Viaje mochilero Dubai Emiratos Árabes
Así pues, me largué en bus a buscar suerte en Dubai. Esto iba de mal en peor. Dubai era un monstruo, una obra inmensa a medio hacer. Las Vegas en el mar. El nuevo Dorado.
Chantaje psicológico canino mientras escribo estas líneas. Me pregunto si el tesoro estaba allí, ¿O he sido yo el que lo ha descubierto? No es un sueño, suena de fondo Miguel Bosé.
En Dubai era jodido encontrar cama. Treinta y cinco pavos por una habitación compartida de seis. Sin embargo me salió barata pues, al final, encontré una mina de oro de personajes. Especialmente del tipo sajón talludito.
Con Sweet debes asegurarte de guardar bien todas tus colillas. Es la KGB en lo que respecta a las colillas. Me dispongo para una auditoría completa. Es cierto también que nunca cumplo mis promesas. Está en mi naturaleza. No puedo evitarlo.
En mi habitación se alojaba un inglés cincuentón llamado Tom. Era profesor de lengua en una ciudad intermedia de Inglaterra. El «colega» había venido a Dubai en un viaje expres tras sentir un tremendo flechazo por una modelo keniata a la que había conocido en una red social. Durante los cuatro días que estuvimos juntos fui su Celestina y consejero amoroso.
Por muchas vueltas que le daba Tom al asunto no entendía por qué su amor por esta veinteañera keniata no estaba siendo correspondido. Las dos semanas que habían pasado chateando desdeInglaterra, al parecer, habían ido como la seda. Por ello Tom llegó cargado de obsequios para su amada. La noche de su llegada se la llevó a cenar a uno de los hoteles más caros de la ciudad. Tenían vistas al Bhurja Khalifa.
Los trescientos dolares que Tom se gastó en la cena y la gran cantidad de regalos que la keniata le había encargado trajera desde el Reino Unido amenazaban con descuadrar el presupuesto del humilde profesor que estaba empezando a dudar de la misma conveniencia de su viaje. Sin embargo, Tom era un optimista nato y no se desanimaba facilmente. Sus esperanzas sufrieron un nuevo revés cuando tras la cena, la joven modelo se despidió de él educadamente y le emplazó a verse en una nueva ocasión.
Llamadas y más llamadas. La keniata pasaba de Tom y éste estaba desconsolado. No tenía suerte en el amor, estaba claro. Una gran hermandad se generó en nuestra habitación. Todos le apoyábamos y le dábamos consejos. Le hablábamos como si lo que estaba haciendo fuera lo más lógico del mundo. Una historia cualquiera de enamorados. Como si la veinteañera keniata todavía no se hubiera dado cuenta de lo que se perdía dejando escapar a esta afable inglés, gordito y cincuentón. Durante unos cuantos días le acompañé a todas partes. Fui su Sancho panza. No lo pasamos nada mal.
Debo reconocer que Dubai superó mis casi nulas expectativas. Andamos como campeones. Nos bañamos en playas donde nadie sabía nadar y la multitud se limitaba a dar saltitos en el agua con la ropa puesta. Un Skyline impresionante visto desde el mar. Lanchas de lujo que circulan por los canales. Chicas ligeritas de ropa junto a otras que visten con Burkha. Inmensos Mall donde esas mismas chicas de negro buscan tangas de leopardo y ropa interior sado-maso.
Varias noches salimos de fiesta con un emprendedor británico que tenía una descabellada idea de negocio y con un viajero profesor de historia que había escrito una guía sobre Uganda.
Fauna exótica no faltaba en Dubai. El dorado capitalismo en estado puro funcionando a costa del sudor en la frente de los pobres esclavos de Bangladesh. Todo por un plato de lentejas. Si no les gustaba siempre podían volverse a su puta casa. Recuerdo que, durante nuestra estancia, echaron a un enorme grupo de trabajadores que se quejaban de que los relojes que medían la temperatura en su obra habían sido manipulados para que nunca superaran los cincuenta grados que era la temperatura máxima a la que se podía trabajar.
Por la noche fui a buscar piso con otro compi británico que tenía pensado quedarse por allí algún tiempo «buscando oro». Los precios eran prohibitivos. Aquí, todos estaban de acuerdo, trabajar por menos de cinco mil pavos no tenía sentido. «Think big», sí señor.
Esa noche acabé haciendo buenas migas con Ian, el profe irlandés que había escrito la guía de Uganda. Casí por casualidad Ian decidió regresar conmigo a Omán, país que no conocía. Sin duda, pensé, entre tres sería más asumible el alquiler del coche. Elena nos esperaba en Muscate.