Salimos andando dirección a la frontera ucraniana con paso firme. Allí comenzamos de nuevo el rollo pasaporte-papelito-preguntas que parecía nunca acabar. Daba la impresión de que nunca hubieran visto a un español pasar por allí.

Al pasar no había donde cambiar a Wrizlas y en una habitación, un hombre, que al parecer hacía eso como forma de ganarse la vida nos cambio, obviamente, a un cambio abusivo.

Esperamos que el conductor de minibús terminara su partida de cartas y salimos para Odessa. Llegamos al anochecer. Nos acercaron a un taxi y de allí fuimos al centro de la ciudad.

Nos alojamos en casa de una señora mayor que competía en la puerta de la estación de trenes con otra multitud para alojar a los escasos potenciales turistas. Diez euros habitación doble.

La experiencia de permanecer en la casa de una familia ucraniana fue muy positiva. Su casa no estaba lejos del centro pero para volver a ella tenías que acceder el fondo de un callejón de lo más tétrico.

La ducha era de lo más cachondo pues había una ventana que la comunicaba con la cocina. La señora te veía enjabonarte la parte de arriba del cuerpo y te hablaba mientras lo hacías. Incluso te hacía comentarios sobre la marcha del tipo de donde estaba el jabón o que no dejaras tu ropa interior donde lo habías hecho. Su hijo de incipiente bigotillo también colaboraba en lo que fuera necesario. Cuando intuían que ibas a terminar de ducharte, la mujer salía de la cocina y te permitía secarte tranquilamente en la misma. El baño era demasiado pequeño.

Salimos a dar una vuelta y acertamos plenamente con el papeo. Un lugar agradable y originalmente decorado con objetos muy simples dispuestos de manera un poco diferente. Ternera Strogonoff y carnes combinadas para cenar.

Hicimos un amago de entrar en una disco pero nos lo impidieron. Nuestro aspecto no ayudó. En Ucrania hacen el llamado face control o control de caras, para permitir o denegar el acceso. Joder!!, no sabía que era tan feo!! En fin, a nosotros nos dijeron sin más que era un club privado, espero que fuera así.

Nos fuimos a dormir sobre la media noche y a las cuatro teníamos que estar en pie para coger el Bus a Kiev. Al final salimos treinta minutos más tarde de lo previsto.

Dormir, dormir y dormir. Música ucraniana tradicional de fondo y luego más música y un poquito más por si acaso. Cuando estaba a punto de volverme loco conseguí evadirme mirando por la ventanilla del minibús la serena estepa que lo monopolizaba todo. Una larga carretera sin curvas. Una línea recta trazada entre Odessa y Kiev.

Buen tiempo. Sin nubes. Seguíamos en manga corta y casi era octubre. Otra vez sensación de caos ante la enormidad de la ciudad, como ya nos ocurrió en Odessa. La gente muy fría. No se molestaba lo más mínimo en ayudarte. Los hombres ucranianos casi te escupían cuando les hablabas.

Con las chicas teníamos mejor suerte aunque dependía del caso. Un par de sonrisas me alegraron la mañana y varios cuerpos de escándalo perturbaron mi espíritu. En pocos países hay mujeres tan bellas como en Ucrania. El pabellón femenino lo habían dejado muy alto las rumanas y las moldavas pero las ucranianas eran insuperables.

Con más pena que gloria nos fuimos acercando al centro histórico y a su legendaria plaza de Maidan, símbolo de la llamada revolución naranja. Tuvimos un problema en el metro pues la máquina pedía billetes de dos y nosotros solo teníamos de uno. Nadie quiso ayudarnos con el cambio. Algunos hacían como que no te veían, otros te contestaban de malas maneras y los menos decían simplemente que no tenían. Inglés, muy poco.

Estuvimos recogiendo información sobre Kiev y Chernobil de cara a una posible visita. La jodimos, no había excursiones para el día siguiente y el sábado ya era tarde para nosotros. A pesar de las dudas sobre visitar Chernobil una cosa era decidir no hacerlo y otra bien distinta no poder hacerlo. Le dimos mil vueltas pero el imponderable del tiempo cerraba cualquier opción al respecto. La decepción nos duró un par de horas.

En la plaza de la independencia y con la dirección de varios albergues en la mano, indicamos a un taxista que nos llevara a uno de ellos. El taxista nos montó, arrancó el motor, dio la vuelta a la manzana haciendo un par de giros extraños y nos dejó a quince escasos metros de donde nos había cogido. El albergue estaba justo allí y había intentado desorientarnos para cobrarnos la carrera. Lo mandamos a tomar por culo y el nos hizo varios cortes de manga mientras gritaba ¡go out Ukraine!

Al menos nos sirvió para encontrar el albergue. El albergue estaba montado en un piso muy céntrico que el dueño había adaptado como negocio. Par de habitaciones, un baño, una cocina, un salón..Bueno, bonito, barato y céntrico. Todo un acierto.

Rápidamente hicimos buenas migas con un negro ucraniano americano. Era un caso particular pues había nacido en Ucrania cuando sus padres estudiaban aquí por lo que hablaba ucraniano como un nativo tan sólo con un leve acento. Había obtenido la nacionalidad americana hace cinco años. Estudiaba aquí pues era la manera más fácil de llegar a ejercer la medicina en la consulta de su padre en Nueva Orleans. Antes había vivido en Filadelfia.

Fue interesante hablar con él de sus experiencias en este país. Como ucraniano y como negro. Calificaba en general a los ucranianos de tremendamente antipáticos y racistas hasta el punto de que había renunciado por completo a mantener cualquier tipo de amistad con los hombres allí. Sólo se relacionaba con mujeres de las cuales hablaba sin cesar.

Nos estuvo hablando sobre diversos clubes en Kiev. Según cabía concluir las relaciones que mantenía se basaban sobre todo en el tema económico. Las chicas no tenían dinero para absolutamente nada y según él se arrimaban siempre al sol que más calentaba. Él, al parecer, tenía bastante pasta pues se la mandaban periódicamente sus padres así que, en consecuencia, follaba bastante. Nos llevó a un par de sitios horribles para comer y  beber cerveza.

Más por compromiso que por placer regresamos al hostal a recoger a otro chico inglés con el que habíamos quedado para salir. Este otro chico hacía unas prácticas de doctorado en Chernobyl y como buen inglés cultivado que habla con no nativos, mostraba una actitud un tanto condescendiente que se sustentaba en su superioridad lingüística. Aún así resultó muy interesante estar en su compañía y aunque solo estuvimos un par de horas con él, fue una suerte encontrarle.

El americano-ucraniano por su parte, más allá de su coyuntura y circunstancias particulares, era un tipo sin demasiadas aristas. Juerguista vacuo y sin inquietudes, se veía a la legua que salía para no pensar, bebía para no pensar, follaba para no pensar…en fin, vivía evadiéndose de la vida, un poco como hacemos todos los demás.

A las cinco de la mañana Manu estaba tan profundamente dormido que tardamos casi un minuto en despertarle. Llegado a este punto del viaje padecíamos de narcolepsia. El cansancio era tal que podías quedarte dormido en cualquier momento, sin previo aviso. Era una puta locura constante y siempre te acompañaba una desorientación espacio-temporal crónica que de alguna manera lo hacía todo más interesante. En movimiento, siempre en movimiento.

Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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