A las 11 decidimos coger el bus para Transnistria. Transnister es un caso casi único de Estado no reconocido y prácticamente desconocido. A solo una hora de camino desde Chisinau está la frontera de Moldavia con Transnistria. Curiosamente dicha frontera no existe por el lado moldavo pues este país no reconoce la independencia del otro. Existe pues solo la frontera transnistria. Era, sin duda, el punto caliente del viaje pues se cuentan historias e historias de abusos en dicha frontera fuera de todo control nacional o internacional.

Una vez allí nos achucharon para que hiciéramos las cosas rápido, enseñamos la documentación, rellenamos un formulario y pasamos. La frontera era puramente militar y solo se veían vehículos del ejército.

Lo primero que nos llamó la atención cuando llegamos a Tiraspol fue la simbología que había por todas partes. Banderas nacionales, hoces y martillos, fotos, esculturas de Lenin, Stalin y una exhibición constante de los estrechos lazos que unen este país («independiente» desde 1991) con Rusia. Tanques por la calle y toda clase de fetiches de la antigua URSS.

Nos movimos cómodamente por la ciudad. Al contrario de lo que habíamos leído reinaba un aparente aire de libertad que el esplendido día contribuía a resaltar. Mucho ambiente por todas partes, la gente vestía muy bien y si fuera por las apariencias uno diría que los habitantes vivían mejor que en cualquier otra parte del país. Coches buenos, la ciudad muy cuidada.

Nadie hablaba una palabra de inglés que parecía una lengua proscrita. Perfectamente aislada el resto del mundo esto parecía no importar. La utopía comunista hecha realidad. Rascando la superficie y visitando los barrios de Tiraspol te dabas cuenta de que apenas había comercios, solo casas y grandes jardines. Los edificios tufaban a época soviética, se caían a pedazos y las viviendas se encontraban en un estado lamentable.

Un contraste incomprensible parecía ocultar algo. Nadie quería hablar con los extranjeros, como si estuviera prohibido. Aunque encontramos dos o tres excepciones la mayoría apenas nos miraba. En ningún momento nos sentimos observados, tampoco ayudados, ni acogidos, era, simplemente, como si no existiéramos.

Nadie parecía ejercer la mendicidad. Sólo una vez, apareció un mendigo que tras pedirnos un cigarro, poco tiempo después regresó agitado para decirnos que no pasaba nada, que no lo quería, que muchas gracias de todas formas.

La policía un poco por todas partes, tampoco conseguía hacer el ambiente del todo opresivo. Cerca el Soviet Supremo (parlamento transnistrio) si que se notaba un mayor control pero nada realmente fuera de lo común. Vimos un par de movimientos sospechosos ante nuestra presencia pero en ningún momento tuvimos pruebas de que fuera más allá de nuestra propia paranoia.

Estuvimos en escuelas de la zona y parecía que no estaban nada mal. Todo lo público parecía funcionar adecuadamente.

Entramos en un edificio de viviendas y nos topamos con un militar. Nos hicimos los tontos y seguimos. El mercado parecía bien provisto. El día se nos pasa debatiendo sobre lo que estábamos viendo. Tomamos cerveza en un lugar donde parecían reunirse los mandamases y la gente de pasta de allí.

Transnistria es el agujero de Europa y se dice que el tráfico de armas y negocios sucios es la explicación y fundamento que mantiene vivo al país. Un país de mafiosos de apariencia prospera ¿interesa que sea así? Los rusos siguen manteniendo su 14º ejército aquí y son los más beneficiados por el vacío legal existente pues por todos es conocido que el presidente Smirnov es un títere de Putin.

Los niños pequeños contribuyen a la causa vendiendo por las calles libretas del Ché y periódicos revolucionarios, en tanto sus dirigentes derrochan en todo tipo de lujos y hacen apología del capital. Capitalismo  escondido bajo apariencia de Comunismo. La gente libre para comprar y consumir. Una sociedad alienada, como todas, que combina lo incombinable.

Y entonces nos fuimos. Minibús para Ucrania (Odessa). Los minibús paraban a unos 200 metros de la frontera de Transnistria. Tenías que pasar andando y entonces, cuando ya nos veíamos libres de peligro, nos llamó un policía fronterizo transnistrio que empezó a bromear de una forma que hacía presagiar que algo malo iba a suceder. Primero nos dijo que había problemas con el visado y que, o le hacíamos un regalo o que no íbamos a pasar. Aunque nunca sentimos una amenaza física si que pensamos que nos iban a echar para atrás.

Nos arrastramos por el “fango” sonrientes y sumisos ante nuestro coleguita mafioso. Un «give me the money or I will check your shoes» despejó cualquier mínima duda que pudiéramos tener sobre la necesidad de cooperar. Afortunadamente no nos revisó los zapatos pues, efectivamente, llevamos algo de pasta ahí.

Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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