MACEDONIA. RELATO COMPLETO Viaje mochilero Macedonia. Por libre. En solitario
Relato de viaje por Macedonia. Por libre. En solitario. Una aventura por los Balcanes
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EL VIAJE DE POLANSKI: MACEDONIA. RELATO COMPLETO

VIAJE MOCHILERO MACEDONIA

Aquí yazco, en Skopje, junto al cadáver de mi juventud. Un fuego del estómago corre hacia mi garganta. Inminentes y trágicos hechos se aproximan aunque en el momento en que escribo estas líneas no soy consciente de que pronto llegará el fin del mundo. Supongo que en la vida no se puede tener todo.

En la estación de autobuses de Skopje permanezco junto a Polanski, protagonista indiscutible de este relato. Botella de raki en mano esperamos que llegue el bus que nos llevará hasta el río Matka y su cañón, a pocos kilómetros de la capital.

El viaje a Macedonia comenzó en Bolonia. En el avión conocimos a Bea una encantadora almeriense de veintitrés años; a Michel, un treintañero italiano de esos que odian Italia y a dos excéntricos amigos de la primera, Fer y Julián; Julián era un monitor de gimnasio con pinta de Friki informático y Fer un guaperas ligeramente tartamudo y tímido a más no poder. La noche en Bolonia fue movidita. Lo de Polanski y Bea fue atracción a primera vista. En escena apareció también el conocido por todos como “el murciano borracho”, astrofísico de profesión y personaje de cómic de vocación.

Yo, por mi parte, viendo que se avecinaba una noche de culebrón y asumiendo que el ambiente erasmus me pillaba un poco lejos, me dediqué a exprimir los conocimientos en astrofísica del murciano borracho, el único cerebro potable que tenía a mano. Así pues, comencé a bombardearle sin tregua con las más bizarras preguntas que se me fueron ocurriendo sobre agujeros negros, vida en otros planetas y saltos en el espacio tiempo mientras intentaba emborracharme. Un salto al futuro, pensaba, no me vendría mal en esta coyuntura.

No me enrollaré mucho relatando lo que ocurrió aquella primera noche en Bolonia aunque doy fe de que podría sacar un guión para una telenovela de las malas malísimas. Simplificando, caiga quien caiga, diré que se formó un triángulo amoroso de lo más tóxico entre Polanski, Bea y Fer. En esa telenovela Bea sería la heroína ligerita de cascos, Polanski el don Juan rompechochos y Fer el iluso romántico despechado. Julián, por darle un personaje, sería el tertuliano pajillero de Sálvame.

Yo, algo fuera de lugar en ese ambiente de veinteañeros, fui testigo de excepción de toda la trama que pasó por momentos tan surrealistas como aquel en el que Polanski y Fer se lanzaron a una frenética competición en la plaza en la que hacíamos botellón. Dicha competición consistía en que cada chica que encontraban debía “mojarse” y decidir quién de los dos era el auténtico macho Alfa. Yo, por viejo y Julián, por feo, estábamos marginados de entrada. En un momento dado la competición se desplazó al tamaño del miembro viril de cada uno. Bastante patético. Sea como fuera, lo que nunca llegamos a saber, Polanski, es si tu miembro medía los diecinueve centímetros que afirmabas tú o los nueve que afirmaba Bea, única fuente fidedigna.

En cualquier caso, miembros al margen, con nueve o con diecinueve, el hecho es que a la chavala se la acabó llevando el don Juan y, como cabía esperar, hubo heridos. A las 5 de la mañana, atiborrados de Tortellini boloñesa y tras pasar parte de la noche en el estudio del murciano borracho (líder indiscutible de la manada erasmus boloñesa, científico y fiestero a partes iguales), seguíamos bebiendo vino del malo para luego acabar cerrando antros donde, por cierto, solo iban españoles. Antes de que amaneciera, todavía confundidos por lo ocurrido, partimos hacia el aeropuerto. De buena mañana salimos hacia Bratislava y de allí, a Skopje.

Esta noche creo que me emborracharé otra vez.

Recuerda, antoñito, debes tratar bien a tu chica. Al amor de tu vida.

Del hostal en el que dormí en Skopje robé un bolígrafo papermate. Lo hice por vosotros, cabrones, para poder escribir este relato.

Polanski bosteza tumbado en una pradera en la puerta de un caserón abandonado, a medio camino de Galimnik en el parque nacional de Mavrovo. En ella dormiremos esta noche. Le doy la espalda como forma de aislarme de él. ¿Estás dormido Polanski? Se pone a roncar y luego se tira un sonoro pedo.

Solo puedo captar una fracción infinitesimal de la realidad. Un avión a reacción sobrevuela nuestras cabezas. Un pájaro entra en la casa abandonada y saca a Polanski de su hermosa y pedorra ensoñación.

No conozco a Alberto Rojas y aún así, le odio.

Skopje es Las Vegas en Europa. Todo es mentira allí. Especialmente mentirosas son los millones de esculturas que recrean una historia que no es la propia. Un perro blanco y un lindo gatito nos dan la bienvenida a Skopje. Ellos, como yo, también necesitan un poco de cariño.

¡Estoy dedicándome a mi arte! Le espeto a Polanski cuando insinúa que deberíamos acondicionar el zulo en forma de caserón abandonado en el que dormiremos. La única duda, a pocos minutos de que añochezca, en las montañas del parque nacional de Mavrovo, es si aparecerá el pastor y su rebaño. No ocurre.

Y yo, me pregunto, ¿soy un ángel?

Polanski estaba exultante tras haberse ligado a la almeriense en Bolonia. Se sentía joven e inmortal. Era bello, inteligente, sensible y abierto. Ninguna mujer en sus cabales podría decirle que no. Lo sabía. Por si fuera poco, Polanski también era consciente de su ignorancia lo que, paradójicamente, le dotaba de cierta sabiduría.

En cuanto a mí… ¿Escribía para exorcizar mi dolor? ¿Tal vez sufría como un impulso necesario para explotar mi vena más creativa? ¿Cuál era la finalidad de todo esto? ¿Era una finalidad consciente? ¿Qué papel jugaba finalmente mi compañero inseparable, el sufrimiento, en todo esto? Lo que estaba claro es que intentaba disfrutar cada paso del camino aunque, también era cierto, estaba aún lejos de conseguirlo. La mayoría de veces, me dejaba ir, sin más.

Y otra pregunta, dónde estará Chipi, la perra que nos acompañó fiel desde Galimnik hasta Rotusha… Recuerdo que una manada de perros la atacó cuando llegó, en lugar de darle la bienvenida. Espero que supiera volver a casa. El otoño lo teñía todo de sangre.

Volvamos al autobús nº 60 con destino al cañón de Matka. Tan solo era nuestro segundo día de viaje. Llegamos a la estación como me gusta, a la carrera. Con el autobús en marcha casi me da un infarto cuando pensé que había perdido la cartera. Afortunadamente se había caído por el lateral del asiento.

Sentado en ese asiento del autobús comencé a contar esta historia, mi historia. La historia de un problema sin solución. Un problema que solo podría arreglarse viviendo dos vidas. Y tampoco, quizás, de esa forma podría arreglarlo. Me había clavado un pincho de un centímetro de largo en el dedo anular de mi mano izquierda. El otro, lo tenía clavado en el corazón.

En el bus hacia el cañón de Matka conocimos a Fabiola. Una fresa salvaje de 23 años pero también mucho más que eso. Tal vez lea estas líneas. Había buena química entre ella y Polanski. Andamos por el cañón del Matka algunos kilómetros hasta que una señal nos avisó de que no se podía pasar. Seguimos adelante a pesar de todo. Andábamos por andar porque el camino, aunque prohibido, seguía hasta el final del cañón. Al final andamos tanto que ya era demasiado tarde para volver. Huímos siempre hacia delante con la esperanza de que el puto cañón acabara antes de que anocheciera.

Cuando faltaba apenas medía hora para que cayera la noche, de repente, vimos una presa. La vereda que nos llevaba hasta ella se pegaba al acantilado amenazante. Luego, otra puerta nos impedía acceder a las instalaciones. En vaya un lío más tonto nos habíamos metido. Empezamos a escalar como monos y me temblaban las piernas. Mi anorak del Decathlon se acabó rompiendo en jirones. Las plumas caían hermosas por el cañón y luego navegaban río abajo. Ya sólo quería largarme de allí. Conseguimos entrar furtivamente en las instalaciones de la presa. Escapamos justitos y, ya de noche, comenzamos a subir por la carretera de montaña que, unos 20 kilómetros más tarde, nos dejaría en Skopje.

En lo alto de la montaña encontramos a un señor mayor que trabajaba como vigilante de la presa. Llamó a dos compañeros que llegaron prestos con su cascarria roja llena de leña y nos acercaron los kilómetros que faltaban hasta el pueblo más próximo. Hospitalidad macedonia. Desde allí no resultó complicado regresar esa misma noche hasta la capital.

Al lado de Polanski y Fabiola me sentía viejo y joven al mismo tiempo. Me dejaron formar parte de su mundo y enriquecieron el mío. La situación, sin embargo, desde mi prisma, tenía algo de surrealista. Fabiola pasaba de un “temazo” de reggaeton a otro, sin apenas escucharlos. Polanski conocía algunos. Yo, ninguno. Fabiola lo tenía clarísimo, era una loca del reggaeton sin complejos. Es más, si no lo escuchabas probablemente es porque fueras o un raro, o un “viejuno”. No me hacía gracia ser ninguna de las dos cosas.

Salimos a cenar por Skopje. Dos litros de vino y sincera conversación hicieron de la noche una delicia. Todo sea dicho, los chicos tenían cabeza. Gracias Fabiola, gracias Polanski. Para los curiosos decir que no, que no follaron.

La aventura continuó en Mavrovo. La marushka (furgoneta) paró ocho kilómetros antes de llegar al pueblo que daba nombre al parque nacional. Allí había un centro de información turística donde trabajaba un chico encantador llamado Hamlet que nos proporcionó valiosa información.

El primer día en el parque hicimos una bonita ruta circular que partía a escasos 500 metros del centro de información. Subía varios kilómetros por una carretera, se internaba por las montañas hasta el pueblo de Vrben y luego se perdía por senderos arbolados cubiertos de hojas recién caídas.

Cuando se nos volvió a echar la noche encima decidimos bajar la montaña por las bravas, campo a través. De vuelta a la civilización la idea inicial era hacer autostop hasta el pueblo de Mavrovo. Con poca luz y tráfico escaso la idea carecía de viabilidad. Echamos a andar pues los ocho kilómetros que nos separaban del pueblo. Dos horas más tarde habíamos llegado al hostal cristiano en el que habíamos reservado un par de camas.

Un amanecer sobrecogedor nos esperaba al día siguiente en el lago Mavrovo. Había helado. Primero nos dirigimos a una cueva que nos pillaba de paso y que no pudimos visitar pues estaba cerrada. Cogimos el camino a Galimnik a lo bestia, subiendo 500 metros de pista de esquí (todavía no había nevado). Tras la brusca ascensión estábamos de golpe en la alta montaña. No más vegetación. Sólo la inmensidad de las montañas y el vacío del mortal silencio.

La primera parte del sendero apenas estaba marcada. Tuvimos que guiarnos con el GPS y marchar casi siempre campo a través. La ruta no parecía tener demasiado sentido pero iba dando saltos de pico en pico lo que, a pesar del enorme esfuerzo, nos iba proporcionado vistas maravillosas. No avanzábamos. A media tarde asumimos que tendríamos que hacer noche en la montaña.

A 2000 metros, con temperaturas a bajo cero durante toda la noche y con nulo equipamiento, encontrar un techo se nos antojaba cuestión de vida o muerte. Fue entonces cuando divisamos lo que parecía una granja abandonada. Galimnik no debía de estar lejos pero la luz menguaba rápidamente e intentar seguir implicaba un riesgo inasumible. Decidimos pasar la noche en la granja en cuanto verificamos que efectivamente estaba deshabitada.

La segunda buena noticia fue que contábamos con una humilde chimenea. Recogimos toda la leña que pudimos, preparamos un par de mesas que nos hicieron las veces de cama y nos dispusimos a pasar una noche que no sería larga, sino eterna. Teníamos algo de raki. Comida, apenas quedaba. Tocaría ayunar.

Fue una noche sin luna. Una orgía de estrellas en el fin del mundo.

La mañana era clara. Había helado. A escasa media hora de marcha desde la granja comenzaba un desfiladero imposible, volvían los árboles y algo más abajo se divisaba el bello pueblo de Galimnik.

Unos perros corrían en éxtasis demente tras una liebre.

Fue un poco más adelante, en el bar del pueblo, mientras tomábamos un Burek (pan relleno de queso) con café, que encontramos a Chipi.
Desde Galimnik, un bello sendero otoñal te llevaba a Jamche tras un par de horas largas. Allí, perdimos el sendero. Una señora vestida con ropas tradicionales se empeñó en que siguiéramos camino por la carretera y, a poder ser, que cogiéramos el autobús. El concepto de senderismo le era ajeno. ¿Qué necesidad tenéis de ir por la montaña? Con una amplia sonrisa nos dispusimos a hacer caso omiso de sus consejos y, con algo de fortuna, siguiendo nuestro instinto, retomamos el sendero que discurría paralelo al río por la ladera de la montaña. Cuatro kilómetros hasta Rotusha.

Tras un par de kilómetros de subida ya en la ladera del otro lado del río, divisamos las primeras casas. Se anunciaba la existencia de una catarata.. La visitamos antes de que anocheciera y no nos defraudó en absoluto.

A Chipi la habían atacado unos perros en cuanto llegamos. Ya entrada la noche me pareció verla. No era ella.

Un café solo en un bar de parroquianos que jugaban al dominó en lugar de una cena.

Desde Rotusha furgo hasta Debar y desde allí también en furgoneta hasta Strugga. Los árboles seguían teñidos de sangre. El lago Ohrid nos esperaba. ¿Quién podría curarme de esta maravillosa enfermedad? El sol brillaba aún en este otoño moribundo de Macedonia. El vehículo, como si fuera una serpiente, reptaba suave entre las montañas. Las rocas se escondían tras las ramas de unos árboles cuyos troncos crecían en grosor según perdíamos altura.

Sweet me preguntaba en la lejanía si no me estaría condenando a la melancolía aceptando esa vida familiar y convencional que ella me proponía. Era una buena pregunta. Yo, por mi parte, le preguntaba a ella si podría ser feliz viviendo esa otra vida vertiginosa y alejada de los caminos trillados que yo le planteaba. Tener hijos no era el problema. Cómo criarlos y de que forma vivir, si es que los teníamos, era el auténtico reto.

Me negaba a aceptar que la forma de vivir de los otros era la única correcta. Nunca lo aceptaría. Prefería consumirme en el intento.

De fondo sonaba una agradable música tradicional macedonia con retazos turcos y tal vez rusos, mientras cortábamos un valle que amenazaba con explotar por tanta hermosura.

Polanski había entrado en trance. Un rayo de sol ligero que entraba por su ventana le hacía entornar los ojos de placer. Mi bolígrafo papermate volaba sobre el cuaderno. Y una bella joven me miraba curiosa desde el asiento mientras fingía no prestarme atención. Mi mente pareció entonces calmarse durante algunos minutos.

La llanura se abrió paso. Nos acercábamos a Strugga.

No lo había hecho a propósito pero, llegado a este punto, mis cartas estaban marcadas. Mi camino fijado. Vivir también era renunciar. Debía renunciar una vez más a mis anhelos y centrarme en lo que tenía. Dar valor a todo lo que se me había dado, a todo lo que había logrado.

Un viejo interrumpe mi hilo mental con un brutal estornudo desde un par de filas por detrás. La música comenzó lentamente a taladrarme el cerebro. Tal vez la luna de miel conmigo mismo hubiera terminado. Pero, ¿Qué hacía que en los Balcanes me sintiera como en casa?

Polanski era un chico tranquilo, noble, algo ingenuo. Era un ejemplo notable de cómo la normalidad en estos tiempos se había convertido en algo excepcional. Quería vivir. Quería conocer. A sus 28 años estaba decidido por fin a tomar sus propias decisiones.

Cambiamos de furgoneta. El lago Ohrid parecía un mar de aguas tranquilas. Una niña balbuceaba sus primeras palabras y fingía mantener una acalorada conversación con su amigo imaginario.

La nariz de Polanski fuertemente congestionada le daba un aspecto de un don pimpon cualquiera. Moqueaba hasta lo repulsivo. Carraspeaba su garganta. Tosía. Tenía fiebre. Estaba realmente mal, malísimo. Guardaba pañuelos de papel usados por todas partes. Si le hubiera dado algo de credibilidad a sus palabras me lo habría llevado a urgencias. Nada de todo esto parecía nunca, en cualquier caso, afectar al permanente buen humor de Polanski.

Habíamos llegado a Ohrid. Hacía frío en la habitación. El hijo de puta de Polanski se había quedado dormido a las 5 de la tarde. Eran las doce de la noche y seguía a lo suyo. Estaba claro que no podía seguirme el ritmo. Era un loser. Seguro que no escuchaba el suficiente reggaeton. Bah, me decía, mejor así. Me hacía falta una noche de soledad.

La hernia me quemaba las entrañas. Quería fumar, beber, masturbarme y lo único que podía hacer era comer yogur natural. No tenía alcohol ni mechero. El hijo puta de Polanski se había bebido el alcohol que quedaba y para colmo se había guardado el mechero en el bolsillo de su pijama. El malparío roncaba como un perro del infierno.

Mi problema es que en el fondo era incapaz de odiar a la gente. Si no me gustaban huía sin más de ellos.

Viendo videos de Youtube me di cuenta de que mi técnica literaria era similar a la de Bukowski, aunque él no tuviera talento. Era un tipo entretenido. Mucho más de lo que se puede decir de la mayoría de escritores. ¿A quién le importa de verdad el Ulises de Joyce?

Me empecé a sentir peor justo después de tomarme el Omeprazol. Un poco más de yogurt natural sería la solución.

Estábamos en hostal Tomic de Ohrid. El tal Tomic era un Friki de cuidado. Llegamos a la conclusión de que era un Cyborg. No nos extrañaba que tuviera 9.9 en Booking. Un día me explayaré con los cabrones de booking. Ojalá nunca tengáis un problema con ellos. Hace años tuve un movidón en Suiza y me dejaron tirado. Yo esas cosas no las olvido. Soy un tipo de lo más vengativo. Casi estalinista con estas cosas. Supongo que será un trauma anal. Nunca volví a reservar con Booking, Ni una sola vez. Nunca, he dicho. Never.

Iba siendo hora de fumarme un piti. El cabrón del Polanski seguía como un tronco. Era la una de la mañana. Me encontraba en un dilema. Si le despertaba no podría fumar dentro de la habitación como pretendía. Si le dejaba dormir, dado que sospechaba que se lo había guardado, tal vez nunca encontrara el mechero.

Tienes que morir muchas veces antes de empezar a poder vivir, pensé. No buscábamos la felicidad, nos conformábamos con algo menos de dolor. La esclavitud nunca fue abolida sólo fue ampliada y extendida al resto de razas. Los muertos no denuncian por plagio. ¿Eh, Bukowski?

Como al final el cabrón de Polanski tenía el mechero guardado en el pantalón de su pijama tuve que despertarle a media noche. Lo primero era lo primero. Ni se inmutó, se puso a mirar su instagram. Cuando yo leía, el cogía su móvil. Si yo escribía, miraba el móvil. Cuando me relajaba o meditaba ahí seguía el puto Polanski con su móvil. Mientras fumaba le observaba ensimismado con el dichoso instagram. De vez en cuando, se ponía la resistencia, entonces reía bobalicón lo que era casi peor. Polanski era un millenial y el móvil se había convertido en una extensión de su cuerpo. Era consciente de su dependencia pero la aceptaba como algo inevitable. Su existencia virtual tenía para él al menos tanta importancia como la real. Vivía en Matrix.

Oleadas de placer beatífico inundaban mis noches en las montañas. El constante carraspear de garganta de Polanski y su interminable moqueo se habían convertido ya en algo casi familiar. Pero…qué maravilloso era el silencio.

El bucle infinito de la vida continuaría. El placer no tardaría en desaparecer. Luego quizá llegaría la apatía que se transformaría, quién sabe, en ansiedad y así, el dolor no tardaría en abrirse paso. Una vez éste fuera lo suficientemente intenso sería sustituido nuevamente por el placer y así, con suerte, el bucle infinito de la vida seguiría su curso. Tal vez algunos años más.

¿Era tiempo de fumar otro cigarrillo?

Mi palabra en clave sería linda flor.

El mito de Sisifo como exaltación de la vida que diría Camús.

Con Polanski en este viaje me sucedió algo curioso. A mí lo normal es que me frenen. Pero, en este caso, cada vez que yo proponía un disparate el respondía sugiriendo un disparate todavía mayor. Carecía de sentido común el ucraniano. Estaba enajenado. Probablemente el exceso de instagram a lo largo de los años había quebrado su espíritu. En fin, estaba muy loco y siempre quería más. ¡Que coño! ¡así debía ser!

Kalinka es un fruto rojo que huele fatal. Lo vimos de camino a Bitola. ¡Kalinka, Malinka, Kalinka, Maya!

En Ohrid, una bella e histórica ciudad a orillas de un lago inmenso del mismo nombre, no había demasiado rock and roll. Aprovechamos el día que estuvimos para patearla a fondo, castillo incluido. Bonitas vistas del atardecer.

A la mañana siguiente, un Tomic robótico y gentil, como siempre, nos acercó a la estación de autobuses. De allí a Bitola. Al llegar allí pillamos un taxi que por 500 denares nos llevó al hotel Molika, punto de partida de todas las rutas senderistas.

El motor derecho del avión de Wizz Air ya sonaba de fondo.

El parque nacional de Pelister era un parque boscoso, un mar de abetos mágico y fantasmagórico. Los últimos tres días de nuestro viaje nos perderíamos en él.

Era alrededor de la una de la tarde del jueves 15 de noviembre de 2018 cuando llegamos a Pelister. Apenas tres horas para que nos cayera la noche encima. Hicimos una ruta corta. Pasamos por un hotel que se había quemado hace un par de años y luego, ya solo pues Polanski se había perdido, llegué hasta el mirador de las almas en pena. Luego seguí camino hacia Svri Sveni. De regreso, ya en la Golden hour, en lo más profundo del bosque, me reencontré con Polanski, el ucraniano loco. Con noche cerrada, regresamos al hotel Molika, único alojamiento de la zona.

Se avecinaba temporal de nieve. No sabíamos si era una buena o una mala noticia. Las temperaturas podían bajar hasta los menos quince grados. Aún más bajas en el pico Pelister donde pretendíamos llegar al día siguiente.

Las restricciones de equipaje de Ryan Air a última hora habían dejado nuestro equipamiento de montaña reducido a cero. Ni siquiera teníamos guantes, gorro o una miserable bufanda. A pesar de todo, bajo la fuerte nevada que comenzaba a caer, decidimos probar suerte y ver hasta dónde éramos capaces de subir.

El hotel Molika se encontraba a unos 1400 metros de altura. El pico a 2601. Una fuerte subida de cinco horas debía llevarnos hasta la cima. Al ser las primeras nevadas de la temporada invernal los senderos estaban aún practicables. Mi legendaria flatulencia me servía como propulsión trasera. Media hora después de salir del hotel encontramos un ancho camino por el que aún podían circular vehículos. Treinta minutos más tarde comenzó el sendero boscoso que debía llevarnos hacia el pico. Tras un par de horas largas de subida la vegetación comenzaba a desaparecer. En las zonas ya peladas de la montaña la corriente de aire era mucho más fuerte y el frío se hacía sentir. Una hora de travesía dejaba paso a una zona pedregosa por la cual la ascensión se ralentizaba notablemente. La niebla era densa y apenas se podía ver a más de diez metros de distancia. La nieve caía cada vez con más fuerza.

Seguimos aún un rato en busca de lo imposible. En el mapa del parque aparecía a 2400 metros un refugio que pensábamos podía sacarnos del aprieto en caso de que las cosas se pudieran feas. Cuando llegamos a esa altura vimos que estaba completamente destruido. La roca helada nos hacía patinar cada vez más y mi equilibrio de pato mareado me jugaba constantes malas pasadas.

Al final tuvimos que ponernos una hora límite para alcanzar la cima, las 14.15. Haber seguido subiendo habría sido demasiado irresponsable hasta para nosotros. A las 4 y medía sería noche cerrada. Supongo que nos quedamos cerca de la cima, nunca lo sabremos. Otro fracaso en mi palmarés.

Para colmo, antes de iniciar la bajada, en una estúpida caída, me había torcido el dedo anular de mi mano derecha (la de las pajas). La bajada la hicimos a buen ritmo y aunque ya era noche cerrada conseguimos regresar al hotel Molika alrededor de las 6 de la tarde. Una botella de vino tinto Alexandría, por supuesto, el más barato del hotel, edulcoró nuestro apoteósico fracaso.

Y entonces siguió nevando y nevando. El verde se transformó en blanco y las hojas otoñales que cubrían los senderos desaparecieron para siempre.

A la mañana siguiente decidimos bajar a pie desde Pelister hasta Bitola. La decisión no pudo ser más acertada. Para ello tomamos el sendero que unía el hotel Molika con el pueblo de Dihovo. Metiendo el pie hasta el tobillo en nieve virgen no nos quedó otra que abrir la vía durante todo el descenso.

Una bomba de italiana le da de mamar a su novio, el calvo de la lotería, en el asiento de al lado del avión de Wizz Air que me llevará desde Skopje hasta Venecia y, de allí, a Málaga.

El sendero de Dihovo descendía por un espectacular bosque de abetos. La nieve y la niebla le daban a la bajada un toque mitológico, casi irreal. De repente, la niebla desapareció y Dihovo se nos mostró al fondo de la ladera en todo su esplendor. A pocos kilómetros de llegar al hermoso pueblo descubrimos que existía la posibilidad de regresar al hotel Molika por otro camino que debía resultar en una interesante ruta circular.

Dihovo está a unos 5 kilómetros de las afueras de Bitola. Durante el delicioso camino rural que recorrimos no nos privamos de probar todo aquello que pudimos llevarnos a la boca. Exquisitas manzanas, moras y nueces fueron más que bienvenidas por nuestros suplicantes estómagos. Con las malinkas no hubo cojones pues apestaban una barbaridad.

A las afueras de Bitola hicimos auto stop. Un simpático quinqui bitolés se prestó a acercarnos al centro. Con él estuvimos charlando algo sobre el conflicto que se traen con Grecia a cuenta del nombre. Él, partidario de la entrada en la UE, se mostraba pragmático. Si para ello su país debía llamarse Mordor no tenía inconveniente. Decía que en Macedonia había más políticos que ciudadanos y, en general, no parecía adorar, ni mucho menos, al macedonio medio. Nuestra impresión no podía ser más opuesta.

Lo poco que vimos del centro de Bitola nos dejó con ganas de más. Teníamos que coger un bus para Skopje a las 4 o perderíamos el avión.

Y fue en ese avión, precisamente en ese avión, cuando cumplí uno de mis sueños de toda la vida. Lo creáis o no, viajamos junto al equipo nacional de baloncesto femenino de Suecia de vuelta a casa. Lo que ocurrió en ese avión entre el equipo femenino de baloncesto de Suecia y este humilde escribidor, lo dejaré, tal vez, para mi próximo relato de viaje.

 

FIN

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2 Comentarios
  • Sofia
    Publicado a las 02:59h, 01 diciembre Responder

    Me gustan mucho tus relatos, hoy descubrí tu blog. Te mando un afectuoso saludo desde Buenos Aires.

    • RASKOLNIKOV
      Publicado a las 08:06h, 01 diciembre Responder

      Otro para ti!! En breve sacaré un relato de mi viaje por Argentina del año pasado. Espero q te guste!!! Muchos besos!!

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