VIAJE MOCHILERO CASSAMANCE
En Ziguinchor cogimos un microbús petado hasta la bandera dirección Ossuye. Tan abarrotado iba que Elena tuvo que ir encima de mí gran parte de la ruta. De camino presenciamos un espectáculo muy curioso pues la tribu de los Diola estaba en plena ceremonia ritual circulando en masa hacia los bosques de la zona, algunos vestidos con ropas tradicionales portando enormes cuchillos.
La ceremonia, por mucho que intentamos averiguar en que consistía, en lo esencial era secreta. No obstante, si que nos enteramos de que durante dos días los Diola se disponían a permanecer en el bosque y circuncidarían a muchos varones como paso previo a la llegada de la edad adulta. Fuego y bailes adornarían la ceremonia. En cualquier caso lo que ocurría allí dentro era absoluto secreto hasta el punto de que ni siquiera las propias mujeres Diola tenían conocimiento exacto de lo que allí se hacía.
En Ossuye queríamos alquilar unas bicicletas en la VTT, un negocio al parecer montado por un francés y una cubana que vivían en España. Alquilamos un par de bicis para varios días y lo pasamos en grande por las arenosas carreteras de Cassamance. Un lugar ideal para la práctica del ciclismo en bici de montaña.
Curiosamente mientras las alquilábamos arreció una tormenta tropical durante aproximadamente una hora que nos hizo creer que el fin del mundo estaba cerca. Tras la tempestad, llego la calma e iniciamos el recorrido de la bonita carretera que une Ossuye y Eilinke. 20 kms muy placenteros y completamente llanos.
El campamento de Eilinke se ubica en un emplazamiento privilegiado a la orilla de la desembocadura del ya salado río Cassamance. La panorámica desde allí es espectacular. El campamento cuenta con una pequeña y agradable playa privada. El campamento es muy básico y ni siquiera tiene luz las 24 horas. Sin embargo, es un sitio con un encanto especial a un precio muy razonable cuyos beneficios repercuten directamente en la comunidad local que lo ha puesto en funcionamiento.
Al alquilar las bicis se unió a nosotros con su bici el joven muchacho local de 14 años Nicolas Diedhieou que aunque estaba prevenido de que no le daríamos ni un chavo tenía mucho interés en aprender español y moverse con nosotros para conocer un poco más su región pues, a su corta edad, todavía le quedaban muchos rincones por visitar. Su compañía durante esos días fue muy agradable. Era un chaval muy inteligente y educado con el que rápidamente empatizamos. Daba la sensación de estar en esa edad en que empezaba a buscarse la vida pero todavía no estaba demasiado » maleado».
El domingo 20 de julio teníamos en mente hacer una ruta osada y desconocida utilizando en algunos tramos la bicicleta y en otros el barco. Como se demostró bastante inviable optamos por recortarla en parte. Nuestra intención era movernos todo lo posible por la zona empezando por realizar una visita a la isla de Karaband.
Nos informaron de que Karaband era una isla muy pequeña y que por allí sería imposible circular en bicicleta. Así fue. Nada más llegar en barca comprendimos que toda la isla era una gran playa. Nos daba un poco igual pues la isla de Karaband tan solo era un tránsito por el que darnos un “garbeo” y disfrutar de su hermosa y desierta playa. El día que fuimos tan solo nos encontramos con un viajero.
Los desconcertados habitantes de la isla no entendían que hacían allí unos locos con sus bicicletas, y claro, interrumpían un instante sus quehaceres diarios para echarnos un vistazo. Especialmente divertido fue ver como un grupo de niños descubrían por primera vez lo que era una bicicleta y se acercaban a tocarlas como si fueran platillos volantes mientras su abuelo les decía «eso es una bicicleta». Surrealista, aunque cierto, pues en la isla, obviamente, no tenía sentido tener una bicicleta.
El problema surgió cuando intentamos salir de la isla pues solo había un barquero y no parecía muy dispuesto a complicarse la vida. Acordamos que nos llevara a Cachouane por un precio bastante elevado, no teníamos elección. Durante el trayecto disfrutamos de una conversación muy interesante con el barquero rasta que además tenía un hotelito y había heredado algunos terrenos por la zona que, lógicamente, conocía a la perfección.
Una vez en Cachouane parecía que habíamos encontrado la salida al laberinto en el que nos habíamos metido. Sin embargo lo peor sería llegar a Diembering pues hasta allí no había una carretera y tuvimos que recorrer campo a través con las bicis los 7 kms que separaban ambos pueblos. Por tramos la circulación no era posible y había que empujar la bicicleta.
Casi al anochecer llegamos a Diembering tras hacer un esfuerzo titánico y con la casi certeza, cinco minutos antes, de habernos perdido. El canto de fondo del Imán y las risas de algunos niños nos tranquilizaron y finalmente llegamos a tiempo a la «civilización». Compramos agua aunque al principio solo nos ofrecían Coca-Cola caliente (más fácil de encontrar que el agua) y aprovechando las últimas luces del día, seguimos la línea de la costa dirección Cap Skirring . Acabamos realizando unos 12 kilómetros en la más absoluta oscuridad echándonos bruscamente a la derecha cada vez que una amenazante luz se nos aproximaba por la carretera en cualquiera de los sentidos.
En Cap Skirring un taxi clandestino atinó a meter las tres bicis en su maletero y fue así como pudimos volver hasta Eilinkin. Una locura total, con una planificación catastrófica, que resultó de lo más divertida. Ya tarde, todavía estuvimos a tiempo de cenar un maravilloso Chebouddine que compartimos con Nicolas. Como era demasiado tarde para que el chaval regresara a casa se acabó quedando a dormir en nuestra habitación.
El lunes aprovechamos la mañana para tomar el camino de tierra hacia Ossuye. Algo más corto que el camino que cogimos a la ida y bastante más espectacular pues recorría parajes muy rurales de naturaleza exuberante.
Elena quería seguir en Cassamance y decidimos darnos un día más de relax en las consideradas como las mejores playas de la región, las de Cap Skirring. No nos decepcionaron pues no solo eran espectaculares sino que las teníamos todas ellas enteras para nosotros. Kilómetros de playa virgen sin un alma para nuestro solo disfrute.
En las horas que estuvimos en la playa tan sólo se acercaron un par de vendedores de artesanía plastas que debieron de vernos en la lejanía. Viajar durante la temporada de lluvias ha sido un privilegio pues no solo el tiempo ha acompañado sino que apenas nos hemos cruzado con otros turistas. Ciertamente, todo se vive más auténtico cuando no tienes un grupo de franceses o alemanes haciendo de las suyas a tu alrededor.
El alojamiento en primera línea de playa que disfrutamos en Cap Skirring también nos dejó un buen recuerdo así como la cena que nos prepararon entre corte de luz y corte de luz.
El martes era nuestra última oportunidad de partir hacia el país Bassari pues el tiempo y las distancias apretaban. Nuestra idea era llegar a dormir con suerte a Tambacounda ciudad famosa por…famosa por…en fin, no muy famosa. Para lograrlo había que pegarse un madrugón de mil pares y estuvimos a la altura.
Empalmamos con un sept place que salía hacia Tambacounda y que afortunadamente estaba ya casi completo gracias a un grupo de marfileños que iba hacia Bamako desde Guinea Bissau para luego volver hacía Abidjan (unos 4 días de viaje Non Stop).
En el trayecto hasta Tambacounda tomamos conciencia del infierno que suponen once horas metidos en un horno, sin espacio vital, al fondo del sept place donde no corre el aire. Si a esas once horas le sumas un par de horitas previas desde Cap Skirring es comprensible que dudáramos sobre la conveniencia de meternos otras cuatro horas más de paliza cuando a las ocho llegamos a Tambacounda y nos ofrecieron la posibilidad de seguir camino hasta Kerougo.
No obstante, y como todo viaje tiene su punto crítico en el que no queda más remedio que «echarle huevos» o «echarle huevos», no nos quedó otra que «echarle huevos» y nos montamos en otro torturador sept place, otras vez al fondo, y poner rumbo a Kerougo, puerta e entrada del país Bassari.
A la larga esas horas resultaron clave pues acabamos ganando un día que aprovechamos de lo lindo. La parte negativa es que las cuatro horas se acabaron convirtiendo en siete hasta que por fin, tras veinte horas ininterrumpidas de coche, llegamos a una ciudad perdida de África a las tres de la madrugada.