Palestina Viaje mochilero a Palestina
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Palestina

Viaje mochilero a Palestina

Entrar desde el norte de Israel a Palestina fue una auténtica odisea pues los militares nos impidieron el acceso en un par de ocasiones. Resultaba incomprensible para ellos por qué queríamos entrar a Palestina. Al parecer ningún viajero pretende entrar a Palestina por los pasos del norte. Tras la segunda negativa consecutiva comenzamos a desesperarnos. Más aún cuando de golpe nos encontramos en un pueblo perdido palestino que quedaba por circunstancias del destino del lado israelí.

Nos preocupamos verdaderamente cuando un grupo de salvajes veinteañeros comenzaron a sobreexcitarse más de la cuenta al ver los hombros descubiertos de Sweet. Las fotos con ella de fondo, los continuos cachondeítos y el estar en el culo del mundo, lejos de cualquier otro ser humano, nos hacían temer que la situación pudiera descontrolarse en cualquier momento. La peña vociferente, mirando de manera lujuriosa a Elena y la ausencia de ningún transporte disponible hacían el panorama poco halagüeño.

Es en estos pueblos tan perdidos donde tomas conciencia de lo auténticamente desamparados que se encuentran muchos palestinos, ciudadanos de tercera en Israel, privados de una mínimas condiciones de vida, abandonados a su suerte junto a los muros que los separan de sus hermanos del otro lado, que tampoco están mejor que ellos. Ni siquiera existe autobús alguno que una el pueblo con el mundo exterior. Una isla de miseria y desesperación.

Afortunadamente llegamos a un acuerdo abusivo con los más chungos de entre los más chungos del grupo y, pagando lo que a éstos les vino en gana, se comprometieron a acercarnos al siguiente puesto fronterizo algo más al sur. Ni fuimos robados, ni asesinados, ni nuestros cuerpos enterrados, como todo apuntaba.

Así pues, a la tercera fue la vencida y todo ello gracias a un militar israelí que se apiadó de nosotros y cerró los ojos durante el par de minutos que necesitamos para saltar al coche particular del primer palestino que vimos y que, a cambio de unas pocas monedas, nos llevó hasta Nablus.

Al norte de Cisjordania, esta ciudad es muy diferente de otras localidades cisjordanas más sureñas como Belén o Ramala. La ocupación es si cabe más evidente en el norte y el aislamiento, total.

Pasear por Nablus es una experiencia única. Solo para recorrer una calle puedes necesitar horas pues prácticamente en cada tienda, en cada casa, te obligaran a pasar, a tomar algo. A pesar de las dificultades para comunicarnos con los locales nos sentimos como en casa y es que, a veces, sobran las palabras. «Charlamos» con costureros, artesanos y hosteleros que, simplemente, nos paraban y nos invitaban a entrar.

Hicimos buenas migas con un joven palestino que hablaba un aceptable inglés y que tiraba para adelante gracias a un pequeño negocio de telefonía. Pasamos con él toda una tarde que nos aportó otra interesante visión apartada de cualquier fanatismo, de la dramática situación que se vive en Cisjordania. El rompecabezas cada minuto se volvía más complejo.

Si la llegada a Nablus de noche resultó de lo más tétrica, incluso diría, peligrosa, la luz del día nos trajo una normalidad del cotidiano que invitaba a profundizar en la realidad. Esa tarde en el parque contemplando desde las alturas la ciudad se quedó para siempre en mi corazón y en mi memoria. Elena, que pasó el rato con un grupo de mujeres bien tapaditas, se convirtió en su centro de atención. No había mezcla entre mujeres y hombres en Nablús, una pena.

Un error de cálculo nos llevó a quedarnos sin efectivo en el peor momento. En Palestina más vale llevar efectivo de sobra pues retirar dinero de un cajero puede ser un infierno. Tras realizar varias gestiones con nuestro banco en España, mágicamente, unos billetes salieron de la maquinita y nos permitieron continuar el viaje hacia el mar muerto.

De vuelta a Israel probamos la inusual experiencia de flotar, a lo grande, en el saladísimo mar Muerto. También nos rebozamos en sus arcillosas tierras y visitamos el jardín botánico costero del Oasis de Ein Gedi.

 

OTRA VEZ EN PALESTINA

 

Pasados los días volvimos a Palestina. Susurros de un moderno judío, profesional cualificado, para que no le escuchen los compañeros de autobús. Miedo a expresar una opinión no radicalizada en un ambiente claramente radicalizado. Aún no habíamos cruzado la frontera de Belén. Kilómetros y kilómetros de muro.

Tras Belén nos esperaba ese monstruo sagrado y siniestro que es Hebrón. Junto a Jerusalén allí se encuentra el meollo del problema. Y al meollo llegamos. Una ciudad completamente musulmana cuyo casco histórico y lugares sagrados tienen ocupados los colonos judíos. La multitud que se agolpa por todas partes contrasta con el siniestro y fantasmal vacío del centro histórico.

La tumba de los patriarcas en la mezquita sinagoga de Abraham es un sitio sagrado para las tres grandes religiones monoteístas. Sólo un muro separa en sus rezos a judíos y musulmanes.

Hay hombres armados en todas partes. En 1967 Israel recuperó tras la guerra de los seis días el control del lugar. En 1994 un judío fundamentalista llamado Goldstein asesinó a veintinueve musulmanes que rezaban en la tumba de Abraham.

Allí, en el centro de Hebrón, los pocos musulmanes que han resistido son hostigados permanentemente por los colonos, especialmente por los niños, que impunemente pueden lanzarles piedras, romper las ventanas de sus casas, insultarles, pegarles o hacer cualquier otra salvajada que se les ocurra. Las atónitas e impasibles caras de los soldados judíos que no tienen valor de enfrentarse a esos «salvadores de la patria y de la religión»que realizan el inmenso sacrificio de trasladarse a los lugares santos para ayudar a que triunfe la sagrada ocupación.

Recomiendo una visita a Hebron con la organización Breaking the Silence integrada por ex reservistas/ militares judíos que fueron destinados en Cisjordania y la franja de Gaza cuando hicieron el servicio militar. Dan un testimonio bastante crítico de lo que allí sucede en su experiencia y se oponen duramente a las políticas seguidas por su país, Israel, desde la segunda intifada.

En Hebrón tuvimos la fortuna de ser acogidos por varios palestinos maravillosos que nos guiaron desinteresadamente por la ciudad, nos llevaron a su casa y nos pidieron que hiciéramos noche allí en su terraza. La imagen de Hebrón cercada por las fuerzas israelíes no puede ni debe borrarse de mi memoria.

Controles y más controles, armas y más armas hasta llegar a Belén o Ramala y encontrar allí nuevos muros  pintados por enigmáticos artistas que intentan devolver sin éxito la luz, el aire y hasta la vida a zonas ya demasiado muertas que solo resisten en el corazón de su gente.

Piedras arrojadas por niñatos iracundos desde sus ventanas en Hebrón nos despiden. Sed de venganza. Telas defensivas surrealistas dispuestas sobre calles palestinas que almacenan esas piedras como recuerdo del odio de los que no comprenden o no quieren comprender. Víctimas y verdugos en ambos bandos. Buena gente, en ambos lados.

La ley del mas fuerte. Matar antes de que te maten. Deshumanización del enemigo, del diferente. Sin embargo, no cabe la equidistancia. Hay unos que se están llevando la peor parte y todos sabemos quienes son. Aquí dejo mi humilde testimonio.

 

 

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