Viaje mochilero a Chile. Por libre. En solitario. Relato de viaje Chile.
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Santiago, Valparaiso y desierto de Atacama: CHILE. RELATO COMPLETO

 

Viaje mochilero Chile

 

Una gota en un océano de personas que se creen especiales. Y después de una línea, viene otra. Tuve que matarla porque no tenía otro remedio. Y entonces yo también morí un poco. Sweet flotaba en las tranquilas aguas de la bahía de Málaga. Inerte.

Millones de escritos inacabados. Una vida que no da la opción de decir la última palabra. Un miedo atroz una mañana cualquiera de julio de dos mil diecisiete. Un error que te hiela la sangre. La distancia al abismo que me acecha. Y claro, nada de esto podría tener sentido más que para mí. Por eso son diálogos conmigo mismo. Con ese otro yo. Lo reconozco, sentí ganas de llorar. Porque era injusto lo que me estaba pasando y no entendía que me atacaran sin razón. Sufrí la violencia ciega e irracional de una demente. La mierda ocurría, lo comprobé en carne propia. Sin embargo, no lloré. No pude hacerlo.

Cinco meses de viaje por Sudamérica en el horizonte como forma de catarsis. Sacrificios recompensados. Sexus, Nexus y Plexus. La trilogía de Miller de la Crucifixión rosa. Miles de blogs de viaje todos iguales. Un bicho del infierno que me pica en el costado mientras miro al mar sin mirarlo realmente. Éste de aquí tampoco soy yo. Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica y Cuba. Un avión cruza el oceano Atlántico.

Pedos que huelen fatal.

Mi irrelevante lugar en la historia y mis delirios de grandeza. La vida no es una guerra. Una luz al final del túnel. Un optimista patológico con la energía justa para seguir viajando. Valió la pena. Diario de cocina de un anarquista. Secretos que no se pueden guardar. Una amistad, un amor, que tiene que marchitarse.

Un estómago tan podrido como mi alma. Caca, culo, pedo, pis. Y si mi traicionaste una y otra vez… ¿Cómo es que sigues siendo mi amigo? O es que todo fue siempre mentira… ¿De quién hablo ahora? ¿Qué era eso de la amistad? Luego, intentando aniquilar  el último atisbo de racionalidad que en mi quedaba, destruí el bolígrafo con el que vomitaba y pensé en ti, morena, mi amiga. Te llevaría yo a Cuzco y a Machu Picchu. En borriquito.

El destino estaba escrito. Me marcharía lejos. Sería triste y doloroso. Lo comprendí hace poco. Y cuando me hubiera ido, los refugiados del mundo seguirían con sus vidas como si tal cosa. Como si yo nunca hubiera existido. Así debía ser. Y Sweet sería feliz y volvería a casa. Y estos relatos tendrían más sexo. El suficiente como para fidelizar a los pajilleros.

Una pera enorme, gigantesca, volaba por el estrecho de Gibraltar hacia África. Alimentaría al continente negro.

Últimamente no paraba de fornicar. Me había convertido, como Bukowski, en una máquina de follar.

Hablar contigo es como hablar con una pared, me dice Sweet bruscamente. Muslitos y más muslitos.

Necesidad de un final y de un principio. Otra vez, Ignatius Reilli. Tú, que me lees, quiero que sepas que me das asco. Tienes que estar podrido para haber llegado hasta aquí. Abre la boca… ¡Allá voy! Bon, me dice Sweet… ¡Eres una puta bomba fétida ahora mismo! Me encanta mantener conversaciones filosóficas mientras me la están cascando, le digo yo .Y después de un disparate viene otro. Tal vez la única forma de aprender sea que te den cada vez más fuerte. Y joder!! Cómo me están lloviendo lo palos por todos lados!! Aunque saben que no pueden matarme.

A los restaurantes pequeños de Perú les llaman picanterías.

Y tú. Sí, te hablo a ti. Te lo pregunto. Si de verdad te importaba… ¿Cómo es que ni siquiera te tomaste la molestia de leer a fondo estos relatos? Necesitaba alguien que me escuchara.  Me fallaste.

Un anuncio del Tívoli sobrevuela en avioneta la desembocadura del río Guadalhorce. Boni, me dice Sweet tras una nueva deflagración, te estás pasando siete pueblos.

Admitámoslo, salvo Hennry Miller y yo, nadie entiende nada. Soledad y vacío en la cima del mundo. Si al menos tú, Miller, estuvieras vivo…

Como en el ángel exterminador hay días en los que por una u otra razón no logró salir de casa. He pensado anunciarme como amigo de alquiler a cinco euros la hora. También se me ha ocurrido salir a la calle y ver a cuánta gente soy capaz de conocer en una hora. Puedo ser encantador si me lo propongo. A veces simplemente miro a mi alrededor y me pregunto… ¿Por qué todo el mundo me adora?

¡Escribir, trabajar, dormir, viajar, leer y fumar porros, en eso se resume tu existencia, esto es demasiado! Grita Bitter tras darse cuenta de que Chipi se ha meado en el salón. Sus gritos esconden un velado reproche por no haberme dado cuenta. ¡Estoy harta de todo! ¡De ti, de Chipi! ¡Todos somos tus esclavos! Me espeta. ¡Mueve la mesa! ¡Tira esto! ¡No cuestiones! ¡Haz lo que te digo! Me dice. Por lo que se ve tengo el defecto de cuestionarlo siempre todo. Esta vez no. Hago todo lo que me dice y sigo escribiendo. Soy un perrito amaestrado.

Bitter sigue limpiando no sé qué. Escribo un rato más. ¡Escribir, trabajar, dormir, viajar, leer y fumar porros! Me repite. Yo no digo nada. No quiero empeorar la situación. Además, tiene razón. ¡No te enteras de nada! ¡Vives en tu mundo interior! ¡No sé en que clase de burbuja vives para no enterarte de nada! Se tiene que vivir muy a gusto ahí, me dice. No te creas, pienso yo.

Sigo en el ángel exterminador. Bitter me manda que coja agua fresca y dos o tres cosas más. Es increíble la cantidad de órdenes que se le ocurren constantemente. Como teniente coronel no tendría precio.

Ya nadie cuenta la verdad. Sólo se preocupan de decir lo que los otros quieren oír.

Todo llega. La libertad también. Estoy a punto de aterrizar en Chile. Casi ha amanecido en esta noche eterna. Una pausa espacio temporal. Sweet sigue durmiendo. Tal vez esté despertando de una pesadilla. Lo dejado atrás, atrás se quedó. Sólo tenemos presente. Y no voy a negarlo, mi presente, nuestro presente, no puede ser más brillante ahora que tengo cinco meses de viaje por delante.

Una rubia de mediana edad mueve las piernas nerviosa mientras espera impaciente para entrar al baño del avión. Las raciones de Alitalia dejan mucho que desear. Por no hablar del alcohol. He tenido que currármelo bastante para conseguir emborracharme. Un bollito de pan, un yogur alemán de fresas, una manzana y un pan al chocolate. Nos vamos desperezando, movemos el cuello, las maltrechas espaldas, estiramos las piernas. Chuck Norris sobrevive a dos infartos en menos de un minuto, reza la noticia en el periódico.

¿Vas a pedir también vino para desayunar? Me pregunta Sweet sarcástica. Una hora cincuenta y tres minutos para llegar a destino. Se confirma la teoría de que todos vamos a cagar después del café. Un vello negro se asoma molesto por el orificio izquierdo de mi nariz. Me siento energético. Capaz de patearme un continente, de exponerme a la aventura, de dejarme llevar por los vientos del sur.

A Sweet se le alisa siempre el pelo cuando vuela. Al menos, eso dice. Todos recordamos de memoria el DNI pero casi nadie sabe su número de pasaporte. Por un instante siento el impulso de abrir la salida de emergencias y saltar sin paracaídas. Distance from departure 6789 millas. Cinco horas de diferencia horaria entre Chile y España.

Como decía Miller vivimos rodeados de chacales y caníbales. ¿Dónde está el mar de los Sargazos? Me pregunto. Henry escribía sobre sus propias miserias. En Nexus relata con absoluta impunidad como cruza la cara a su amada Mona. Cuenta incluso algunos episodios que rozan la pederastia. Sorprende pensar que cien años después la censura no haya hecho más que empeorar.

Soñé contigo, otra vez. Tampoco es que me haga falta cerrar los ojos para eso, ya lo sabes.

Otra huida hacia delante. Nadie nos podrá decir que huir ha sido cosa de cobardes. Un chaval judio en el avión con su Kipa. Ya llevo contados tres en este avión. Planeo en secreto un miniholocausto. Hace tiempo que dejé de intentarlo. Ahora simplemente lo hago. No hay coherencia en estos relatos.  El azafato sigue vendiéndoles algo raro a los viejos del avión. A mí que no se me acerque. Atravesamos los Andes y si se cae el avión, no pasa nada. Tengo hambre.

Pienso en prostituir a Sweet. Es la única solución que se me ocurre para dejar de trabajar. La humanidad debe perecer, me digo. Aparece el Aconcagua en el horizonte.  Equilibrio en el caos. La autodestrucción como elemento troncal de mi personalidad. ¿Tienes curiosidad por estar con otras mujeres? Me pregunta Sweet, sin venir a cuento.

Beso el suelo como hacia Juan Pablo II cuando salgo del avión. Luego saludo a la multitud que me espera ansiosa de fe. Y entonces me pregunto… ¿Tan fácil era ser feliz? Tendría que pasarme el resto de la vida viajando. O morir en el intento. El tiempo pasaría igualmente. «Tú no puedes comprar la lluvia, tú no puedes comprar el sol»… se escuchaba de fondo.

Sweet es la persona más buena que he conocido nunca. Honesta, honrada y generosa hasta el absurdo. Demasiado buena como para traicionarla. Por eso nunca lo haría. Pero nada de esto significa lo que parece. Por desgracia, es más complicado. Suenan campanas. Un pájaro negro se acomoda en la copa de un árbol. Algunos rayos de sol logran abrirse paso entre las frondosas nubes. Una gaviota planea ante mis ojos. Un océano infinito envuelve el horizonte. Pan, palta, manzana, queso, jamón y claro, océano.

En Santiago de Chile conocimos a Javier que nos acogió en su casa, cerca del centro. Menos mal que no empezamos por el Caribe me dice Sweet que ha oído las alarmantes noticias sobre la llegada del huracán Irma. Ya lo creo, le digo. Nada más llegar a Chile también conocimos a unos titiriteros uruguayos que volvían de actuar en Valparaíso. Una gira internacional. Dormían en el cuarto de al lado. Ese cabrón uruguayo me ganó en la play dos a cero. Con Javier la cosa fue aún peor. Falta de práctica, supongo.

No tengo apetito pero haré el esfuerzo de engullir una tostada más. Necesito todo el alimento posible para aguantar hasta la cena. El tiempo se me escapaba entre los dedos.

Vimos el cambio de guardia en la casa de la moneda. Hicimos uno de esos tours gratuitos. En diciembre del año 1540 los españoles se instalaron en el cerro Santa Lucía. Tres meses después fundaron Santiago de la nueva Extremadura en lo que ahora sería la plaza de armas. El contador de Sweet se ha puesto en marcha.

Los mapuches han sido un pueblo oprimido durante siglos. Expulsados de Santiago, masacrados durante generaciones, cuentan con una cultura y una lengua propias. Siguen diseminados por todo el país. Aún siguen reclamando lo que es suyo. Vimos una manifestación. Al parecer, periódicamente, se registran episodios violentos. Secuestros y atentados. A falta de ISIS buenos son los mapuches. Víctimas propiciatorias, chivos expiatorios para el gobierno.

Al salir de la exposición de Warhol en la moneda conocí a un chaval venezolano expatriado que había decidido saltarse las clases en la universidad. Se ofreció a acompañarnos por el barrio de las bellas artes. Tomamos un café muy rico aunque bastante caro (los precios en Chile son bastante altos).Nos llevó al barroco bar en el que trabajaba y nos relató sus experiencias en Chile. La principal conclusión que extraje fue que en Chile ni las mujeres tienen culo ni la gente tiene gracia.

Sweet, esa belleza griega, necesita hacer cosas todo el tiempo. Yo soy más de no hacer nada. Aunque le he repetido mil veces que solo la quiero por su físico parece no entenderlo. Se sigue haciendo ilusiones. ¡Qué buena está la hija de perra! El contador sigue en marcha.

Muchos perros en Chile aunque ninguno como Chipi, mi princesa malagueña, mi reina de Huayhuash. Tampoco he encontrado ninguno como Chulín, mi cazurro Indiana Jones.

Dos bomberas bajan la calle San Luis de Valparaíso. Tengo un mechero que me va a estallar en cualquier momento. Recomiendo el costillar del Galindo en el barrio de Bellavista. Más vino Chileno. El malo en forma de terremoto. El Pisco Sauer, mejor el peruano.

Otra vez la calma que precede la tempestad en Valpo. Mejor me largo antes de que sea demasiado tarde. Lo que más me gusta en mis viajes es esperar. Esperar en sitios imposibles. Esperar el próximo autobús, el próximo tren, el próximo barco. Es en esos momentos cuando me siento realmente libre. Esas horas son un oasis, un tesoro donde mi única obligación es la de dejarme llevar.

Ahora estoy a los pies de la casa de Pablo Neruda en Isla Negra. Es lunes. El museo está cerrado. No hay nadie. Las olas rompen con fuerza sobre las rocas. Es el pacífico. Dos perros felices retozan en la arena frente a la casa de Pablo Neruda. Chile, el país de los perros. No es mal sitio éste para vivir una vida perruna, recuerdo que pensé.

Todavía hace frío. Es once de septiembre. El día en que derrocaron a Allende, el día en que cayeron las torres gemelas, el día en que yo empecé mi historia de amor con Sweet.

Los vecinos del barrio de Bellavista y de otros barrios de Santiago se han puesto de acuerdo, en oposición a la medida de la municipalidad de llevar a todo perro callejero a la perrera, y han decidido identificarlos a todos legalmente. Ahora, estás asociaciones de vecinos, son legalmente sus dueños.

Neruda, socialista y millonario, al parecer concurrió a las primarias contra Allende y las perdió. Más tarde decidió apoyarle. Curiosamente, murió pocos días después del golpe.

En Valparaíso nos quedamos a dormir en casa de Gloria. Una deliciosa divorciada depresiva que, como todos, buscaba su camino en la vida. En diciembre se marchaba a nueva Zelanda. Era geóloga. Una viajera tranquila, me pareció. Se iba sin billete de vuelta, como debe ser. También conocimos a un joven mendocino de nombre Stephano. Curiosamente había estado el año anterior en Nueva Zelanda. Un argentino nacido en Alemania que no era ni argentino ni alemán, sino italiano. En nueva Zelanda tocaba la guitarra. Se enamoró de Valparaíso.

Pulpa a la olla y cerveza Escudo de 1.2 litros en el bar Canario de Valparaíso. Volveré a emborracharme.

Al norte de Chile llegaríamos tres semanas más tarde cruzando el noroeste de Argentina. Mendoza- Córdoba- Cafayate- Salta- Quebrada de Humahuaca.

Desde Purmamarca (Argentina) hasta San Pedro de Atacama (Chile) la ruta merece una mención especial. Tan especial que por si sola puede justificar una escapada a Chile. La belleza del desierto de Atacama me impide seguir escribiendo. No tengo tiempo para eso. En Atacama te sientes más cerca del cielo, me dice Sweet mientras contemplamos, enamorados, el cielo y la tierra que separan Argentina de Chile.

En el bus nos ponen una peli lacrimógena sobre un niño y su perro y yo, como no, me acuerdo de Chipi.

Tenía ciertos prejuicios respecto a la visita a San Pedro de Atacama. Estoy un poco escaldado en lo que respecta a ciertos guetos turísticos anexos a grandes maravillas naturales. Temía verme atrapado en un lugar, por supuesto deslumbrante, pero donde prácticamente no pudiera hacer nada sin formar parte de un grupo organizado.

Estamos en un mundo donde el viajero independiente lo tiene cada vez más complicado. Bajo la excusa de la supuesta seguridad se hace negocio y se imponen todo tipo de trabas para impedir que puedas escaparte por tu cuenta, sin pasar por caja. A veces solo queda recurrir a la astucia, renunciar a los hot spots y exponerse a estrepitosos fracasos si de verdad deseas vivir experiencias auténticas. Hace tiempo que concluí que ni el lugar más hermoso del mundo vale la pena si en contrapartida debes aguantar a una manada de japoneses y británicos bombardeándote con sus cámaras fotográficas.

En San Pedro de Atacama nos fuimos a dormir a un camping pirata. Pillamos un colchón y dormimos como reyes en nuestra tienda. La primera noche la pasamos en la plaza al ritmo de los tambores junto a Olivia, una chica francesa, Laura (americana) y un chaval suizo que viajaba, según nos dijo, porque tenía la responsabilidad de salvar el mundo.

Al día siguiente decidimos alquilar unas bicis y con ellas perdernos en el desierto. Tras un mes de viaje no dejaban de sorprenderme mis nuevas piernas más propias de un ciclista del tour de Francia. El valle de la muerte no existe. El valle de Marte sí. Tras diversas confusiones por uno u otro finalmente nos dirigimos al valle de la luna. Tras la puesta de sol hicimos un descenso por el valle casi en solitario que fue la materialización de nuestras ansias de libertad. Nos introdujimos en una curiosa cueva y luego subimos a un pico para, azotados por los perpetuos vientos, ver como desaparecía el sol en Atacama.

De San Pedro había que largarse cuanto antes hacia Uyuni (Bolivia). No recomiendo visitar los descafeinados geíseres de Taito. De vuelta al pueblo, tras la decepcionante excursión, nos azotó todo el día un viento huracanado que acabó por hacer infernal el resto de la jornada.

Escuchando el Ukelele en mitad de un temporal de viento y arena, en un camping de mierda de San Pedro de Atacama, finalizo este relato de viaje por Chile.

 

FIN

 

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