valle del omo
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Valle del Omo

En Jinka dormimos aquella noche tras dar una pequeña vuelta y empaparnos de lo lindo a causa de una tormenta tropical. Nuestro alojamiento fue una especie de campamento con pequeñas cabañas y un agradable patio exterior donde nos comimos la tercera injera en dos días. Empezábamos a parecer etíopes desayunando, almorzando y cenando injera . Tengo que reconocer que ni la injera ni el resto de gastronomía local me han aportado gran cosa. La impresión en este sentido ha sido muy pobre.

Aprovecho la noche para ponerme «hasta el culo» de Chat y me acabo quedando dormido con él en la boca (se mastica). Mi sueño me ataca antes que ningún otro efecto. Mareo, embotamiento, atontamiento y un leve cansancio son los efectos más pronunciados. El sueño es pesado e irregular. Me levanto con resaca.

Por la mañana del día veintiséis, tras tomar la omelette de rigor, nos asaltan los guías que se ofrecen para mostrarnos el valle del Omo y las aldeas Mursis. Nos imponen a un scout armado que se ofrece amablemente a no venir siempre que le adelantemos el importe debido por su jornada de no trabajo. Ante tal generosa oferta le decimos que mejor mueva el culo y se monte con su escopeta en el 4×4. El guía, por su parte, como era de esperar, deja bastante que desear.  Parece molestarse cuando se le hacen preguntas y da respuestas vagas, imprecisas, que seguramente sacó de un curso CCC.

Lo más interesante fue recorrer el valle y las montañas mientras observábamos como vivían en su día a día los Mursi. Lo menos llegar a Mursilandia y encontrarte un ejercito de mendicantes deformes y poco amigables implorando para que les hicieras una foto o les compraras un plato de barro que les permitiera sacarse unos birr.

Luego hicimos algunas paradas para visitar a varias familias Ari. Un cafetito que no estuvo mal. Nos encontramos con algunas personas que, con bastante razón, se negaban a ser fotografiados y lo expresaban vehementemente. No quisimos en Jinka y decidimos continuar camino hacia le región Hammer. Los Hammer tienen fama de ser muy hospitalarios. Tras varias horas de conducción kamikaze nos encontrábamos en Turmi.

Encontrar cama fue complicado pues aparentemente los cuatro alojamientos de la localidad se habían puesto de acuerdo para hinchar escandalosamente los precios. En favor de la teoría «conspiranoica» estaba el hecho de que un joven local nos seguía con su moto allá donde íbamos. Luego hablaba con el responsable del establecimiento y éste, automáticamente, nos cerraba las puertas o nos pedía una cantidad exhorbitada.

Finalmente, hablamos con el propio joven en un tono bastante acalorado. Nos ofreció quedarnos en un hotelito de mala muerte pagando algo menos de cuatro euros. Eso sí, en condiciones muy básicas, sin cuarto de baño y sin luz a partir de las diez de la noche. En concreto el tema de la luz  se me hizo algo complicado de sobrellevar, soy ave nocturna. Al parecer, es bastante común en muchos países de África disponer de luz pocas horas al día y en Turmi, de hecho, ningún hotel de gama media disponía de luz las veinticuatro horas.

Por la noche, antes del gran apagón, disfruté con locura de unos maravillosos macarrones con tomate. La influencia italiana hace que la pasta sea la mejor alternativa a la sobredosis de la tradicional injera (una pasta a base de un cereal llamado Tekken con un sabor bastante agrio que en mi experiencia solo debe comerse en caso de vida o muerte).

A la mañana siguiente, como siempre, nos levantamos con el sol y la cosa empezó a complicarse. No hubo forma de localizar ni al conductor (probablemente drogado perdido) ni al supuesto guía (el chico que nos seguía a todas partes e iba enredando). La cuestión era que nos habían organizado una especie de ceremonia tradicional en aquella zona,  para la que teóricamente debíamos desplazarnos a una aldea no demasiado lejana, en la cual muchachos debían saltar por encima de toros como prueba de hombría en su paso a la edad adulta. Posteriormente habría unos bailes tradicionales.

Como el tema nos olía a “turistada” y no nos apetecía demasiado que nos montaran un circo así, en el fondo nos vino hasta bien la desaparición de los susodichos y tanto Miguel Ángel como yo nos descolgamos y aprovechamos para perdernos un poco por la aldea Hamer.

La experiencia fue inmejorable. Entramos en las viviendas de varias familias y acabamos de emborracharnos con honey wine (amarillo) junto a unos jóvenes del pueblo. La juventud estaba bastante más maleada y pendiente de hacer negocio. La borrachera empezó a degenerar. Para entonces ya me había reencontrado con Pato y decidimos que era un momento óptimo para «pirarse» pues la situación amenazaba con descontrolarse tras la cuarta botella ( tres pagadas por nosotros) .

Decidimos comentarle a uno de los chavales más tímidos del grupo,  y el que más a disgusto parecía estar con la actitud de sus colegas y su insistencia en ser invitados, si nos podría acompañar a alguna de las aldeas cercanas al pueblo que podían visitarse. Nos dijo que sí aunque no parecía muy convencido.

Llegada la hora del senderismo, tras otro par de cervezas en la terracita del tourist hotel, apareció el chaval que nos dijo que finalmente nos acompañaría otra persona, que visitaríamos dos aldeas, la primera a tres kms del pueblo y la segunda a dos kms de la primera.

El camino nos resultó agradable y tranquilo. La visita mereció la pena. Pudimos incluso visitar una pequeña aldea con su escuela de primaria. El sitio era auténtico y primitivo.  Previamente, en coche, ya percibimos que la vestimenta tradicional era la norma entre las diferentes tribus.

Atención especial merece el mercado de Kako, un autentico zoológico marciano, donde en perfecta armonía con miles de animales se mezclaban Hamer, con Mursis, Bannas, Aris o Caros.

Sin embargo, de repente, de la nada, cuando empezábamos a creernos auténticos exploradores, aparecieron millones de turistas americanos en sus 4×4 en plan «hombre blanco saluda a hombre negro» y luego hombre blanco le acribilla a fotos que son sólo trofeos de caza.

El guía sustituto nos dijo que teníamos que pagar dos veces por la entrada puesto que esa aldea incluía las dos que nos había mencionado anteriormente. Un timo en toda regla. El jefe de la tribu sacó entonces su teléfono móvil  mientras se dirigía despreciativamente a sus súbditos y contactaba con Turmi a la espera del próximo grupo de turistas.

Lo paradójico es que comprendimos que siendo la aldea totalmente real, el capo mafioso del jefe tribal se lo había montado para meterse la pasta en el bolsillo. La pobre gente que controlaba no tenía más remedio que soportar la situación y conformarse con la migajas.

Esa noche, ya en Turmi, recuerdo que tuvimos una conversación muy interesante sobre lo humano y lo divino, la vida en pareja y  lo abiertas que pueden ser la relaciones monógamas..

Ya el jueves emprendimos la vuelta a Arba Minch e hicimos una parada en el muy recomendado pero menos interesante mercado de Key Afar. Allí encontramos más turistas que en todo el viaje junto. Unas chicas que habían terminado un voluntariado en Burkina Fasso y Burundi, unos fotógrafos de fauna españoles y un japonés despistado, entre otros.

Esa misma tarde llegamos a Arba Minch y nos dimos el lujo de quedarnos en el agradable Tourist hotel. Bellos jardines y habitaciones muy confortables por quince euros. Al poco rato de estar allí solo bebiendo algo, apareció Mula, como si de una casualidad se tratara. Pidió un par de cervezas sin alcohol que, como era previsible, acabé pagando yo. Nos despedimos cuando llegaron para cenar Miguel Ángel y Pato. Una vez se marcharon estos busqué un lugar algo más ambientado dentro del propio recinto que era bastante amplio.

Cuando me disponía a regresar a mi habitación me encontré con dos etíopes que amablemente me invitaron a tomar unas cervezas. Su perfil era radicalmente diferente al encontrado hasta el momento. Con un nivel cultural alto,  resultaron ser políticos profesionales. Uno militaba en el partido del gobierno y el otro en el partido de la oposición. Uno vivía en Adis Abeba y el otro, al que el primero había venido a visitar en sus vacaciones, en su ciudad natal, Arba Minch.

Ambos concluían que persistían importantes déficits democráticos en su país, a pesar de lo cual se mejoraba poco a poco. En determinados momentos bajaban la voz y se cuidaban mucho de que nadie les escuchara hablar de política y eso que estábamos solos en una zona ajardinada, muy oscura e íntima, en la que nadie podría habernos escuchado ni en un millón de años. Prueba todo ello, de la falta de libertad de expresión que todavía sufre este país .

Breve cabezada y antes de las cinco de la mañana comienza la interminable paliza que debe llevarnos al norte, a Bahar Dir, la ciudad del lago y del nacimiento del Nilo azul. El viaje hasta Adis siempre lo recordaremos Miguel Ángel y yo  por la increíble belleza que se nos sentó al lado en el autobús. Viajaba con su niña pequeña. También lo recordaremos por el hecho de que fuimos todo el tiempo en la parte delantera al lado del conductor departiendo con muchos de los pasajeros que derrochaban amabilidad y hablaban muy buen inglés.

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