Ya en Debark acudí  a las oficinas de entrada en el parque. Convencí a todo el mundo de que aquel tirillas era capaz de cubrir con dos cojones la distancia en cuestión a pesar de que ya eran cerca de las doce de la mañana. Más por pesado que por otra cosa accedieron a proporcionarme scout, mula y mulero y, tras comprar lo básico para pasar tres días «into the wild», me puse en marcha. ¡Guía no, gracias!

Estaba bastante “reventao” por el madrugón pero, tras haberme despedido de mis compis, sentía que era uno de esos días en que, pasara lo que pasara, no me fallarían las fuerzas. Nos pusimos en marcha. Salí de Debark, como es habitual en Etiopía, con la impresión de arrastrar las miradas de todo el mundo. Paramos primero en casa de Dyo, el scout, que cogió linterna y fusil.

A las afueras del pueblo paramos en casa del mulero. Bebieron algo y retomamos camino. El primer tramo era rocoso y verde. Todavía resuena en mi cabeza el llanto de aquella niña que sintió el fin del mundo. Su llanto duró siglos. Probablemente no fuera nada. Las rabietas de los niños etiopes son legendarias.

Empezó un fuerte repecho y tras la primera larga subida caí tan exhausto que incluso llegué a dormir un par de minutos. Seguimos hasta un llano desde el que se empezaba a intuir la magnitud de la cordillera montañosa. Un campesino me ofreció unas judías raras que me ayudaron a reponer fuerzas.

Atravesamos un terreno arbolado en el que nos encontramos una colonia con varios centenares de simios. Seguimos subiendo y un grupo de ocho o diez niños se lo pasaron en grande viendo mi sufrimiento. La cabeza me iba a estallar. Dividí un regaliz de los que me había dado pato entre todos ellos con la condición de que se largaran y me dejaran tranquilo.

Funcionó, empezamos a movernos por la arista de la montaña. Las vistas comenzaban a ser grandiosas. Majestuosos acantilados hacían que me temblaran las piernas. Cerca del anochecer llegamos al campo base de Sankaber. Justo a tiempo para montar la tienda y organizar algo el material. Cenamos atún, pan, plátanos y piña enlatada.

La noche fue infernal. El frío que hacía superó con mucho mis expectativas. Por momentos sentí que se me congelaban los dedos.  Una de las noches más largas de mi vida, apenas pegue ojo. El amanecer fue una bendición. Los primeros rayos de sol que comenzaron a calentar mis extremidades, me alimentaron. Toda la hierba que nos rodeaba se había congelado. Así fue como comenzó el martes día 3 de diciembre.

Decidí saltarme la etapa de Gich y llegar directamente hasta Dekken. De esta forma tras realizar la primera parte de la etapa a Gich, tome como objetivo el destino que habitualmente se alcanza la tercera etapa. Sin duda este primer tramo fue el más interesante pues pude seguir disfrutando de unas increíbles vistas.

Llegado un punto, mi palpable inseguridad consecuencia del vértigo,  hizo que Dyo tomara la sabia decisión de cambiar la ruta inicialmente prevista, moviéndonos hacia el interior y perdiendo, lógicamente, gran parte de las vistas. A partir de ese instante fuimos andando por caminos de tierra.

Lo mejor, sin duda, me aguardaba al final cuando llegamos a uno de los lugares más impresionantes que he visto en mi vida. Un lugar privilegiado para el avistamiento de aves, monos babuínos y una plataforma natural con una panorámica de 360 º sobre las Simiens Mountains.

Con mi recién adquirido conocimiento del uso de prismáticos, que mis profes Miguel Angel y Pato me habían proporcionado, disfrutaba como un niño con zapatos nuevos y durante el día que pasé en Dekken pude ver quebrantahuesos, halcones e innumerables aves como nunca antes lo hubiera imaginado. Ver la puesta de sol y el amanecer en un lugar como ese fue una inmensa fortuna.

Tras comprar una injera al scout y al mulero y comer yo lo poco que quedaba, les insistí en que durmieran en la tienda conmigo. Tras el rechazo de la noche anterior, esta vez sí, aceptaron.  Si un día antes hubiera sabido «el pelete» que iba a hacer, no les hubiera dejado quedarse fuera enrollados en su manta. Además, la tienda de campaña que alquilamos en Debark era lo suficientemente amplia como para que entráramos los tres sin problema.

Otra noche eterna, aunque algo menos, pues me abrigué a conciencia poniéndome encima toda la ropa que había llevado conmigo para el viaje. ·3 pantalones, 4 jerseys y dos pares de calcetines, aparte de todas las camisetas. La puerta de la tienda seguía sin cerrar correctamente.

El miércoles día cuatro de diciembre fue uno de esos días de los que cuesta escribir pues te sientes incapaz de plasmar lo que viviste. Tras levantarme aún de noche, pues el amanecer no llegaba nunca. me fui al punto panorámico y contemplé el amanecer. Estuve avistando aves y siguiendo a babuínos durantes varias horas.

La idea era emprender el camino de vuelta utilizando alguno de los camiones que transitan por el parque llevando a lugareños y que están terminantemente vedados para los turistas. Para lograrlo debías hacer autostop, ponerte de acuerdo sobre el precio con el conductor y pasar varios controles hasta Debark sin ser descubierto.

Lo que no me explicó el Scout es el astronómico (entiéndaseme la exageración, sigo en Etiopia) precio de 400 birr que me pedirían los camioneros. El caso es que mi imprevisión habitual hacía que me encontrara muy escaso de efectivo y en caso de que fracasaran las negociaciones no me quedaría otra que patear los 50 kms de vuelta en los próximos días. Por no hablar de la falta de alimentos y la imposibilidad de adquirirlos en el camino. La situación era pues, desesperada.

Con un tanto de fortuna conseguí que me cambiaran 10 euros que conservaba para este tipo de situaciones desesperadas y ajustando la negociación al límite de lo imposible, pudimos montarnos en el camión. En cuanto estuve arriba el grupo de 20 o 25 etíopes que viajaban en él me cubrieron totalmente con una manta lo que, teóricamente, me ayudaría a pasar desapercibido en el interior de la divertida marabunta que contemplaba con extrañeza la inexplicable situación provocada por este Faranji. El camino se hizo bastante interminable. 50 km por carreteras de montaña, pasando controles policiales y escondido debajo de una manta, no es poca cosa.

Como si estuviera todo programado, en cuanto llegué a Debark empalmé con un minibús al que pagué mis últimos 50 birr. Los 4 euros y pico restantes fueron para nuestro Scout en concepto de propina aunque se habría merecido mucho más. Sin un céntimo, tome camino a Gondar, ciudad histórica etíope.

Al llegar al hotel, y una vez retirado algo de efectivo de un cajero, me dispuse a lo que teóricamente iba a ser una tarde de placeres ofertados por el hotel. El masajista nunca llegó. Aburrido de esperar me fui a tomar algo e hice «migas» con un chaval que se presentó como músico y con el que fui a tomar algo de pasta. Luego fuimos a ver el partido Arsenal Hull City con sus amigos en un chamizo muy humilde que estaba algo más allá de la boca del lobo. Estuvimos bebiendo y mascando Chat hasta pillarnos un cebollón importante.

Teníamos ganas de fiesta y proseguimos la ruta en un garito de música tradicional etíope donde presenciamos el curioso reto hombre-mujer, un rollo en plan pimpinela rapero con sus danzas tradicionales correspondientes. Luego fuimos a una discoteca rollo nightclub etíope pero más modernito de lo habitual. Ya habíamos bebido demasiadas cervezas y aunque el tío se había enrollado de lo lindo el tema de tener que pagar yo siempre me empezaba a mosquear. La cosa se estaba yendo de madre, putis por doquier, en fin, no quise perder la cabeza más de lo que ya la había perdido.

Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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