Recuerdo que mi viaje a Omán fue un viaje apasionante. No sé por qué no escribí entonces. A partir de mis sensaciones me propongo recuperar una parte de este relato perdido.

Acabé en Omán por casualidad. En Madrid me impidieron volar a Irán, destino inicial de mi viaje. Oportuno como soy, hice las maletas en pleno periodo electoral y la opción de obtener el visado en frontera se convirtió en un riesgo inasumible para Emirates que, por otro lado, no tenía nada que ganar dejándome viajar. Así pues, tirado en Barajas, no me quedó otra que pagar doscientos pavos para cambiar el billete a Teherán por otro a Muscate. ¿Dónde cojones está Muscate? pregunté a la auxiliar de vuelo que me planteaba alternativas. Ok entonces, le dije. Que sea Muscate.

Muscate era un largo paseo marítimo, un bazar, mar y desierto. Era hombres vestidos de blanco y mujeres vestidas de negro. Algunos omaníes y muchos pakistaníes.

Afortunadamente, antes de partir tuve el tiempo justo para comprar una guía.Llegué justo a tiempo de coger el avión. Joder!! que caro era todo en la guía. De ochenta a cien pavos la noche, coches de alquiler con precios prohibitivos.. en fin, un destino para millonarios fuera de cualquier circuito turístico. La broma me iba a salir cara. El cambio de billete y la estancia de tres semanas en Omán me iban a descuadrar por completo el presupuesto.

Desorientado por Muscate, completamente solo, vagué como un mendigo desorientado que solo tenía un objetivo, encontrar una cama que pudiera pagar. Y la encontré. Treinta y cinco pavos por una noche en un cuchitril de mala muerte con vistas a la bahía.

Paseos solitarios por Muscate. Los omaníes no eran precisamente «la alegría de la huerta». Descartada de primeras la opción de meterme en «la movida» omaní, me incliné por la opción más realista de enrollarme con los «pakis». Así pues, a la primera oportunidad que tuve comencé a «meterle cuello» a diversos grupos de pakistaníes que holgazaneaban cerca del mar. Así conocí a Alí.

Alí era un veinteañero simpático, algo amanerado, hijo de comerciantes, que no tenía oficio ni beneficio. Se movía por el paseo marítimo cada noche, a veces solo. Como hicimos buenas migas me llevo a cenar a un restaurante pakistaní de la zona. El biriani no estuvo mal. Acabamos en la «discoparty» del hotel donde unas chicas bailaron la danza del vientre. Todo muy cutre. Había superado con nota mi primer día de viaje.

Al día siguiente me dediqué a patear Muscate. Los comercios se seguían organizando por gremios. Todo más bullicioso cuanto más lejos del centro. Encontré de nuevo a Alí. Estuvimos viendo una partida de un juego callejero que los viejales jugaban con piedras. Pasé por la lonja. Vagos recuerdos en mi memoria. Al día siguiente iría con mi nuevo amigo de playeo.

La playa elegida era la de Yitti, a unos veinticinco kilómetros de la ciudad, en medio del desierto. Pudimos acordar un buen precio para llegar en taxi. Luego, pasadas unas pocas horas, supuestamente nos recogería. Así pues, pusimos nuestra vida en sus manos. Una vez se marchó el taxista, el calor no hizo más que subir. Sin crema solar, a cincuenta grados y sin sombra a la vista, de inmediato comprendí que sería un día largo. Pasadas tres horas nuestra supervivencia dependía de permanecer todo el tiempo posible en el agua. Un maratón de sol. Dos gambitas en Omán. El paki, y mira que era negro, se llevó la peor parte. Como una visión en mitad del desierto, muchas horas después apareció el taxista. Si este tío no vuelve no sé que cojones habríamos hecho para sobrevivir.

En Omán no puedes probar comida auténticamente omaní salvo que vayas a casa de alguien. De hecho, sólo pude encontrar un par de restaurantes omaníes durante las tres semanas que pasé por allí. Uno de ellos, el Bin Ateeq, estaba en la misma Muscate. El resto del tiempo subsistí comprando en tiendas o a base de comida pakistaní que, esa sí, estaba por todas partes. El Bin Ateeq no sólo era un restaurante auténtico a más no poder sino que contaba con una interesante variedad de especialidades locales muy recomendables. Únicamente frecuentado por locales, se organiza en estancias donde se juntaban grupos o familias que solo se relacionaban entre ellos. Al parecer el éxito del local les había llevado a abrir otro par de restaurantes en otros lugares del país.

Un ataque de amor de Chipi a la que no le gusta la escritura. Alcalá de Guadaira, nunca te olvidaré.

Tenía que huir cuanto antes del tórrido Muscate. La idea era buscar otro lugar, seguro que también tórrido, en el que refugiarme. ¡¡Yo no quería venir a Omán, joder!!, pensaba.  Me marché a Dubai por unos días.

 

EMIRATOS ÁRABES

 

Así pues, me largué en bus a buscar suerte en Dubai. Esto iba de mal en peor. Dubai era un monstruo, una obra inmensa a medio hacer. Las Vegas en el mar. El nuevo Dorado.

Chantaje psicológico canino mientras escribo estas líneas. Me pregunto si el tesoro estaba allí. ¿O he sido yo el que lo ha descubierto? No es un sueño, suena de fondo Miguel Bosé.

En Dubai era jodido encontrar cama. Treinta y cinco pavos por una habitación compartida entre seis. Sin embargo, me salió barata. Encontré una mina de oro de personajes. Especialmente del tipo sajón talludito.

Con Bitter debes asegurarte de guardar bien todas tus colillas. Es la KGB en lo que respecta a las colillas. Me dispongo para una auditoría completa. Es cierto también que nunca cumplo mis promesas. Está en mi naturaleza. No puedo evitarlo.

En mi habitación de Dubai se alojaba un inglés cincuentón llamado Tom. Era profesor de lengua en una ciudad intermedia de Inglaterra. El «colega» había venido a Dubai en un viaje expres tras sentir un tremendo flechazo por una modelo keniata a la que había conocido en una red social. Durante los cuatro días que estuvimos juntos fui su Celestina y consejero amoroso.

Por muchas vueltas que le daba Tom al asunto no entendía por qué su amor por esta veinteañera keniata no estaba siendo correspondido. Las dos semanas que habían pasado chateando desde Inglaterra, al parecer, habían ido como la seda. Por ello Tom llegó cargado de obsequios para su amada. La noche de su llegada se la llevó a cenar a uno de los hoteles más caros de la ciudad. Tenían vistas al Bhurja Khalifa.

Los trescientos dolares que Tom se gastó en la cena y la gran cantidad de regalos que la keniata le había encargado trajera desde el Reino Unido amenazaban con descuadrar el presupuesto del humilde profesor que estaba empezando a dudar de la propia conveniencia de su viaje. Sin embargo, Tom era un optimista nato y no se desanimaba facilmente. Sus esperanzas sufrieron un nuevo revés cuando tras la cena, la joven modelo se despidió de él educadamente y le emplazó a verse en una nueva ocasión.

Llamadas y  más llamadas. La keniata pasaba de Tom y éste estaba desconsolado. No tenía suerte en el amor, estaba claro. Una gran hermandad se generó en nuestra habitación. Todos le apoyábamos y le dábamos consejos. Le hablábamos como si lo que estaba haciendo fuera lo más lógico del mundo. Una historia cualquiera de enamorados. Como si la veinteañera keniata todavía no se hubiera dado cuenta de lo que se perdía dejando escapar a esta afable inglés, gordito y cincuentón. Durante unos cuantos días le acompañé a todas partes. Fui su Sancho Panza. No lo pasamos nada mal.

Debo reconocer que Dubai superó mis casi nulas expectativas. Andamos como campeones. Nos bañamos en playas donde nadie sabía nadar. La multitud se limitaba a dar saltitos en el agua con la ropa puesta. Un Skyline impresionante visto desde el mar. Lanchas de lujo que circulan por los canales. Chicas ligeritas de ropa junto a otras que visten con Burkha. Inmensos Mall donde esas mismas chicas de negro buscan tangas de leopardo y ropa interior sado-maso.

Varias noches salimos de fiesta con un emprendedor británico que tenía una descabellada idea de negocio y con un viajero profesor de historia que había escrito una guía sobre Uganda.

Fauna exótica no faltaba en Dubai. El dorado capitalismo en estado puro funcionando a costa del sudor en la frente de los pobres esclavos de Bangladesh. Todo por un plato de lentejas. Si no les gustaba siempre podían volverse a su puta casa. Recuerdo que, durante nuestra estancia, echaron a un enorme grupo de trabajadores que se quejaba de que los relojes que medían la temperatura en su obra habían sido manipulados para que nunca superaran los cincuenta grados que era la temperatura máxima a la que por ley se podía trabajar.

Por la noche fui a buscar piso con otro compi británico que tenía pensado quedarse por allí algún tiempo «buscando oro». Los precios eran prohibitivos. Aquí, todos estaban de acuerdo, trabajar por menos de cinco mil pavos no tenía sentido. «Think big», sí señor.

Esa noche acabé haciendo buenas migas con Ian, el profe irlandés que había escrito la guía de Uganda. Casí por casualidad Ian decidió regresar conmigo a Omán, país que no conocía. Sin duda, pensé, entre tres sería más asumible el alquiler del coche. Elena nos esperaba en Muscate.

 

DE VUELTA EN OMÁN

 

Pero antes, o tal vez después, pasé un día en Seeb, pueblo marinero cercano a Muscate solo apto para quién, como yo, no tenga mucho que hacer. Allí, en la playa, jugué al mate con un grupo de chavales muy divertidos que se pasaron toda la tarde en remojo, eso sí, con sus camisetas puestas. ¿Por qué se empeñaban en llevarlas puestas a toda costa? Con tanta ropa, pensaba, relajarse en la playa debía de ser complicado. No me extraña que la mayoría de playas estuvieran completamente desiertas. De las mujeres en la playa ya, ni hablamos.

Esa misma tarde estuve en un chiringuito de playa en Seeb. Le comenté al camarero que su restaurante aparecía en mi guía. No daba crédito. Tampoco es que supiera lo que era la Lonely Planet.

Un ruido agudo que viene del inframundo sobresalta a Chipi que, efectivamente, no entiende nada. Este cachorro del demonio intenta hipnotizarme, como hace siempre.

He dejado de escribir lo que pienso, no puedo hacerlo. Ya no. Hoy estuve en Marbella. Si escribiera lo que realmente pasa por mi cabeza mi vida cambiaría por completo. La censura, irremediablemente, ha llegado a estos relatos.

Mirando la luna llena en Seeb termino por quedarme dormido en la playa. ¿Quién, sino yo, podría hacer autostop en Omán a las tres de la mañana? Milagrosamente tres coches me rescatan. Cubro la hora y pico de recorrido que me separa de Muscate y llego al amanecer a la capital.

Un turista en Omán no es un billete con patas. Es simplemente alguien extraño al que se debe ignorar. Una fiera de circo de la que se puede desconfiar hasta que, por circunstancias del destino, la conoces. Es entonces cuando, a pesar de los prejuicios, estos omaníes no pueden evitar comportarse como la gente maravillosa y hospitalaria que son.

Ian tenía casi setenta años. Estaba curtido en mil batallas y a estas alturas ya estaba claro que era inmortal. En los diez días que estuvimos juntos se adaptó sin rechistar a cualquier circunstancia. Con setenta putos años dormía en el suelo, en el coche, en la montaña o en la playa, donde hiciera falta. Podía relajarse en cualquier parte. No catamos una cama en ese tiempo y el tío tan contento. Sweet se la pasó practicando inglés en lo que fue un curso de idiomas intensivo para ambos.

Y hoy sí, tengo que aceptarlo, hay cosas que son demasiado bonitas como para convertirse en realidad. Y es que, he de admitirlo, me tiemblan las piernas solo de imaginar como sería el paraíso. Hace años estuve allí, entonces era un inconsciente.  Volver me da miedo y tal vez, cuando me decida a actuar para recuperarlo, ya sea tarde para los dos, para los tres. Entonces un coche volvió a Málaga y, como siempre, no ocurrió nada. Límites mentales que no podemos o queremos trascender, que pueden amargarnos la vida. O tal vez, simplemente, nos ayuden a seguir siendo infelices por mucho que el Cigala tuviera y tenga razón. Más autoengaño. Y a veces, sin embargo, la vida nos sorprende. Y yo, sin parecerlo, saboreo un minuto más de vida.

Todo es por tu culpa. No diré nada más. No puedo.

Omán es naturaleza pura y no sabéis, vosotros que no habéis estado, lo que os estáis perdiendo. Oman tiene una costa espectacular donde puedes ser el único bañista. Tiene carreteras que cruzan desiertos imposibles. Dunas rojas como el fuego del infierno donde todos los cuatro por cuatro del mundo juegan a los coches de choque como niños. Omán tiene los oasis más bonitos que existen. Hay montañas desde las que puedes ver el infinito. Pero sobre todo, Omán tiene una isla que es una joya. Su secreto mejor guardado.

La isla de Masirah es el sueño de todo Robinson Crusoe. Es una de las grandes sorpresas que me ha dado la vida durante mis años de viajero. Pero todavía no estamos en Masirah, seamos pacientes.

En nuestro coche cama, mucho antes, nos dirigimos a otra perla del islam, la ciudad de Nizwa. Para llegar hasta allí debes cruzar el llamado lugar vacío e infinidad de carreteras que no llevan a ninguna parte. Nizwa es una ciudad amurallada en una planicie rodeada por un oasis desde el cual se vislumbran los picos más altos del país. Su zoco también es particular. Fue entonces cuando, con todas mis fuerzas, deseé perderme y, no sé cómo, lo conseguí.

Esa noche dormimos en el desierto entre escorpiones. Si a Ian no le importaba, a mi tampoco. Después de un desierto siempre hay un oasis, un wadi. Estos proporcionan el contraste ideal a tanto calor y desierto.

No olvides llevarte bañador a Omán o puede pasarte como a mí, que tuve que comprarme el bañador más hortera del mundo en una tienda de chinos omaníes. La última moda, lo creas o no, no ha llegado allí.

Entonces, tras Nizwa, cogimos el Ferry que nos llevaría a la islah de Masirah, el corazón de este viaje.

Millones de hormigas trabajando a mi alrededor. Ser humano devorado por pequeñas criaturas en un parque de Málaga. Mi perro y yo. A eso se reduce todo esta tarde. Y como siempre un cuaderno en blanco prepararado para resucitar un viaje ya muerto.

Y otro remordimiento. Le prometí a Ian que le escribiría. Cuando finalmente lo hice meses después ya era demasiado tarde. Como siempre en mi vida. Aunque no por eso me olvidé de ti, Ian. Quería decírtelo.

Un onírico bungalow donde pasan cosas imposibles. Un amor platónico.

Una isla desierta donde llega un barco, no sé por qué.

¿Sabe un perro que se está haciendo viejo?

Cuatro días durmiendo en las playas de Masirah. Playas caribeñas a pocos kilómetros de otras atlánticas. Gigantes tortugas verdes que te saludan en mitad de la noche para luego, asustadas, volver al mar y, tal vez, no volver nunca.

Un perro jadea en mi oreja exigiendo atención. Otra hormiga se pasea por mi antebrazo. Una piedra que rebota en el suelo cuando parecía que ni chipi podría encontrarla.

Y luego, siempre en Masirah, una casa en mitad de una isla desierta donde nos permiten ducharnos tras muchos días de rebozarnos en el lodo. Un anciano que medita en la orilla de un mar infinito. Un paraiso privado y compartido.

Y eso que acabé en Omán por azar. Más razones para sentirme afortunado. Otro relato que dejo en este baúl de recuerdos que, por supuesto, no leerá nadie. Otro mensaje en una botella que flotará, por siempre, en mitad del oceano.

 

FIN

 

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Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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2 comentarios

    1. Me alegro q te haya gustado. A veces el mensaje en la botella llega a destino jaja…Pues mira, al llegar a la isla alrededor del puerto hay alguna q otra tienda. Recuerdo q sobrevivimos a base de datiles y alguna q otra lata de conserva. SI tienes posibilidad de ir a la isla de Masirah y te gusta el rollo Robinson Crusoe, no lo dudes. Creo q hay pocos sitios tan curiosos. Si tienes cualquier otra duda me dices sin problema. Un abrazo!!

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