Nada, ni la civilización, justifica que no podamos ver las estrellas.

Y luego, ese olor intermitente y penetrante que sale del desagüe de mi fregadero. Me vuelvo pasivo cuando concluyo una etapa. Ni siquiera las cucarachas del zulo en el que vivo, cerca de la plaza Massena, me perturban ya lo más mínimo. Mi vida diaria carece de importancia. Soy una piraña. Un parásito. Allá donde voy chupo la sangre del sitio, su esencia, y entonces, solo entonces, me marcho para otro lado.

Reconozco que hay en ello un cierto masoquismo. Me gustan las despedidas. No oleré nunca más ese olor intermitente y penetrante, perderé de vista a esas cucarachas, amigas inseparables en estos últimos dos años en Niza. Me torturo oliendo una vez más, mirando una vez más. Felicito a las cucarachas por su victoria. Así debe ser. Yo me voy, vosotras os quedáis.

Escribiré de nuevo como terapia. Vomitaré una vez más. Hace años sentía que escribía por otros motivos. Tal vez con cincuenta o sesenta años relea todo esto y esboce una sonrisa.

Hay dos tipos de escritores. Aquellos que solo saben escribir y unos pocos que además, tienen cosas que contar.

Sigo en Niza. Aquí me he pasado los últimos treinta meses sobreviviendo como profesor de español para franchutes. En dos meses me iré a la India. Es un buen momento para exprimirme el coco. La experiencia en Francia ha sido, como todas, enriquecedora. Primero, me permitió escapar de España. Segundo, me las apañé para cuadrar por fin el círculo, y cerrar por fin mis absurdos estudios de Derecho. Tres idiomas, un título superior, aquí me planto. Ahora toca entrar por el aro. Me da miedo la vida que me espera. Quiero pensar que encontraré una salida a este atolladero pero, por el momento, no veo ninguna. Supongo que solo ves la salida cuando llegas a ella.

En estos años me he convertido en un absoluto adicto al hachís. Vivo en un estado de paranoia constante. Me he vuelto un auténtico hipocondríaco. Siento que mi salud va a peor. Anteayer vi un anuncio sobre una muerte súbita en el periódico. No pude quitarme la idea de la cabeza durante todo el día. A veces tengo la premonición de que me a dar un patatús en cualquier momento.

No sé quien decía que uno de los síntomas de la depresión es disfrutar más del sueño que de la vigilia. Sin duda me encuentro en un periodo especialmente luminoso de mi existencia. Sin embargo, a veces prefiero dormir que estar despierto.

En estos últimos tiempos, empiezo a sentir una creciente nostalgia flamenquera, no quiero ser menos que los argentinos, de mi Andalucía. Echo de menos una buena charla con mis amigos de toda la vida. Me encuentro muy solo y el tiempo comienza a pesarme. Soy consciente de que tras unos pocos meses en Málaga estaré hasta los huevos. Vaya contradicción. Supongo que es mi naturaleza.

Las clases de español han ido bien. Tengo talento y carisma para la enseñanza. Raro es que aún no me hayan puesto una estatua pues el toro, que es mi marca, lo conoce hasta el último habitante de Niza. He ganado algo de pasta. Sin embargo, como hace cerca de un año que no busco estudiantes, porque sé que me iré pronto, mis ingresos han comenzado a menguar. Vivo con lo justo. Y si no trabajo, no como.

Mi houllebequiana vida me ha convertido en un filósofo. De hecho últimamente me ha dado por filosofar cuando me encuentro con alguien. Será que me aburro de mi mismo. Siento haber perdido algo del animal social que era. Los años treinta, o al revés, se distinguen en ese horizonte ya no tan lejano. La verborrea también puede que sea una enfermedad genética en casa de los Ruiz. Supongo que la oratoria siempre ha sido mi fuerte y eso engancha. Me tomo demasiado en serio y me analizo más de lo recomendable.

Hablando de mi familia y más concretamente de mi padre, noto que me echa de menos. Yo también necesito estar con él. A veces no nos damos cuenta de que la gente que queremos no siempre estará con nosotros. Otro riesgo es que esa gente que se aleja de nuestra vida, cambie. Como hijo, eso está claro, he dejado bastante que desear.

Hace tiempo que no me encontraba en una coyuntura similar. Tengo tiempo libre para pasear, leer, contemplar, divertirme. No es como cuando era más joven. Antes lo sentía como una inmensidad, como un océano temporal. Los días eran largos e interminables. El tiempo no importaba. Nunca podré recuperar aquella sensación. Lo que no ha cambiado es que sigue siendo una maravilla tener tiempo para pensar, leer, contemplar, relajarme o divertirme. En estos próximos meses espero reconstruirme. Sin estos días y meses de soledad, de lectura, de reflexión, no sería lo que soy. Sea lo que sea. Es en estos momentos cuando uno puede fijar los pilares de su edificio. Encontrar otra perspectiva.

Me estoy despidiendo apaciblemente de Francia. Ando por las callejuelas, miro las coloridas fachadas y me empapo del aire de una Niza vieja que ya forma parte de mí. Paseo por la promenade des anglaises, me detengo a ver la puesta de sol, compro un poco de fruta en el Marche aux fleurs o me tomo un pastís con uno de los pocos amigos que me quedan por aquí.

Y mientras fantaseo con mi próximo viaje a la India, un fugaz recuerdo viene a mi cabeza. Me encuentro solo en el paseo, está anocheciendo. Acabo de llegar a Niza, sólo tengo un amigo y no hablo ni una palabra de francés. Entonces aparece una chica francesa que me ha visto, al parecer, realmente triste. Luego se marcha. Me ha salvado.  También me ha matado. Supongo que en mi cabeza estoy viajando ya hacia la India.

Se ve perfectamente. Borracho la luna se ve perfectamente. Y corre rápida la luna llena. Hay nubes. La luna se las folla, las parte en dos, su luz es imparable. Sienta bien escuchar las olas. El mar sigue ahí. Ya es algo. Una guitarra se apodera de mi espíritu. Tal vez debiera salir así de mí cada noche.

Unas guiris tiran piedras al agua. Es contagioso. Cierro los ojos. Estoy muy borracho. ¿De verdad merece la pena tanto romanticismo? Solo mirando en el lado oculto de nosotros mismos podemos intuir la verdad. Un tipo de pelo largo pasa a mi lado. Desaparece. Vuelvo a cerrar los ojos. La playa. Francia. Niza. Vuelvo a escuchar el sonido de las piedras rozando el agua. ¿Por que no podemos evitar tirar una cuando vemos a otro hacerlo?

Me despierto. El mundo ha desaparecido. Estoy solo, como siempre. Un hombre pesca a lo lejos. Me acerco. Lleva una chaqueta de cuero y pantalones ajustados. Su caña mira al cielo y él, al infinito. ¡Qué emoción cuando la lanza! La recoge. ¡La vuelve a lanzar! Me parece recordar que en Málaga la gente no pasea por la playa. Bueno, sí. Tal vez. Seguro. El pescador vuelve a lanzar su caña. Lejos ¡Muy lejos!

Se me acerca. Me pregunta la hora. No lo sé, le digo. Peut etre la una de la madrugada, matizo. Se marcha de nuevo. Por fin pesca algo. Se quita el cinturón. Se lo vuelve a atar. Ahí pone el pescado, adosado a su cintura. Sus pantalones no son tan prietos como pensaba. Son vaqueros. De color negro. El pescador se aleja. Cuánta gente sola, pienso. La última ola está a punto de alcanzarle. Vuelve a lanzar la caña. Lejos.

Otra guitarra de fondo. Un grupo de borrachos canta algo parecido al cumpleaños feliz.  ¿Qué imagen guardaré de esta noche? ¿Será una sola? La vida no nos la podemos beber en un vaso de agua. Sufrir como única forma de obtener placer. Estaría bien sentir lo que sentimos mientras estamos drogados cuando estamos sobrios. Estaría bien sentir lo que sentimos cuando estamos sobrios mientras estamos drogados.

De repente, una nube oculta la luna. Una pareja de enamorados mira a ese horizonte sin luna con el mismo interés con el que parecen observarme a mí que escribo sobre la luna. Cuando se marchan comienzo a pintar un cuadro abstracto en el que plasmo las imágenes que van y vienen de mi cabeza. Todo fruto de una simple botella de vino rosado de la provincia de Var. Estaba tan borracho que ni siquiera me di cuenta de que mi bolígrafo había dejado de pintar.

Al día siguiente, todavía con una enorme resaca, volví a España.

 

FIN

Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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