Para meterle mano al relato de  mi viaje mochilero a Irán de mayo de dos mil catorce. Para ello, debo remontarme primero a los preparativos del mismo y a mi primer intento fallido de visitar este país que tuvo lugar en dos mil trece.

En dicha ocasión fui tan oportuno que saqué el billete de avión coincidiendo  con las elecciones generales lo cual en la práctica complicó notablemente la expedición del visado  y, aunque hice un intento desesperado para conseguir un permiso en frontera de última hora, me cerraron las puertas en las narices y me vi obligado  a tirar un poco  más al oeste, a Omán. Ahí empezó otra historia.

En dos mil catorce todo ha ido rodado y gracias a la agencia iransara.es ni siquiera he tenido que desplazarme a Madrid para que me estamparan el visado. El vuelo he terminado por reservarlo con Pegasus, compañía que desconocía y que al parecer vuela a destinos interesantes. Trescientos euritos desde Madrid hasta Teherán, con tránsito en Estambul.

En este instante se me sienta enfrente un colega y empieza a comerse un nada apetitoso Kebab. Al parecer, cuando ya no quedan mesas libres los que estamos solos debemos compartir mesa. Menudo éxito tiene este sitio ¡¡lleno a rebosar a las diez y media de la mañana!! Me da la sensación de que aquí los horarios van muy  vinculados al sol  y eso implica que el almuerzo se acabe adelantando aunque las diez y media para almorzar me parece excesivo. ¡¡El colega de enfrente devora!!¡¡Ya se ha comido el Kebab!!

Al llegar a Teherán le “echo el ojo” a una pareja que lleva una guía como la mía. No me apetece demasiado engancharme a españoles tan rápido pero casi resulta inevitable dado que coincidimos en Madrid al facturar, en el tránsito, en el avión y luego están a mi lado en la frontera aeroportuaria.

Un poco antes, en el avión, voy charlando con un joven arquitecto mitad alemán, mitad iraní. Me cuenta que se siente extraño cuando vuelve a Irán pues lleva toda su vida en Alemania y su mentalidad está muy  influida por dicha cultura. Viene a ver a su abuelo enfermo al que parece le quedan escasos meses de vida. La conversación surge fluida y le sorprende que haya decidido venir a Irán con la mala prensa que actualmente tiene dicho país.

Ya en la cola para entrar al país (eterna, por cierto) comienzo a charlar con la pareja de Burgos que resulta ser de lo más amable. Él trabaja en televisión y ella es trabajadora social. Inmediatamente compartimos experiencias  (¡¡¡arriba Gamonal!!) político- laborales.

Esperamos en el aeropuerto hasta el amanecer, cambiamos “pasta” (mal cambio, mejor en Teherán) y pillamos un taxi hacia el centro de la ciudad. Ellos tienen pensado coger hostal y yo pirarme de Teherán en cuanto pueda. La ciudad no me decepciona pues no traía expectativa alguna. Es un puto caos y con el cansancio que arrastro se me hace insoportable.

En cuanto puedo (tras desayunar un par de pasteles por la calle) y echar un vistazo al bazar me dirijo, ya sólo, a la estación de tren, para lo cual debo coger un autobús tras otro y sumergirme en el caos, con cruces de carreteras continuos en los que te juegas la vida. Tampoco me aclaro con los billetes pero, para mi sorpresa, acabó llegando a buen puerto. Con la ayuda (o el guirigai) de 6 o 7 iraníes, consigo hacerme entender y logro comprar un billete para Kerman en el tren nocturno y además pillo litera ufff

Me tiro en el infecto pseudo jardín que rodea la estación. Observo a un chaval tumbado en la sombra más próxima a la mía que lleva una camiseta repleta de hojas de Marihuana. Antes de marcharme le pregunto que si habla inglés y me dice que no. Me quedo sin saber si tiene puta idea de lo que lleva encima.

Estoy exhausto. Necesito dormir. Pregunto a varias personas por el parque más cercano. Nadie habla inglés. Al final un muchacho me lleva en moto al parque Guirir a cambio de diez mil reales. Duermo.

Me levanto por casualidad en tiempo para intentar llegar a mi cita de las dos con Jesús y Laura. Busco un taxi. No paran. No entiendo que pasa. Siguen sin parar. Se cruza una pareja de policías. Les digo que no sé que pasa pero que ningún taxi me hace ni puto caso. Mandan parar un taxi que me acerca a la plaza Homeini. Pensaba que desde allí sabría llegar pero me vuelvo a perder. Me mandan a un hotel que se llama parecido al mío. Desesperación.

Encuentro milagrosamente la tarjeta del hotel. Un “kinki” se ofrece a llevarme en moto. Le doy las gracias con enorme insistencia. Por fin algo de la famosa hospitalidad iraní. Me pide cien mil riales ¿iranian hospitality? le digo indignado.

En el hotel no están los de Burgos. Pido la llave en recepción. Me dicen que «ni de coña» en farsi. Espero. Son las tres y me voy a comer. Me recomiendan un sitio que no está mal donde zampo un kebab de pollo que no pasa a la historia.

Vuelvo sobre las cuatro y media y a lo lejos, saliendo del hotel, veo a los dos burgaleses. Corro hasta ellos. También se han encipotado y han llegado tarde. Me despido, les digo que me piro y tal. Me ofrecen darme un duchazo antes de salir. Salgo para la estación.

Pruebo el metro de Teherán que resulta especialmente caótico hasta el punto de que no tengo ni idea de por donde salgo. Se me arremolina la gente alrededor y me preguntan todo aquello que su limitado inglés les permite. Con la ayuda de varios chicos que hacen el servicio militar cojo  un taxi privado que me acerca a la estación. Ese tren nocturno es el paraíso. Encima tengo cama.

Entablo conversación con un hombre que debe tener mi edad y que viaja en mi compartimento. Me comenta en un inglés básico que ha ido a Teherán para comprar una máquina para su imprenta. Viaja junto a su ayudante.

 

Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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