VIAJE MOCHILERO DAKAR Y NORTE DE SENEGAL
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Dakar y norte de Senegal

DAKAR Y NORTE DE SENEGAL

 

A las doce y media de la noche llegamos a Dakar. Las maletas estaban allí. Antes, en el avión, ya comenzamos a percibir ese cáos, tan africano, en las pequeñas cosas. El piloto se desgañitaba para que la gente se sentara y ni puto caso.

El primer golpe en África te lo llevas siempre al salir del aeropuerto cuando, solo ante el peligro (metafóricamente hablando), te enfrentas a la inmensidad de la negritud (disculpad, estoy leyendo viaje al fin de la noche).

De 1000 Cefa el taxi pasó a 3000 y sobre las dos de la mañana llegamos al hostal que habíamos reservado por Internet en el barrio de Sacre Coeur. Habitación grande y baño con bañera. Las condiciones del alojamiento barato en Senegal nos parecieron buenas desde el principio y en computo general fue más que notable si bien algo caro si lo comparamos con el nivel de precios del país (25-30 euros noche la doble).

La mañana siguiente primer contacto con el desayuno habitual del país, pan con mantequilla, queso, mermelada y Nescafé. Doy mucha importancia a desayunar medio bien y en Senegal los desayunos, sin ser excelentes, han sido un importante apoyo al ir incluidos siempre en el precio de la habitación.

Dado que no era el día para ir a la Isla de Goree, carretera y manta hacia la pettite Cote, concretamente hacia un pequeño pueblo llamado Popenguin. Para llegar hasta allí cogimos primero un autobús de línea hasta correos y desde allí un Ndiaye Ndiaye (era así?) hasta un cruce de caminos donde cogimos un sept place que nos llevó al pueblo. Un pequeño tute para evitar tirar del taxi lo que hubiera multiplicado en 6 o 7 veces el precio final.

Popenguin nos ganó de entrada. El sept place petó pocos metros antes de llegar al pueblo. Se trataba de un pueblo de pescadores donde había una cooperativa de mujeres y un pequeño y manejable parque natural que conjugaba el avistamiento de aves con los clásicos baobabs y unas vistas impresionantes del litoral.

Lo primero que hicimos fue pegarnos un remojón en el Atlántico en una playita con mucha personalidad plagada de niños jugando en el agua. Casitas de pescadores que se caían a pedazos y forzudos jóvenes que practicaban la lucha senegalesa. Fue la primera toma de contacto real con el país.

Después nos dirigimos hacia el parque y por unos 5 euros nos hicieron una visita guiada de un par de horas por el mismo. Tras una magnífica cena en un coqueto restaurante con vistas a base de pescado de la zona emprendimos, ya de noche, la vuelta a Dakar.

Al día siguiente visita de rigor a la Isla de Goree. La visita, que merece la pena, se vio algo empañada por el cariz excesivamente turístico que tomó la misma. Aunque no era necesario, ante la insistencia, tomamos un guía que se defendía bastante bien en español. La idea era tener un escudo humano contra los pesados. Un par de horitas en la única calita que tiene la isla. A Elena le timaron con una pulsera al bailarle un cero en las cuentas que había hecho.

Visitamos la Meson des esclaves desde donde partían viaje a América los esclavos y dimos una vuelta por una isla plagada de edificios de estilo colonial. En definitiva, un soplo de aire fresco y una huida de la agobiante Dakar que se vio un tanto ensombrecido por el permanente agobio de los artesanos (sin llegar al extremo de países como Marruecos o la India) y por la dinámica nefasta en la que entró el guía que empezó a echarnos en cara lo poco que gastábamos. La cosa degeneró en discusión “malrollera” en el barco lo que nos dejó con bastante mal cuerpo.

Recorrimos durante un par de horas la zona céntrica de Dakar y el barrio de Plateau. Los coches por todas partes no hicieron el paseo demasiado agradable. Ruido, polvo, aceras pequeñas y caos general. Hicimos una parada en la afamada Boulangerie La Gallete.

Por la noche buscamos un restaurante bastante «fashion» para variar y como estaba cerrado nos dirigimos al segundo más ostentoso de la lista. La intención era ver como eran los establecimientos de una cierta categoría y que clase de gente iba a ellos. El local nos intimidó un poco al no estar acostumbrados a tanto lujo y llevar, como siempre, unas pintas calamitosas. Al ser blancos, no le importó a nadie. La comida muy buena, especialmente el cebiche.

El diecisiete de julio era el momento de tirar para el norte y hacer una visita a San Louis previa a nuestro viaje en barco al sur del país. La idea era primero visitar el lago rosa para verificar si efectivamente era rosa. Confirmado, era rosa como la pantera. Al parecer las importantes concentraciones de sal le dan ese particular color al agua. Un lugar imprescindible. Nos dimos un “garbeillo”, vimos como curraba la peña e incluso hicimos una pequeña travesía para ver in situ como se extraía la sal en medio del lago con largos palos y cubetas. Solo verlo te agotaba y pensar que dicen que la concentración de sal es comparable a la del mar muerto!!! No me bañé para averiguarlo…

Cogimos otro Ndiaye Ndiaye (yo le llamo así, que más dá, si esto no lo lee nadie..) que nos llevó en unas 5 horas (transbordos y cambios de vehículo aparte) hasta el hostal La Louisiane en la localidad que le da nombre. El decadente pero encantador hostal en la orilla del río Senegal no desmerecía su bello nombre. Allí pasamos dos noches increíbles mirando las estrellas.

San Louis, a pesar de su suciedad, no nos defraudó en absoluto y nos trajo recuerdos maravillosos del Brasil colonial que visitamos años atrás. Sus gentes, como por todo el país, destilaban una amabilidad que aquí se mezclaba con un mayor interés y picaresca como suele suceder en algunas grandes urbes africanas.

Reseñable, en el mal sentido, fue la dramática historia que nos contó con todo lujo de detalles un abuelo pescador. Al parecer, tras embarcarse destino a Canarias, acabaron a la deriva y murieron casi todos los tripulantes de la embarcación. Los supervivientes empezaron a perder la cabeza por la deshidratación y la falta de alimento tras varios días  y algunos incluso comenzaron a atacar al resto del pasaje intentando comérselos.

La entrañable historia que amenazaba con sacarnos alguna lagrimita, degeneró en petición de dinero para afrontar sus numerosas deudas y por fin, de mala gana, accedimos a comprarles algunos alimentos de primera necesidad. La sorpresa llegó cuando en la tienda nos pasaron la cuenta que incluía unos precios desorbitados incluso para el mundo más desarrollado. Intentamos en la tienda de al lado e igual. La versión conspiranoica prevaleció y sigo sin saber si hicimos bien.

Por otro lado, es cierto que los precios de algunos productos en Senegal son bastante caros. En fin, la cosa acabó un poco fea pues el hombre empezó a recriminarnos que no le ayudáramos.

El contexto de pobreza en Senegal se hace duro. Cada día vez miseria por las calles. Lo peor es la situación tan delicada en que se encuentran algunos niños y , como no, los discapacitados. No queda otra que endurecerse a la fuerza, crearse una coraza pues obviamente, no puedes ayudar a todo el mundo. Nosotros nunca dimos dinero a niños pues no entraba dentro de nuestra filosofía, ni creímos que fuera bueno contribuir a su mendicidad. Si que dimos alimentos y golosinas a muchos niños. Cada uno verá como lo enfoca.

Durante nuestra estancia en San Louis y el parque natural Des Oiseaux, nos llamó la atención la gran cantidad de basura que encontramos por todas partes y en especial en las playas. Éstas allí eran una auténtica maravilla natural de arena blanca y aguas cristalinas. Un potencial turístico y económico enorme echado a perder totalmente por la gran cantidad de plásticos y residuos varios que almacenaban sus playas.

La realidad es que en esas condiciones no apetecía demasiado darse un baño y, seguramente, por el mismo motivo, muchos otros turistas desechaban la idea de veranear en esa zona, con el perjuicio que eso obviamente estaba generando a los pobres habitantes de la ciudad.

Merece reseñarse la vuelta que dimos en la chatarra más grande de la historia. Realmente inimaginable que un coche en esas condiciones pudiera andar aunque tan solo fueran 3 o 4 km hasta el centro. Sin puertas y prácticamente sin suelo (veías la carretera pasar bajo tus pies) fue sin duda la mayor tartaja de entre todas las tartajas en las que nos montamos en Senegal.

La vuelta a Dakar en sept place fue muy cómoda para mí y muy incomoda para Sweet. Todavía no éramos plenamente conscientes del handicap que suponía viajar en la parte trasera del vehículo donde apenas corre el aire y el espacio se reduce a la mínima expresión.

Ya en Dakar cogimos el ferry a Ziguinchor sobre las 6 de la tarde y disfrutamos mucho de la travesía especialmente durante el amanecer mientras cruzábamos los impresionantes manglares y abríamos boca para lo que nos esperaba al sur del país.

 

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