VALLE DEL DRAA Y LA GARGANTA DEL TODRA.

Era solo cuestión de tiempo que mi bolígrafo Bic volviera a la vida. El valle del Draa o cuando acabamos por acostumbrarnos a lo extraordinario. El lugar no es lo importante, me repetía. Y realmente lo creía. Aunque no por ello dejaba de ser un palo perder un avión al Líbano y acabar casi por azar en un oasis cualquiera del Sáhara.

Era evidente que tenía una capacidad casi ilimitada de liarla parda. No lo hacía a propósito. Con una depresión considerable y cara de gilipollas, un día más tarde de lo previsto, cogimos un ferry desde Tarifa con destino a ninguna parte. De allí en tren a Marrakech y sin tregua hasta Ouzarzate en bus. Un colectivo en compañía de una joven madre y sus cuatro hijos nos llevó hasta AGDZ (Agadés).

Era finales de febrero del año 2019. En Málaga los profes tienen semana blanca. Nueve días en el Sahara no parecían mal plan, en todo caso. Era un plan b, c o d, eso sí.

El sur de Marruecos me apasiona. Hace un par de años recorrí el valle del Dades. He hecho también diversas rutas de senderismo por los pueblos bereberes del Atlas. Marrakech no lo soporto.

Agadés es un pueblo coqueto que hace de puerta de entrada al valle del Draa. Antes de llegar debes recorrer alguna de las sinuosas carreteras que hizo tan populares la película Babel.

El primer día nos tiramos de cabeza al palmeral o como le dicen aquí, Le jardin. No es otra cosa que uno de los oasis más impresionantes que he visto en mi vida. Este oasis que da literalmente vida al Valle del Draa se extiende durante alrededor de doscientos kilómetros hasta que le gana la partida el desierto, mucho más allá de Zagora. Dentro del oasis es fácil perderse por sus laberínticos caminos de tierra que discurren paralelos a las milagrosas canalizaciones de agua.

Un grupo de tres abuelos nos invita a Sweet y a mí al primer té del viaje. Se ríen mucho cuando les explico mi plan de llegar andando hasta Zagora y, quién sabe, con un poco de suerte, hasta Tombuctú. ¡No le hagas esa putada! me dicen jocosos, mirando a Sweet, en un bereber que acabo de alguna forma por entender.

Un pastor se me acerca de camino a Aslen (pueblo vecino a Agadés) y me agarra la mano como hacen los hombres por aquí. Seguimos caminando juntos cada vez más enamorados. Sweet nos contempla celosa en la distancia.

Ya en Aslen unas señoras de coloridos vestidos y negras como el tizón (aquí son muy negros en general) toman la fresca en la calle sobre sus no menos coloridas alfombras. Al fondo, en la ladera de las montañas, más alfombras se secan al sol.

Unos mocosos nos piden un boli. Traed un buen puñado, no le hará daño a nadie.

La ruta circular de este primer día concluye de regreso a Agadés. A la llegada practicamos un poco de sexo tántrico, sea lo que sea eso.

A la mañana siguiente, retomamos el oasis en sentido Tilagüin. Al comienzo, un cordonier nos informa de que en Timidart, quince kilómetros después, se puede dormir en la kasbah Chez Hussein. Cuatro o cinco kilómetros más tarde, llegamos a Tamougart, interesante pueblecito de llamativas kasbahs que nos enseña un curioso personaje llamado Abdeslam. Tras la visita nos invita a su casa donde recuperamos fuerza a base de dátiles y té.

Abdeslam, a sus cuarenta y dos años, sueña con ser novelista. Nos deleita con uno de sus relatos en inglés. Se titula el día que nevó en Tamougart. Cuenta la historia del veintiocho de enero de dos mil dieciocho, el primer día en que Abdeslam vio la nieve. Hacia cincuenta y cuatro años que no nevaba en Tamougart.

El tal Abdeslam era un ateo convencido. Uno de esos tipos raros que viven en el fin del mundo. Según nos contó, él y sus pocos amigos intentaban sobrellevar como podían la locura colectiva que infectaba a sus devotos conciudadanos.

Ya por la tarde, nos perdimos de nuevo en el mar de almendros y palmeras que era Le Jardin. Dimos tantas vueltas que creo que no exagero si digo que en lugar de los diez kilómetros previstos para llegar a Timidart desde Tamougart, recorrimos más de quince.

Timidart, poco antes del anochecer, parecía un pueblo fantasma. Cuando ya nos resignabamos a dormir al raso, bajo su ruinosa Kasbah, encontramos el coqueto alojamiento del tal Hussein. Y entonces entramos ipso facto en las mil y una noches.

Sexo y más sexo tántrico. Sea eso lo que sea eso.

Vistas al cementerio desde la Kasbah. Uno de esos días en los que no escribe un viajero. Y yo, obviamente, no soy un viajero. Tampoco un turista. No aceptaría en entrar en ningún club que me aceptara como miembro.

Desde Timidarte, salimos acompañados por una turba de niños sobreexcitados tras habernos encontrado.

El tic de mi mandíbula ha vuelto con fuerza.

Cerca de Timidarte se encuentra la aldea de Er Gebre. Luego, en zig zag, fuimos hasta donde el oasis lleva la vida. Cruzamos los pueblos de Tagouleme, Ait Bilik y por último, Afrah.

Dos perros solitarios hacen el amor cuando regresamos a las ruinas de la Kasbah de Timidarte. Se llaman Chipi y Chulín.

Serán 29847 los pasos necesarios para regresar a Agadez. Muchos de ellos innecesarios pues nos perdimos al final del trayecto y dimos una vuelta de lo más innecesaria.

Taxi colectivo a Ouazarzate por treinta dirham.

La noche del veintisiete de febrero es noche de clásico. La disfruto en un bar de parroquianos junto a un chaval que sueña con escaparse a vivir a Europa.

La mañana del jueves veintiocho nos dirigimos tras un pantagruélico desayuno en bus desde Ouzarzate hasta Tineghir. Casi tres horas de trayecto. A quince minutos de la ciudad se encuentran las gargantas del Todra. Una vez allí, treinta o cuarenta turistas agolpados merman el encanto de la garganta en su punto álgido. Los hoteles construidos en la misma y las alfombras que ocupan la parte baja de las imponentes paredes, tampoco contribuyen a poner en valor semejante monumento natural. Lo bueno, como ocurre casi siempre, es que la garganta sigue durante muchos kilómetros y, una vez atravesada la pelotera, la tenemos entera para nosotros solos.

Una barriga.

Seguimos caminando paralelos a la carretera. El sol cae a plomo aunque estemos en febrero. Hemos andado unos siete kilómetros cuando aparece de la nada en una vieja cascarria un auténtico salvaje, un bárbaro. Nos invita a subir a su chatarra, le acompaña un abuelo desdentado.

El bereber loco, como se le conoce por la zona, tiene treinta y un años aunque aparenta muchos más. Es bajito, rubio (como los auténticos bereberes), de pelo alborotado. No hacen falta más de dos minutos con él para comprender que se trata de un auténtico lunático.

Sweet me mira como diciéndome ni se te ocurra..entonces yo, la miro fijamente, luego devuelvo la franca sonrisa al bárbaro y le grito: ¡ Claro, hombre! ¿Por qué no? Y nos subimos al coche.

El loco bereber fuma constantemente lo que el denomina la aspirina bereber mientras conduce. Se nota que lleva fumando toda la vida. Balbucea sin parar en pleno éxtasis fumeta su filosofía de vida. Gesticula, grita, se enfada, para el coche sin venir a cuento, acelera y gira sin ton ni son invadiendo el carril contrario. Saluda con efusividad a cada nómada que encontramos caminando por la arenosa carretera.

Curiosamente, todo su excéntrico discurso me parece de lo más coherente. Un fumeta muy interesante y divertido.

De repente, empieza a golpear el volante con fuerza. Ahora habla sobre La verdad. Sigue extasiado. Toda la razón amigo!!! Pero… mira a la carretera!!!

Tras pararnos a conversar con uno de los obreros de la presa que están construyendo en plena garganta, llegamos al pueblo de Tamtatouch. Allí, nuestro protagonista ha construido una coqueta casita en la que hospeda a quien pesca. Como socia, y puede que amante, tiene a una cincuentona belga que pareciera tener un leve retraso mental. La pobre también está algo calva.

Bebiendo whisky bereber en pleno desierto, el loco bereber nos narra la bonita leyenda de como tres hermanos son el origen de las tres tribus bereberes. Al parecer, la hermana de estos se quedó embarazada. Lo ocurrido generó una gran disputa entre los hermanos. Uno de los hermanos, el más conservador, decía que lo que había hecho merecía que la mataran. Los otros dos, más moderados, abogaban por perdonarla. Se acabaron separando tras la disputa y cada cual marchó por su lado. La tribu bereber de los Ait Tata surgió del hermano conservador que se decidió por vivir en el desierto. Las tribus Ait Margat la fundaron los otros dos hermanos que se fueron a vivir a las montañas.

Mejor guardar el bolígrafo si no tienes nada que decir. Pero claro, entonces esto no sería prosa espontanea, ni corriente de conciencia.

¿Flatulencia crónica?

El paraíso perdido en el vagón de tren florido una noche de marzo con destino a Tanger. Pero antes, un regreso hacia las gargantas del Todra desde Tamtamouch, la cuna del bereber loco.

Seguimos el cauce del que una vez fue río y a la salida del pueblo lo abandonamos a la altura en que se está construyendo la presa, pocos kilómetros después.

Son raras las personas que siguen su camino.

Comenzamos a ganar altura hasta que los escasos coches que cruzan la carretera de la garganta comienzan a convertirse en hormigas. Perdemos el sendero e intentamos bajar altura sin separarnos de la garganta. Cogemos otro cauce de un afluente secundario que, por fortuna, desemboca en un camino de cabras. Nos cruzamos con una madre y sus tres pequeñajos nómadas que vuelven a sus haimas. Se muestran tan sorprendidos de vernos como nosotros a ellos. Sweet entra en pánico cuando subimos a uno de los picos que se interponen entre nosotros y el regreso a la civilización. Destrepamos como podemos por una rocosa y empinada ladera.

Y así logramos regresar al fondo de la garganta. Seguimos andando. Diez kilómetros más tarde, a lo lejos, escuchamos un claxon…una vieja chatarra aparece en el horizonte. Y nos decimos adiós. El loco bereber se queda allí y nosotros seguimos andando. Y allí sigue parado. En mitad de la garganta. En mitad del desierto. Allí solo, fumando otro porro de hachís. Valiente personaje.

Ya sólo quedaba regresar. Eso hicimos.

Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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