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Potosi y Sucre. La cordillera de los Frailes. Los Jalqas

Viaje mochilero Potosí Sucre. La cordillerade los Frailes. Los Jalqas.

Los otros cuatro seguimos hacia Potosí en un bus vespertino. Estaba claro que no permaneceríamos demasiado tiempo juntos. La primera en huir fue Quinoa a quien la perspectiva de salir de cualquier ruta puramente turística le aterrorizaba. Su madre decía que era muy pija y joder!! qué razón tenía!! Esa misma noche cogió un autobús nocturno a la Paz con idea de estar la mañana siguiente en el lago Titicaca.

Olivia, Elena y yo pasamos la noche en un tuburio de Potosí pero antes fuimos a conocer el centro de la ciudad. Potosí nos cautivó nada más llegar. Charlamos con toda la peña del microbús que iba hacia el centro. Estuvimos escuchando un rap improvisado en directo en la plaza veinticinco de noviembre.

Luego hicimos buenas migas con Dionisia una encantadora chica boliviana que trabajaba como pedagoga y trabajadora social para mujeres maltratadas. Pasamos la noche con ella. Nos relató en primera persona la dura realidad de Bolivia y su aterradora historia como persona que procedía de la clase más baja de la sociedad. Dionisia había podido estudiar gracias al apoyo de una hermana que había migrado a España. Su mejor amiga había estado a punto de morir de hambre pues había llegado un punto en que solo tenía pasta dental para comer.

En las estaciones de bus de Bolivia los horarios se gritan pues todavía son muchos los que no saben leer. Por las calles hay murales de colores y consignas políticas, generalmente, a favor de Evo. Sin embargo, el sur de Bolivia no es tan partidario de un Evo que tiene su principal caladero de votos en el indígena norte.

A la mañana siguiente volvimos al centro histórico de Potosí. Desayunamos unas deliciosas empanadillas tucumanas en el bar Chaplin. Bebimos leche con limón. Luego encontramos una exposición sobre el Che que, para el que no lo sepa, fue asesinado en Bolivia.

Me gusta más aprender que que me enseñen. Si algo no me interesa soy incapaz de aprenderlo. Soy extremadamente curioso pero igualmente un caso patológico de pereza mental.

El egocentrismo y el culto hacia tu persona son otros de tus grandes defectos, me dice Sweet irónicamente.

La Paz  al amanecer en el autobús parece gris y triste pero entonces, algo ocurre. La ciudad desde los cielos me sobrecoge. Contaminada, deforme, monstruosa, mitológica.

Por si no lo sabías, imbecil, La Paz no es la capital de Bolivía.

Contemplo el monstruo desde arriba, a 3500 metros de altura. Muchas casas en Bolivia no están pintadas. Una amiga chilena nos explicó que mientras las dejen sin pintar se entiende que no están terminadas y no les obligan a pagar impuestos. La Paz es, pues, color ladrillo aunque por aquí y por allá, algunas fachadas verdes, rojas, blancas y hasta amarillas se empeñan en colorearla.

Niebla, polvo, humo y contaminación en la tétrica La Paz un martes cualquiera a las seis de la mañana.

Antes de llegar a La Paz pasamos por la capital, por Sucre. Y antes, todavía en Potosí, estuvimos apoyando a las mamitas explotadas en la plaza veinticinco de noviembre.

Desde la plaza subimos a las alturas del cerro rico del cual los españoles extrajeron plata durante cientos de años. Una montaña herida de muerte. Una montaña endemoniada de la que sigue manando una leche que nunca beben los bolivianos.

El traqueteo del autobús me dificulta la escritura. Curioso que haya que bajar tanto para llegar a una de las ciudades más altas del mundo. Nubes negras sobre La Paz. Polvo cae del techo del autobús. También caen gotas de agua.

Un precioso camino desde Potosí hasta Sucre. Mas polvo sobre mi cabeza.

Un telesférico que cruza imperial el centro de La Paz. Entonces, sale el sol y todo cambia. Hemos llegado.

Agarrarse a la próxima fantasía. La realidad no es suficiente. Sabor a plástico en la boca. Barro en las manos y en los pantalones.

Españoles que reconocen a españoles.

¡Qué día más largo! Mucho tiempo para aburrirse en Coroico.

Al Che lo mataron en Bolivia por capullo. Al parecer no sabía que los campesinos bolivianos, tras la reforma agraria del cincuenta y dos, ya eran dueños de sus tierras. «La tierra para el que la trabaja» leo en alguna parte. Se dice que fue uno de esos campesinos con tierra el que denunció al Che cuando esté pasó por sus tierras junto a sus hombres. Puede que gracias a este campesino, el Che, se librara de llegar a ser Fidel Castro.

Meses después, ya en Cuba, un orgulloso cubano me contó que el asesino del Ché, por circunstancias del destino, acabó siendo trasladado a Cuba para operarse e intentar evitar una inminente ceguera. Según su versión de la historia en Cuba le operaron y lograron salvarle la vista. Toda una lección moral. Cuba, ya se sabe, tierra de leyendas.

Escritos de inmolación, visiones de Neal, Nexus, antes Plexus y Sexus, elegidos para la gloria de Tom Wolfe, un ensayo de Jim Morrison que no vale un pimiento, otro sobre LSD de Hoffman, la hermandad de la uva de John Fante y los viajes de Jupiter de Ted Simmons. Estas son mis lecturas en el primer mes y medio de viaje.

En Sucre conocí a un danés que tenía 21 años. Estaba tomándose su tercer año sabático viajero antes de ir a la universidad. Dinamarca, con dos cojones, eso es un país y lo demás son tonterías.

La tengo como una banana boliviana.

La plaza de Sucre es el lugar al que hay que ir si uno quiere conocer gente. El danés se despidió deseándome suerte en mi próxima expedición a la cordillera de los frailes. Espero que no salgáis en los periódicos, me dijo antes de marcharse.

Elena se come una banana boliviana y se parte de risa.

Los Frailes no te los puedes perder si viajas a Bolivia. La ruta la iniciamos en la iglesia de Chataquila.

Antes de empezar todos te dirán que no lo puedes hacer sin guía, que estas loco, que es muy peligroso… En fin, hay tanta gente que vive del negocio del miedo ajeno que casi no puedes fiarte de nadie. Si me hubieran dado un euro por dada vez que alguien me dijo que algo no podía hacerse y acabé haciéndolo durante estos años viajeros a estas alturas ya sería millonario.

Para llegar a la iglesia de Chataquila tuvimos que coger el autobús doce amarillo desde el centro de Sucre y negociar un autostop hasta las afueras de la ciudad.

Vomitos tuttifruti, vomitos con regusto a papaya, frutilla y maracuyá. Luego, antes de volver a vomitar tienes que probar también el tambo y sobre todo el pepino de fruta que es una deliciosa mezcla entre pepino y melón.

Conocimos a una profe, llamada Betty, que trabajaba en Carabiri, un pequeño pueblo de la cordillera. Ésta nos dio unos valiosos consejos para no perdernos por la zona.

En la iglesia de Chataquila no hay nada. O más bien solo hay un pastorcillo llamado Lionel y con él, sus vacas.

¿Sabíais que la semilla de la enredadera común tiene efectos similares al LSD solo que menos lucidos y más depresivos? Lo dice Albert Hoffman, no yo.

La ruta desde la iglesia de Chataquila comienza por un espectacular camino Inca de cinco kilómetros que baja de golpe mil quinientos metros. Acampamos pasado Chaunaca en unas antiguas ruinas con vistas imponentes de la cordillera. Hacemos un fuego y comemos bocadillos de palta (aguacate), la base de nuestra alimentación en Sudamérica.

Habíamos dejado atrás un primer puente que atención, no hay que cruzar. A la mañana siguiente seguimos el cauce del río aproximadamente una hora y nos bañamos en unas pozas de agua cercanas al segundo puente que sí hay que cruzar. Para entonces se nos había unido un perro cojito llamado Chipi.

Tras el puente comienza la subida por el sendero de la garganta del Diablo que paso a paso nos lleva tras pasar por varias aldeas hasta Marawa. Nos encontramos con una pequeña Jalqa y su abuelo, con un agricultor, su hija y su toro.

Por  la tarde llegamos a Marawa que se asienta sobre un profundo crater. Allí en pleno corazón de los Jalqa pasamos plácidamente el resto del día. Visitamos la boca del diablo, nos metimos entre sus dientes y dejamos que nos devorara.

La leyenda dice que Chataquila y el resto de la cordillera estan malditas. Al parecer un demonio que anda suelto por la zona tienda a comerse a los extraños. ¡Ni se os ocurra acampar por libre! Al parecer, aviso para navegantes, el demonio tiene predilección por los senos de las mujeres. Los condenados también vagan atormentados por estas tierras.

Aquella noche en Marawa ayudo a una anciana a acostarse en su cama en una humilde casita de piedra y cuando está dentro le apago la luz. Su nieto había construido una casita bastante más confortable justo al lado en donde por un módico precio se podía pasar la noche.

A la mañana siguiente, al amanecer, tenemos la enorme fortuna de coger sobre la marcha el autobús escolar que acababa de traer al cole a algunos chavales. Nos evitamos así 4 o 5 kms de dura subida hasta Niño Mayu. Ya a patita visitamos las huellas de dinosaurio. Más interesante que las mismas fue la visita a las casitas dispersas de Humaca. Allí conocimos a Francisco y Ciriaco.

Francisco estaba loco y enfermo. Solo en mitad de ninguna parte se dedicaba a llorar la muerte de su esposa y a mascar coca mientras esperaba la muerte. Ciriaco, por su parte, vendía los boletos para ver las huellas de los dinosaurios. Algunos días llegaban viajeros y otros no.

Desde las huellas, campo a través, se sube una montaña interminable. Una vez en la cima no es difícil orientarse y coger el sendero ya marcado que te lleva hasta el pueblo de Topolo. Durante el camino los colores de las montañas se vuelven psicodélicos y uno siente que por fin ha encontrado lo que andaba buscando. Primero se pasa por Chullpass y así, siempre bajando, tres horas más tarde, se llega hasta Topolo.

En Topolo vuelve la civilización y con ella el trufi que nos transporta hasta Sucre. Trece bolivianos.

En Sucre recogemos algunas de nuestras pertenencias y nos montamos en un autobús que viaja a La Paz.

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