VIAJE MOCHILERO BALCANES. ESLOVAQUIA, HUNGRÍA, SERBIA, CROACIA, MONTENEGRO, BOSNIA, KOSOVO, ALBANIA, MACEDONIA Y BULGARIA
Viajes mochileros por el mundo. Relatos de viaje
viajes mochileros, relatos de viaje, por libre, en solitario
234
post-template-default,single,single-post,postid-234,single-format-standard,ajax_fade,page_not_loaded,boxed,,qode-title-hidden,qode_grid_1300,qode-content-sidebar-responsive,qode-theme-ver-10.1.2,wpb-js-composer js-comp-ver-7.4,vc_responsive

BALCANES. RELATO COMPLETO

VIAJE MOCHILERO ESLOVAQUIA, HUNGRÍA, SERBIA, CROACIA, MONTENEGRO Y BOSNIA

Otra vez la misma linea. Escribo cuando no tengo nada que decir. Otra forma de matar el tiempo que me queda antes de llegar a los Balcanes, donde mi cuaderno viajará conmigo como siempre que ha merecido la pena. Por eso Brasil apesta, por eso debo huir de la gente. Siempre solo en el fondo. Solo cuando estoy en casa, cuando trabajo, cuando pienso y cuando sueño. También solo cuando sobrevivo.

Yo soy Arturo Bandini. ¿Para cuándo mi primera novela? También yo desprecio a la gente, soy un incomprendido, como él, un soñador, perdedor, solitario sin redención. Soy víctima de mis miserias. También mi novela terminará con la palabra muerte. Así pues, tampoco mis palabras significan nada. Como él, adoro a Spengler y a Nietzche sin comprenderlos. Obviamente, estoy sexualmente jodido y como no, para no ser menos, fantaseo con antiguas fotos de damas en bañador y con sus uñas de los pies. Como Arturo Bandini, estoy dispuesto a traicionarme a la menor oportunidad.

La salida. El sábado 17 de septiembre coseché la primera planta. No tiene mala pinta. Si mis cálculos no fallan y recojo las otras dos plantas (o árboles más bien) tendré maría para fumar hasta los 57 años. Si ahora me cogiera la policía tal vez entrara al «talego» directo y hasta puede que los telediarios abrieran sus ediciones con el caso del narco- letrado malagueño que guardaba un alijo de drogas con un valor de mercado equivalente al P.I.B de las islas Feroe.

El día antes de volar me puse hasta las trancas. Ni se me ocurrió pensar en que a las 4 de la mañana debía estar en pie si no quería perder el vuelo. A la una estaba volando, a las dos mi amiga xátiva me llevó a su pequeña muerte. Por suerte Sweet milagrosamente me sacó del trance. Esa ducha fue el infierno. Maldije y metí lo que pude en la mochila que, por supuesto, no había preparado. Era obvio que me olvidaría varias cosas. Lo único importante era no dejarme algo tan básico que pudiera arruinar mi viaje.

Recogí a Diego en el puente de las Américas pero antes disfruté de una conversación en radiotaxi de las que dejan huella en la cual los taxistas más veteranos felicitaban a nuestro joven taxista porque finalmente iba a poder llegar a tiempo al club el escándalo que no quedaba lejos del aeropuerto.

ESLOVAQUIA

No recuerdo la espera del avión y el vuelo también me lo pasé durmiendo (yo ventanilla y Diego en el centro). No eran ni las diez de la mañana cuando llegamos a Bratislava. Después de pelearnos con la máquina expendedora del bus fuimos al centro de la ciudad, con tranvía de por medio. Una amable ancianita hacía terribles esfuerzos para encontrar en ingles la palabra exacta. El hostal estaba cerca de la estación de tren. Aprovechamos y sacamos los billetes para el día siguiente.

Estuvimos charlando con un par de senegaleses que vendían artesanía. Nos contaron como se lo montaban para copar el mercado eslovaco dónde, por otro lado, no parecía que tuvieran mucha competencia. En el rato que estuvimos charlando colocaron alguna que otra cosa y no se resistieron a intentarlo con nosotros. Por supuesto no compramos nada. Ese día nos los cruzamos en varias ocasiones y como dormían en nuestro hostal, continuamos la cháchara por la noche.

A media tarde nos tomamos un café en un local subterraneo rollo biblioteca que llevaban dos tías bastante enrolladas. nos comentaron de un par de clubes con música en directo aunque, al parecer, los domingos el ambiente era flojito. La noche llegó ventosa y lluviosa.

Diego empezó flojito y quejicoso. Desde un primer momento daba muestras de una preocupante fragilidad viajera que era de esperar por la falta de costumbre. En el bar estaba tosiendo algo adormilado. La noche pasaba en un largo monólogo por mi parte. Me divertí bastante.

Al final trabé conversación con un decrepito pimpoyo que miraba los partidos de la liga española por internet. Resultó que el menda era periodista deportivo. Aproveché para preguntarle algunas cosillas sobre el país. Sus opiniones no carecían de interés. España ganó el europeo de baloncesto, la música era buena y el gin tonic me supo a gloria.

La habitación del hostal olía a pies.

A la mañana siguiente perdimos el tren. La cosa fue de gilipollas pues nos quedamos plácidamente haciendo tiempo en el bar y se nos fue el perolo. Conocimos dos chalados que pimplaban vodka a lo grande. No hablaban «ni papa» de inglés. La conversación fue muy interesante. Tras 4 vodkas a las doce de la mañana estábamos como cubas. Volvimos al hostal a mear y, esta vez sí, cogimos el tren de las dos de la tarde.

En el tren leí sueños de Bunker Hill de John Fante. El viaje transcurrió como un bonito sueño. A las cinco estábamos en Budapest.

HUNGRÍA

La primera impresión no hizo honor a la ciudad. Ruido, obras, tubos de escape. Tras diez minutos de andar y desandar, cogimos el bus. El hostal estaba en un edificio de piedra negra de esos que abundan por allí. Antes de dejar las maletas ya teníamos plan para la noche. Compartíamos habitación con dos franceses que también viajaban a su rollo.

Sandrine, canadiense de adopción, trabajaba en Quebec como ingeniera biomédica. Era todo chispa. Parloteaba sin parar y era obvio que su universo lo conformaban ella y sus mismedades. Estar con una persona así te libera de responsabilidades pues puedes estar seguro de que ella se encargará de llevar siempre las riendas de la conversación. Salvo por varios comentarios «imperdonables» me pareció una persona a la que merecía la pena dedicarle un rato.

El colega que iba con ella estaba demasiado encerrado en si mismo. Era un Juan Nadie con mas miedos de los que demostraba a simple vista y que socializaba lo imprescindible como para volver, a la menor oportunidad, a su anhelada soledad.

La cena en un restaurante tradicional húngaro, se salvo con buena nota. Llevábamos dos horas con los franchutes y un error de cálculo hizo que tuviéramos que pedir dinero prestado para poder pagar la cena. La solidaridad del viajero, ya se sabe. Más tarde fuimos a un bar inglés sin sustancia y sin gente que, al menos a mi,me pedía a gritos huir de allí cuanto antes. Volver a las doce al hostal me dejó con ganas de más.

A las ocho menos diez estábamos en pie. Tras llenarme el estómago con una mantequilla y una mermelada lamentables, me di una vuelta solo por el barrio. La cosa terminó con un café en una pastelería donde servía una jovencita camarera de lo más apetecible. Estuve escribiendo un rato y avancé algo con sueños de Bunker Hill. Al parecer, había un concierto de Mozart en una iglesia cercana. Un americano gay muy despistado y bastante cómico entró en el bar. La camarera se rió de él abiertamente. Ni se enteró.

Despedida fría de los franceses. Estuvo bien mientras duró. Tampoco éramos tan amigos.

Pateada de campeonato por Budapest. Buenas vistas de la ciudad. Paramos en un restaurante situado a la espalda del parlamento. Muy escondido, era un sitio de parroquianos que aprovechaban para acercarse y comer buena comida local.

La noche anterior comimos Gulash, carne con Gnochis y paprika y unos rollitos deliciosos de carne. Esta vez nos zampamos una sopa de menestra parecida al Gulash pero menos picante, algo parecido al Kefta con una rica salsa que lo bañaba y una cosa rara similar a un cordon bleu. Mi nota para la guía Michelin sería de un siete. No comimos nada mal en Hungria.

Fue por entonces cuando empecé a obsesionarme con el balneario Schenji. Consciente de mi propensión a hacer planes imposibles intenté camuflar mi creciente ansiedad. Todo fue como la seda y sobre las cinco llegamos a los baños. Nos sentimos epicureos por unas horas y terminamos con un masaje tailandés que amenazó con ponérmela morcillona si bien no llegó la sangre al río.

Nos quedaban pocos florines y los empleamos en fruta. La cena fue maravillosa, recuerdo especialmente las uvas pequeñitas y jugosas. Kilos y kilos de fruta por tres euros. Intentamos buscar un bar para matar el poco tiempo que nos quedaba en Budapest.

Como apenas nos quedaban florines tuvimos que hacer varios intentos. En el primer bar que entramos un macarra amargado no me escuchó saludarle y empezó a leerme su libro en plan » lo primero salúdame colega» y mierdas por el estilo. A mitad de la cantinela ya nos había tocado los huevos más de la cuenta y nos largamos. En el segundo bar no entendían ingles y nos indicaron la salida con la mano en cuanto les preguntamos si podíamos pagar con euros. En el tercero hubo más suerte. Era un pub irlandés regentado por un mafioso italiano. Inmediatamente cambió el canal de la tele y nos puso la liga española. Gin Tonic más cerveza, total, 3 euros.

Larga espera en la estación de trenes que no se nos hizo muy larga. Aséptico Diego, ni frío ni calor, ni siente ni padece, sin sangre en las venas, un tempano de hielo.. Tengo que reconocer que me encanta este tío. Mahatma Diego!!

Fuimos cuatro en un vagón de ocho. De puta madre. Luego se piró uno y quedamos tres. A mitad de la noche el gordo simpático que nos acompañaba se largó tb. Cómo reyes de la creación nos tumbamos en los asiento y con el traqueteo dulce del tren y la media luna que brillaba en el cielo, entramos en trance.

SERBIA

El trance nos lo jodieron los guardias de fronteras de ambos lados y tampoco ayudó el revisor que nuevamente volvió a requerirnos el billete una vez pasamos la frontera Serbia. Esto de las fronteras no es nada práctico, que diría John Lennon. Seguimos camino a Belgrado.

A las siete y veinte de la mañana llegamos a la capital. Diego parecía cansado. Nos fuimos a una cafetería en la cercana estación de autobuses y nos tomamos un café turco, como se conoce por aquí, al café que yo conocía como griego. Se trata de un café oscuro, cremoso, que deja un sabor bastante peculiar en la boca y que no debe removerse pues tiene mucho polvo en el fondo.

Compramos cuatro billetes para Sarajevo. Los otros dos eran para Helio y su novia que se unían a nuestra ruta esa misma mañana. Nos fuimos al Kalejmedan o, más bien, a los jardines aledaños a la fortaleza. Nos sentamos en un banco y contemplamos el Sava pero no su intersección con el Danubio. El Duma (no claro en el original) se llama aquí.

Estuve charlando con dos chavales que hacían piarda del instituto. Uno de ellos no paraba de parlotear. El otro se avergonzaba de él aunque estaba acostumbrado a su excéntrico comportamiento. Hablamos de deportes, del colegio, de drogas, de política y sobretodo de los Serrano que, al parecer, era una serie de culto en Serbia.

LLegamos tarde a la puerta de la estación donde a las once habíamos quedado con Helio y compañía. No estaban. Esperamos media hora. ¿Se habían largado? no parecía probable. Habíamos fijado dos citas alternativas precisamente por si había problemas. La segunda era a las cinco de la tarde. Dejamos las mochilas en la estación y nos fuimos a un locutorio a revisar los emails por si acaso.

Helio me había escrito informándome de que había perdido el avión. En aquella época no conocía todavía a la nueva novia de Helio, ni sabía que era una tía de puta madre. Me invadió una gran sensación de frustración pues llevaba tiempo queriendo viajar con Helio pero también, he de reconocer, de alivio pues el prejuicio absurdo de que Jane fuera una petarda viajando, por entonces, me preocupaba un poco.

Nos dirigimos al centro. A pocos metros de la estación preguntamos a un hombre pues nuestro cirílico aún no estaba a la altura y en tales circunstancias el callejero nos valía para poco. El hombre se llamaba Darko.

Darko es profesor de historia en un instituto. Se ofreció a acompañarnos pues afirmaba que le cogía de camino. Sin embargo, cambió su camino ciento ochenta grados. Hablaba sin parar como si tuviera necesidad de aliviar la gran cantidad de datos de todo tipo que almacenaba en su privilegiada memoria. La cantidad de información era tan inmensa que por momentos nos saturaba. Era el mejor guía de la ciudad, de eso estoy seguro, y según avanzaba la conversación parecía entusiasmarse por momentos.

En nuestras desconfiadas mentes capitaloindividualistas buscábamos una explicación para tanta generosidad. Acabamos tomando una cerveza y nos comentó que se iba a inventar una excusa para no haberse presentado al claustro de profesores a la hora prevista. Políticamente era un hombre bastante centrado. El nacionalismo, también para él, era el principal culpable de lo sucedido en los Balcanes. y eso, era especialmente aplicable a su país, Serbia.

Según nos contó, en Serbia apenas habían sentido la guerra salvo durante los dos meses en los que intervino la ONU. Los efectos de los ataques eran, sin embargo, evidentes, en los aledaños del palacio de gobierno que, años después del conflicto, seguía sin haber sido reconstruido. Por lo demás, la capital Serbia podría pasar perfectamente por otra capital europea cualquiera.

Buscamos un sitio para quedarnos. Había un hostal en pleno centro que nos habían recomendado en el que podías pasar la noche por entre cuatro y doce euros la noche. Caí inconsciente en el sofá. El subidón de alcohol, el cansancio acumulado y la falta de comida me golpearon fuerte y diez minutos de sueño más tarde me había quedado grogui para todo el día.

Aprovechamos la tarde para acercarnos al barrio bohemio y comer algo. Luego fuimos a visitar la fortaleza y pasamos gran parte de la tarde disfrutando del lugar. Aquí teníamos una panorámica espléndida de la ciudad y la convergencia de los ríos. La puesta de sol coincidió con la entrada de un fuerte viento como es tradición cuando cae la noche.

Diego estaba muerto. Para entonces ya habíamos conocido a Alexandra, la recepcionista del hostal. Un encanto de niña que nos cautivó desde que la conocimos. Aki era nuestro compañero de habitación. Un japonés de lo más enrollado que no hablaba demasiado inglés y respondía a todo lo que le decíamos, como es tradición en el país nipón, con un gran Ohhhhhhh! de asombro.

Fuimos aconsejados por la dulce Alexandra que nos recomendó que fuéramos a un club de Jazz. Cómo no había música en directo ese día tras el gin tonic de rigor Aki y yo nos largamos del garito a otro, un tanto fashion, que tenía una barra hasta los topes de bebida colocada en forma de extraña pirámide. Entonces creí hablar español, pero me equivocaba.

Aki me contó que iba a Amsterdam y, como hay un profe frustrado en mí, aproveché para darle un curso acelerado sobre drogas (blandas y duras). La educación ante todo. Aki se fue a dormir y yo me quedé fumeteando solo en la noche de Belgrado.

Me desperté temprano. La calle principal de Belgrado estaba todavía tranquila. Di una vuelta por los alrededores y paré en un sitio llamado la tortufa negra a tomarme un café. Estuve leyendo un rato Go de John Clellon Holmes. Me pusieron una tortilla y no me va mucho ese rollo.

Al final me compré una camiseta por siete euros porque las que tenía empezaban a oler a pescado. Volví al hostal. Diego seguía durmiendo. Así pues, seguí caminando detrás de alguna belleza que ya no recuerdo hacia la catedral que según nos había dicho el pimpoyo del día anterior era la más grande del mundo tras la de San Pablo. O estoy muy ciego, o de eso nada.

Tras varios intentos fallidos y un paquete de palomitas dulces, conseguí encontrarme con Diego sobre las nueve y media. Para entonces concretamos la quedada e la noche con Alexandra. Aki se largo a Montenegro.

Por la tarde nos acercamos a nuevo Belgrado, cruzamos el puente, andamos un par de horas y nos perdimos por sus calles. Sin la majestuosidad del viejo, el nuevo Belgrado sin embargo no tenía nada que envidiarle en cuanto a Belleza y vitalidad.

Como no era plan de pegarse otra caminata de vuelta antes de salir de marcha nos pillamos el bus y recogimos a la dulce Alexandra que nos llevó a otro mundo. Ni puta idea donde. Eso si, era un barco que se llamaba el pequeño bote. Tampoco importaba el sitio pues la magnífica compañía lo acaparó todo.

Alexandra tenía tan solo 22 años pero una madurez y un saber estar impropios de su edad. En cada palabra, en cada gesto, irradiaba calidez, ternura, picardía y sentido del humor. Tampoco puede negarse que el alcohol nos sentó muy bien.

La aparición de Carmen remató la noche. Estudiante de traducción de ruso a español criada en Sevilla nos enamoró con su adorable embriaguez. Decía buscar y no encontrar «el extasis». Sin embargo, eso mismo, fue lo que estos dos españolitos encontramos esa noche en el pequeño bote, en algún lugar, en Belgrado.

A Alexandra le había gustado mi sudadera de Page (EEUU). Antes de marcharme se la dejé colgada en el sofá del albergue donde esa misma mañana empezaría otra larga jornada de trabajo. Todavía borrachos, salimos al alba hacia la estación de tren.

De buen humor aunque con mal cuerpo andamos tranquilamente hacia la estación. Paramos a comprar manzanas. Nos perdimos. Preguntamos. Nos volvimos a perder. Según nos acercábamos a la estación vimos como lentamente partía nuestro tren de las ocho y cuarto hacia Sarajevo.

Por fortuna había otro tren un par de horas más tarde, aunque no era directo. Tampoco era tan pintoresca la ruta como la que habíamos previsto. Primero subía hacia el norte para luego bajar hasta Sarajevo.

BOSNIA

Once horas en total. Durante varias horas vegetamos apaciblemente en el vagón que compartiamos con un serbio de mediana edad que, en un momento dado, puso en su móvil música tradicional. La escuchamos con sumo placer incluso durante los minutos en que inesperadamente comenzó a ponerle voz a la melodía.

Parada en un pueblecito sin nombre de Croacia. Allí tuve tiempo de meditar un poco mientras paseaba por su única calle. También contemplé el bar Antonio que, al parecer, había cerrado.

La última media hora de espera disfrutamos del espectáculo tragicómico con el que nos deleitó el abuelillo del quiosco de la desértica estación de tren. La comunicación no verbal contribuyó a que mantuvieramos una conversación de lo más divertida que acabó en pachanga latina.

El buen humor de la mañana se fue tornando en aburrimiento y hastío según avanzó la tarde. Las últimas horas se hicieron interminables y solo pudieron sobrellevarse gracias a una sucesión de cigarrillos liados marca Drum que fueron fumados con gran maestría por este humilde narrador.

Aunque nos dio tiempo a darnos una vuelta por el centro de Sarajevo y a intercambiar impresiones con un bin laden alemán y su achispado y excéntrico amigo no perderé más tiempo hablando de este día. Solo añadiré que desde ese día no puedo ver un kebab ni en pintura.

Por lo que a mi respecta le pueden prender fuego a Skopje. Cuando nada significa nada. Eso es Skopje en Macedonia para mi en este instante. Y caen las hojas de los árboles porque ha comenzado el otoño. Sin nada que hacer y con miedo a tener que mover un dedo un día de estos, los peores secretos son aquellos que no puedes contar ni a un papel en blanco.

Desayuno putrefacto en Sarajevo. No me dés más salchichas Dios mio!! Margarina de mogollón y mermelada de fresa que parece de tomate o de Ketchup. El pan como en la mayoría de lugares que hemos visitado en los Balcanes, bastante aceptable.

El centro de Sarajevo lo han convertido en parque de atracciones . Patear, patear y más patear. La ciudad tiene personalidad y unos cuantos boquetes en las paredes. La gente acogedora. Hartos de tanta carne comemos en un típico restaurante vegetariano Bosnio. La comida es excelente y nos depura por dentro.

El puente donde fue asesinado el archiduque Ferdinand, el museo nacional cerrado, la otra orilla del río, el museo de historia cerrado. La embajada de EEUU presidiéndolo todo. Las vistas de la ciudad desde los suburbios, la entrada al gueto, perros inexistentes que advierten sobre amenazas absolutamente reales, mi culo manchado de heces expulsando gases que hieden hasta en las entrañas de Skopje, un cigarrillo en el infierno y la fragancia a Maria de fondo nos avisa que la recolección anda cerca.

Por la noche me sumerjo en el mejor bar del mundo. Por una vez se lo debo todo a la Lonely Planet. Ni ellos han podido destruirlo, todavía. Tras un par de vinos y unos platos de comida bosnia con sus respectivas salsas, me dedico en cuerpo y alma a mis Gin Tonics mientras pontifico, la risa va por dentro, con una dialéctica que agudizada por el alcohol no deja de sorprenderme.

Cuando cenicienta se va a la cama, me quedo tomando la penúltima hasta que se presenta una chica navarra que acababa de llegar a Sarajevo. Una chica lista y triste más desencantada de lo que resulta admisible en una persona de veintidós años. Sigo pontificando un par de horas más, en ocasiones hacia dentro y en otras, hacia fuera. Me la suda, no es más que masturbación mental.

Sigo matando las horas y las páginas aquí en Skopje recordando aquellos días donde, claro está, no ocurrió nada. El desayuno del hostal mejoró notablemente el segundo día aunque ahora, de borrachera, tan solo recuerdo con alivio que no había salchichas hervidas. La navarra y su amiga suiza parloteaban con un colega y yo, astutamente, huí despavorido a otra mesa.

Nos había comentado un coleguita californiano al que por suerte no insulté mientras ignoraba que hablaba español, que había posibilidad de visitar el famoso tunel subterrano que cruzaba el aeropuerto de Sarajevo gracias al cual se pudo mantener el suministro durante los años que duró la guerra de Bosnia, desde el 92 al 95.

Estuvimos también viendo la exposición del museo de historia o museo de la guerra, como prefiera cada cual.

Papeamos un bollo y un yogurt por la calle. Diego se ligó, y a punto estuvo de que le hiciera una mamada, a una abuelita de las que iba en manada en un grupo de turistas británicas.

No hay duda de que en Bosnia se lió el taco. Se trata del caso más complicado de toda la región por la mezca de religiones que se da en la zona y por la fuerte presencia de serbios en comparación con otras zonas yugoslavas. La lengua, sin embargo, la compartían todos. En la fecha en que viajamos había 3 presidentes y un número cercano a infinito de ministerios. Un guía, en broma, indicaba que en Bosnia si no eres ministro, no eres nadie.

Nos fuimos al lado opuesto de la ciudad; el río, sus mezquitas y templos, las montañas.. el enclave único de Sarajevo lo envolvía todo. Ya temprano volvimos a la meca. Buen jazz, ambiente caótico pero relajado. Asientos con solera y comodos. Un baño que indescriptiblemente se convertía en un guirigay cuando la naturaleza te llamaba y un camarero de lo más excéntrico, ausente, enfado, bromista e impredecible que, sin pretenderlo, acababa por encarnar el espiritu del Platvia Latka o como coño se llame el paraiso.

Cuando nos disponíamos a marchar, con mi libro Go ya terminado, se presentaron las chicas de Sarajevo y su nuevo amigo holandés. El menda no se privó de darnos un curso acelerado sobre las cervezas de los Balcanes que completó con una tesis sobre las carencias de la Sarajevskyi y su correcta forma de saborearla. Me comentó que venía de Kosovo y que la situación estaba tranquila y luego bla, bla, bla..

A las 6 de la mañana en pie. Nos toca tute. A las 7 tren para Mostar. 30 minutos de retraso. Paisajes sobrecogedores siguiendo el agua que sueña con unirse al Adriático.

Japoneses de ojos redondos y piel blanquecina bombardéan las montañas con sus cámaras en cada acantilado. Un soldado bosnio hiberna durante todo el trayecto.

Al llegar a Mostar nos enteramos de que solo podemos tirar pal sur via Dubrovnik. Tenemos un par de horas para echar un vistazo al puente y fumarme un piti. Con prisa pero con calma cambiamos de tren a autobús para desgracia de Diego que es propenso a los mareos.

Por primera vez echo de menos un libro que leer en este viaje. El mono será duro de sobrellevar sobretodo cuando llegue el momento de separarme de Diego. Doble mono si lo unimos al del tabaco en un largo viaje en bús como éste.

En los Balcanes he fumado como un carretero. Es difícil decir que no cuando te ofrecen tabaco completos desconocidos como muestra de hospitalidad. En estos países no gusta que se rechacen las invitaciones. No se entiende del todo. Al final te metes en una dinámica de fumar y beber a todas horas lo cual a un estómago enfermo como el mío no le sienta nada bien.

Siendo sincero, todo fumador sabe que se disfruta de los cigarros cuando van asociados a momentos importantes. Es cierto que una experiencia como ésta en los Balcanes propicia que estos momentos se den a menudo pero tengo que cortarlo de raíz cuando vuelva a España porque hace un año ni siquiera fumaba tabaco, en fin..aqui estoy fumando medio paquete, bebiendome 3 o 4 cervezas y otros tantos gin tonics cada día. Esto, o eres albanés, o no lo aguantas a medio plazo. Y menos, con hernia de hiato.

Viaje a oriente de Herman Hess es un churro. Con chocolate, eso sí. En mi humilde opinión los miembros del circulo son una panda de beatos que tienen al protagonista atrapado entre su vida solitaria que le impulsa a la masturbación compulsiva y las milongas que le cuentan.

De fondo se escuchan los rezos de las mezquitas . Es hipnótico como pueden llegar a mezclarse los cantos de las mismas. A mi espalda corre el agua de la fuente. Joder, como se fuma en los Balcanes!! y me cago en la puta!! hay más barberías que en España bares!!

Y justo en este instante, con mi estómago palpitando tras un nuevo exceso y mi cuerpo pidiendo un poquito, solo un poquito de nicotina… se aproxima un tullido arrastrando los pies y, a pesar de su insistencia, no le dejan pisar el local. La chica bonita llama al matón y éste, de manera contundente, le echa, eso sí, sin llamar demasiado la atención de la clientela. Una vez arrojado a la calle, el tullido humillado mira al otro lado de la ventana, donde comemos los ricos, aprieta el puño, mira con rabia, baja la mirada, agacha la cabeza y tras darse media vuelta, se marcha.

CROACIA

En Dubrovnik, mochila a cuestas, teníamos 5 horas muertas y decidimos aprovecharlas al máximo. De entrada Dubrovnik, al menos el casco histórico, es otro planeta si lo comparas con el nivel de vida de los países que habíamos visitado. Por una granada me pidieron dos euros. Al menos me quedé con un trocito de muestra.

En la estación nos encontramos por casualidad a Aki, el japonés que conocimos en Belgrado, y como buenos japoneses nos hicimos una foto de recuerdo. Nos costó lo suyo. Los croatas hicieron de croatas y tuvimos que pedir hasta por tres veces que nos sacaran una foto pues los muy majetes nos decían, sin más, que de foto nada, y se largaban.

Tal vez en otra ocasión relate el viaje que hice a Croacia algunos años antes. La naturaleza, impresionante, pero la gente, en fin…junto con los ucranianos los que peor me han tratado con diferencia de todos los países que he visitado. Casi acabé simpatizando con Milosevic.

Había que huir de allí. Cuanto más al sur mejor. Diego bajo hasta Ulcinj, yo me quedé en Kotar (Montenegro). Nuestros caminos se separaban. Me ha encantado viajar con Diego. Espero que no sea la última vez aunque mucho me temo, el tiempo me dará la razón, que nunca volveremos a viajar juntos.

MONTENEGRO

En la estación de autobuses de Kotor, ya de noche, me esperaba un hombre de mediana edad con cara cansada y triste. Me ofreció dormir en su casa. Andamos, andamos y casi volvimos a Dubrovnik andando antes de encontrar la dichosa casa. Cómo no había cenado me ofreció algo de pan con salami, se lo agradecí en el alma.

Ya en Montenegro me levanté temprano, saqué dinero, tomé un café turco y me fume un cigarro con la bahía de Kotor como escenario.

Luego el arte de gastar el dinero cambiado. ¿100 dinares serán suficientes para disfrutar de una cerveza en este bar de Jazz? No está mal este bareto de Skopje. Techos altos, paredes de piedra y claro, Jazz. Mucho piano, como a mi me gusta. Poca gente. Un rubio que podría ser guiri escribe puede que sobre unas postales. Un grupo de jovenes macedonios entran y unos carrozas se van.Tal vez haya dentro más gente de lo que parece.

Aquí en Skopje es tradición poner altavoces en la pared de la calle enfrente del local. De esta manera llamas la atención de los transeuntes que pueden escuchar la música que estás poniendo por dentro. Un gato corre como el viento y atraviesa el local en un suspiro.

Me llevé por error la llave de la habitación de Kotor. Como volver con la mochila hubiera sido un infierno me consolé pensando en que recordaba al hombre sacando la copia de la cerradura de la puerta de mi dormitorio.

El guiri termina de escribir lo que fuera que estuviera escribiendo y se dirige hacia el interior del local. El gato sigue a la carrera.

Como no tengo reloj me siento un poco desorientado ahora que Diego no está conmigo. Hoy me he tenido que despertar sin despertador para coger el bus de las nueve. Este arte que empiezo a dominar implica dormir con la tensión suficiente para despertarte cuando toca en cualquier circunstancia. En esta tarde, donde si algo me sobre es tiempo, solo me queda esa desorientación y la duda, por lo demás, estaré puntual en la estación a media noche. Las calles del casco histórico de SKOPJE están muy mal iluminadas.

La fortaleza de Kotor me dejó indiferente. Quiero decir, vistos mil castillos de piedra, vistos todos.

La carretera Kotor Cetinje tiene cierta fama de permitir disfrutar al pasajero de unas vistas privilegiadas de la bahía. La cuestión es que el bús no pasaba por la carretera antigua y la única forma de pasar por allí era pillarme un taxi.

Las negociaciones con los taxistas parecían no llegar a buen puerto. Me faltaban al fin y al cabo unos minutos hasta que llegara el próximo autobús a Podgorica y el regateo era una actividad tan lícita como otra cualquiera para pasar al tiempo. Cuatro taxistas más tarde encontré a mi hombre. Por treinta euros se prestó a hacer el camino de montaña hasta Cetinje. Y no solo eso. Me dio conversación con su inglés macarrónico, se paró para que pudiera disfrutar de las vistas y me proporcionó todo tipo de informaciones utiles e inutiles durante el par de horas que estuvimos juntos.

Ya en Cetinje, tumbado en el prado, disfrute de una grandiosa hogaza de pan y un queso de vaca un tanto seco, eso sí. En el autobús a Podgorica vi a una rubia morbosísima con un vestidito a cuadros que en todo momento debió ser consciente de que tanto yo como el resto del pasaje no podíamos dejar de mirarla. Lamenté en el alma tener que sentarme dándole la espalda cuando por fin se liberó un asiento a mi lado.

ALBANIA

Taxi a la frontera con Albania que crucé a pie para encontrar la nada al otro lado. Dos o tres pícaros taxistas conchabados me pedían el oro y el moro por acercarme hasta Skodra. Yo, duro de pelar, curtido en mil batallas, amagaba con hacer autostop. El juego del ratón y el gato. Media hora más tarde convencí a un particular de pagarle la mitad de lo que me pedían los taxistas e irme con él. Se comprometió a llevarme hasta la parada de furgonetas, comprarme el billete a Skodra, que no creo que costara ni un euro, y dejarme allí. Cerramos el trato.

Tras amasar la inmensa comisión que sin duda le correspondía, le dio su parte al conductor de la furgo y me empaquetó hacia Skodra. El conductor se enrrolló y me invitó a un cigarro. Sin duda, había pagado el billete a toda la cuadrilla de albañiles que se montaron a continuación conmigo en la furgoneta.

Aquello se veía ruinoso. No era comparable a ninguno de los sitios por los que hasta entonces había transcurrido el viaje. En Skodra más perdido que el barco del arroz encontré a dos chavales que chapurreaban el suficiente inglés como para entender que buscaba alojamiento. Se ofrecieron a acompañarme con su coche a un hotel que decían no era muy caro. Al verlo desde fuera les dije que no buscaba algo tan lujoso. Me insistieron en que preguntara el precio. Doce euros. La noche cayó sobre Skodra y los simpáticos chavales se marcharon.

Al final el presunto Marriot se caía a pedazos. Edificio soviético todo fachada ubicado en un lugar privilegiado. Y desde entonces solo recuerdo el impulso. Ese impulso que no me abandonaría.

Para cambiar guita tenías que irte a un callejero oscuro donde un tío con pinta de guarro manoseaba un fajo de billetes de un tamaño que no veía desde que visioné uno de los nuestros. Antes de tirarme al rio con el pimpollo y aprovechando que todavía estaba abierta una pequeña agencia de viajes decidí consultar allí. Las «niñas»que me atendieron se ruborizaron al instante y me mandaron a otra parte. Fracaso y de vuelta a la agencia. Finalmente se apiadaron de mi y me cambiaron la pasta haciendo una excepción. Eso de las excepciones, me di cuenta más tarde, era muy albanés.

El camarero del bar donde cené parecía muy interesado por España y me dio algo de «vidilla» en mi solitaria cena. Le dejé una buena propina.

Acabé la noche en una fiesta privada llena de pibones donde a duras penas conseguí entrar a pesar de mis pintas de mendigo. Solo al comprender que era extranjero cambiaron de opinión. Me pasé la noche cual perrillo apaleado en la esquina del bar bebiendo Gin Tonics. Incluso me entró algo de paranoia pues me parecía que la gente me miraba y se reía.

Siempre me ha resultado paradójica la facilidad con la que madrugo en los viajes incluso aunque me haya acostado tarde. Es curioso lo poco que necesito dormir a pesar de haberme pegado una paliza el día anterior. Lo rápido que duermo en cuanto cierro los párpados. Y esto, aunque me haya pasado con el alcohol o con el tabaco.

Este viaje me ha hecho recobrar fuerzas, volver a sentir el espíritu del viaje y me ha ayudado a seguir aprendiendo a mirar. Espero no olvidar lo aprendido y ser capaz de llevar una pequeña parte de esto a mi vida cotidiana. Tal vez sea hora de poner algo de orden en el caos que es mi existencia. Sin embargo, ¿cómo se puede encontrar un equilibrio cuando tarde o temprano vuelves a caer en el pozo?

Por la mañana paseé por Shkodra para hacerme un poco con el sitio. Sobre las once emprendí viaje a Kósovo. La primera sorpresa fue que tuve que cambiar la ruta prevista. Primero hacia el sur hasta un pequeño pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme, o tal vez no pueda. Desde allí hacia Morina en la frontera con Kósovo. En Albania recuperé esa sensación tan particular del regateo y la inseguridad permanente. De sentirte un billete con patas.

En el norte de Albania no hay estaciones de autobuses. La gente se te aproxima a menudo para ofrecerte de todo. Los precios de entrada están siempre inflados hasta por cinco o por seis. Para cualquier gilipollez necesitas hacer el clásico teatrillo del tira y afloja. Muy caro, me voy, me quedo, contraoferta, indignación afectada, y al final, siempre acuerdo. Eso sí, cómo mínimo al doble o al triple del precio normal.

Acabé yendo en taxi hasta la frontera de Kósovo. El taxista hizo todo lo que pudo para meterme en un furgón y hacer doble negocio. Era majete.

KÓSOVO

Ya en la frontera me tuvieron diez minutos esperando. Me impidieron que me metiera en un coche que se había ofrecido a llevarme. La crucé a pie. Cruzada la tierra de nadie no me quedó otra que ponerme a hacer auto stop. Poco después me recogió un sacerdote Kosovar que, al parecer, vivía en Montenegro y estaba allí de visita familiar.

En el corto trayecto hasta Prizreni acribillé al padre a preguntas. Me confesó que solía recoger a españoles e italianos porque le garantizaban una buena conversación. ¿Y el encuentro del Papa en Madrid? me preguntó. No, no pude ir, respondí. Hasta entonces no me había informado de que era cura. Me orientó sobre las principales atracciones del lugar y me dejo amablemente en el centro de Prizreni.

La primera impresión ya fue muy favorable. Sin duda, como poco, era el hermano rico de Albania. Nadie hubiera dicho que allí habían estado en guerra hasta hacía bien poco. La parte céntrica estaba muy arreglada y solo un ojo atento e informado podría reparar en lo que se escondía tras las apariencias. En cualquier caso, nada comparable, por ejemplo, al desastre visto en los suburbios de Sarajevo.

Asís se llamaba el cura que ya me dejó claro que para los kosovares la independencia solo era el primer paso de su futura anexión a Albania. ¿Los kosovares somos albaneses, lo sabías, no? Me preguntó. Este mismo sentimiento me fue corroborado por muchas otras personas en Prizreni. La gente de Kósovo fue la más encantadora de las que conocí durante mi viaje por los Balcanes.

Curiosamente, en un lugar donde el coste de la vida no superaba los cuatro euros diarios no había forma de encontrar un alojamiento a un precio razonable. Acabé pagando veinte euros esa noche en lo que fue con diferencia el hostal más caro del viaje.

Aparentemente los kosovares vivían en una exaltación cotidiana de la nación. Banderas de Albania y la nueva de Kósovo (más por protocolo que por otra cosa), bailes populares, trajes típicos, degustaciones gastronómicas de productos locales y unas elecciones de fondo con discursos y mítines políticos por todas partes.

La ciudad estaba dividida por un pequeño río y a sus espaldas se alzaban majestuosas e imponentes las montañas. Cruce el río y salí del casco histórico de aspecto medieval. Cruce la mezquita y por azar pasé al lado de la casa de la alianza, emblema de la antigua Albania.

Como iba teniendo ganas de papear me metí en un bar de parroquianos. Afortunadamente quedaba una mesa libre. Pedí lo único que servían, un pollo asado que se dejaba comer bastante bien con algo de patata cocida. Un gesto a través de la ventana le servía a DEMIR para que inmediatamente el del asador de al lado se lo preparara en seguida. El menda ponía el sitio y el alcohol. Pedí una cerveza y el colega me invitó a la segunda.

Así fue como conocí a DEMIR, el dueño del chiringuito., un treintañero divertido y bromista que se encontraba en su salsa rodeado de una turba de obreros curtidos en mil batallas, polvorientos después de una interminable mañana de trabajo.

En el rato que estuve en su bar, Demir, y todos los demás, debieron de beberse al menos cuatro birras por cabeza. Acompañaban cada cerveza con un licor local y, como niños pequeños, se lo pasaban en grande con sus bromas adolescentes, golpes y putadas varias.

Entre broma y broma, Demir me dio una lección magistral de historia albanesa, aunque no pudo evitar que un abuelillo sin dientes le interrumpiera constantemente, para indicarme que ni caso, que estaba «como una cabra». American boy, le llamaba de cachondeo. Y es que el local estaba presidido por una bandera de EEUU con su aguila y todo.

Un poco perjudicado tras mi primer litro de cerveza , me despedí de los parroquianos agradeciéndoles su calurosa acogida. Mi borrachera y yo nos dirigimos a la estación de autobuses donde descubrimos que Skopje era Shkup en albanés y que el último bus hacia allí salía a las nueve de la mañana. La otra opción era liar de nuevo la intemerata entre autostop y taxis.

Lo que estaba claro, por entonces, era que una Coca Cola no se disfrutaba igual cuando tenías que eruptar tres veces por minuto.

¿Dónde coño estarán los escritos de mi primera juventud?, ¿En que armario, de qué casa, de qué ciudad?

De camino a ninguna parte compré dos camisetas de dos euros. Una tenía dibujos de coches que disminuían en tamaño y la otra ponía algo de Lemonhead y un tipo con una cara extraña. Sí, lo sé, no puedo evitar que todo esto tenga un ligero regusto a ravioli a la Bergamasca.

Fuí subiendo por las faldas de la montaña y jugué al futbol en un callejón con un grupo de niños que se emocionaron de lo lindo cuando supieron que era español, ¡Pau Gasol! decían. Los niños juegan como niños en Kosovo, una cosa buena de la guerra, supongo.

Luego estuve fumando un cigarro a medias con un abuelo que no hablaba apenas nada de inglés. En Albania poca gente lo hablaba.

Ya caída la noche me crucé con más grupos de niños, charlé con el Iman de la Mezquita que me invitó a visitarla al día siguiente. No soy musulmán, le dije. Conocía Andalucía, el añorado tesoro del Islam.

Por casualidad me encontré a Demir que se había arreglado para salir e iba de camino hacia la zona de «marcha». Me ofreció ir con él. Dije que sí. Descubrí que en Kosovo «los pelotazos» se los toman separados, en un vaso ponen el whiskey y en el otro, la Coca Cola. Toda la peña con dos vasos. Me tome un Gin tonic. Fumamos como carreteros.

Me propuso llevarme a un club. Accedí. Era un afortunado, me insistía él. Demir era alguien muy importante en Prizreni, decía. Todo el mundo le conocía. Nos entendíamos a pesar de su inglés macarrónico. El alcohol hizo el resto. Pasé a recoger unos pantalones largos al hotel y salimos por ahí en su coche, como se sale en Kósovo, a liarla.

Pásamos por su restaurante donde justo entonces llegaba su novia. No le hizo demasiado caso, era un gallito el tío. Nos largamos sin dar demasiadas explicaciones. Tenía un Megane blanco. Su hermano se quedó currando en el negocio familiar. Paramos finalmente en un antro de las afueras. Demir aparco su carro encima de la acera justo delante de la misma puerta de un restaurante de comida rápida. Nadie pareció sorprenderse.

Demir condujo, a pesar de lo que cabía esperar, bastante tranquilo. Era, lo que él denominaba, saber beber. A esas alturas calculo que habría bebido un mínimo de seis o siete cervezas y unos cinco whiskies. Eso sin contar lo que había bebido por la tarde. Sien embargo, no se le notaba en absoluto, era su día a día. En Albania decía:»Police no problem, alcohol».

Los kosovares son musulmanes sobre el papel pero sus costumbres son muy relajadas. Nada tienen que ver con otros países musulmanes. Es, sin embargo, una sociedad profundamente machista donde sólo los hombres acuden a los bares y salen de noche. De costumbres muy primitivas y hábitos salvajes (por ejemplo liquidar al vecino si descubres que te han puesto los cuernos) conviven plenamente con las nuevas tecnologías y lo que ello conlleva.

Nos comimos una pizza que Demir roció antes de ketchup, mayonesa y otras guarradas, hasta destrozarla completamente. El club, como cabía esperar, era bastante deprimente.Tres o cuatro chicas deambulaban como almas en pena por las distintas mesas . De Moldavia mayormente y también de Rusia. De vez en cuando alguna de ellas se marcaba un Strip Tease en la típica barra americana. Putillas baratas.

Demir llamó sin dar tregua a una de ellas y le metió mano todo lo que pudo. Al parecer el rollo cafre de Demir volvía locas a las putillas. Las agarraba del cuello, les daba un muerdo, les tocaba el culo. Sin duda, un cliente habitual del garito. Nos despedimos un par de horas después como hermanos de sangre que, sin duda, nunca perderían el contacto. No he vuelto a saber nada de él.

Sin despertador, debía despertarme a las ocho de la mañana siguiente. Avisé al de recepción de que me tocara a la puerta a la hora indicada. Mi reloj mental funcionó y me levanté a pesar de que el cabronazo de recepción se había olvidado por completo de avisarme.

Llegué con tiempo a la estación de autobuses y pedí el último café turco de mi viaje. Escuche una conversación entre varios abuelos viajeros en la que no tuve el ánimo de participar. Uno era griego y los otros norteamericanos. Escuché algo relativo al desastre que era Bush y a la corrupción que había en Grecia. El griego recomendaba conocer Santorini y la abuela americana se refería a la últiva vez que viajó a Skopje. Prefería las ciudades pequeñas como Prizreni. En mi cabeza sonaba «cómo si fuera esta noche la última vez». Cae la noche sobre Bérgamo.

Las tres horas de viaje a Skopje sirvieron para que terminara de hacerme una idea de los paisajes de la zona que alternaban grandes llanuras con montañas imposibles y zonas de matorral con paisajes alpinos. La aproximación a Skopje coincidió con la inmersión en una zona de acantilados que me recordaron a los que atravesamos en el tren Sarajevo Mostar. Todavía conservaba el billete.

Ya me referí al día que pasé en Skopje. La noche la pasé en la última fila del autobús y dormí placidamente a excepción de cuando me pidieron el pasaporte a ambos lados de la frontera.

BULGARIA

En Bulgaria rezaba para que tuvieran euros pero no, tuve que cambiar Levas. A las siete de la mañana cogí el autobús para Plovdiv. Los tres últimos días sin libros ni marihuana se hicieron un infierno. En un viaje como este tienes tiempo de sobra para pensar y a veces es recomendable mantener la mente ocupada para no volverte loco.

Ya cuento las horas que me faltan para volver a estar en el salón de casa. No puedo negar que me da miedo el lunes, pero este viaje ha sido todo lo largo que cabía esperar y sólo me queda la sensación del trabajo bien hecho que me faltó, por ejemplo, cuando regresé de Brasil.

Dudo mucho que me vuelva a encontrar a mi mismo viajando dentro de un grupo a partir de ahora, ya estoy viejo para eso. Le daré una oportunidad a Elena y, si la cosa no cuaja, o incluso si cuaja, más pronto que tarde, volveré a coger la mochila y a largarme sólo. Diego ha sido un compañero de puta madre. No me ha tocado los cojones. Este viaje siempre me recordará a él. Una experiencia que vivimos juntos.

FIN

BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALVANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES, BALCANES

No hay comentarios

Publicar un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.