Viaje mochilero Perú. Cordillera Huayhuash. Senderismo por libre en Perú.
Perú es el país más impresionante en el que he estado. La cordillera Huayhuash, ciudades imponentes, cultura, gente encantadora, comida deliciosa y aventura sin limites. Eso ý mucho más es Perú.
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CORDILLERA HUAYHUASH, CUSCO Y MACHU PICCHU: PERÚ. RELATO COMPLETO

VIAJE MOCHILERO A PERÚ

Perú para nosotros era la cordillera Huayhuash. Esta cordillera fue lo único que nos importó durante los tres meses anteriores a nuestra salida. Se trataba de supervivencia y aquí hablamos de palabras mayores. La idea era sobrevivir diez días de manera totalmente autónoma a más cuatro mil metros de altura sin guías, ni burros, ni historias. Luego, ya veríamos.

De nuevo acompañado por mi amigo Jamal, compañero de aventuras en el trekking que hice en dos mil catorce por el valle de Lantang en Nepal y personaje claramente infectado por el virus del senderismo, nuestro objetivo era perdernos del mundo lo máximo posible y poner nuestros límites a prueba una vez más. Pocos sitios debe de haber en el mundo que permitan hacerlo con el encanto que desborda la cordillera Huayhuash de Perú.

Sudamérica sigue siendo el continente por explorar para mí. No pocas veces he fantaseado con tomarme una licencia sin sueldo y recorrérmela durante varios meses. Perú es un adelanto de esa fantasía que espero se haga un día realidad.

La descabellada idea consistía en saltar desde Lima a Huaraz y, una vez allí, mochila y tienda de campaña, hasta el fin del mundo.

La cordillera Huayhuash ofrece un trekking muy especial que puede alargarse casi hasta el infinito en el tiempo. Una vez atraviesas las puertas del cielo en LLamac, Chiquian o Cajatambo no volverás a encontrar una población, por pequeña que ésta sea, hasta el final de tu aventura. La logística se ve condicionada por este hecho y te obliga a ser autosuficiente en todo momento.

El peso lo era todo. Por Internet no encontramos prácticamente ningún ejemplo de senderistas que se hubieran aventurado por su cuenta a realizar esta aventura y que luego la hubieran plasmado negro sobre blanco. Sin agencia de por medio, los escasos casos de senderistas zumbados que lo habían hecho cargaban de media entre veinte y treinta kilos. Canijo y medio jorobado como soy, cargar esa barbaridad de peso sobre mis minusválidas espaldas durante tantos días resultaba del todo inconcebible.

Así pues, esta aventura se volvió, sobre todo, un tetris a nivel de logística. Las preguntas fundamentales eran hasta dónde podíamos reducir el peso y qué era lo realmente imprescindible. Los cambios de temperatura tampoco ayudaban a aligerar el peso de la vestimenta pues, en un mismo día, pasabas de más veinte a menos quince grados.

La altura era otro factor a tener en cuenta pues no podíamos ni siquiera intuir cómo nos adaptaríamos a las grandes alturas.

Mierdas aparte, nadie podía prever que éste sería, sobre todo, el viaje de Chipi, la maravillosa perra que encontramos en LLamac y que nos acompañó fielmente durante toda una semana.

También fue el viaje de los niños poetas de la plaza de armas de Cajatambo, fue el viaje que nos enseñó de verdad cómo se debe celebrar del día de la madrecita, el viaje de la gente humilde y honrada, fue el viaje que nos confrontó con la naturaleza y con nosotros mismos, fue un viaje de empacho de música tradicional y de enamorarse de las encantadoras señoras peruanas con sus sombreros, sus rebecas y sus coloridas faldas. Señoras siempre curiosas de miradas inquisitivas. Pero lo primero en este viaje fue, como siempre, un golpe en la cabeza.

Un golpe que duró veinticuatro horas y que nos llevó desde Málaga en avión hasta una París aterrorizada por los atentados, la Bogotá de Pablo Escobar y, finalmente, tras una eternidad, hasta la Lima capitalina. El final sólo era el comienzo. Luego, una estación de autobuses y continuó así el golpe de otras ocho horas que nos transportó hasta Huaraz.

Así pues, como digo, Perú era para nosotros Huayhuash y Huayhuash empezaba con la llegada a Huaraz. Tras el golpe, todavía de madrugada, tuvimos la brillante idea de subir directamente a un glaciar (Tanavril???) situado a más de cinco mil metros. Una excursión corta que nos permitiría aprovechar el primer día para irnos aclimatando en altura. Una aclimatación por las bravas.

De cero a cinco mil en treinta horas no parece lo más recomendable y a pesar de lo ligero de la caminata, la hora larga de subida se sobrellevó con bastante dificultad y nos permitió contemplar un bello glaciar amenazado de muerte por el cambio climático.

Disfrutamos de las extrañas puyas Raimondi que crecen en estas tremendas alturas junto a lagunas insospechadas. Comimos rata o Cuy, como le dicen aquí. Charlamos con un guía sobre la ceremonia del San Pedro arraigada en la zona y se nos planteó la posibilidad de participar en los ritos que se organizaban en la localidad de Chavin bajo la supervisión de un chamán.

Ese día, cuando cayó la noche, solo pudimos dormir. Ni siquiera cenamos. Menos aún pudimos comprar el gas que tanto necesitaríamos durante la semana que quedaba por venir.

Bailes tradicionales en la plaza de armas de Cajatambo. Niños de cuarto grado jugando con cuerdas y pompones. Perros de enormes testículos en la plaza de armas de Cajatambo. ¿Y si todas las plazas de armas de Perú pasaran a llamarse  plazas de la paz? Discursos vacíos de políticos populistas que tratan de captar votos y que no se preocupan de su humilde, honesto, pobre e ignorante pueblo. El alcalde se excusa pues no ha podido asistir por razones de causa mayor. Nadie escucha ninguno de los discursos, ¿Por qué habrían de hacerlo?

Y con Chipi estuve a punto de hacer una locura. Una semana con una criatura como esa a un alma sensible tiene que pasarle factura. Pero Chipi era libre y moriría libre, tal vez mañana. Y me necesitaba tanto… y no saber que le sucedería, y abandonarla así…no podía quitármelo de la cabeza, y curiosamente, entre toda esta miseria,  ¿por qué solo podía pensar en cómo tuve que abandonar allí a aquella perra?

Pero antes de todo eso llegamos, todavía de madrugada, a Chiquian, pequeño pueblo que marca el límite de las tierras salvajes de Huayhuash. Nos dormimos en los laureles intentando encontrar el dichoso gas que nunca encontraríamos. Así, haciendo el gilipollas, perdimos el único autobús que salía en todo el día hacia Llamac a las ocho de la mañana. Y claro, nos tuvimos que buscar la vida.

Convencimos a un taxista poco dispuesto a aventuras innecesarias para que siguiera el autobús que se nos había escapado e iniciamos la persecución por carreteras de tierra de montaña. Casi lo alcanzamos, pero finalmente no pudimos darle caza. Desorientado, el taxista acabó por abandonarnos en medio de la nada veinte kilómetros más tarde arrepentido de habernos recogido. Y allí, entre Chiquian y Llamac, comenzó la auténtica aventura.

Un par de horas más tarde nos recogió una camioneta y nos instalamos placidamente en la parte trasera de la misma entre asustados corderos durante la media hora que aún faltaba para llegar a Llamac. Primer peaje de veinte soles, compramos algunos víveres en el pueblo y fue entonces, sólo entonces, cuando encontramos a Chipi la perra que no nos hubiera abandonado nunca  si no hubiera sido porque tuvimos que abandonarla nosotros.

Seguimos marcha hacia Pokra e hicimos noche cerca de una pequeña central hidroeléctrica. Aún se podía encontrar madera y pudimos hacer una fogata.

A la mañana siguiente charlamos con un minero que llevaba pocos meses currando en la mina que estaba siendo explotada por los japoneses. Seguimos ruta. Cuando llegamos al campamento de Matacancha estuvimos a punto de pasarnos el sendero y seguir hasta Quaterhain pues la carretera seguía hacia allí y el sendero apenas se intuía.

Tres horas y media de ascensión, con más de diez kilos a cuestas y todavía sin la aclimatación adecuada pusieron en duda la viabilidad del proyecto. Parando cada cincuenta metros finalmente conseguimos llegar a la cima más que agotados. El descenso, sin apenas agua, y el posterior sendero hasta la laguna de Mitoconcha, cayendo ya la noche, nos dejaron el tiempo justo para montar la tienda a la carrera y pasar la noche como pudimos. Habíamos sobrevivido a la primera prueba de fuego.

A primera hora de la mañana visitamos la laguna de Mitoconcha que tenía menos agua de lo que pensábamos pero que nos dejó la primera imagen para el recuerdo. Ya atrás había quedado el pico Rondoy de nuestro amigo Bonatti.

Guiados como siempre por Chipi nos pusimos camino de Caruacocha. Una primera parte de ascensión rompepiernas fue seguida de unos paisajes deliciosos e irrepetibles que nos llevaron en descenso hasta el campamento de Caruacocha a las faldas del Siula grande y del Jerupaja. Ni en el Himalaya recuerdo un panorama como aquel. La inmensa y cristalina laguna reflejaba los picos como si se tratara de un espejo y el deshielo te sobrecogía con cada avalancha de nieve que se volcaba sobre el lago.

Apareció una pareja de Quebec que también hacían senderismo por libre y solos los cuatro disfrutamos de una rica cena a base de noodles, carne seca, puré de verduras disecadas y un té que en el tenue fuego se resistía a hervir.

¿Dónde estás Chipi ahora que escribo estas líneas? ¿Te volviste a escapar pequeña Houdini? ¿Estás todavía buscándome? ¿Te quedaste en esa maravillosa granja andina donde te dejamos? ¿Estás buscando otros senderistas con los que iniciar una nueva aventura? Me gustaría saberlo. De verdad.

Mi lamentable físico siempre deja a los otros algo desconcertados. Soy lento, eso de percibe a la primera y más de uno debe de pensar que qué hago yo por allí. A veces puede parecer que voy a derrumbarme al siguiente paso. Pero sigo, soy duro, no es tan fácil acabar conmigo. Como en la vida, siempre me han subestimado.

Algo así sucedió cuando iniciamos la interminable subida del día siguiente. Pero resistí, cogí un buen ritmo y estimulado por ese competidor nato con piel de cordero que es Jamal conseguí completar la estupenda etapa que une Caruacocha con Huayhuash en cinco horas y media. A punto estuvimos de perdernos por esa maldita costumbre que tiene mi compañero de dar rienda suelta a su potencial y adelantarse hasta que ya no puedo verlo ni en la distancia. Afortunadamente en la bifurcación elegí bien y, superando nuestras mejores expectativas, a las dos y media de la tarde estaba en el campamento de Huayhuash.

Fue allí cuando comencé a escribir este diario de viaje. Nos acomodamos sin permiso en la caseta del guardia del campamento que estaba plagada de cagadas de ratón. No solo estaríamos a cubierto sino que evitaríamos tener que montar la tienda. El guarda se había dejado el cuartucho abierto. Para cuando regresó, ya era territorio ocupado y su amabilidad junto al encanto natural de Jamal, el encantador de serpientes, hicieron el resto. Hasta Chipi durmió calentita esa noche. Una noche eterna.

Es difícil empezar a escribir pero más aún, dejar de hacerlo. El tiempo puede llegar extenderse como un chicle durante un viaje. Puede llegar a sobrecogerte e intimidarte y es entonces cuando no te queda más remedio que enfrentarte a tus miedos, a ti mismo y, una vez lo has destruido y has perdido la última gota de confianza en ti mismo, la realidad te obliga a reconstruirlo todo de nuevo.

En todo viaje acabas planteándote que cojones haces tú allí. Ese momento, no me ha llegado aún en Perú aunque siento que se está aproximando.

Como digo, el recorrido que hicimos por Huayhuash era un reto físico y mental y cuando acabas por completarlo no puede quedar más que un gran vacío en su lugar. Ese vacío si que lo siento. ¿Serán Cusco y Machu Picchu capaces de llenarlo? Tengo miedo de abandonar este banco de la plaza de armas de la ciudad de Cajatambo. Tengo miedo de volver a abandonar por enésima vez la zona de confort de este banco y este cuaderno. Como Chipi cuando caminaba segura a nuestro lado durante la semana que nos perdimos con ella en la cordillera Huayhuash.

Se acabó la celebración del día de la madrecita en la plaza de armas de Cajatambo. Una andrajosa señora de chaqueta a cuadros y coloreada falda, sin sombrero, pasa a mi lado. Unos jóvenes  modernos llevan pasteles a la clínica donde trabajan para celebrar la jornada. Niños con sus uniformes escolares se resisten a abandonar la plaza ya casi desierta. Tal vez sea el momento de vagabundear en el vacío de Cajatambo.

Pero antes una información de utilidad. A cuarenta minutos a pie del campamento Huayhuash se encuentra la localidad de Tupac Amaru, de unas doscientas viviendas, donde es posible comprar víveres pues hay tienda. Se trata de un lugar estratégico para los que realizan la ruta habitual de Huayhuash al encontrarse cerca del punto central del recorrido. Esta información permite acarrear más comida de la cuenta lo que no es un tema menor siendo el peso, como he repetido, el principal reto que presenta este recorrido por la falta de civilización.

Con un pari entre pecho y espalda y cinco chupitos de ron todo se ve mucho mejor. Un niño gordo con cara de chino y camisa a cuadros baja por la plaza de armas de Cajatambo. Voy a buscar una sombra. Una señora de ochenta y siete años se sienta a mi lado y conversamos sobre su bonita ciudad y su historia durante media hora. No ha conocido la enfermedad, me dice.

De Huayhuash iniciamos la subida al monte San Antonio y llegamos a su mirador desde el que se puede disfrutar de unas vistas imponentes… Creo divisar el monte que aparece en el logo de la Paramount Picture.

La subida al San Antonio se hace más dura de lo que hubiera pensado. El inmenso lago Viconga nos muestra el camino hacia las aguas termales de Uramasa. Un treintañero, su amigo y el hijo de este, nos dan la bienvenida y un nuevo boleto. Las aguas termales suponen el descanso del guerrero.

Charlamos durante horas con un grupo de amigos de la zona que trabajan como comuneros. Gaseosa para completar un magnífico día. Pero antes un partido de futbol a 4362 metros de altura de los que no se juegan todos los días. Lógico, falta el aire. Casi marco un gol. Por lo demás debo reconocer que hago un ridículo espantoso. ¡Del Málaga tenía que ser!! Me gritan tras cometer un terrible error que nos cuesta el gol. ¡¡Los treinta minutos más largos de mi vida!!!

Jamal tira otra vez de sus encantos para que nos dejen compartir un pequeño cuartucho donde pasamos con nuestro anfitrión una agradable noche conversando sobre lo humano y lo divino. La noche tirado por tierra se me hace incómoda. Visiones psicodélicas me cautivan aunque hace meses que no fumo nada bueno. ¿La falta de oxígeno?

En la escuela de Cajatambo hay pinturas de caperucita roja y el lobo, de niños que escuchan embobados a su profesora, incluida una alumna china que tiene perilla. Hay dibujos de osos y de tigres entorno a un árbol de navidad, de Bambi, de un príncipe ardilla y de una liebre con morritos de cerdo.

Los tejados son de chapa y en la esquina de la plaza hay un puesto que vende palomitas de maíz.

Jamal pasa entre dos y tres horas al día enganchado a su móvil entre llamadas y Wasap. Yo, más de una hora. Todo ello desde que regresamos de la montaña. Trastorno mental? Comportamiento obsesivo compulsivo? En ocasiones Jamal se entrega a su móvil durante la comida o abandona la habitación a las siete de la mañana para no molestar mientras habla con familia y amigos. ¿Es esto normal, doctor? ¿Qué nos está pasando? ¿Una semana sin tecnología y así estamos? ¿Es Jamal un adicto al móvil?

No fue buena idea comprar queso en la montaña. Estoy hasta los huevos de acarrearlo. Ahora empieza a chorrear. No es buena señal. Apesta.

Un día analizaré ventajas e inconvenientes de viajara solo o en compañía. Tal vez otro lo dedique a las ventajas e inconvenientes de vivir solo o en compañía.

¿Dónde quedó esa fiebre, ese ansia por viajar? Ahora es todo mucho más reposado… ¿O depende del viaje? ¿O depende del compañero? ¿El viaje nace o se hace? Nunca he visto tantas ofertas de trabajo en hostelería como en Lima. Cada restaurante busca permanentemente mozos, camareros y cocineros.

Dos caballeros de mediana edad con camiseta blanca de Heisenberg vistos en momentos diferentes de una misma mañana, suponen una simple casualidad… ¿O podríamos hablar de tendencia?

¿Se puede cambiar un lector recién comprado si se demuestra que se te cayó junto a tu mochila mientras intentabas hacer un descenso imposible a cinco mil metros en Perú? ¿Lo cubre la garantía? ¿Y si hace menos de un mes que lo compraste? ¿Valoraran el hecho de que ni haya podido finalizar la lectura de mi primer libro? ¿Es honesto cambiarlo a sabiendas que he sido yo el que la he liado parda? ¿Y los legítimos intereses comerciales de Amazon? ¿Hay un tema moral de fondo? ¿Me importa una mierda Amazon? ¿Y si no fuera ese impacto el único responsable del mal funcionamiento? ¿Hasta que punto puedo autoengañarme? Pues sí, al final me lo cambiaron.

Un policía en la plaza de armas de Cajatambo hace un escaner corporal completo a una bella caminante mientras se apoya en su coche patrulla. Bebo zumo de papaya.

Días antes me pego un baño termal para el recuerdo a las siete de la mañana cerca de Viconga. Llega el momento de atar a Chipi. Trágico. Es por su bien, no queremos que nos siga de vuelta a la civilización. Al menos es nuestro deber que siga en la libertad de la montaña donde la encontramos. Es un buen lugar para que siga al siguiente viajero que continúe la ruta circular. Casi se me saltan las lágrimas aunque nadie lo nota. Supongo que me encariñe con ese alma salvaje al que puse el nombre de mi perra.

Nos marchamos. Una hora más tarde aparece Chipi de nuevo valle abajo. Se había escapado. Dos horas después encontramos una granja donde viven muchos perros, corderos y hasta llamas. Parecen felices. El señor mayor que vive con su esposa y su padre demente nos da buena impresión. Los perros parecen bien cuidados. Se ofrece a quedarse con la perra. La volvemos a atar pero incluso antes de abandonar la granja ya se había escapado y estaba de nuevo con nosotros.

Un hombre de sesenta años con pantalones bombachos verdes, chaqueta verde, patillas a lo Elvis y camiseta de Superman se dirige a la plaza de armas de Lima con una enorme carpeta repleta de Comics bajo el brazo.

Intentamos olvidar el doloroso recuerdo de Chipi y consolarnos pensando que no podíamos hacer otra cosa que volver a atarla. Una hora después reaparece Chipi a la carrera con la cuerda cortada y el cuello rodeado todavía por la soga. Me planteo por un segundo si no sería una señal del destino que quiere que me lleve a esa perra conmigo. Regreso andando hasta la granja. Antes de llegar otra granjera me pregunta si quiero regalársela. Dudo en hacerlo pero me decido por volver hasta la granja del señor mayor que habíamos visto en primer lugar.

Desolado, la vuelvo a dejar allí y sabiendo que ya no hay vuelta atrás retomo mi camino a Cajatambo. Una subida eterna por carretera de montaña y un peor descenso hacen que se me acabe echando la noche encima. Jamal va muy por delante. En todo momento me persigue la sombra de Chipi que siento e incluso espero, puede aparecer en cualquier momento. Pero no lo hace.

Ya de noche, llego al hospedaje Huayhuash de la plaza de armas de Cajatambo.

El descanso en Cajatambo vino como caído del cielo. Los días volaban como cóndores andinos. Celebramos a lo grande el día de la madrecita ya relatado en divagaciones anteriores con sus poesías, sus sorteos, sus discursos y sus bailes.

Un grupo de ciclistas hippis franceses que llevaba un par de meses viajando en bicicleta llegó al pueblo y comenzó a interrogarnos sobre Huayhuash. Pretendían hacer la ruta inversa comenzando desde Cajatambo.

Empacho de autobús el día que abandonamos Cajatambo. No podíamos imaginar que el regreso desde el paraíso fuese tan tétrico. Un desierto infinito separaba Lima del norte. Uno tiende a esperar un final apoteósico. Pero, afrontémoslo, la vida no suele funcionar de este modo. Tal vez si fuéramos conscientes desde el minuto cero de esta verdad nos tomaríamos el ratito que pasamos en el mundo con una mejor actitud. Sigo esperando ese final apoteósico

 

DE VUELTA AL MUNDANAL RUIDO

 

Lima ni era el final ni el principio de nada. Cuando llegamos nos fuimos directos a por un Cebiche y un lomo saltado. Puse la oreja en la conversación que mantenían un buscavidas y un inmigrante africano  en la que el primero explicaba como a través de una oferta de trabajo falsa el segundo podría obtener los papeles.

Lima es cara a nivel de alojamiento. Tampoco había una oferta demasiado extensa. Tras la fase de acoplamiento la ciudad se fue mostrando cada vez más interesante. El ambiente era inmejorable. Compré pantalones y calzoncillos. Si uno se para a pensarlo la palabra calzoncillos suena realmente mal.

En Lima también hay favelas como en Cusco aunque en la segunda no resultan tan evidentes.

Chifa significa china y se utiliza con frecuencia para designar el tipo de cocina oriental con grandes dosis de influencia peruana que puede encontrarse por todos lados en Lima.

La temperatura era tan agradable que permanecer en el hotel esa noche no era una opción. Presenciamos un par de espectáculos callejeros, uno para “puretas” bailongos y otro cómico. En el segundo de ellos, el cómico se dedicaba a intimidar a sus jóvenes espectadores con frases como «tío, tu novia la gorda, va a tener que pagarme el doble». Viendo que éramos carne de cañón para el cachondo y que era cuestión de minutos que el foco pasará a los españolitos, decidimos huir antes de que la bestia encontrara a su nueva víctima. Tengo un gran sentido del ridículo y estos espectáculos masoquistas me dan pánico.

La gente me parece feliz. Siempre me parece que los otros son más felices. No sé, tal vez yo también parezca más feliz de lo que soy. Demasiado tiempo para pensar sin nada de marihuana para fumar puede ser nefasto para la salud mental de uno.

¿Tiene interés la opinión de una criatura corriente? ¿Es aceptable la propia mediocridad? El autoengaño es fundamental en mi vida. Me pregunto, que impresión produciré en aquellos que sin conocerme me lean. ¿Se trata de un grito de auxilio? Y los auténticos momentos de euforia, de éxtasis… ¿Dónde se fueron? ¿Volverán algún día? ¿Es la ausencia de un dolor insoportable algo a lo que aspirar?

No es cierto. Tal vez nada de lo anterior sea cierto. Y no, no todos  parecen más felices. Más bien, todo lo contrario. Ojala fuera cierto. Sin duda, toda esa gente de las favelas no parecen felices, ni tampoco los refugiados con los que trabajo, ni los chavales mineros que conocí en Matacancha. Tampoco me parecieron felices los niños de los suburbios de la India ni los hijos de la basura en Tambacounda. Mucho menos incluso mis amigos pijos del Limonar. Entonces ¿quienes son los felices? Todos y ninguno, eso creo.

Tal vez estemos en una sociedad donde es preceptivo hacer ostentación de la propia felicidad. La felicidad como prueba indiscutible de nuestro éxito. No una felicidad íntima sino pública, compartida, conocida. Quizá ese sea la razón de ser de plataformas como Facebook. La necesidad de una reafirmación exterior de que, a pesar de lo que sentimos, quién sabe, nuestra vida puede que no esté tan mal. Alienados, como siempre.

Quien sabe si incluso en este blog anónimo haya algo de eso. Como decía Bukowski las buenas cosas, si es que llegan, lo hacen demasiado tarde.

Las luces se hacen presentes en las colinas que rodean Cusco, las de las favelas. Me pregunto que es más importante, mi viaje a Perú o el recuerdo que de éste quedará en mi cabeza. ¿Es posible que una rubia despampanante hable de Ayahuasca en la plaza de armas de Cusco? ¿Se habrá dado cuenta de que la estaba observando? ¿Tan difícil resulta encontrar un bolígrafo que escriba bien?

Me gustan los días largos, esos que no acaban nunca. Una madre aconseja comprensivamente a su hija por teléfono. ¿Hay algún peruano que sea mala persona? Son las seis y veinte y comienza a hacer frío en la plaza de armas de Cusco. Un perro se revuelca placenteramente sobre la hierba. La madre le pide a su hija que vaya a la calle del silencio. La rubia de la Ayahuasca se marcha y claro, nunca volveré a verla. Hasta la madre comprensiva acaba por abandonarme. No me va a quedar más remedio que emborracharme a base de Pisco.

En Lima acabamos cenando en un restaurante chifa que llevaba para adelante una camarera tristona de belleza poco evidente.

En un momento dado nos dio la sensación de que todos los caminantes iban en sentido opuesto al nuestro. ¿Que es lo que había al otro lado? ¿regresaban a casa? Fue entonces cuando compre los calzoncillos, cal-zon-ci-llos. ¿Será lo mío con la ropa consecuencia de un trauma anal?

El vuelo a Cusco de la mañana siguiente nos deja algo de tiempo para disfrutar de unas horas en Lima. Un mediocre desayuna y un pequeño sablazo. Me acerqué al mercado central y cumplí con algunos encargos. Quinoa, palosanto y maca. El mercado por si solo ya merecía una visita.

La eternidad en un relato que hasta a mi me aburre. Debe de ser parte mi terapia de supervivencia. Alimento para mi insaciable ego.

¿Será la plaza de Kusipata en Cusco el lugar al que acuden todas las parejas tristes? Una escandinava se despide entre lágrimas de su chico peruano. Ya no hay nada que puedan decirse. Todo esta perdido. Saben que no volverán a verse. Ambos meditan en silencio. Ella cierra sus ojos y se concentra en el dolor. Unas gafas de sol negras la separan de un mundo hostil. Una de tantas historias inacabadas. Como lo son todas.

Cuando él se marcha ella permanece allí sentada. Abre una bolsa de cacahuetes. No sabe que durante unos minutos es la protagonista de mi historia. Bukowski no tenía talento pero hay que reconocer que tenía una vida jodidamente deprimente sobre la que escribir. Me enamora la plaza Kusipata. Es el lugar donde debo estar hoy. Como yo, está escondida.

Decía Burroughs que la novela de Kerouac era en su mayor parte ficción.

Y entonces descubro que en la plaza Kusipata fue ahorcado y descuartizado Diego Cristobal Tupac Amaru. Más información en Wikipedia.

Cusco es un buen lugar para escribir. Y para fumar, aunque sea tabaco Stanley. Y una vez destruido, ¿Cómo puede uno pretender reconstruirse una y otra vez? Como si nada hubiese pasado.

En la plaza Kusipata hay sobre todo locales, aunque no solo. Detesto los lugares excluyentes. Un niño enano, como son los niños, pisa con saña la placa donde se indica que ajusticiaron a Tupac Amaru. Luego la golpea con su camión de juguete.

Un extraño me regala un perro. Se parece a Chipi, aunque es más pequeño y tiene rastas. Le doy las gracias.

Es en los momentos de soledad de un viaje donde puedes recuperar la esencia del mismo y recordar con claridad los motivos que te llevaron hasta allí. Un claxon me saca de mi última ensoñación. Es entonces cuando un desconocido me aclara que a Tupac Amaru no lo mataron aquí sino en la compañía que se encuentra un par de cuadras más allá.

¡Qué gente más maravillosa hay en Perú! ¡Qué mezcla imposible!

En las inmediaciones del centro de arte popular converso con un grupo de niños que parecen hijos de los dueños de las tiendas de souvenir. Esperan ansiosos a que se larguen los turistas que siguen haciéndose fotos con las llamas para empezar, por fin, su partido de futbol.

Por la noche las iglesias son el mejor lugar para escribir. Siempre que no te echen. Están calentitas, los asientos son cómodos, la iluminación es buena y la gente, guarda silencio.

La ruta de Huayhuash se puede hacer con solo ocho kilos de peso. Si volviera a hacer la ruta, así lo haría. Uno puede proveerse de alimentos en al menos dos lugares, Tupac Amaru y en las aguas termales. No es preciso llevar gas pues con un poco de suerte encontraremos madera hasta Matacancha y luego también en Caruacocha. Dando por sentado que la gente tiende a ir muy preparada es probable que el resto de noches, con un poco de suerte, algún senderista nos ayude con el gas. Así pues, con llevar comida fría para unos cuatro días debería de ser más que suficiente pues, aunque es cierto que los primeros días llegaremos a la noche con muchísima hambre, no es menos cierto que el estómago se nos irá cerrando con el paso de los días y las lógicas privaciones.

De repente la gente comienza a apelotonarse en la iglesia. Ya seríamos unos veinticinco y la misa estaba a punto de comenzar. Cuando nos obligaron a ponernos de pie la guitarra empezó a sonar. El sacerdote vestido de rojo no rebosaba energía. Yo tampoco, no aguanté demasiado tiempo de pie. Me fui al fondo de la bancada donde apenas se alcanzaba a oir lo que decía el cura. Se oían los gritos de los niños que jugaban en las capillas del fondo. Los fieles leían pasajes de la biblia.

De repente, recuperé las ganas de meterle el diente a la biblia como si se tratara de una buena novela. Si mi memoria no me falla, el antiguo testamento es de lo más entretenido. Me entran ganas de ir a comulgar y de beber un poco de vino. Hace más de diez años que no lo hago.

Los niños lo pasan en grande corriendo por los pasillos de la iglesia durante la misa. Los únicos cuerdos en una ceremonía de un corte mucho más musical que en Europa. Por lo demás, la misma mierda.

Fuimos a Machu Picchu pagando 88 dolares transporte, alojamiento y entrada incluida. No era cierto que la única alternativa fuera ir en tren y pagar muchísimo dinero. Desde Cusco decenas de empresas organizan desplazamiento en furgoneta hasta la central hidroelectrica que queda a escasas dos horas de marcha del pueblo de Aguas calientes. Son siete horas de carreteras imposibles pero si tenemos en cuenta que solo la entrada cuesta alrededor de 45 dolares y que por los 43 dolares restantes te están gestionando el transporte, el alojamiento y hasta la comida de esos dos días  (hasta incluyen un guía que te explica los lugares más interesantes de Machu Picchu durante un par de horas), es difícil pedir más por menos. Aunque, en general, no soy partidario de estas excursiones, debo decir que acabe bastante satisfecho.

Los paisajes que pueden disfrutarse en el camino desde Cusco merecen la pena. Desde la central hidroelectrica puede disfrutarse de una bonita caminata que ayuda a estirar las piernas tras siete horas de coche. También vino bien para comprobar que seguía en plena forma.

El banco al lado de la farola de la plaza Huchuy Rimaq de aguas calientes era tan buen lugar como otro cualquiera para seguir vomitando sobre el papel. Eso sí, estaba mejor iluminado que la mayoría.

Allí comencé una charla con uno de esos viajeros pasados de vueltas en lo que a veces me veo reflejado en un futuro no tan lejano. Otra x decia irónicamente este aleman, por decir algo, de su visita a Machu Picchu. Luego, a otra cosa. El colega llevaba un año en Uruguay y mes y pico en Perú. Pareció agradecido cuando le di medio paquete de tabaco de liar. No tenía dinero ni lugar donde quedarse esa noche pero bueno, ya se apañaría. Simplemente estaba a la deriva. Tenía tiempo, eso sí, lo que a mi me faltaba. Tiempo o dinero, la dicotomía de siempre.

Una agradable pareja de peruanos con los que compartimos mesa introdujeron la nota de color a una velada en la que fuimos testigos por televisión del final de una época, la de Duncan y Ginóbili en los Spurs de San Antonio.

Lo mejor fue coincidir esa noche con el aniversario de la creación del colegio local que llenaba el pueblo de chavalería en procesión, bailes tradicionales y, lo mejor, salchipapas y choripapas por doquier.

El Pisco sour y el Maracuya sour también estuvieron presentes aunque no tanto como las noches anteriores en los perros cuando acabé borracho como una cuba y  llegué a cuatro patas al hostal. El que venga a Perú y no se emborrache o es musulmán, o no sabe de la vida.

Este bolígrafo que se niega a pintar me hace cada vez más desagradable seguir escribiendo y, siendo realista, tampoco es que me quede demasiado que contar.

Eso sí, debo mencionar la criminal caminata mañanera que hay que pegarse para llegar a pie hasta Machu Picchu. A las 4 de la mañana, como luciérnagas en la noche, se suben un millón de peldaños de camino inca no original para llegar a las ruinas.

Machu Picchu en un día lluvioso.  Pero antes, como si no fuera yo, fui dejando atrás a millones de atléticos guiris que pagaban la falta de aclimatación en las escalinatas del infierno. Por una vez, no era el último sino el primero.

Ese día me libré de ser sacrificados por bien poco. Era, claro, la broma recurrente cuando un españolito se paseaba por tierras Incas.

Ya de vuelta, charlamos en la furgoneta con un estadounidense que nos tomó por peruanos y que venía de perderse durante un mes por la selva de Manu.

Mi bolígrafo se niega a continuar, puedo entenderlo. En este viaje leí el libro del Sha de Kapucinski y la oveja negra de Miller. Con la caída de mi mochila montaña abajo se acabó la lectura para mí. Los últimos días del viaje pude meterle mano, ya en papel, al cuaderno de K y a reflexiones sobre el pecado, el sufrimiento, la esperanza y el verdadero camino de Kafka. También estuve hojeando los dueños del Perú sobre los poderes fácticos en este país.

Por alguna razón milagrosa imagino que vinculada a la altura el bolígrafo vuelve a escribir perfectamente. En este punto, hasta las irrompibles cremalleras de mi mochila East Pack comenzaban a quebrarse.

Solo una duda me corroe, dónde estará Chipi, la magnífica y salvaje perra de Huayhuash. Quien sabe, quizá corriendo en libertad detrás de algún mochilero. Eso espero.

FIN

 

3 Comentarios
  • Silvia
    Publicado a las 16:32h, 25 mayo Responder

    Te encontré por casualidad. Muchas gracias, ha sido inspirador

    • RASKOLNIKOV
      Publicado a las 07:49h, 26 mayo Responder

      Gracias a ti. Me alegro de que te hayan gustado los relatos.

      Saludos

  • Silvia
    Publicado a las 01:16h, 30 julio Responder

    Hay algo adictivo en tus relatos… me gustaría tanto seguir disfrutándote…

    ¿Volverás?

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