Tras varios intentos infructuosos de encontrar un vuelo hacia Bahar Dir, la única solución era coger otro autobús a las cinco de la mañana y tiro porque me toca. Otras doce horas.

En la estación de buses nos recibió el relaciones públicas de rigor que nos ofreció su hotel. Aceptamos su oferta. De paso nos organizó la vida para las próximas veinticuatro horas. No quedamos insatisfechos.

Esa noche tras una buena cena en un restaurante del barrio donde degustamos el pescado local y algún otro plato, propuse a Miguel Ángel que nos tomáramos algo en un bar. El concepto de bar en Bahar Dir y en gran parte de Etiopía está aún por inventar y los que existen son realmente puticlubs donde te puedes tomar una copa. Tomamos un gin tonic local y charlamos con una puta que se nos sentó en la mesa. La señora llevaba, como todas sus compañeras, un crucifijo colgado en sus pechos.

Ese día, al volver al hotel, sufrí el ataque de los mosquitos asesinos.

El domingo uno de diciembre fuimos a Emirates Airlines donde pude reservar un vuelo interno entre Lalibela y Adis Abeba que garantizó, en gran medida, la viabilidad del resto del viaje. No tuvieron la misma suerte Miki y Pato, que lo necesitaban un día antes y que al final se pegaron una «panzada» excesiva de autobús.

Luego hicimos una excursión por el lago. Allí coincidimos con un solitario experimentado viajero polaco de mediana edad que me ilumino sobre la visita a las montañas Simiens al tiempo que me abría los ojos sobre la importancia de salir para allá lo antes posible.

Conocimos un excéntrico y amanerado alemán que luego resultó ser polaco de Gdansk cuando apareció un compatriota. También vinieron con nosotros en el bote una pareja etíope de lo más peculiar en la que destacaba el inolvidable corte de pelo de la dama al estilo «se me ha agarrado un mandril en la cabeza pero que guapa estoy y cuanto me miran ahora que lo pienso».

Pitando fuimos a ver las cataratas del Nilo azul. Previamente, parada de infarto para recoger los billetes de avión. El resto del grupo que nos acompañaba se impacientaba por minutos. Las cataratas, con menos caudal de lo que hubiera sido óptimo (al parecer una hidroeléctrica tiene la culpa), tenían bastante que ofrecer. La ruta de senderismo previa fue agradable e intercambiamos con algún parroquiano. Me hicieron una foto bastante divertida en plan turista que se cae a la cascada.

Repetimos restaurante para cenar. Me las arreglé para pagarles el billete de bus a unos pocos etíopes y convencerles de que salieran a las cuatro y media de la mañana en lugar de a las seis en el minibús que iba hacía las Simiens. Era vital llegar a una hora que me permitiera aprovechar el siguiente día y cubrir a pie los veinticuatro kilómetros que unían Denbark con Sankaber. El plan salió redondo a pesar de que fallaron los frenos del minibús que nos llevaba desde Gondar a Debark  (pero en África todo tiene solución salvo los auténticos problemas).

Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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