Con más estrés del recomendable y siguiendo no sé muy bien a quién cogemos el taxi en la puerta de un aeropuerto de Delhi que, por otro lado, no está nada mal. Nos separamos en dos taxis y vamos donde va todo el mundo. Casi sin mediar palabra aprovechando esa inercia en la que andamos inmersos nos plantamos en pleno corazón de la ciudad.

El trayecto no decepciona. Todo aquello que queráis o podáis imaginar y más. Efectivamente, es otro mundo. Desorientación. Al cabo de cinco minutos aparece el otro taxi con Blanco, la francesa y el de Castellón. Al parecer su taxi se paraba y había que volverlo a arrancar cada poco.

Comienzan los debates. Seis personas que apenas se conocen, son mucha gente. No pasa nada, por el momento la necesidad de compañía es más fuerte que el incordio. Un hotel muy malo, otro muy caro (casi cinco euros la habitación) y al final, a la tercera va la vencida,  nos quedamos en el hotel Ayas en pleno meollo. Son las siete y media de la mañana.

Salimos. Los locales sienten que eres nuevo e intentan jugar su baza. El caos llama la atención. Vacas, coches, motos, rickshaws. Que no te atropellen es todo un logro. Qué sucio está todo. Todavía no hay mucha gente pero eso no lo sabemos aún.

Estoy muy cansado. Puedo liarla en cualquier momento. Me atrevo a hacer un par de fotos. Al parecer la peña parece darse cuenta inmediatamente de que somos unos guías cojonudos y da la sensación de que este grupo de seis tiene futuro. Reservamos billetes y cambiamos, sin proponérnoslo, la ruta de las otras cuatro personas. Mañana Puskhkar, luego a Jaypur.

Paseamos por la zona nueva de Delhi. Ruido, coches, mucha vida. Olores, claxon, un ojo en la nuca. Gente se acerca sin parar, nada que no nos esperáramos. Por omisión contratamos a un muchacho con buena pinta que parece dispuesto a ayudarnos en todo a cambio de una pequeña comisión de vez en cuando.

Nos vamos haciendo al ambiente. El chico desaparece y vuelve a aparecer como por arte de magia pasado unos minutos. «Casualmente» tiene el rickshaw de su amigo y va, como nosotros, dirección a correos. Le escribe a un amigo belga que vive en Lieja. El naturista catalán aprovecha y manda un par de postales. El rickshaw es un espectáculo y una aventura en sí mismo. Si van dentro seis personas lo es aún más. Por primera vez consigo relajarme por completo y disfrutar de lo que me rodea.

El horario lo tenemos del revés y estamos muy cansados. Toca ir a comer. No nos complicamos en discusiones pues la democracia puede ser complicada si no hay buena voluntad y acabamos en un restaurante cadena indio que cumple su función sin pasar a la historia.

Volvemos tranquilamente al hotel. Javi, el castellonense, se desmarca para pillar charras. Tres horas de siesta y como nuevo.

Blanco y yo vamos al viejo Delhi. Ambientazo. El metro está sorprendentemente bien a pesar de los apretones. Rezos y cantos se entremezclan en un par de templos. Los mágicos olores nos contaminan. ¡Qué maravilla! Damos un donativo y tocamos una campana.

Muy autentico. Se nos acercan unos niños de no más de cinco o seis años. Es la fiesta, les hemos comprado unos dulces y un par de manzanas. Vamos al Mohti Mahal restaurant, famoso por su butter chicken. Primer homenaje gastronómico y vuelta en rickshaw.

Continuará..

Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.