Viaje mochilero Costa Rica
Crucé desde Panamá sin mayores sobresaltos y esa misma mañana, ya estaba en Puerto Viejo. El contraste entre Panamá y Costa Rica fue casi inmediato. La influencia yanqui seguía presente pero Costa Rica, al contrario que Panamá, sí que conservaba una clara identidad. Aquí el turismo era más diverso, el ambiente más social y relajado.
Fuera por lo que fuera, Puerto Viejo me gustó desde el principio. Los alojamientos seguían siendo carísimos pero me las ingenié para acampar cerca de la playa por muy poco dinero. Me propuse no hablar con nadie en un par de días. Me apetecía estar solo. Compré algo de marihuana e inicié mi plan de relajación extrema previo al shock que sabía supondría mi llegada a Cuba.
Puerto Viejo no queda lejos de la frontera con Panamá. Es un pueblo de pescadores con bonitas playas arboladas apenas invadidas por las cabañas de madera tan habituales en el Caribe. Hay una interesante playa de arena negra a la entrada del pueblo. Luego, según te adentras, se suceden multitud de calitas que los propios árboles dotan de gran intimidad. Era un lugar idóneo para andar en bicicleta y fumar maría. Con todo el cansancio acumulado que sentía, aquello se me antojaba el paraíso.
El primer día lo pasé tirado en la playa. Hubo momentos donde literalmente dude de que mi corazón pudiera resistir tanta belleza. Fue un éxtasis de beatitud con leves y controlados ramalazos de paranoia. Por la noche me embelesé escuchando un par de conciertos de reggae en la playa. Como en un sueño acabé por encontrar el camino de regreso a mi tienda. Dormí doce horas seguidas.
En puerto viejo observé como un gato marrón y blanco cazaba entre las rocas en la orilla del mar. Un negro se me acercó y orinó a escasos metros de mí, como si no me viera. Una lancha motora danzaba sobre las olas del mar. A una niña estuvo a punto de caérsele la tabla de surf que llevaba sobre la cabeza. Otra niña negra parapléjica paseaba junto a su familia disfrutando de la tarde. Un grupo de amigos bebían relajadamente cerveza.
Un sentimiento que soy incapaz de explicar con palabras. Y si tomas conciencia, sales del embrujo.
Pelo salado pegado a la piel.
Unos pasos más y habré muerto. Cae la noche sobre puerto viejo.
Me escondo en el bosque. Contemplo una luna casi llena a traves de la copa de un inmenso tamarindo.
Tras varios días soleados en Puerto Viejo, comenzó a llover justo el día que me marchaba hacia San José. El tiempo tanto aquí como en Panamá era de lo más imprevisible. Cuando pregunté a un local en Bocas de Toro que cuándo empezaba la época de lluvias me respondió sincero:» No lo sé, creo que llueve todo el año».
Los días que pasé en Puerto Viejo fui un fantasma en constante huida. Como me había prometido, apenas hablé con nadie.
Tabaco mezclado con arena en el fondo de una mochila rosa. Una caja de preservativos destrozada. Justo antes de marcharme me invadió el pánico. La lluvia volvía a arreciar. ¿De verdad podría volver a hacerlo? Dejar un país, entrar en otro, comenzar de nuevo desde cero. ¿Quién había diseñado todo esto? ¿Qué mente sádica había diseñado un final así? ¿Por qué Cuba era el final? ¿Cómo iba a ser capaz de lidiar con todo lo que se me venía encima? El terror se mezclaba con una belleza que me rompía el corazón.
Tengo que actuar pero no quiero, pensé.
Como el final de una gran sinfonía. La lluvia no paraba. Si no quería perder el avión en San José no me quedaba más remedio que desmontar la tienda bajo el aguacero y cargar mi mochila una vez más. Me parecía una tarea quimérica.
El boligrafo seguía danzando sobre el papel. Era hermoso. A mi manera, le estaba diciendo adios a Costa Rica.
FIN
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