Europa antes de quedarse completamente ciego.

 

6 de febrero de 2021

A Chipi le aburría que leyera o escribiera, salvo cuando salía al patio. Entonces dejaba su dichosa pelotita al borde de mi silla y me veía obligado a lanzársela una y otra vez.
Res ipsa loquitur.

Últimamente hay una señora mayor que viene casi cada día adorar a Tron el enorme perro tontorrón que vive en la mansión de al lado de mi casa. Puede pasarse quince minutos diciéndole cuánto le quiere y lo bonito que es. Una conversación íntima y sincera entre ella y el perro.

El problema de escribir en el exterior en febrero es que aún hacía algo de frío y en Torremolinos solía haber viento. Todos sabemos que el peor miedo es el miedo que tenemos a no superar nuestros miedos. En mi caso ese miedo ha dado paso a la resignación, a la conciencia de mi imposibilidad de superarlos.

Ahora veo NBA a todas horas. Hacía 20 años que no veía un partido. Ha resurgido en mí la pasión por los Knicks y su novato Inmanuel Quickly. En mi canasta del patio las enchufo que da gusto.

La pandemia ha eliminado cualquier complejo de culpabilidad por la inacción. Me siento por fin como los demás, un simple parásito. La lucha infinita no es tal, porque mueres y la muerte no existe.

 

Once de febrero de 2021

Esta pandemia me está dando mucho material explosivo. Una vez muerto el virus empezaré a capitalizarlo. Cuando hablo con chipi engolo la voz y me muerdo la lengua. Tengo un catálogo de unas cincuenta frases que solo uso con mi perra. Cuando mueve el rabo a toda velocidad es difícil negarle algo.

 

Uno de marzo de 2021

Deseé un día más de libertad. Trabajar sería siempre una carga insoportable. Estaba llegando a un punto en el que había sido capaz de trascender el fracaso, comenzaba a disfrutar sin fisuras de lo anodino. Mi mediocridad no resultaba inasumible. No ser más que uno mismo en un mundo que se esfuerza día y noche por hacer que seamos de otro modo significa librar la batalla más difícil que conocen los seres humanos y que nunca dejan de librar.

Aprovechando el día de Andalucía me he escapado al campo y he recorrido otras tres etapas de la gran senda de Málaga que en breve completaré. El sábado camine desde Pulgarín alto hasta Periana. Los imponentes picos pedregosos secuestran unos Olivares ya estériles a finales de febrero y ocultan unos melocotones que solo existen en la mitología de los malagueños. Desde Alfarnate me dirigí al día siguiente hacia Alfarnatejo en lo que pareciera iba a ser una plácida evasión de mí mismo. No pudo ser. Sobre la una me llamó mi compañero Rafa avisándome de un ataque con arma blanca por parte de uno de los usuarios de nuestros centros de refugiados. Como si todo estuviera perfectamente orquestado, poco tiempo después me llamó Georgina para informarme de que se había caído el techo de la cocina en otro de los centros y que iban a declarar todo el edificio en ruinas. Tal vez tendría que haber apagado el puto móvil.

En ese instante eran las cuatro de la tarde. Cuando llegué a Alfarnatejo, tras seguir el curso de un riachuelo de cuyo nombre no quiero acordarme, me llamó el vecino de la casa 17 para informarme de que un maleante andaba rondando mi recién adquirida propiedad la descripción encajaba como un guante con el chaval qué Sweet había observado acechante pocos días antes en la esquina de la casa. Sweet entró inmediatamente en modo maníaco y se transformó en Bitter. El chaval gitano de la BMX se había largado al ser acosado por mi adorable vecino. la semilla de la paranoia había germinado en nuestras cabezas. Acortamos el final de la ruta para llegar cuanto antes a Pulgarín alto y cruzar de vuelta en coche la provincia de Málaga y volver a casa.

Sin embargo, en lo que no podía ser más que una conspiración cósmica, el Mercedes 180 que habíamos heredado recientemente de un tío de Elena, decidió que no quería arrancar. Al parecer, según decía Bitter, esto de que no arrancará de primeras era algo que le sucedía a menudo pero siempre, repitía, siempre, acababa arrancando. Por esa razón le dimos mil oportunidades durante las siguientes dos horas. Finalmente perdimos toda esperanza y acabamos llamando a la grúa.

Una densa niebla londinense se había apropiado del valle. Conduje a ciegas durante cuarenta minutos y media hora más tarde, ya casi en la media noche, llegamos a casa, propinamos una tremenda paliza al gitano que se había escondido en la caseta que tenemos en el patio y nos fumamos por fin el porro de la victoria.

El domingo veintiocho de febrero volvimos al lugar del crimen e hicimos una ruta circular de trece kms alrededor de Alfarnate. Todo lo que podía ocurrir nos había sucedido el día anterior así que ese día no ocurrió nada. Fue un día ordinario, relajante y perfecto.

Creo que va siendo hora de que deje de escribir y entre en casa.

 

Siete de marzo de 2021

Por lo menos ha salido el sol. Demasiados días grises. Son más de las tres pero aún no tengo hambre. Estoy demasiado apático para comer. El sol no es lo bastante fuerte como para alimentarme. Sigo leyendo una recopilación de cartas de Hunter S Thompson titulada el escritor Gonzo. Hace algo de viento en Torremolinos. Me he hartado de llevar cresta. Cuento los días para volver a la peluquería. Intentaré estar en silencio durante todo el día, puede que me haga bien o puede que no. Le tiró con sutileza la pelota a chipi, no quiero que me pise el césped nuevo que he plantado.
El mundo sigue amenazándome con que nada ocurrirá. Necesito un agujero donde ocultarme. Cuanto más bonita y ordenada está mi casa más fea y caótica se vuelve mi existencia. Hasta ahora la primavera siempre me había apaciguado al menos temporalmente. Cada vez llevo peor el invierno y eso que Málaga no existe el invierno.

Me había convertido en otro siervo del capitalismo. Ignoraba si era algo malo o simplemente algo inevitable. Me había metido en un callejón sin salida; un trabajo estable aunque mal pagado, una hipoteca, una relación sin futuro y una descendencia en camino costara lo que costara. A los 43 años había cuestiones que uno ya no podía demorar más. Tampoco era fácil hacer borrón y cuenta nueva, especialmente, para un cobarde. Al menos tenía mis libros, la rutina del trabajo y una bonita casa. También tenía a chipi.

Ahora que se había popularizado las videollamadas no podías estar nunca a salvo. Se había acabado la privacidad, al menos para mí. No era raro que de la nada apareciera Sweet con la cámara pidiéndome que saludara al sobrinito. Agradablemente normales, me empezaba a resultar imposible mantenerme al margen de las repugnantes dinámicas familiares de los García. Aunque odiaba a extremistas de izquierda y de derecha, con el tiempo, la diana de mi ira se había situado en el ciudadano medio, aquel que se empeñaba en cumplir cada uno de los clichés. Esa normalidad, esa corrección política, esa falta de autocrítica, el sistemático gregarismo me perturbaba sobre manera.

La mera presencia de Bitter comenzaba a irritarme. Tenía la sensación de que era algo recíproco. Era necesario que dejara de vivir la gran mentira que solo degeneraba cada día que pasaba. No me parecía saludable seguir cultivando un odio contra todos y contra todo, por muy justificado que pareciera estar.

 

25 de abril 2021

Hacía semanas que no escribía. Me sentía confortablemente atontado. Había perdido cualquier interés en la escritura. Tal vez con el tiempo cambiara o tal vez no.

 

Ocho de mayo de 2021

¿La felicidad debía ser compartida? El placer, cuando se compartía una pasión, se intensificaba. Las grandes amistades, las grandes relaciones, se nutrían de ciertas afinidades compartidas. Nada era para siempre, claro. Ni siquiera las grandes pasiones.

¿Qué hacía que perdiéramos el interés por algo que antes nos apasionaba? ¿En qué momento comenzaba el fin de una relación, de una amistad apasionada? ¿Era la madurez una perdida constante de cosas o personas que nos apasionaron un día? ¿Morías por fin cuando ya nada ni nadie te importaba?

Ayer me dio por pensar en aquellas cosas que un día me apasionaron y que deje de hacer. Pensé que tal vez fuera buena idea hacer una lista:

1.-jugar al futbol.
2.- Ir a pizzerías.
3.-Jugar a las canicas.
4.-Jugar a las chapas.
5.-Ir a parques de atracciones.
6.-Quedar con otras personas en reuniones sociales.
7.- Ver películas.
8.-Ir a conciertos.
9.- Viajar a ciudades.
10.-Ver películas porno.
11.-Ver la televisión.
12.-Visiatar a amigos en sus casas.
13.-Emborracharme.
14.-Ir a hostales.
15.- Ir a bares.
16.- Ir al cine.
17.- Escribir este diario.

FIN

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