VIAJE MOCHILERO KERMAN
Mi nuevo amigo, al llegar a Kerman (su ciudad natal) se ofrece a llevarme pues vienen a recogerle con el coche de la compañía. Me propone alojarme en el hotel Naz, algo alejado del centro y me lleva hasta el bazar, el mejor lugar para iniciar la visita a la ciudad.
Con la mochila a cuestas deambulo por el bazar y comienzo a meterle mano a este diario de viaje. Me siento a fumar un cigarro en la plaza principal y contemplo como un artista ambulante hace un truco bastante cutre que consiste en meter a una culebrilla en una botella. Me compro unas chanclas para la ducha. Busco un lugar donde conectarme a Internet y compruebo que eso en Irán no es tarea fácil.
En una tienda de comestibles conozco a Hussein que tras dudar al principio un poco me ofrece el ordenador de su tienda para conectarme. Imposible acceder a hotmail por la censura. Finalmente consigo mandar un mail con el email del curro. Entre pitos y flautas hacemos buenas migas el tal Hussein y yo. Le pregunto si le apetece que nos veamos otro día. Quedamos el día siguiente por la tarde.
Me dirijo de nuevo al bazar con la idea de entrar en un Hamán que me había parecido ver. En dicho Hamán lo que había era una tetería-restaurante espectacular. Y aprovecho para tomarme un té con canela mientras escucho música tradicional (utilizan un instrumento parecido al sitar).
En esto comienza a hablarme un chavalito de la mesa de al lado y entonces descubro que a su lado se sienta un “bilbaíno-granaino” que iba con él. El chaval era estudiante de inglés y aprovechaba para practicar con los turistas. Ya juntos, nos pasamos a la sala de al lado y aprovecho para probar el famoso dizi que me acaba encantando.
Manuel era un viajero independiente con bastantes kilómetros a sus espaldas. Su especialidad, el sudeste asiático. Funcionario de profesión, hay buen “feeling” entre nosotros y decido apuntarme a su plan de visitar Bam, Maham y Rayen al día siguiente. Al parecer compartiremos escapada con un alemán que también se ha apuntado.
Tras el papeo zanganeo un poco por un bazar ya bastante muerto y tiro para el hotel Naz. Todo lleno. Lo mismo el hotel de enfrente. Termino en una guest house bastante cutre pero que me hace el apaño de sobra por apenas cuatro euros noche.
Por la tarde había quedado en pasarme por la imprenta del otro que se encontraba a escasos metros de mi guarida. Lo pillo en plena faena dirigiendo la imprenta desde su oficina en la entrada de la misma. Me da la sensación de que intenta darse importancia mandando a unos y otros. Trabajan unas quince personas allí. Me enseña la imprenta por dentro y me ofrece un café. Los trabajadores muy amables se deshacen en atenciones.
Media hora más tarde se escapa del trabajo y me lleva a dar una vuelta por la ciudad en un coche modelo iraní de los que circulan por todas partes. Me lleva a la torre y me cuenta la historia del Camel milk que viene en cualquier guía y que yo ya he olvidado. Luego vamos a Jungeland Park, unos jardines a la falda de la montaña en la propia ciudad. Con su escaso inglés me va indicando algunos de los lugares emblemáticos de la ciudad como la cárcel o la universidad.
Vuelvo a mi básica guest house y poco después salgo a explorar el barrio. Le echo un ojo para luego a un sitio de “fumeteo” con shisha. Me meto a papear en un asador de pollos muy ambientado. El sitio es agradable. Se nota que por allí pasa medio barrio y la forma en que te sirven las patatas fritas es antológica pues les echan “tropecientas” especias y salsas diferentes. Ñam ñam.
Me voy a fumetear y noto que en cuanto saludo en inglés todos los ojos de los clientes de las dos plantas del Shisha place se posan en mí. Al poco me rodean tres parroquianos y luego se unen 7 u 8 más. El problema, al margen de la media de edad de los chavales que ronda los 16, es que ninguno habla mínimamente inglés. Una hora más tarde, tras avisarle por teléfono, aparece un colega que al parecer vive en la india y que se maneja bastante bien en inglés. Aparece «el pavo» y a partir de entonces aquello se convierte en un interrogatorio en toda regla con traductor incluido.
Mientras degustamos shishas de todos los colores les enseño mi tabaco de liar, nos hacemos unas fotillos y hasta echamos una partidita de Backgamon (muy popular por estos lares).
La cosa se me va un poco de las manos y me acabo plantando en el albergue pasadas las tres de la mañana. Esta cerrado.¡¡Joder!! Me veo durmiendo en un parque aunque no tengo ni puta idea de donde habrá uno. Tras diez minutos golpeando la puerta que se me hacen eternos sale un chaval comprensiblemente cabreado diciendo en farsi que qué pasa con mi rollo, que esto no son horas. Le pido disculpas y le vengo a decir que se me ha ido «el perolo», que me he olvidado que estoy en Irán y tal…
Tras tres horitas de sueño hago la proeza de levantarme a las siete para la excursión con Manuel y un superhéroe alemán.
RAYEN-BAM-MAHAM
Una serie de prejuicios e intuiciones me llevan rápido a la conclusión de que el alemán era el tipo de viajero que no trago, que va de listo, siempre a la suya, que no aporta nada y que en cuanto puede, te la clava. El día anterior el menda le había dicho a Manu que “ok, mañana vamos juntos si quieres, hasta cuatro en el coche me parece bien, eso sí, yo voy delante”. Nada más llegar al coche se pone delante.
Para colmo Manu le tiene que estar diciendo una y otra vez que baje la ventanilla, que vamos en autopista y que le da todo el aire en la cara. Cinco minutos después, vuelve a bajarla. Comentarios como “para la mierda de cámara que tenéis mejor utilizáis un smart phone», sin conocernos de nada, tampoco le hacen ganar en popularidad.
Con los iraníes tiene el típico comportamiento colonial como si se encontrara en una atalaya de sabiduría, superioridad moral y experiencia que el pobre iraní no puede siquiera soñar con alcanzar. En realidad el Indiana Jones de pacotilla no era mala gente, solo comento algunos detalles.
Rayen muy chulo. Una ciudadela de dos mil y pico años construida entera en adobe.
Bam arrasado. En dos mil catorce no habían levantado ni una cuarta parte y aunque se intuye la majestuosidad de lo que debió de ser aquello no merece la pena ni de coña desplazarse hasta allí tras el terremoto. Éramos los tres únicos turistas y eso era por algo.
A Maham de vuelta tras una comida en el Tigray, lugar muy recomendable, frecuentado por locales , al aire libre donde puedes disfrutar allí tirado en unas hamacas familiares de una excelente comida. Los jardines de Mahan son bastante resultones y merecen una vista.
Luego fuimos a la tumba de un poeta de cuyo nombre no quiero acordarme o tal vez no pueda. El mausoleo merece mucho la pena especialmente por el ambientazo que se gastan los iraníes tanto en el interior donde se reza y se lee poesía, como en los alrededores del mismo. El día que fuimos se repartía sopa en conmemoración del día del padre.
DE VUELTA A KERMAN
Volvemos sobre las 7 de la tarde porque el chofer con toda la razón del mundo está un poco “hasta la polla” de trabajar.
Sin tiempo para nada más que una ducha rápida salgo pitando a la cita con Hussein (el ingeniero informático de la tienda de comestibles). Me recoge en su coche donde viaja también un colega y las dos hermanas de éste (una de ellas novia de Hussein). Dos “pibones” persas en toda regla. Muy tímidas hasta que, poco a poco, se van soltando.
Nos dirigimos a unas haimas en la montaña de Jungeland donde tomamos un té negro buenísimo que acompañamos con un aceptable pastel de chocolate.
Apenas una hora más tarde hay que llevar a las chicas de vuelta a casa. Como no saben que hacer después, regresamos a otra parte de Jungeland donde hacemos botellón a la persa, esto es, con cerveza sin alcohol y “rolling spanish tobacco”.
Los chicos empiezan a abrirse no solo respecto a sus propias problemáticas sino también respecto a la situación que vive su país. La charla se prolonga un par de enriquecedoras horas. Me empieza a quedar claro que en este país hay muy poquita peña que aguante a los ayatolás y menos todavía entre la gente joven.
Los jóvenes educados tienen una mentalidad que, salvando las diferencias, se aproxima mucho a la de los jóvenes españoles. Sin embargo, existe un salto generacional inmenso respecto de sus propios padres que viven en una realidad paralela a la suya y desconocen la mayoría de sus ideas y de sus actividades diarias más habituales.
El alcohol e incluso el uso de drogas recreativas está muy extendido entre la gente joven, hecho totalmente ajeno a sus mayores. Las chicas, por ejemplo, casi todas fuman a escondidas de sus padres. Es habitual que se produzca alcohol casero y muchos jóvenes no casados tienen apartamentos «picadero» que sus padres desconocen donde realizan sus actividades clandestinas. El día siguiente Hussein me llevaría al pisito compartido que tenía con sus amigos donde pude comprobar todo lo anterior y mucho más.
Sin embargo, para que en apariencia todo siga con normalidad, todos estos jóvenes vuelven a casa de sus padres a las doce de la noche como si no hubiera pasado nada. En este caso, hablamos de una cuadrilla de amigos de 28 años, no de adolescentes.
A la mañana siguiente me dedico a cerrar el billete de autobús a Shiraz y a pasearme a la luz de día por un barrio corriente de Kerman. Visito un colegio y me fumo un “piti” tirado en un parquecito. Saco alguna foto curiosa.
A las dos me encuentro con Hussein (el padre de familia de la imprenta) que me iba a llevar por ahí con su familia. Antes me tomo otro café en su imprenta. Luego en su coche modelo iraní vamos hasta la casa familiar que se encuentra a las afueras.
Allí conozco a toda su encantadora familia; los padres (padrasto y madre) de su esposa así como las hermanas de ésta. Una de ellas estudia inglés en la universidad y nos será de mucha utilidad para que la conversación pueda fluir mínimamente porque, como dije, el inglés de Hussein no da para mucho.
La casa es muy bonita pues cuenta con unos diseños tradicionales curiosos en la fachada principal y una entrada recibidor enorme. Comenzamos la excursión además de Hussein, su mujer y su bebe de un año, las dos hermanas de su esposa y la niña de una de ellas. Los siete vamos en el coche utilitario. Yo, como un rey, delante, los demás no tanto. Pido que me pasen al pequeñajo para que vayan un poquito más cómodos.
Como era de prever me llevan al Tigray de Mahan de nuevo (yo encantado) pues es el sitio con más encanto de la zona. La conversación se hace muy amena y agradezco especialmente la oportunidad de poder charlar tranquilamente con las mujeres de la familia. La que habla inglés es una chavala tan abierta como podría serlo cualquier universitaria española. Ninguna se corta un pelo a la hora de poner a parir todo el sistema y las tres odian por igual la obligación de llevar el pañuelo.
Las tres conocían la película Persépolis que aparentemente fue todo un éxito en los hogares jóvenes iraníes. En general se trata de gente muy educada, amable y generosa.
Luego fuimos de nuevo a los jardines de Mahan y ya a las cinco volvimos a Kerman pues Hussein, que trabajaba como una mula, debía regresar a sus ocupaciones.
A las ocho había quedado con el Hussein joven que ese día me presenta a muchas de sus amigas que, por cierto, son espectacularmente guapas. Como marca la tradición, a las diez las llevan a todas a casa y nos dirigimos a un pisito que los colegas varones tienen alquilado en secreto para llevar a cabo sus fechorías. Al parecer, salvo los tres que van conmigo y las chicas que ocasionalmente consiguen llevar allí, nadie tiene conocimiento de su existencia.
En ese pisito me enseñan como preparan vino casero, cerveza casera, el arak y sacan marihuana y opio afgano que esconden a buen recaudo. La charla es ágil e interesante pues los tres jóvenes universitarios son gente muy preparada y con un más que aceptable inglés.
El colega de Hussein al que conocí el día anterior trabaja en una plataforma petrolífera por periodos de cincuenta días. Cuenta que su trabajo es muy duro. El tercero es también ingeniero y trabaja para una importante compañía nacional.
Les hablo de mis viajes que parecen interesarles mucho. Aprovechan para preguntarme sobre visados Schengen y se sorprenden de que se pueda viajar tan barato. Me hubiera gustado seguir allí toda la noche pero ellos deben volver a su casa, como siempre, a las doce y mi autobús también parte hacia Shiraz a media noche.
Muy amablemente me acercan a la estación y me regalan un polvo que al parecer tiene efectos relajantes y que resulta ser la mezcla de veinte especias diferentes. Se puede tomar también con leche.
Llegamos justo a tiempo para coger el autobús en el que pasaré la noche camino de Shiraz. Me despido con emoción de mis nuevos amigos que junto con el resto de personas que he conocido en Kerman me han enseñado lo que verdaderamente significa la famosa hospitalidad iraní. Nunca olvidaré los días que pasé en Kerman.