VIAJE MOCHILERO GUATEMALA
Tristeza camino de mi viaje mochilero a Guatemala.
Otra huida del dolor.
Por supuesto que hay autocensura, que iluso.
Solo cuando pierdo la conciencia de mi mismo dejo de sufrir. La soledad ya no un refugio. A veces la escritura puede darme un leve consuelo.
¿Cómo sería mi vida si dejara de ser un drogadicto? Tal vez otra calada pueda matar mi última neurona. Me da pereza hasta ir a orinar. Incapaz de mover un dedo para sobrevivir. Y afortunadamente todo acabará algún día. No es el grito de auxilio de un suicida. Soy demasiado cobarde. Y claro, amo la vida.
Tal vez no debiera tener hijos, nadie está preparado para eso.
¿Y si esto fuera el comienzo de mi relato de viaje a Guatemala?
Pasta con tomate a las siete de la tarde en el horizonte. Una misión en mi espíritu. Y no sabes si habrá una línea después de ésta. El dolor lo envuelve todo. Estoy enamorado. Un ruido que tal vez proceda de una maquina infernal que piensa en apagarse sola. Y por unos segundos el sentido de las palabras deja de ser importante.
Escuchar sí es importante. Una línea de solo tres palabras. Voces de niños. Un motor de coche en el infinito y también en la calle de al lado. Sigue un bolígrafo sobre el papel. Recuerdos de palabras vivas en Vondel Park. La verdad bajo la superficie. Una de ellas. Si alguien pudiera comprenderme. O yo mismo.
No puedes volcar lo que pasa por tu cabeza en un papel. Una mente fuera de control. Gritando de dolor. Una licencia sin sueldo de cinco meses que puede ser real. Una salida al laberinto en que siento que vivo atrapado.
Y empiezo a pensar que tal vez son las drogas las que me están quitando ese lado irracional, animal, que tanto necesitamos para vivir. Una desintoxicación permanente para poder seguir drogándome para siempre. Debí estar loco cuando elegí esta vida.
Una demanda que no puedo ignorar. ¿Para que sirvió todo esto?
Pánico del drogota obligado a salir a la calle. Y el sol de media tarde se las apaña para refrescarme la memoria. Intentando que todas estas personas que no pueden ver no se den cuenta de que soy un monstruo, un egomaníaco. Otro tic que no para. Y no hay forma de esconderse.
31 horas sin drogas, sin tabaco. Difícil de concebir. Cleveland. Y Houston.
Mi lengua incapaz de detenerse. Son las siete y uno, las seis y uno en Canarias. Unos ladridos de frustración y una desesperación compartida.
Al que tuviera ganas de viajar, ya se le han quitado.
Un colega con barba se lía algo.
A veces se encuentra una solución. La peor parte de dormir es cuando uno se despierta. Después de este petardo tomaré una decisión. La normalidad que un día echaré de menos. Y también será autoengaño. Esperando el golpe de gracia. Y entonces tendré que dejar de esconderme. El pecado del no pecador. No puedes librarte de ella. Ni un solo pensamiento liberador. El pelo blanco y ya es tarde.
La ilusión de un tiempo infinito en un tiempo finito. Un complejo de inferioridad. ¿Existen los escritores felices?
Siempre fuera de mi. Una dinámica autodestructiva que solo puede acabar mal. Pero tal vez sea esta tara la que me empuja a ir siempre un poco más lejos. Como si el destino para ti estuviera ya escrito y no pudieras hacer nada para cambiarlo.
En mitad del Atlántico a cinco horas de llegar a Houston. Un viaje a Guatemala que pudo no haber sido. Un visado que solo fue aprobado pocos segundos antes que fuera demasiado tarde. Y es que me iba a quedar en tierra. Un puto tránsito en USA de camino a Guatemala que a punto está de joderme bien jodido. Entro al avión por los pelos.
Cuanto más me drogo más deporte hago.
Se suponía que iba a escribir un relato de viaje a Guatemala. Un tránsito eterno en Frankfurt. Allí paso la noche. Me voy a un bar. Conozco a un grupo de alcorconenses universitarios que también van a ver la ida de la Champions entre el Madrid y el Bayern y que por alguna razón han decidido pasar su semana santa en Frankfurt.
Luego conozco a un piloto neozelandés y a su colega medio canguro medio británico. Me cuentan su viaje de dos meses por Europa.
Tal vez no sea buena idea escribir en pleno síndrome de abstinencia de nicotina. O tal vez pueda hacerme terapia y describir lo que siento para ayudar al tiempo a que siga pasando. Y así poder fingir dentro de doce horas cuando llegue a Guatemala que soy una persona normal y que nada ha pasado.
O quizá entonces, simplemente, me busque una excusa y siga fumando. Un fumador de tabaco de la peor calaña, en eso me he convertido. Y sí, esta es la primera vez en mi vida que pienso en dejarlo.
Mi potente mono se manifiesta en formas muy diversas. Ansiedad, irascibilidad, incapacidad para pensar, sequedad en la garganta, desequilibrio químico, necesidad compulsiva de comer y emborracharme. Me muerdo la lengua obsesivamente, me aíslo del mundo exterior, limito mi contacto con los otros, cierro mis ojos y me concentro en el mareo que lo gobierna todo. Los ruidos se vuelven insoportables, especialmente los llantos de los niños. Desaparición del deseo sexual hasta que el mono es tan fuerte que no puedes evitar cascártela. Apatía. Pequeñas molestias físicas diversas, picores, mariposas en el estómago, vacío.
El mono físico comienza a remitir a los cuatro o cinco días. Luego solo quedarán picos de desesperación. El mono psicológico será, sin embargo, el que mucho después me convenza de que ya he logrado lo que quería, me recordará todo lo bueno del tabaco y que, al fin y al cabo, siempre lo he tenido bajo control. Joder, si solo fumaba cinco o seis cigarros de mierda!!
Sin embargo, hasta la fecha nunca me había planteado dejar el tabaco definitivamente. Ahora sí. ¿Qué me ha llevado a tomar esta decisión? Básicamente el haber comenzado a fumar por las mañanas. El paso que te convierte en adicto. Hasta los 30 no fumaba tabaco, solo marihuana. Luego, la responsabilidad me fue llevando a sustituir alguno de mis porritos por cigarrillos de liar. Y así, por excesivo celo profesional, acabé enganchado.
Suena de fondo Tame Impala.
Así pues, la única solución que se me ocurre es volver a mis orígenes, dejar el tabaco y centrarme en las drogas. Eso y algo de parapente en el lago Atitlan.
Espero no liársela a Pato en Guatemala estos días de mono animal. No me aguanto ni yo. Me tiro el gin tonic por encima en el avión aunque salvo medio vaso.
Sin embargo, voy como el puto amo aquí. Una vez que llevas veinte horas viajando pueden echarte otras veinte sin problemas. Qué mejor sitio para esconderse. No me va a quedar otra que comprar otro cuaderno. Y todavía no he llegado a Guatemala. Hace frío en el avión.
Son las diez de la mañana en Houston, media tarde en España. El avión está a oscuras y las ventanas bajadas. Una rajastaní me mira fijamente a treinta centímetros de distancia. ¿Desayuno, almuerzo o cena?
Sustituyendo un pensamiento obsesivo por otro. Dos mujeres desnudas en el interior de un coche. Pasamos al norte de Florida. Ni es de noche, ni luce el sol. Un par de vinos y un gin tonic. De nuevo el impulso de morder pero no tengo a Sweet a mano para desahogarme.
Después de veinticuatro horas de viaje empiezo a aburrirme. Chipi sale a tomar el sol. Un pedo silencioso que sin duda algún pasajero sibarita sabrá apreciar.
Como a Bukowski a mi todo en la vida me ocurre tarde. Mi mono baja un punto. ¿Soy masoquista? mil doscientas ochenta y ocho millas a Houston. Mi estómago arde. Hasta un ladrillo quiere ser algo, repito.
Una pareja mormona, a mi lado, sigue deleitándose horas después con la lectura de la biblia. Pero, ¿son realmente mormones? ¿Es una biblia lo que tan atentamente leen?
Largas conversaciones por whatsupp. No quiero más zumo ni agua, gracias. Un escote como ese quiero yo para mi colección. ¿Por qué me toca siempre a mí delante un fanático de la posición horizontal? ¿Cómo se llama la actriz que tiene cara de experta feladora y que sale en Rogue One y en una de las últimas de Tom Hanks? ¿Vive aún Tom Hanks?
Ritmos de Arcade Fire resuenan en mi interior. Mejor parar de escribir, esto no tiene el menor sentido. Pero no paro. Me muerdo las uñas, me meso el cabello, mordisqueo el boli, muevo el pie izquierdo, aprieto los dientes, crujo los dedos… ¿Sería recuperable un relato de mi viaje a Brasil?
Mil sesenta y nueve millas a Houston.
Un nuevo cuaderno, Omeprazol, calzoncillos y desodorante.
Raki de Gifity a las 10 de la mañana en Livingston. Una lancha motora. Brisa marina, una bandera de Jamaica. Un pelicano y una hamaca. La delfina y Orión. Barcas abandonadas atestadas de pájaros. Una única forma de hacer las cosas. Negras las plantas de los pies.
Guatemala city de madrugada. Un taxista dormido que nos lleva a una estación de bus vacía. Viernes santo. Una calle desierta que da más miedo que un cuaderno en blanco. No andar por Guate a las tres de la mañana. No buscar otro taxi a menos que sepas donde ir.
De zona uno a estación centro norte. Un conductor de taxi borracho y su compañero drogado bromean con nosotros. Ya en marcha nos dicen no recordar como se llega a la estación. Terror en el supermercado. Codazos de preocupación. Joder!! acabamos de llegar y ya los tenemos de corbata. Los guatemaltecos pueden ser gente rara.
Una estación centro norte llena de gente que no sabe cómo ni cuándo saldrá de allí. No hay autobuses en viernes santo. Un cuaderno manchado de tinta roja y sal. Benditas nubes. El lado onírico e irracional de mis pensamientos. Un barco que puede zarpar en cualquier momento. Un escándalo que necesito provocar.
Un conductor y un par de colegas que deciden trabajar en festivo y llevarnos a su casa en el Rancho. Antes tenemos que llenar el autobús. Volamos. Ya en el Rancho hacemos autostop. Nos recoge un señor que se dirige a Puerto Barrios y que se ofrece a dejarnos en Morales, en el desvío que debe llevarnos a Río Dulce. Viento en la cara en la ranchera.
Comemos unas tortitas con churrasco bastante mejorables en un puesto de carretera donde una chavala indígena, que a duras penas comprende el español, pasa su vida. Un trozo de carne con sentimientos, como todos.
Y tampoco es que una nueva mirada pueda cambiar el mundo.
Sin tiempo para terminar el fresco de frutas las sardinas se meten de nuevo en su lata. Da igual que en la lata con ruedas ya no quede más espacio. Nos abandonan en mitad del puente de Río Dulce.
Son las nueve y treinta y seis y estamos tirados en Livingstone que no es Jamaica, aunque ni siquiera estamos allí. En Canarias no sé que hora es, ni me importa. Un bucle infinito que acaba con la palabra muerte. Voy a mear. Ni hay corriente, ni hay conciencia.
Atención a la palabra coger. Cuidado con las palabras en general. Son armas peligrosas, como en este blog, que yo escondo. Plátano seco en Río Dulce. Sin botones una mujer que parece un oso. Una alemana dura, de piernas infinitas.
Un barco que te rompe el culo. Una borrachera mítica de cerveza Gallo y Brahva que te obliga a orinar. Tienes que mear. Y entonces, debes levantarte, o te mearás encima. Debes sacar tu polla y, aunque la lancha no pare de rebotar y diez personas te miren fijamente, no queda alternativa, estás demasiado borracho y hay que sacarle el agua al canario. Allí, delante de todos. Eso, o mearte encima. Y Pato no puede parar de reir…
Y de repente eres un salvaje, un monstruo. Con tanto rebote tu orina ha acabado salpicando al resto de pasajeros. Quizá no debiste beber aquella cuarta cerveza en Río Dulce. Y aunque no puedas mirar a la cara en lo que queda de travesía al resto de pasajeros y la risa de Pato siga resonando camino de Livingstone, sabes que mereció la pena. Esa sonrisa bobalicona no desaparece de tu cara.
Dos lesbianas alemanas tiradas como yo en una estación cualquiera de autobús. Una discusión chingante entre dos indígenas sobre el precio del pasaje a Flores. Confusión y gente honrada.
En Livingstone hay garífunas pero también quechís y quién sabe quién llegó antes. Depende a quién le preguntes. Un fiestón de música electrónica a diario en la casa de la iguana. Un grafitero con el que conversamos que retoca el muro adyacente a la casa rosada donde nos alojamos. Un artista, no un delincuente. A veces no queda más remedio que comenzar para ver si las cosas te llevan a alguna parte.
EN LA SELVA
Una rama cae al suelo en El Mirador, Guatemala, aunque todavía no he estado allí. Un pavo real se pasea en plena época de apareamiento. Y cuando nada tienes que hacer, escribes. Siempre ha sido así. Y entonces el pavo comienza su ritual y el viento mueve las hojas y amenaza lluvia y llega el trueno sobre la selva. A los pies de El Mirador. El corazón Maya. La ciudad más grande del imperio del Rey Kan. El reino de la serpiente.
Y uno se siente pequeño, como es. La tormenta amenaza con poner fin al mundo. Un caballo sigue con la mirada a un pavo real que, bajo la lluvia, baila para él. Una hormiga amarilla acaricia mi muñeca.
Más tarde, un seguridad adicto al tranquimazin me recomienda más pastillas. Y si se acuerda se toma Cintrón para los nervios y esa es la conclusión, que las toma porque son buenas para los nervios. ¿Hablamos el mismo idioma? Más hormigas amarillas. Un moco amarillento en la selva guatemalteca. Y luego otra hormiga, ahora negra, vuela mojada bajo la lluvia.
Así llegó el fin del mundo. El árbol bajo el que me cobijo apenas puede guarecerme. Descuento de diez quetzales para el que quiera ducharse. Un momento único para cantar bajo la lluvia. Y otro trueno me hiela la sangre. Un cuaderno flota en el agua. Y estoy seguro de que aquí, en El Mirador, en la selva, la lluvia no va a parar nunca.
El reflejo de un momento. No podrán decir que no lo intenté. Compañeros de viaje se quitan la ropa y se ahorran diez quetzales por la ducha. Una semana sin fumar. ¿Por qué el fin del mundo debe ser hoy que ni siquiera podré emborracharme? Vivir la tormenta perfecta en la selva, otra experiencia. Dos horas sin parar de llover. Temporada seca. Cuatro meses desde las últimas lluvias.
A veces el mundo se alía en tu contra y otras, como ésta, a tu favor. Y por eso no queda otra que esperar la sorpresa viajando y no en el sofá de casa. Si leeré este cuaderno dentro de unos años, con su tinta de bolígrafo desteñida por las gotas de lluvia, es algo que solo el tiempo aclarará. Siempre con lápiz, nunca con bolígrafo, y menos rojo, que diría Pato.
Y yo, sin saberlo, empapado bajo un árbol, sentado sobre un jaguar. Tengo que desnudarme. Conmigo una bella morena a la que no conozco. Nos duchamos juntos bajo una lluvia que no va a terminar nunca.
Los animales están de fiesta me cuenta un viejo guatemalteco que me recuerda la cantidad de tiempo que hacía que no llovía por estas tierras. Y claro, como en todas partes, el agua es el mayor de nuestros tesoros.
Pero claro, lo siento Ana, pero no me trago este cuento chino del Sari Rojo. Veinte razones para despedazar un libro, todas ellas legítimas. Sin embargo, no perderé un segundo en eso. Dos crías de pavo real me están rodeando. Ese otro libro sobre el tal Chico Benítez, también de Javier Moro, que me ha recomendado Pato. Al contrario que Bukowski, infinidad de cosas por leer.
Y cuando pensabas que la inspiración no iba a llegar nunca resulta que ya se había marchado. Un chute de lluvia seca. Carmelita, su comunidad, Adrián y Marina Victoria. Y debo reconocer que fuimos un equipo.
Y en ese equipo jugaba Gregory Puente, un chamán gabonés, blanco, discípulo de otro clásico chamán televisivo al que buscaré en Youtube. De origen francés, Gregory lleva dieciocho años trabajando en Gabón. Un servicio militar bien aprovechado en las colonias.
Pato persigue otro pavo real y se cuela en mi relato por pesada. El papel como espejo cuyo reflejo no puedo controlar. Un reflejo, por supuesto, distorsionado. Cuatro mujeres juegan a las cartas pero no Pato. Valiente personaje.
¡Cómo canta ese hijo de puta! Usa tu imaginación o haz lo que te salga del nabo. Tenía razón, la lluvia en la selva no paró nunca. Un pavo real se folla a otro pavo real, no hay otra explicación.
Y reconozco que oír a un blanquito cantando las maravillas de la medicina tradicional africana, sus ritos, sus curas, sus amuletos, sus brebajes, su magia… puede desconcertar a cualquiera. ¿Será el iboga que me ha nublado el entendimiento? Ayahuasca, peyote, iboga, san pedro, setas alucinógenas, LSD, DMT… ¿Cuántos mundos existen en éste? ¿Cuántas civilizaciones han usado estas medicinas, estas puertas a otros universos, ante las que occidente ha decidido cerrar los ojos?
Sota, caballo y rey.
Gregory viajará en breve a San Sebastián donde le han convocado a unas charlas sobre el iboga. Antes estuvo en Panamá y ahora, claro, en Guatemala. Plantas, cultura, tradiciones, medicina, por eso viaja Gregory.
No pude evitar morder este bolígrafo rojo.
Y que buena es Mª Victoria, de Carmelita, nuestra cocinera. Y vaya culo tiene!! Un mantel del Che en el campamento de El Mirador. Harina, maíz y agua. Se amasa y ya están listas las tortitas. En ocasiones, levadura de harina.
Un árbol con dedos en los pies.
Mañana desayunamos panqueques al estilo Mª Victoria, la dulce indígena. Y ésta habla con Pato, mientras la primera cocina. Y le cuenta que también trabaja el chate que son unas hojas que «los gringos» les compran para hacer adornos.
Una fotografía, más truenos y la ardilla ya se marchó. ¿Me regalas una tortilla? Una radio vía satélite en El Mirador.
Los principios están para ser traicionados. ¿Y si la vida terminara algún día?
Una ceremonia de iboga en Comunión con los Mayas. De rodillas. Unos rezos, los movimientos indicados por la tradición y mi Chaman que da comienzo a mi viaje con el Iboga. Buenas sensaciones. Otra vuelca de tuerca. La inspiración frente a una puesta de sol en Tintal. Negras las uñas de los pies. Un arcoiris cara a cara. Y mientras no haya que moverse ni tomar decisiones todo irá bien.
El ventorrillo de la perra, ese lugar siniestro.
Perdido en la selva. Horas y horas de marcha. Y ya empiezo a echarla de menos.
La raíz del iboga recuerda a trocitos de madera. ¿Se siguen vendiendo las setas alucinógenas en Ámsterdam?
Gregory Puente, el Chaman gabonés, un personaje de los que merecen ser recordados. ¿Sabías que Cristo peregrinó a Sudamérica? ¿Qué sabes de la Atlántida? ¿Y de la tierra de Mu? Gregory, sin embargo, lo sabe todo.
Y tras la ingesta caminé. E imagine que mi vida era ese camino. Me sentí seguro, acogido, querido. Y es que hay caminos que ojalá no terminen nunca. Hasta Adrián, nuestro Guía, quiso probar. Tres tipos drogados de iboga y cinco mujeres que no se enteran de que va la película.
Un día feliz. Interpelo a mi yo futuro recordándole que, aunque luego lo niegue, también yo he sido feliz. Una cuerda a la que agarrarse y salir del agua antes de ahogarse.
La energía del universo empujándome a escribir estos relatos. Hasta yo tengo derecho a escribir mis tonterías. Sin embargo no logro transportarme allí. Ya solo queda un vago recuerdo de la semana que pasé en la selva guatemalteca.
¿Cuá es el símbolo astrológico de Adrián? Pato busca y no encuentra Tucán. Un sol que nunca se pone en la selva y, menos aún, en Tintal y El Mirador.
Entonces comprendo que tengo que cazar ese puto cachorro de Jaguar con las dos suizas.
Una retirada a tiempo puede ser una victoria. Salvo que no tengas otra cosa que hacer. Otros quinientos euros tirados a la basura.
La Marihuana en Guatemala, la mota, como dicen por aquí, está realmente bien. El viento mece levemente la hamaca que me cobija.
Hay acentos que te pueden derretir el alma.
¡ Coño mi pedorrito! resuena una voz lejana en el campamento de Tintal. Inmediatez no le falta a este relato. En Guatemala escribí casi cada instante de cada día. Lo normal es volverse loco y, al final, solo quedamos unos pocos cuerdos. Un siseo en la selva que recuerda al canto de las sirenas en el mar. Ni los perros ladran en Guatemala.
Desenvaino mi espada.
Y después de reír tres días sin parar… ¿Necesariamente hay que llorar? y tras disfrutar dos semanas… ¿Necesariamente hay que sufrir?
El español es importante porque se habla en América. Punto.
El día que me muera, cuando ya no importe nada, tal vez estos cuadernos sean un consuelo para alguien. Tenía que escribirlo, por si me muero. Y eso que vivo como si no fuera a morir nunca. No existe otra forma de vivir.
Hace falta valor para exponerse desnudo ante la multitud. O tal vez, baste con no pensarlo demasiado.
Volando en parapente sobre el lago Atitlan. Y sin pretenderlo me he puesto otra vez a escribir. La verdad de los desconocidos. Como en el amor y en el sexo. Un cuaderno manchado de vino. Y si hay mal que por bien no viene. Hormigas que desean ser encontradas.
Más tarde, una parada camino del volcán de San Pedro demasiado larga. Un descenso sin agua se avecina. El cuaderno que se apaga. Unos pasos que solo se intuyen en mi imaginación. Otras sevillanas desnudas. Unos niñitos de la esperanza que merecen ser recordados para siempre en la casa Dorada de Livingstone.
Cuidado que a veces los sueños se hacen realidad. Competir en una carrera por ser único, diferente y tú mismo. Seguir caminando. Y el que diga que no es posible enamorarse mil veces, miente, se autoengaña o simplemente, prefiere no hacerlo. Eso sí, lo habitual es no llegar a enamorarse nunca.
Y por un minuto, incluso, puede llegar a no importarnos la opinión del otro.
No me arrepiento de nada, que frase más absurda. Yo me arrepiento cada instante, como cualquiera que decide.
Nunca te fíes de la víbora pues en su naturaleza está morderte.
Y por unos segundos consigues regresar a la selva en tu cabeza porque de allí nunca saliste. Entonces recuerdas el camino de la vida que te enseñó el iboga pero que aprendiste tú solo. Un pájaro canta cerca del volcán de San Pedro en el lago Atitlan. Un amor perfecto y estéril que nunca podrá consumarse.
Si te quieres tirar por al balcón igual me quedo más tranquila. Las nubes amenazan tormenta y puede que nuevamente llegues a la cima. ¿Y entonces qué? Ni el viajero ni el viaje son importantes. Como no me cuidasteis tuve que abandonaros.
«Te falta una hora para la cima y allí no vas a ver nada», me dijo un guiri pelirrojo que descendía mientras yo subía a la cima del volcán. A esa altura ya, la intensa niebla, dificultaba la visibilidad.
Sweet hablando sola y esto cada vez se parece más a la historia de los Bowles. Un relato que tal vez solo tenga sentido para su narrador. Sigues adelante. Ya sin agua para el descenso. Un pato loco y obsesionado en la selva de Guatemala amenaza con hacerte perder el control. TOC
Luego, una inglesa pija de la secta del Yoga se recluye con otros niños pijos de la secta del Yoga en San Marcos de la Laguna. Una chica incapaz de aprender español al vivir en una burbuja.
Ya es tarde y no hay lanchas para volver a San Marcos cuando desciendo del volcán. Bebo Seven Up. La inglesa y yo decidimos coger el toc toc juntos. Primero, San Pablo luego San Marcos. Continúa la fiesta. Entonces las reinas de la belleza dan las gracias una vez más. Las bombas y los petardos siguen estallando toda la noche hasta volverte loco.
Y entonces no te queda otra que aceptarlo, este bello cuento ya se acabó y no te habías dado cuenta. Otras historias vendrán. Y es que no siempre somos nosotros los que elegimos el final de un relato. Hace frío de madrugada en el aeropuerto de Guatemala. En treinta horas estaré en España.
FIN
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