A veces el placer del alcohol regresaba en mis esporádicas pausas nicotínicas. Se despertaban en mí viejas sensaciones y se abotargaba el pensamiento. Hacía tiempo que no empuñaba mi espada. Había pasado días viajando en bicicleta por la provincia de Málaga y viajar me había sentado bien. Era la única pócima que nunca me fallaba.
Ahora que habían muerto mis bajas pasiones y mis viejas amistades parecía hacer renacer en mí el viejo espíritu del guerrero, el cantar vespertino de los pájaros se mezclaba armonioso con el potente sonido de la música. El cielo comenzaba a adivinarse rosa. El mes de abril se había presentado grandioso.
La pandemia agudizaba el ingenio. Con pocas ganas de cruzarme medio mundo con la mascarilla puesta, me dio por buscar una forma más minimalista de viajar. Por eso elegí emprender la denominada ruta transmalacitana que se habían inventado un grupo de peleones bomberos. Unos seiscientos kilómetros de pedaladas por toda la provincia.
Desde Málaga al Rincón, Macharaviaya, Iznate, Torrox, Nerja, Frigiliana, Cómpeta, Salares, Sedella, Canillas del aceituno, Alcaucin, Periana, Alfarnatejo, Alfarnate, Villanueva del Trabuco, Archidona, Antequera, Valle de Abdalajis, El chorro, Ardales, El Burgo, Ronda. Desde Ronda una bajada infinita hasta San Pedro, Marbella y por la costa occidental de vuelta a Málaga. El problema era que yo no montaba en bicicleta. Por eso pedalee con la cabeza. Tampoco es que fuera el tour de Francia. Viajé con Romanovich y con Sweet.