Llegar hasta Ranakpur fue una odisea pues los guiris que iban a compartir coche con nosotros se rajaron y, como no podíamos pagarlo solos, no nos quedó otro remedio que dedicar tres horas para hacer noventa kilómetros en autobús.

Como cada vez que nos montábamos en bus nos convertíamos en el espectáculo absoluto. Todos los pasajeros nos miraban fijamente. En autobús siempre viajan los más pobres. Había un olor como casi siempre, desagradable. Comenzaron los ofrecimientos de comisa ya cocinada, alguna sutil petición de rupias, siguió la curiosidad y forzados intentos de ayudarnos en cada pequeña cosa que pudiéramos necesitar. Cuanto más bajo es el nivel económico más bajo suele ser el nivel cultural. El inglés lo habla la clase alta. Con los más pobres la comunicación no suele pasar de un which country? o del clásico, name?

Ranakpur es impresionante aunque no sea especialmente alto ni grande. Se sitúa a unos noventa kilómetros al sur de Udaipur. Tiene alrededor de cien mil columnas todas ellas diferentes. El suelo fresco y el tacto del mármol contribuyen a la tranquilidad de espíritu. Un paraje de ensueño escondido entre enormes montañas con abundante vegetación en una región bastante seca.

Me relajo mirando unos instantes el interior del templo, escuchando sus armónicos rezos o girando la cabeza y admirando la pura belleza que me rodea. Estatuas de elefantes se sitúan estratégicamente en el templo. Un maestro jainista recuerda a unos fieles sus deberes y comienza a rezar con ellos.

Los animales campan a sus anchas. En la India los puedes ver de todo tipo y siempre están por todas partes. Cualquier ciudad de La India es un zoológico de puertas abiertas. Muchos animales son sagrados y se consideran un vehículo de Dios. Ganesh, el que tiene forma de Elefante, viaja a lomos de un ratón. Otros animales viajan en camello o incluso en elefante.

Hay más de trescientos millones de dioses en La India y la mayoría de deidades se vinculan a animales. Hanuman es el dios mono y es muy famoso por sus grandes poderes. Nadie escatimará adjetivos para hablarte de su dios preferido y sus grandes virtudes.

Alrededor de Ranakpur hay pequeños templos desde los cuales hay hermosas vistas del templo principal.

Sin tiempo apenas para comer, reencontramos a un taxista muy particular con el que habíamos quedado en volver hasta Udaipur. Seiscientas rupias por llevarnos a Kumbalghar y desde allí a Udaipur. El taxista es un rajput, un guerrero fiero y corajudo. Tradicionalmente su único destino posible era el ejercito. Los rajputs siempre acaban hablando de sus antepasados militares. Los rajputs y los brahmis ocupan los escalones más altos de la sociedad. Hace años que el sistema de castas fue abolido por ley. Sin embargo, aún hoy, la tradición sigue teniendo un enorme peso y las castas siguen estando omnipresentes.

Viajamos en un maravilloso Ambassador que, según nuestro taxista, tenía más de cien años. Un coche precioso. De un blanco inmaculado tenía unos asientos realmente confortables. Nos sentimos como auténticos monarcas de una república bananera saludando a su entregado populacho. La conducción temeraria de nuestro guerrero taxista rápidamente nos sacó de la ensoñación. Adelantamientos a ciegas, giros imposibles, baches imprevistos y risitas mientras gritaba entusiasmado «this is very dangerous». Luego aceleraba.

Algún perro estuvo a punto de no contarla. De camino a Kumbalghar se confundió y tuvimos que acabar desandando el camino. A ratos cantamos, a ratos bailamos y la mayor parte del tiempo bromeamos. Su acento y su pronunciación de la r nos hacía reír sin parar.

La llegada a Kumbalghar, en absoluto planificada, completó un día maravilloso. Kumbalghar es una fortaleza majestuosa perdida entre montañas. Recuerdo de una gloria pasada y legendaria. Nadie conquistó nunca Kumbalghar como nunca nadie conquistó el fuerte de Jodhpur. Eran, simplemente, inexpugnables.

El interior de la fortaleza no desentona. Se trata de una ciudadela donde aún viven los herederos de aquellos que antaño rendían pleitesía al señor del castillo. Derechos que se han perpetuado de generación en generación hasta permitir que en pleno siglo XXI siga habiendo siervos del Marajá que no solo viven en sus dominios sino que aún le rinden culto. También el cuidado de los templos pasan de padres a hijos.

El regreso a Udaipur con nuestro amigo el taxista fue conflictiva. Nos intentó renegociar el precio e intentó que le pagáramos antes de llegar con la excusa de echar gasolina. En La India si sueltas la guita pierdes el poder y, por supuesto, solo accedimos a darle una parte para la gasolina y el resto a la llegada. La cosa empezó a enconarse bastante pues no cejaba en su empeño y, como suele ocurrir, se guardó una carta en la manga. Según él, nos había dicho que nos llevaba hasta Udaipur pero no hasta el centro de Udaipur.

La maniobra era sencilla, pararse a la entrada de la ciudad, hacer el paripé y sacarnos otras cincuenta rupias. Funcionó a medias. Le dimos treinta y un par de chocolatinas para su hijo pequeño. Final del partido. En la India se negocia todo y, como en toda negociación, los flecos son la clave. Como buenos deportistas, al final del partido se reconocen los méritos del rival y pa casa. El taxista estaba contento y nosotros, también. Los indios en el fondo valoran a la gente que pelea por lo que cree justo. Otra cosa es que ellos intenten clavártela hasta el fondo.

Esa noche, cogimos el autobús hacia Bundi por los pelos. El que repartía los billetes incluso nos lanzó algún comentario recriminatorio. Un kilómetro cargados como mulos hasta la parada del bus. Otro sleeper class. Estaba infestado de moscas. En La India limpiar algo significa echarle la mierda al vecino. Con las moscas pasaba igual. Lo único importante era quitártelas de encima y echárselas al de al lado.

Me fumé el último petardo a punto de salir. Fue más una anestesia que un placer. El viaje fue largo pero no traumático. A las seis de la mañana llegamos a Bundi.

Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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