Desde que visité Nepal en dos mil ocho había deseado regresar por estos lares a hacer senderismo. Los astros se alinearon en noviembre de dos mil catorce y el plan pudo salir adelante.

En este viaje me acompañó mi amigo y compi de curro Jamal. Aunque nunca habíamos viajado juntos la experiencia fue redonda y Jamal se mostró como un compañero genial, abierto y positivo capaz de adaptarse a cualquier circunstancia o revés. Su trayectoria como fondista amateur, su físico a lo «El guerrouj» y sus origenes próximos a las montañas del sur de marruecos me hacían temer no dar la talla dada mi condición física entre bastante y muy patética. Tendentes ambos al caos, la anarquía y la dispersión, fue imposible realizar una preparación en condiciones del trekking más allá de la lógica selección de la ruta.

A priori nos encontrabamos con tres grandes zonas alternativas (Annapurna, Everest y Lantang) y un par de opciones más específicas que llamaron nuestra atención (Manaslu y Mustang). Tras ir descartando unas y otras por diferentes motivos (básicamente días disponibles y distancia a Katmandu) concluímos que el que más se adaptaba a nuestras necesidades era el trekking de Lantang.

Los motivos eran multiples; por un lado se ajustaba perfectamente al tiempo del que disponíamos (unos doce días de puro senderismo). Por otro, no nos implicaba un larguísimo desplazamiento al poder llegar en un día desde Katmandú. Además eran rutas muy poco transitadas en comparación con las del Everest y las del Annapurna y combinaban perfectamente la alta montaña, picos como el Lantang Lirung de 7200 metros, con la autenticidad, la tradición y la cultura de la zona.

Tampoco se trataba de una ruta especialmente exigente en el plano físico lo cual para un piltrafilla como yo no era un tema menor pues resultaba básico ser consciente de las propias limitaciones cuando te enfrentas a una empresa como ésta.

Tras una última semana infernal de curro partimos de Málaga el sabado día 22 de noviembre de dos mil catorce. Jamal encontró un vuelo genial con Turkish y en cuanto me lo enseñó supe que era el nuestro. El precio (575 pavos), la duración, hasta las escalas se ajustaban perfectamente a lo que buscabamos. La propina es que hacíamos escala a la vuelta en Estambul donde podíamos pasar algunas horas.

El vuelo de ida nos deparó la fortuna de sentarnos con Rubén, un piloto que viajaba a Dubai para trabajar en una aerolinea que realizaba vuelos privados de alto nivel. Curso acelerado sobre aeronautica y discusión política sobre el tema del momento, Podemos. El vuelo desde Estambul se retrasó tres horas y resultó insufrible pues en ningún momento conseguí coger la postura que me permitiera dormir algo.

Cola enorme a la llegada de Katmandú para sacar el visado provocada por una avalancha de ucranianos que huyendo del conflicto en su país han decidido quitarse del medio como han podido. Nepal parece un sitio idoneo a falta de opción mejor.

Me llama la atención que no observo rickshaws motorizados. ¿tal vez los hubiera entremezclado en mis recuerdos con los de la la India? Entramos sin reflexionar demasiado en el primer alojamiento que vemos en Thamel. Habitación para dos , 3 o 4 euros, gama media. Solo queremos soltar las maletas.

Por la tarde, mientras vagabundeamos gestionamos la tarjeta Tims (un permiso obligatorio para hacer trekking). Compro pantalones y anorak. Cenamos en una terraza agradable un arroz Biriani.

Al lio. El lunes 24 cogemos el bus del infierno dirección Syabrebesi, una de las puertas de los Himalayas. Son 7 horas y media de carreteras de montaña donde te juegas la vida en cada curva. Ya allí, aliviados tras pisar tierra firme,nos instalamos en el Lhasa Hotel que se acabó erigiendo en un auténtico palacio vistos los alojamientos que estaban por venir. Afortunadamente fue la última vez que contamos con Wifi en bastantes días.

Me eché una agradable siesta en la azotea mientras escuchaba el rio (se llamaba Trisuli?) y avanzada la tarde nos dimos una vuelta por los alrededores que incluían el «Old Syabrebesy» donde sin pretenderlo acabamos comprando 3 magdalenas del monton por el nada módico precio de tres euros.  Una cosa curiosa del Himalaya es que en función de lo espabilado que estés en las negociaciones te puede valer lo mismo un currusco de pan duro que un Ferrari Testarrosa. En cualquier caso, los precios siempre resultan insignificantes para el viajero.

Cruzamos por primera vez uno de los clásicos puentes metálicos que son la pesadilla de cualquier persona con vértigo como es mi caso. El martes era el gran día, empezábamos la ruta.

Decidimos iniciar nuestra ruta de senderismo por la llamada Tamang Heritage Trail para lo cual tomamos la empinada cuesta que te lleva hasta el pico de la montaña más cercana a Syabrebesy. Son dos horas de dura subida que en frío y con 6 kilos de mochila a la espalda, se me hicieron durillos. La última parte de la subida la pendiente se relaja y al coger caminos de tierra en lugar de senderos todo se vuelve más llevadero. Desde un primer momento tuve claro que escoger el propio ritmo resultaba fundamental. No intenté ni por un segundo seguir el ritmo de Jamal que era infinitamente más fuerte que yo.

La belleza y diversidad de paisajes del Himalaya te cautivan. Casi desde el inicio podíamos contemplar los 7000 imponentes metros del Lantang Lirung. Llaneamos una hora y luego una suave pendiente nos llevó hasta Gatlang, sin duda el pueblo Tamang más auténtico que encontraríamos durante todo nuestro Trekking.

Caímos casi por azar en la escuela del pueblo donde tirados sobre la hierba nos asaltaron hordas de niños juguetones y buyangueros con los que durante 20 minutos nos lo pasamos en grande. Charlamos con su profe de mates que nos comentó que había tenido la fortuna de regresar a trabajar a su pueblo tras finalizar sus estudios en Katmandu.

Nos alojamos en una de las pocas casas de huéspedes que había en la localidad. La humildad y amabilidad con la que nos trataron en dicha casa nos enamoró desde el principio. Aquella tarde en el porche contemplando la inigualable estampa del monte Lantang entramos verdaderamente en el viaje. Luego nos deleitamos con una simple cena a base de momos y sopa de patatas aderezada por un buen fuego y los bellos acordes de un instrumento típico Nepali.

El miércoles empezó lo duro. La primera parte de la etapa fue un precioso descenso hasta Chilime donde un agricultor me ofreció opio. Desde allí subimos «la cuesta del coño» hasta Tatopani. Fue entonces cuando comprendí que esto no era ninguna broma, me concentré, y como siempre a partir de entonces, pasito a pasito, llegué al fin del mundo.

En Tatopani había unos paradisiacos baños termales que cogimos como «agua de mayo» y que fueron una bendición para cuerpo y espiritu.

Si de mi hubiera dependido puede que me hubiera quedado allí pero Jamal quiso avanzar un poco más con  la intención de, a poder ser, ir recortando algo a los tiempos del itinerario inicialmente previsto. La intención era llegar a la cima a unos 3000 metros que se encontraba en Naghtali. Eso suponía andar esa tarde al menos 3 horas más y mis fuerzas no andaban sobradas. Finalmente paramos un poco antes de lo previsto en una pequeña aldea de dos o tres casas llamada Brendan. Allí nos acogió una familia nepalí muy tradicional y humilde. Cama y Dhal Bhat a cambio de una módica cantidad. La comunicación no verbal fue muy fluida y la velada en la montaña de ninguna parte resultó muy agradable.

Cuando cantó el gallo nos despertamos. Dormí bien, sin embargo Jamal pasó bastante frío. Con energías reales o inventadas y el buen humor perpetuo de Jamal continuamos la subida hacia el pico. Una hora más tarde estábamos arriba. Los tres mil y algo metros de Naghtali eran la primera fase de la aclimatación para futuras cotas mayores. El progresivo ascenso en altura se demostró un claro acierto respecto a otras posibles rutas que implicaban ascensiones más rápidas.

Desde Naghtali hay una deliciosa bajada de un par de horas hasta Thuman donde llegas tras cruzar un mágico bosque. Al llegar a Thuman pasamos un segundo control de TIMS (el primero fue al entrar al parque). Paramos a tomar algo, pedimos de comer (único día en que almorzamos en todo el trekking) y aprovechamos para dar una vuelta por el pueblo mientras cocinaban. Sin duda, un encanto de lugar.

Poco después comprendimos que «nos había pillado el toro» y que la prevista llegada a Briddim nos llevaría al menos 4 o 5 horas, mucho más de lo previsto. Sobre la una de la tarde reemprendimos camino.

Fue la etapa más dura de todo el trekking no solo porque la bajada desde Thuman es muy agresiva para tobillos y rodillas sino porque una vez llegas al rio Trisuli te das cuenta de que todavía te queda lo peor, una larga ascensión de casi tres horas hasta llegar a Briddim. Paradójicamente, si existiera un puente que uniera Thuman con Briddim tal vez se pudiera ir de uno a otro en tan solo 20 minutos. La noche amenazaba con caernos encima lo que hizo que tuviéramos que dar lo mejor de nosotros mismos. Ese día acabé hasta arriba y me dije que sería mejor bajar un poquito el pie del acelerador. Jamal, sin embargo, parecía pedir más, más y más y solo sufría en las bajadas pues tenía una rodilla algo machacada.

En Briddim nos alojamos en la pensión Potala poco antes del anochecer. El impresionante marketing que el dueño de la misma hace por toda la región con carteles allá donde vayas, nos intrigó un poco. Cutre como las demás todo lo prometido era falso especialmente el wifi que tanto ansiaba Jamal. A mi me resultó un consuelo pensar que todavía quedaban sitios así.

El viernes abandonamos Briddim al amanecer, tras pasar la noche anterior en compañía de un guía de montaña francés de los Alpes que vivía «a caballo» entre Cerdeña y los Alpes. Etapa cómoda hasta Sherpageon con subidas y bajadas perfectas para ser disfrutadas. Paradita intermedia con algún intercambio sin fluidos con otra pareja masculina de mediana edad y de corte friki.

Seguimos destino Sherpageon y nos alojamos en el hostal Superview que nos había recomendado otro senderista italiano que encontramos en el descenso desde Thuman. La pensión la regentaba un joven hombre al que faltaba una pierna. Antes de llegar un chaval me ofreció un apetecible hachis que acepté encantado.

Por la noche tuve una experiencia psicodélica de considerables dimensiones tanto a nivel visual/sensorial como mental. Mi mente divergente compatibilizaba sin problemas una conversación banal con Jamal, que no había fumado, con el resto de capas de cebolla en forma de pensamientos en que se había convertido mi cabeza. Intentando parecer una persona cuerda (y creo que lo conseguí bastante bien) no dejaba de visualizar como si tuviera los ojos abiertos una película pornográfica en pantalla plana mental de 47 pulgadas.

Así pude comprobar nuevamente que a pesar de ser consumidor regular de Marihuana, un cambio a hachis nepalí y de meridiano podían aún provocar en mí una autentica revolución mental. La expansión no fue mayor al tratarse de una experiencia en solitario realizada en compañía. Inevitablemente me pareció poco estético dar rienda suelta a mi cuelgue en presencia de mi compi de curro y opté sabiamente por cerrar los ojos, taparme bien, hablar cada vez menos y esperar que el creciente sueño tapara mis verguenzas.

La citada experiencia puso el broche de oro a la Tamang Heritage Trail y dio comienzo al Lantang Valley Trek. La parte culturalmente más interesante del viaje había concluido y llegaban las grandes alturas, volvían los turistas y los senderos transitados. En la Tamang Heritage Trail puedes pasarte días sin cruzarte con nadie. El valle de Lantang era otra historia.

El cambio se dejaba notar desde el principio y especialmente una vez llegabas al gueto turístico conocido como Lama hotel. La etapa era larga y de subida progresiva. La idea inicial era llegar al pueblo de Lantang pero resultó un plan demasiado ambicioso además de poco recomendable pues existían enclaves mucho más atractivos donde hacer noche. De todos ellos elegimos, sin saber por qué, el peor.

Supongo que fue el lado friki y asocial de nuestras personalidades el que nos llevó a la casa de Somo una emigrante tibetana que se vio obligada a abandonar el Tibet tras la huida del Dalai Lama cuando era solo una niña. Somo se había criado en Lantang. La casa era muy simple y carecía de cuarto de baño.

Al llegar encontramos a otro huesped, un francés de setenta y tantos años que no pagaba nada pero que le pasaba periódicamente 45 euros a la señora con los que ésta podía costear los estudios en Katmandú de su hijo. Un anciano entrañable que, según sus propias palabras, era pobre en Francia y que pasaba 4 o 5 meses al año en Nepal donde se sentía como un auténtico rey.  No tenía familia. Respondía a las preguntas con una parsimonia algo desesperante.

Los momos de la señora Somo desencadenaron la tragedia y tras conciliar plácidamente el sueño en la modesta cabaña en la que dormíamos me desperté abruptamente con el vómito ya en la boca y con la urgencia de evacuar por todos mis agujeros simultaneamente. Carecer de baño, estar a 3300 metros de altura, a las tantas de la madrugada, con un frío del carajo y teniendo que salir constantemente a la intemperie, convirtieron la experiencia en infernal. Fue una noche terrorífica de las que se conocen tecnicamente como «quien coño me mandará a mi».

La intensidad de los vómitos y la cagalera Non Stop apuntaban a una intoxicación alimentaria en toda regla ( y pensar lo feliz que estaba yo pocas horas antes contemplando a la excéntrica señora preparando sus momos caseros, hasta yo preparé uno). En fin, no me quedó otra que salir precipitadamente de la cabaña de madera hasta en 6 o 7 ocasiones durante la noche por lo que no pegué apenas ojo. En un momento de la noche tuve que avisar a la señora Somo pues necesitaba beber agua urgentemente. La hidratación y el fortasec me hicieron mucho bien y conseguí dormir un par de horas una vez hubo amanecido.

Aunque no creí que pudiera seguir la marcha decidí intentarlo. Dejé mi mochila en casa de la señora para ir lo más ligero posible, y poquito a poco, con la paciencia infinita de Jamal por bandera, 6 horas después concluimos la marcha que en condiciones normales no debiera habernos llevado más de cuatro. Así, el domingo treinta de noviembre llegamos a Kiangi Gompa a 3850 metros de altura.

La primera buena noticia era que mi salud no había empeorado, la segunda que no notamos ningún tipo de mal de altura. Conversamos con un oftalmólogo maltés  residente en Londrés que había venido a Katmandú por algún tipo de causa social y que aprovechando unos días libres había alquilado un helicoptero a razón de 3000 euros la ida y vuelta hasta el Valle de Lantang. No eran ni las 7 de la tarde cuando nos fuimos a dormir. El descando prolongado obró el milagro y me levanté casi nuevo la mañana del uno de diciembre.

Era el día previsto para ascender el Tserko Ri un pico majestuoso en el limite de los 5000 metros. Antes de las 8 de la mañana nos pusimos en marcha hacia el pico. Jamal  en cabeza y yo, como siempre, a punto de perderlo de vista. Primero cruzamos un río medio helado y luego, por sorpresa, Jamal había desaparecido. No hubo forma de localizarlo pues el camino no era claro y se bifurcaba en varias ocasiones.

La subida me resultó más dura de lo previsto y tuve que utilizar mi famosa técnica de entrar en trance únicamente visualizando el siguiente paso. Dado que mi físico no me acompañaba lo mental resultaba imprescindible. Seguí superando diversos picos vislumbrando casi en todo momento el Tserko Ri. Llegado un punto desaparecía la senda y había bastante nieve. Estaría en torno a los 4400 metros cuando me plantee retroceder. Sin Jamal y lo que era peor, sin apenas agua, el ascenso se complicaba y mis limitados conocimientos de montañismo me convertía en el pìchón propicio para un sacrifio ritual a la diosa montaña. El peligro era evidente.

A pesar de las dudas seguí ascendiendo abriendo camino por la nieve y siempre fuera del inexistente sendero. Saltando de roca en roca intentaba en vano encontrar la senda perdida. Sobre los 4600 metros comencé a sentirme muy cansando y me veía obligado a detenerme cada diez minutos. Sin embargo, la cima cada vez se veía más cerca. Debía de estar en torno a los 4800 metros cuando el hielo hizo su acto de aparición y lo hizo en el peor momento pues la montaña se estrechaba y la arista se empinaba hacia la cima.

El cansancio y el vértigo creciente podrían convertir en fatal una caída. Continué ascendiendo con dificultad unos 50 metros pues el camino estaba totalmente helado. Era una locura seguir subiendo. Justo cuando empezaba a descender vislumbré a lo lejos a una pareja de chavales jóvenes con pinta de norteamericanos. A ellos, al contrario q a mi, se les veía genial, frescos como una lechuga, dando una vueltecita por el campo. Me preguntaron por el estado de la ascensión y les puse al día. Decidieron intentarlo y por lo que supe luego, lo lograron.

Era el momento de regresar, no solo porque estaba muy cansado y no estaba plenamente recuperado del día anterior, sino porque el vértigo podía jugarme una mala pasada. Por no hablar de que todavía tenía al menos 3 horas de descenso por delante con el riesgo de que la noche pudiera caerme encima.

A un ritmo lento pero seguro fui descendiendo como pude. Sin apenas pausa los problemas volvieron a presentarse amplificados a los 4600 metros cuando desaparecía la senda. Me vi realmente en problemas en la zona nevada. La nieve siempre traicionera me hacía temer un posible hundimiento. La adrenalina estaba a tope a pesar de que solo se trataban de 70 u 80 metros de nieve. En un par de ocasiones me hundí y fueuna sensación terrorífica. Lo peor vino cuando en una ocasión se me hundió la pierna hasta la ingle y noté como mi pie quedaba aprisionado por las rocas.

Fueron 15 segundos de angustia total donde se me vino a la cabeza la recomendable película 127 horas. Afortunadamente el pie salió a la superficie y 20 metros más tarde me encontraba fuera de peligro. A partir de allí el descenso a Kiangi Gompa prosiguió sin mucha novedad. El episodio de terror me reafirmo en la idea de que había hecho lo correcto abandonando el sueño de llegar a la cima. Mis limites ya se habían superado con creces.

Un par de horas más tarde me adelantaron los americanos que seguían en perfecta forma. Disfrutando de la puesta de sol y al límite de mis fuerzas crucé nuevamente el rio helado ahora mucho más caudaloso y 30 minutos antes de que cayera la noche cerrada llegué a Kiangi Gompa.

Jamal me estaba esperando. Según me comentó  se había perdido en la primera parte de la ascensión y había decidido volver al pueblo. Luego hizo la ascensión del Kiangi Ri (4700 metros) y volvió con tiempo suficiente para ayudar a una mujer que habíamos conocido a hacer pan y a cuidar de sus hijos.

Muy satisfechos por lo logrado, empezamos a planificar el regreso a la civilización y Jamal me propuso la posibilidad de intentar llegar a Syabrebesy en un solo día. El objetivo no era sencillo pues había 32 km de bajada. Para lograrlo era preciso levantarse al amanecer y limitar las paradas al máximo si queríamos llegar a dormir a Syabrebesy.

Lo logramos in extremis. Habíamos recortado dos días al itinerario inicialmente previsto y al día siguiente disfrutamos de un merecido descanso en Katmandú. Diez días de puro Trekking eran más que suficientes para nosotros que no eramos, ni mucho menos, senderistas consumados. El miércoles tres de diciembre a primera hora de la mañana cogimos el autobús de la muerte dirección Katmandú. Alternamos el éxtasis de las vistas panorámicas, con largos suspiros de terror y los continuos y cómicos cogotazos de Jamal en el asiento de al lado pues nos tocó ir en la última fila, encima de las ruedas.

Nuevos controles de pasaporte y Tims (hasta un total de 4) y hasta un control de equipajes (cuidadin amigos fumetas). A la llegada a Katmandú nos buscamos un hotelito confortable y con una terraza que era un paraíso llamado «Valley no se qué». Fuimos a Durbar Square y cenamos bien en un restaurante japonés  que había llamado la atención de Jamal  por ciertas referencias y por encontrarse justo al lado de la embajada japonesa. Precios europeos, clientela japonesa, Sashimi gordito y apetitoso.

El día siguiente fue de homenaje a los sentidos. Nos pasamos la mañana degustando todo tipo de bebidas y manjares en la terraza de la pensión como auténticos reyes mientras leíamos, escribíamos y conversábamos animadamente. El descanso del guerrero.

Al caer la tarde nos dirigimos a una asociación de invidentes  llamada seeing hands para recibir un ansiado masaje con el que mi espalda había soñado durante días. El masaje de una hora no nos decepcionó. Un masaje fuerte y doloroso por momentos que volvió a poner nuestras espaldas en su sitio y se posicionó merecidamente en el podio de los mejores masajes que he recibido en mi vida. El lugar de honor, eso sí, lo sigue ocupando el masaje que recibí años atras en Pushkar (India), por parte de un masajista nepalí.

Por la noche fuimos al restaurante chino Chang cheng que yo ya conocía y que como siempre resultó complicadisimo de encontrar. Situado en el interior de un hotel de ejecutivos chinos acabamos llegando algo tarde por lo que comimos tan solo acompañados por los propios empleados y un lindo gatito que se paseaba a sus anchas por el restaurante y era alimentado esporádicamente por una de las camareras.

El viernes, el día de la despedida, nos fuimos a Patan e hicimos la ruta de los templos que se perdían entre los suburbios hasta llegar al Durbar de Patan que brillaba con luz propia. Gastamos nuestras últimas rupias y nos despedimos de Katmandu en un restaurante solo para chinos donde cenamos un maravilloso pollo agridulce que quedará en el recuerdo. Nos fuimos tempranito a dormir en previsión de las noches de aeropuertos que nos esperaban de vuelta a casa.

Sobre las cinco de la mañana estábamos en pie y nos dirigimos al aeropuerto. ·3 horas de retraso y 8 horas de avión que transcurrieron en un suspiro pues el cinefilo que hay en mi se tragó la torre de marfil, sobre la educación en EEUU, la gran mentira de Lance Amstrong, Money ball con Brad Pitt y el maquinista del actor de American Psico.

En Estambul nos paseamos todo lo que pudimos disfrutando la noche de una ciudad maravillosamente iluminada. El Jet lag y el cansancio acumulado nos pasaron factura y la noche se nos hubiera hecho demasiado larga si no hubiera sido porque encontramos un bar donde ponían, ver para creer, al Málaga por la tele y donde pudimos guarecernos de la incipiente luvia que había comenzado a descargar el cielo. Casi a la carrera cogimos el último autobús para el aeropuerto y dormimos como bebes una vez llegamos a él. Nuestras mentes ya estaban en casa.

Este humilde relato se lo dedico a todas aquellas personas que conocimos en Lantang y que tan bien nos trataron, muchas de las cuales probablemente fallecieron tras el trágico terremoto que azotó el valle en la primavera de dos mil quince.

FIN

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Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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