Viaje mochilero Senegal

Preguntándome por qué nunca mantengo mis promesas y pierdo tan fácilmente el contacto con aquellos que un día tan bien me trataron (ahora pienso en mis amigos de Irán), empiezo a relatar mi viaje por Senegal de julio del año dos mil catorce.

Escribo sentado en un «sept place» del África negra (o negrísima) con Sweet Jeb a mi lado.  A las puertas del desierto de Lompoul, tras visitar San Louis que quedó al norte, vamos camino a Dakar y luego, si todo transcurre conforme a lo previsto, al vertiginoso sur del país. La letra borrosa de mi cuaderno, sufriente por el traqueteo del viejo vehículo y el estado de la carretera será espero, suficientemente descifrable, cuando llegue la ocasión.

Empezando por el principio que según dicen, es por donde empiezan todas las cosas, debemos situarnos en una infernal boda, como lo son todas, que se celebró en Bilbao. Fue, no cabe duda, una de esas concesiones que hay que hacer de vez en cuando por amor. Sweet nunca será capaz de valorar en su justa medida el esfuerzo que para alguien tan asocial y raro como yo supone asistir a un acto de esas características. Al menos tuvimos la astucia de enfocarlo como una breve parada y un pistoletazo de salida en nuestro viaje a Senegal.

Como siempre, este diario se plantea como un ejercicio de prosa espontánea que dirían los Beats. Sin mirar atrás, sin corregir errores, redundancias y sin dejar que la mente se pare a reflexionar demasiado. El bolígrafo siempre sobre el cuaderno.

Pasada la tortura del domingo trece de julio de dos mil catorce, cogimos un vuelo Bilbao Dakar con escala en Lisboa (se avería la furgoneta que va delante de nosotros). La escala roza la perfección al permitirnos pasar cinco magnificas horas en la capital portuguesa. El aeropuerto lisboeta, bastante céntrico, también se prestaba para realizar una breve visita al casco histórico de la ciudad. Y eso hicimos.

Frases interminables.

Tras una poco halagueña discusión con Sweet sobre el número de fotos que estaba dispuesto a aceptar durante el viaje, nos pusimos a recorrer cada vez con más entusiasmo, el magnifico centro de arquitectura colonial de Lisboa. Para ser domingo y zona turística nos sorprendió lo tranquilo que estaba todo y que la mayoría de tiendas y restaurantes permanecían cerrados. Los establecimientos, al parecer, solo abrían el domingo por la tarde.

Fado hasta aburrir. Nos planteamos por qué en Málaga no sucedía algo similar con el flamenco. Un camarero showman de mediana edad nos alegró la comida. Recordé el tocomocho de los quesos que te ponen de entrante y que, como no puedes evitar comer, acabas pagando y no son baratos. Viniendo de las cercanías de Granada donde esto sería impensable, nos chocaba un poco. En cualquier caso, la comida aprobó con nota y ya, con sobresaliente, el arroz caldoso.

Andamos por la plaza principal y la zona del puerto, cada vez más ambientado. Un alcohólico destruido discutía consigo mismo dentro del agua del mar mientras tres policías, sin tocarlo, intentaban evitar que se ahogara. No nos quedamos allí para descubrir el final de la historia.

Paseamos por una zona que, siendo céntrica, parecía ser mucho menos turística. Allí comenzamos a encontrar bares de parroquianos en el camino hacia el castillo de San Jorge. Lo pasamos de largo y nos tomamos un expreso acompañado de un cigarrillo de liar  en una plaza con encanto de esas que rebosan personajes.

Tomamos uno de esos polos naturales de fresa (yo no los conocía) y, a la carrera, pillamos el bus de vuelta al aeropuerto. Y era la final del mundial. Y yo, para mi desgracia, me acababa de volver a enganchar al fútbol tras diez años sin ver un partido. El vuelo se retrasó lo suficiente para poder ver en el aeropuerto la primera mitad del partido.

 

DAKAR Y EL NORTE

 

A las doce y media de la noche llegamos a Dakar. Las maletas estaban allí. Antes, en el avión, ya comenzamos a percibir ese cáos, tan africano, en las pequeñas cosas. El piloto se desgañitaba para que la gente se sentara y ni puto caso.

El primer golpe en África te lo llevas siempre al salir del aeropuerto cuando, solo ante el peligro (metafóricamente hablando), te enfrentas a la inmensidad de la negritud (disculpad, estoy leyendo viaje al fin de la noche).

De mil Cefa, el taxi pasó a tres mil y sobre las dos de la mañana llegamos al hostal que habíamos reservado por Internet en el barrio de Sacre Coeur. Habitación grande y baño con bañera. Las condiciones del alojamiento barato en Senegal nos parecieron buenas desde el principio y en computo general fue más que notable si bien algo caro si lo comparamos con el nivel de precios del país (25-30 euros noche la doble).

La mañana siguiente primer contacto con el desayuno habitual del país, pan con mantequilla, queso, mermelada y Nescafé. Doy mucha importancia a desayunar medio bien y en Senegal los desayunos, sin ser excelentes, han sido un importante apoyo al ir incluidos siempre en el precio de la habitación.

Dado que no era el día para ir a la Isla de Goree, carretera y manta hacia la pettite Cote, concretamente hacia un pequeño pueblo llamado Popenguin. Para llegar hasta allí cogimos primero un autobús de línea hasta correos y desde allí un Ndiaye Ndiaye (era así?) hasta un cruce de caminos donde cogimos un sept place que nos llevó al pueblo. Un pequeño tute para evitar tirar del taxi lo que hubiera multiplicado en 6 o 7 veces el precio final.

Popenguin nos ganó de entrada. El sept place petó pocos metros antes de llegar al pueblo. Se trataba de un pueblo de pescadores donde había una cooperativa de mujeres y un pequeño y manejable parque natural que conjugaba el avistamiento de aves con los clásicos baobabs y unas vistas impresionantes del litoral.

Lo primero que hicimos fue pegarnos un remojón en el Atlántico en una playita con mucha personalidad plagada de niños jugando en el agua. Casitas de pescadores que se caían a pedazos y forzudos jóvenes que practicaban la lucha senegalesa. Fue la primera toma de contacto real con el país.

Después nos dirigimos hacia el parque y por unos 5 euros nos hicieron una visita guiada de un par de horas por el mismo. Tras una magnífica cena en un coqueto restaurante con vistas a base de pescado de la zona emprendimos, ya de noche, la vuelta a Dakar.

Al día siguiente visita de rigor a la Isla de Goree. La visita, que merece la pena, se vio algo empañada por el cariz excesivamente turístico que tomó la misma. Aunque no era necesario, ante la insistencia, tomamos un guía que se defendía bastante bien en español. La idea era tener un escudo humano contra los pesados. Un par de horitas en la única calita que tiene la isla. A Sweet la timaron con una pulsera tras bailarle un cero en las cuentas que había hecho.

Visitamos la Meson des esclaves desde donde partían viaje a América los esclavos y dimos una vuelta por una isla plagada de edificios de estilo colonial. En definitiva, un soplo de aire fresco y una huida de la agobiante Dakar que se vio un tanto ensombrecido por el permanente agobio de los artesanos (sin llegar al extremo de países como Marruecos o la India) y por la dinámica nefasta en la que entró el guía que empezó a echarnos en cara lo poco que gastábamos. La cosa degeneró en discusión “malrollera” en el barco lo que nos dejó con bastante mal cuerpo.

Recorrimos durante un par de horas la zona céntrica de Dakar y el barrio de Plateau. Los coches por todas partes no hicieron el paseo demasiado agradable. Ruido, polvo, aceras pequeñas y caos general. Hicimos una parada en la afamada Boulangerie La Gallete.

Por la noche buscamos un restaurante bastante «fashion» para variar y como estaba cerrado nos dirigimos al segundo más ostentoso de la lista. La intención era ver como eran los establecimientos de una cierta categoría y qué clase de gente iba a ellos. El local nos intimidó un poco al no estar acostumbrados a tanto lujo y llevar, como siempre, unas pintas calamitosas. Al ser blancos, no le importó a nadie. La comida muy buena, especialmente el cebiche.

El diecisiete de julio era el momento de tirar para el norte y hacer una visita a San Louis previa a nuestro viaje en barco al sur del país. La idea era primero visitar el lago rosa para verificar si efectivamente era rosa. Confirmado, era rosa como la pantera. Al parecer las importantes concentraciones de sal le dan ese particular color al agua. Un lugar imprescindible. Nos dimos un “garbeillo”, vimos como curraba la peña e incluso hicimos una pequeña travesía para ver in situ como se extraía la sal en medio del lago con largos palos y cubetas. Solo verlo te agotaba y pensar que dicen que la concentración de sal es comparable a la del mar muerto!!! No me bañé para averiguarlo…

Cogimos otro Ndiaye Ndiaye (yo le llamo así, que más da, si esto no lo lee nadie..) que nos llevó en unas 5 horas (transbordos y cambios de vehículo aparte) hasta el hostal La Louisiane en la localidad que le da nombre. El decadente pero encantador hostal en la orilla del río Senegal no desmerecía su bello nombre. Allí pasamos dos noches increíbles mirando las estrellas.

San Louis, a pesar de su suciedad, no nos defraudó en absoluto y nos trajo recuerdos maravillosos del Brasil colonial que visitamos años atrás. Sus gentes, como por todo el país, destilaban una amabilidad que aquí se mezclaba con un mayor interés y la clásica picaresca de las grandes urbes africanas.

Reseñable, en el mal sentido, fue la dramática historia que nos contó con todo lujo de detalles, un abuelo pescador. Al parecer, tras embarcarse destino a Canarias, acabaron a la deriva y murieron casi todos los tripulantes de la embarcación. Los supervivientes empezaron a perder la cabeza por la deshidratación y la falta de alimento tras varios días  y algunos incluso comenzaron a atacar al resto del pasaje intentando comérselos.

La entrañable historia que amenazaba con sacarnos alguna lagrimita, degeneró en petición de dinero para afrontar sus numerosas deudas y por fin, de mala gana, accedimos a comprarle algunos alimentos de primera necesidad. La sorpresa llegó cuando en la tienda nos pasaron la cuenta que incluía unos precios desorbitados incluso para el mundo más desarrollado. Intentamos en la tienda de al lado e igual. La versión conspiranoica prevaleció y sigo sin saber si hicimos bien.

Por otro lado, es cierto que los precios de algunos productos en Senegal son bastante caros. En fin, la cosa acabó un poco fea pues el hombre empezó a recriminarnos que no le ayudáramos.

El contexto de pobreza en Senegal se hace duro. Cada día ves miseria por las calles. Lo peor es la situación tan delicada en que se encuentran algunos niños y , como no, los discapacitados. No queda otra que endurecerse a la fuerza, crearse una coraza pues, obviamente, no puedes ayudar a todo el mundo. Nosotros nunca dimos dinero a niños pues no entraba dentro de nuestra filosofía, ni creímos que fuera bueno contribuir a su mendicidad. Sí que dimos alimentos y golosinas. Cada uno verá cómo lo enfoca.

Durante nuestra estancia en San Louis y el parque natural Des Oiseaux, nos llamó la atención la gran cantidad de basura que encontramos por todas partes y en especial en las playas. Las cuales eran una auténtica maravilla natural de arena blanca y aguas cristalinas. Un potencial turístico y económico enorme echado a perder totalmente por la gran cantidad de plásticos y residuos varios que almacenaban.

La realidad es que en esas condiciones no apetecía demasiado darse un baño y, seguramente, por el mismo motivo, muchos otros turistas desechaban la idea de veranear en esa zona, con el perjuicio que eso obviamente generaba a los pobres habitantes de la ciudad.

Merece reseñarse la vuelta que dimos en la chatarra más grande de la historia. Realmente inimaginable que un coche en esas condiciones pudiera andar aunque tan solo fueran 3 o 4 km hasta el centro. Sin puertas y prácticamente sin suelo (veías la carretera pasar bajo tus pies) fue sin duda la mayor tartaja de entre todas las tartajas en las que nos montamos en Senegal.

La vuelta a Dakar en sept place fue muy cómoda para mí y muy incomoda para Sweet. Todavía no éramos plenamente conscientes del handicap que suponía viajar en la parte trasera del vehículo donde apenas corría el aire y el espacio se reducía a la la mínima expresión.

Ya en Dakar, cogimos el ferry a Ziguinchor sobre las 6 de la tarde y disfrutamos mucho de la travesía, especialmente durante el amanecer, mientras cruzábamos los impresionantes manglares y abríamos boca para lo que nos esperaba al sur del país.

 

CASSAMANCE

 

En Ziguinchor cogimos un microbús petado hasta la bandera dirección Ossuye. Tan abarrotado iba que Elena tuvo que ir encima de mí gran parte de la ruta. De camino presenciamos un espectáculo muy curioso pues la tribu de los Diola estaba en plena ceremonia ritual circulando en masa hacia los bosques de la zona, algunos vestidos con ropas tradicionales portando enormes cuchillos.

La ceremonia, por mucho que intentamos averiguar en que consistía, en lo esencial era secreta. No obstante, si que nos enteramos de que durante dos días los Diola se disponían a permanecer en el bosque y circuncidarían a muchos varones como paso previo a la llegada de la edad adulta. Fuego y bailes adornarían la ceremonia. En cualquier caso lo que ocurría allí dentro era absoluto secreto hasta el punto de que ni siquiera las propias mujeres Diola tenían conocimiento exacto de lo que allí se hacía.

En Ossuye queríamos alquilar unas bicicletas en la VTT, un negocio al parecer montado por un francés y una cubana que vivían en España. Alquilamos un par de bicis para varios días y lo pasamos en grande por las arenosas carreteras de Cassamance. Un lugar ideal para la práctica del ciclismo en bici de montaña.

Curiosamente mientras las alquilábamos  arreció una tormenta tropical durante aproximadamente una hora que nos hizo creer que el fin del mundo estaba cerca. Tras la tempestad, llego la calma e iniciamos el recorrido de la bonita carretera que une Ossuye y Eilinke. 20 kms muy placenteros y completamente llanos.

El campamento de Eilinke se ubica en un emplazamiento privilegiado a la orilla de la desembocadura del ya salado río Cassamance. La panorámica desde allí es espectacular. El campamento cuenta con una pequeña y agradable playa privada. El campamento es muy básico y ni siquiera tiene luz las 24 horas. Sin embargo, es un sitio con un encanto especial a un precio muy razonable cuyos beneficios repercuten directamente  en la comunidad local que lo ha puesto en funcionamiento.

Al alquilar las bicis se unió a nosotros con su bici el joven muchacho local de 14 años Nicolas  Diedhieou que aunque estaba prevenido de que no le daríamos ni un chavo tenía mucho interés en aprender español y moverse con nosotros para conocer un poco más su región pues, a su corta edad, todavía le quedaban muchos rincones por visitar. Su compañía durante esos días fue muy agradable. Era un chaval muy inteligente y educado con el que rápidamente empatizamos. Daba la sensación de estar en esa edad en que empezaba a buscarse la vida pero todavía no estaba demasiado » maleado».

El domingo 20 de julio teníamos en mente hacer una ruta osada y desconocida utilizando en algunos tramos la bicicleta y en otros el barco. Como se demostró bastante inviable optamos por recortarla en parte. Nuestra intención era movernos todo lo posible por la zona empezando por realizar una visita a la isla de Karaband.

Nos informaron de que Karaband era una isla muy pequeña y que por allí sería imposible circular en bicicleta. Así fue. Nada más llegar en barca comprendimos que toda la isla era una gran playa. Nos daba un poco igual pues la isla de Karaband tan solo era un tránsito por el que darnos un “garbeo” y disfrutar de su hermosa y desierta playa. El día que fuimos tan solo nos encontramos con un viajero.

Los desconcertados habitantes de la isla no entendían que hacían allí unos locos con sus bicicletas, y claro,  interrumpían un instante sus quehaceres diarios para echarnos un vistazo. Especialmente divertido fue ver como un grupo de niños descubrían por primera vez lo que era una bicicleta y se acercaban a tocarlas como si fueran platillos volantes mientras su abuelo les decía «eso es una bicicleta». Surrealista, aunque cierto, pues en la isla, obviamente, no tenía sentido tener una bicicleta.

El problema surgió cuando intentamos salir de la isla pues solo había un barquero y no parecía muy dispuesto a complicarse la vida. Acordamos que nos llevara a Cachouane por un precio bastante elevado, no teníamos elección. Durante el trayecto disfrutamos de una conversación muy interesante con el barquero rasta que además tenía un hotelito y había heredado algunos terrenos por la zona que, lógicamente, conocía a la perfección.

Una vez en Cachouane, parecía que habíamos encontrado la salida al laberinto en el que nos habíamos metido. Sin embargo, lo peor sería llegar a Diembering, pues hasta allí no había una carretera y tuvimos que recorrer campo a través con las bicis los 7 kms que separaban ambos pueblos. Por tramos la circulación no era posible y había que empujar la bicicleta.

Casi al anochecer llegamos a Diembering tras hacer un esfuerzo titánico y con la casi certeza, cinco minutos antes, de habernos perdido. El canto de fondo del Imán y las risas de algunos niños nos tranquilizaron y finalmente llegamos a tiempo a la «civilización». Compramos agua aunque al principio solo nos ofrecían Coca-Cola caliente (más fácil de encontrar que el agua) y aprovechando las últimas luces del día, seguimos la línea de la costa dirección Cap Skirring.

Acabamos realizando unos 12 kilómetros en la más absoluta oscuridad, echándonos bruscamente a la derecha cada vez que una amenazante luz se nos aproximaba por la carretera, en cualquiera de los sentidos.

En Cap Skirring un taxi clandestino atinó a meter las tres bicis en su maletero y fue así como pudimos volver hasta Eilinkin. Una locura total, con una planificación catastrófica, que resultó de lo más divertida.

Ya tarde, todavía estuvimos a tiempo de cenar un maravilloso Chebouddine que compartimos con Nicolas. Como era demasiado tarde para que el chaval regresara a casa, se acabó quedando a dormir en nuestra habitación.

El lunes aprovechamos la mañana para tomar el camino de tierra hacia Ossuye. Algo más corto que el camino que cogimos a la ida y bastante más espectacular, pues recorría parajes muy rurales de naturaleza exuberante.

Sweet quería seguir en Cassamance y decidimos darnos un día más de relax en las consideradas como las mejores playas de la región, las de Cap Skirring. No nos decepcionaron pues no solo eran espectaculares sino que las teníamos todas ellas enteras para nosotros. Kilómetros de playa virgen sin un alma para nuestro solo disfrute.

En las horas que estuvimos en la playa tan sólo se acercaron un par de vendedores de artesanía plastas que debieron de vernos en la lejanía. Viajar durante la temporada de lluvias ha sido un privilegio pues no solo el tiempo ha acompañado sino que apenas nos hemos cruzado con otros turistas. Ciertamente, todo se vive más auténtico cuando no tienes un grupo de franceses o alemanes haciendo de las suyas a tu alrededor.

El alojamiento en primera línea de playa que disfrutamos en Cap Skirring también nos dejó un buen recuerdo así como la cena que nos prepararon entre corte de luz y corte de luz.

El martes era nuestra última oportunidad de partir hacia el país Bassari pues el tiempo y las distancias apretaban. Nuestra idea era llegar a dormir con suerte a Tambacounda ciudad famosa por…famosa por…en fin, no muy famosa. Para lograrlo había que pegarse un madrugón de mil pares y estuvimos a la altura.

Empalmamos con un sept place que salía hacia Tambacounda y que afortunadamente estaba ya casi completo gracias a un grupo de marfileños que iba hacia Bamako desde Guinea Bissau para luego volver hacía Abidjan (unos 4 días de viaje Non Stop).

En el trayecto hasta Tambacounda tomamos conciencia del infierno que suponen once horas metidos en un horno, sin espacio vital, al fondo del sept place donde no corre el aire. Si a esas once horas le sumas un par de horitas previas desde Cap Skirring es comprensible que dudáramos sobre la conveniencia de meternos otras cuatro horas más  de paliza cuando a las ocho llegamos a Tambacounda y nos ofrecieron la posibilidad de seguir camino hasta Kerougo.

No obstante, y como todo viaje tiene su punto crítico en el que no queda más remedio que «echarle huevos» o  «echarle huevos», no nos quedó otra que «echarle huevos» y nos montamos en otro torturador sept place, otras vez al fondo, y poner rumbo a Kerougo, puerta e entrada del país Bassari.

A la larga esas horas resultaron clave pues acabamos ganando un día que aprovechamos de lo lindo. La parte negativa es que las cuatro horas se acabaron convirtiendo en siete hasta que por fin, tras veinte horas ininterrumpidas de coche, llegamos a una ciudad perdida de África a las tres de la madrugada.

 

PAIS BASSARI

 

Que te dejen tirado en el culo del mundo a las tres de la mañana no suele ser una experiencia agradable y menos si careces de alojamiento. Nos metimos donde pudimos pagando algo más de lo que habíamos previsto.

A la mañana siguiente nos sorprendió que la oferta de excursiones al Pais Bassari era prácticamente nula para viajeros independientes. Finalmente, tras arduas negociaciones conseguimos salir sobre la una de la tarde. El coche lo puso el hotel, el guía pasaba por allí, caos total. Al parecer, lo que se estilaba por allí era organizar jornadas de caza para millonarios.

Tuvimos mucha suerte con el chaval que nos acompañó, un Fulá de Dindefelo, uno de los pueblos interesantes del país Bassari. Rápidamente captó en que onda íbamos, que no nos interesaban las fotos ni la artesanía, sino sobretodo andar y ver todo lo posible.

Tras unos primeros minutos de escalada agobiante por la humedad y el calor reinantes, disfrutamos por primera vez de unas impresionantes vistas de la sabana. Una vez arriba de la montaña, visitamos una de las cuevas donde al parecer se escondieron los Bassari (que al parecer recibieron hostias de todos los colores) durante la primera guerra mundial.

De camino al pueblo, tuvimos la fortuna de ver algún que otro babuino así como una manada de jabalís. Para culminar la jornada de trekking fuimos a la famosa cascada que por si sola ya merecía una visita y solo entonces retomamos el contacto con la humanidad en forma de grupo de españoles que, por cierto, trabajaban en los alrededores dentro de un equipo de conservación de la fauna y flora local.

Si tienes la suerte de llegar al atardecer y bañarte a tus anchas es difícil no entrar en un éxtasis epicúreo y dejarte arrastrar por el momento. Al regresar, cogimos un cuatro por cuatro y justo antes del anochecer llegamos a Chez Leontine, un campamento de la etnia Bedik (animistas como los Bassari). El campamento, básico a más no poder, ni siquiera tenía agua corriente. Debías sacarla tu mismo de un pozo cercano.

Cómo anécdota bastante surrealista hay que decir que los Bedik que vivían allí, temían a los espíritus que se presentaban sobretodo por la noche. Y es que al parecer, últimamente, uno de los espíritus malignos se acercaba y lastimaba a todo aquel que se encontraba en su camino. La única manera de librarse de él cuando se le escuchaba acercarse era apagar súbitamente todas las luces y guardar absoluto silencio para que te dejara tranquilo y se marchara a molestar a otros.

Fuera lo que fuera, cada cierto tiempo, se escuchaban tremendos golpes y el sonido de un motor en las proximidades del campamento e, inmediatamente, el terror se apoderaba de todos, se apagaban todas las luces y nadie osaba abrir la boca durante los siguientes minutos. Cuando cesaban los ruidos y el espíritu se marchaba, todo volvía a la normalidad.

La situación que, a pesar de las coñas, acojonaba un poquito, nos obligó hasta en tres ocasiones a interrumpir el papeo. La primera media hora, al no entender nada de lo que pasaba, la situación fue si cabe más kafkiana.

El día veinticuatro seguimos explorando el país Bassari. Muchos nos insistieron en que el país Bassari en puridad solo eran Salewata y Ethiolo pues el resto no dejaba de ser territorio Bedik y Fulá.

Por indicación del guía compramos caramelos para los niños de Iwol y nueces de cola para las personas mayores (muy curiosas las nueces). La ascensión desde Ibel era ligera pero algo más larga que la del día anterior a Dindefelo.

A día de hoy Iwol conserva gran parte de la magia que lo ha hecho popular. Su ubicación única, su aislamiento, su baobab centenario (según cuenta la leyenda el más grande de Senegal) y su Ceiba enamorada del Baobab hacen de Iwol un sitio que se ha detenido en el tiempo, pero que sigue vivo.

Intentamos interferir lo menos posible en la vida de los lugareños y aunque nos convertimos en una atracción de feria para los niños, la situación se desarrolló con bastante normalidad pues debía ser habitual que algún blanquito que otro se pasara de vez en cuando por el pueblo para echarle un vistazo y embriagarse con el encanto del lugar.

Aprovechamos para leer los curiosos papeles que, al parecer, el jefe de la aldea, había preparado para aportar un toque cultural a los escasos visitantes  que acabaran pasando por allí. Se trataba de un sucinto resumen de la historia del pueblo. Si tenéis más interés sobre la historia no os queda otra que viajar hasta allí.

La gente iba a su rollo, como debe ser, y tras pillarse una nuez de cola, volvían a sus ocupaciones diarias como si tal cosa. Todo muy civilizado.

Después de Iwol pusimos rumbo, ahora por fin, a la zona propiamente Bassari en la actualidad y en concreto hacia las localidades de Salemata y Ethiolo. El camino para llegar hasta allí merece un recordatorio no solo por su belleza, sino también por su inaccesibilidad y dureza. Implica recorrer al menos tres horas en cuatro por cuatro por carreteras literalmente impracticables. En ocasiones incluso fue necesario descender del vehículo para «rehacer» la vía.

Ya en Ethiolo nos llevaron a visitar a uno de los ciudadanos más ilustres del pueblo que, no sin antes hacerse de rogar, nos puso al día de hasta los más pequeños detalles de la historia de su pueblo. Fue una experiencia valiosa pues el anciano era historia viva del pueblo Bassari. Conversamos un par de horas durante las cuales le bombardeamos a preguntas pues sus costumbres nos resultaban fascinantes.

El choque entre modernidad y tradición era evidente. En un equilibrio de fuerzas de escasa viabilidad el pueblo de Ethiolo con casi mil habitantes luchaba en la actualidad por sobrevivir y mantener sus costumbres. El curioso ciclo vital y las diversas etapas que debe atravesar todo Bassari hasta llegar a la vejez así como sus impactantes ritos y creencias, las relaciones tanto familiares como vecinales, nos interesaron profundamente y nos mostraron una riqueza que no podemos permitir que muera.

El aislamiento en el que todavía viven mantiene viva la tradición y acaba con ella al mismo tiempo. Contradicciones y más contradicciones.

La mañana del viernes día 25, todavía con resaca por lo vivido el día anterior, nos dedicamos plácidamente a vagabundear por el poblado Bedik donde nos habíamos alojado. Hicimos buenas migas con la gente del lugar y observamos con curiosidad a un joven francés que, al parecer, desde pequeño, pasaba largas temporadas con los Bedik.

Al mediodía iniciamos nuestro largo camino hacia el final de nuestro viaje por Senegal. A partir de ahí todo fue despedida y carretera. Una carretera que nos sorprendió gratamente en el tramo que unía Tambacounda y Kaolak. En ésta última pernoctamos.

Más desarrollada que la mayoría de ciudades vecinas Kaolak destilaba una cierta hostilidad hacia el turista que en ninguna parte habíamos percibido anteriormente. Como anécdota, un taxista nos dio el “paseíllo” unos diez minutos para dejarnos en el mismo sitio donde nos había recogido. Nos dimos cuenta a tiempo y nos negamos en rotundo a pagarle. Es el ramadán que me confunde, decía.

El último día antes de coger el avión en Dakar nos pegamos un homenaje en una zona pija de Dakar con bastante encanto (Les Almadies peut etre) que nos dio otro punto de vista de la hasta entonces poco agradable Dakar. En la terraza del NGOR escribí gran parte de este diario, mientras contemplaba el mar desde el paraíso del hombre blanco, dejando ya casi atrás Senegal, con todas sus miserias y con toda su belleza.

 

FIN

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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3 comentarios

  1. Hola, te quería preguntar cuanto te costó el guía y el 4×4 por día y para cuantas personas en Pais Basari. Como hicisteis para volver de allí a Dakar, cuanto tiempo tardasteis? Gracias! Elena

  2. Hola Elena, nos llamó la atención la poca oferta turística que encontramos. En algunos hoteles parecía que solo trabajaban con el turismo de caza. Tras tantear algo la zona, la única posibilidad surgió algo improvisadamente al convencer a un amigo de uno de los guías que conocía a los del hotel para que se viniera con nosotros y pilláramos un cuatro por cuatro. El itinerario también fue bastante improvisado. De memoria te diría que los tres días con guía y coche nos saldrían por unos cien dólares por cabeza, quiza algo más.

    El viaje de vuelta a Dakar lo hicimos vía Tambacounda, tras diez o doce horas paramos en Kaolack donde hicimos noche. Desde allí hasta Dakar no fueron muchas horas, que yo recuerde.

    Disfruta de Senegal y de su gente!!

  3. Hola. Yo hice el viaje de Cataluña a Senegal concretamente hasta cerca del lago rosa en furgoneta y me parece muy bonito lo k has dicho. Pero todo no es tan maravilloso y sencillo. Hay muchas cosas preciosas k ver. Pero si vives como ellos durante más de unos meses ahí es cuando te das cuenta de verdad de la esencia de la gente de los k tienen y los k no el esfuerzo y las maravillas y te ofrece ese bonito lugar.

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