Viaje mochilero Qatar
El primer paso para abolir la vida era abolir el dolor. Camino de Qatar meditaba sobre la necesidad humana de huir del sufrimiento y la inevitabilidad de abrazarse a él. Es lo que tiene tener tantas horas muertas. ¿Merecía Qatar un relato de viaje? No. Sin duda, no.
A Qatar uno iba por obligación, esa era la pura verdad. En mi caso no era más que una escala entre Myanmar y España. No había llegado y ya estaba deseando largarme de allí. Tampoco es que fuera la primera vez que estaba por la zona. Hace algún tiempo pasé una semana en Emiratos Árabes y otras dos en Omán.
Cierto es que si no se ha estado antes por aquí no está de más darse un garbeo y contemplar los engendros que los petrodólares han montado en cuestión de un par de décadas. Por mi parte, y dado el calor en Qatar a finales de julio, mi intención era complicarme la existencia lo mínimo posible. No lo logré. En alguna parte había leído que desde el aeropuerto se organizaban unos free tours en bus que simplificaban bastante la aventura. Igualmente garantizaban sombra y un flujo continuo de aire acondicionado.
¡Me vais a volver loco! Parece ser que esto es lo que grité en un par de ocasiones, según me comentó Sweet, la noche anterior. Luego, parece ser que le pedí muy educadamente que me cortara las uñas de los pies.
En Qatar tengo una escala larga que se inicia placentera desde Myanmar. Con los años he aprendido a disfrutar de estas pequeñas e irresponsables cápsulas del tiempo. Una terapia contra la impaciencia. Un mandala.
Cuando llegué a Qatar me di cuenta de que llevaba los calzoncillos al revés.
Una vez salimos de la zona de control del aeropuerto, preguntamos por el free tour. Nos dijeron que ya era tarde, al parecer se organizaban nada más salir del avión. Raro, raro, raro.
Los 45, 50 o tal vez 60 grados que me abofetearon cuando salimos a la calle, generaron una súbita violencia en mí. Mis sandalias se habían convertido en chuchillas que hacían sangrar mis pies con cada nuevo paso. Cuando llegué al bazar comprendí que tendría que iniciar una revolución en Doha. Comenzaría por aniquilar a todo aquel que vistiera de blanco.
Para llegar al centro cogimos un autobús de línea en el que fuimos solos. Si eres discapacitado, viejo o mujer, tienes preferencia para sentarte. Paramos en la corniche (paseo marítimo) y lo primero que vimos fue el maravilloso skyline de Doha que poco tiene que envidiar al de las grandes metrópolis norteamericanas.
Doha es un gran desierto donde hasta hace pocos años sobrevivían unas cuantas cabras. La fiebre del petrolero convirtió a cada qatarí en un hombre rico. Calor seco. Malls con aire acondicionado. Un puerto repleto de barcos de madera al estilo Piratas del Caribe. Un loco que desafía el sentido común haciendo footing por una desierta corniche a las doce de la mañana.
Al paraíso llegamos en el mismo instante en que dejamos de sufrir.
La gente no me cree cuando le digo que a mi las me ponen son las mujeres con burka. Esas, y las monjas.
Contemplamos unos cuantos dromedarios ya cerca del zoco. Olor a especias. Buscamos la sombre prometida bajo las únicas piedras antiguas de Doha. Un hermoso zoco que merecería la pena patear si es que andar fuera posible. Un poco más de agua. El día sería largo. Estaba fatigado. Demasiado calor, demasiadas noches sin dormir. Demasiados autobuses nocturnos, demasiados aeropuertos y estaciones. Me había hecho viejo.
¿Con qué ansiedad había de perseguir la juventud sus leyendas? Llegaría un día en que bajaría la nariz hacia el suelo, se apoderaría de mí una afilada cólera en mi singladura solitaria por la bestia de los días, daría un paso al frente y avanzaría, por fin, hacia el día de mi muerte.
A las cuatro y media, el calor seco se transformó en calor húmedo. Nos propusimos la hercúlea tarea de llegar hasta el museo islámico. Tras media hora de agonía, llegamos. La entrada era demasiado cara para nuestros maltrechos bolsillos. Eramos parias en la corte de los jeques.
Pasamos la tarde comiendo helado y zumo de frutas. En Doha los aires acondicionados funcionan también en el exterior y no hay wifi en ninguna parte. Ese día en Doha fue eterno. Infernal.
Jamás sería tan feliz como lo fui en mi niñez, cuando devoraba con inocencia un libro bajo la manta en la noche inmortal de la infancia.
Cuando cayó la tarde revivió la ciudad y hasta los cuervos pasearon por las calles.
FIN
Hola, me gustó mucho tu relato! Te sigo leyendo, un saludo!
Saludos Sofía!!