Once horas de tren en totaldesde Belgrado. Durante varias horas vegetamos apaciblemente en el vagón que compartiamos con un serbio de mediana edad que, en un momento dado, puso en su móvil música tradicional. La escuchamos con sumo placer incluso durante los minutos en que inesperadamente comenzó a ponerle voz a la melodía.
Antes de llegar a Bosnia, parada en un pueblecito sin nombre de Croacia. Allí tuve tiempo de meditar un poco mientras paseaba por su única calle. También contemplé el bar Antonio que, al parecer, había cerrado. La última media hora de espera disfrutamos del espectáculo tragicómico con el que nos deleitó el abuelillo del quiosco de la desértica estación de tren. La comunicación no verbal contribuyó a que mantuvieramos una conversación de lo más divertida que acabó en pachanga latina.
El buen humor de la mañana se fue tornando en aburrimiento y hastío según avanzó la tarde. Las últimas horas de viaje se hicieron interminables y solo pudieron sobrellevarse gracias a una sucesión de cigarrillos liados marca Drum que fueron fumados con gran maestría por este humilde narrador.
Aunque al llegar nos dio tiempo a darnos una vuelta por el centro de Sarajevo y a intercambiar impresiones con un bin laden alemán y su achispado y excéntrico amigo no perderé más tiempo hablando de este día. Solo añadiré que desde entonces no puedo ver un kebab ni en pintura.
Desayuno putrefacto en Sarajevo. ¡No me dés más salchichas dios mio!! Margarina de mogollón y mermelada de fresa que parece de tomate o de Ketchup. El pan como en la mayoría de lugares que hemos visitado en los Balcanes, bastante aceptable.
El centro de Sarajevo lo han convertido en parque de atracciones . Patear, patear y más patear. La ciudad tiene personalidad y unos cuantos boquetes en las paredes. La gente acogedora. Hartos de tanta carne comemos en un típico restaurante vegetariano Bosnio. La comida es excelente y nos depura por dentro.
El puente donde fue asesinado el archiduque Ferdinand, el museo nacional cerrado, la otra orilla del río, el museo de historia cerrado. La embajada de EEUU presidiéndolo todo. Las vistas de la ciudad desde los suburbios, la entrada al gueto, perros inexistentes que advierten sobre amenazas absolutamente reales, mi culo manchado de heces expulsando gases que hieden hasta en las entrañas de Skopje, un cigarrillo en el infierno y la fragancia a Maria de fondo nos avisa que la recolección anda cerca.
Por la noche me sumerjo en el mejor bar del mundo. Por una vez se lo debo todo a la Lonely Planet. Ni ellos han podido destruirlo, todavía. Tras un par de vinos y unos platos de comida bosnia con sus respectivas salsas, me dedico en cuerpo y alma a mis Gin Tonics mientras pontifico, la risa va por dentro, con una dialéctica que agudizada por el alcohol no deja de sorprenderme.
Cuando cenicienta se va a la cama, me quedo tomando la penúltima hasta que se presenta una chica navarra que acababa de llegar a Sarajevo. Una chica lista y triste más desencantada de lo que resulta admisible en una persona de veintidós años. Sigo pontificando un par de horas más, en ocasiones hacia dentro y en otras, hacia fuera. Me la suda, no es más que masturbación mental.
Sigo matando las horas y las páginas aquí en Skopje recordando aquellos días donde, claro está, no ocurrió nada. El desayuno del hostal mejoró notablemente el segundo día aunque ahora, de borrachera, tan solo recuerdo con alivio que no había salchichas hervidas. La navarra y su amiga suiza parloteaban con un colega y yo, astutamente, huí despavorido a otra mesa.
Nos había comentado un coleguita californiano al que por suerte no insulté mientras ignoraba que hablaba español, que había posibilidad de visitar el famoso tunel subterrano que cruzaba el aeropuerto de Sarajevo gracias al cual se pudo mantener el suministro durante los años que duró la guerra de Bosnia, desde el 92 al 95.
Estuvimos también viendo la exposición del museo de historia o museo de la guerra, como prefiera cada cual.
Papeamos un bollo y un yogurt por la calle. Diego se ligó, y a punto estuvo de que le hiciera una mamada, a una abuelita de las que iba en manada en un grupo de turistas británicas.
No hay duda de que en Bosnia se lió el taco. Se trata del caso más complicado de toda la región por la mezca de religiones que se da en la zona y por la fuerte presencia de serbios en comparación con otras zonas yugoslavas. La lengua, sin embargo, la compartían todos. En la fecha en que viajamos había 3 presidentes y un número cercano a infinito de ministerios. Un guía, en broma, indicaba que en Bosnia si no eres ministro, no eres nadie.
Nos fuimos al lado opuesto de la ciudad; el río, sus mezquitas y templos, las montañas.. el enclave único de Sarajevo lo envolvía todo. Ya temprano volvimos a la meca. Buen jazz, ambiente caótico pero relajado. Asientos con solera y comodos. Un baño que indescriptiblemente se convertía en un guirigay cuando la naturaleza te llamaba y un camarero de lo más excéntrico, ausente, enfado, bromista e impredecible que, sin pretenderlo, acababa por encarnar el espiritu del Platvia Latka o como coño se llame el paraiso.
Cuando nos disponíamos a marchar, con mi libro Go ya terminado, se presentaron las chicas de Sarajevo y su nuevo amigo holandés. El menda no se privó de darnos un curso acelerado sobre las cervezas de los Balcanes que completó con una tesis sobre las carencias de la Sarajevskyi y su correcta forma de saborearla. Me comentó que venía de Kosovo y que la situación estaba tranquila y luego bla, bla, bla..
A las 6 de la mañana en pie. Nos toca tute. A las 7 tren para Mostar. 30 minutos de retraso. Paisajes sobrecogedores siguiendo el agua que sueña con unirse al Adriático.
Japoneses de ojos redondos y piel blanquecina bombardéan las montañas con sus cámaras en cada acantilado. Un soldado bosnio hiberna durante todo el trayecto.
Al llegar a Mostar nos enteramos de que solo podemos tirar pal sur via Dubrovnik. Tenemos un par de horas para echar un vistazo al puente y fumarme un piti. Con prisa pero con calma cambiamos de tren a autobús para desgracia de Diego que es propenso a los mareos.
Por primera vez echo de menos un libro que leer en este viaje. El mono será duro de sobrellevar sobretodo cuando llegue el momento de separarme de Diego. Doble mono si lo unimos al del tabaco en un largo viaje en bús como éste.
En los Balcanes he fumado como un carretero. Es difícil decir que no cuando te ofrecen tabaco completos desconocidos como muestra de hospitalidad. En estos países no gusta que se rechacen las invitaciones. No se entiende del todo. Al final te metes en una dinámica de fumar y beber a todas horas lo cual a un estómago enfermo como el mío no le sienta nada bien.
Siendo sincero, todo fumador sabe que se disfruta de los cigarros cuando van asociados a momentos importantes. Es cierto que una experiencia como ésta en los Balcanes propicia que estos momentos se den a menudo pero tengo que cortarlo de raíz cuando vuelva a España porque hace un año ni siquiera fumaba tabaco, en fin..aqui estoy fumando medio paquete, bebiendome 3 o 4 cervezas y otros tantos gin tonics cada día. Esto, o eres albanés, o no lo aguantas a medio plazo. Y menos, con hernia de hiato.
Viaje a oriente de Herman Hess es un churro. Con chocolate, eso sí. En mi humilde opinión los miembros del circulo son una panda de beatos que tienen al protagonista atrapado entre su vida solitaria que le impulsa a la masturbación compulsiva y las milongas que le cuentan.
De fondo se escuchan los rezos de las mezquitas . Es hipnótico como pueden llegar a mezclarse los cantos de las mismas. A mi espalda corre el agua de la fuente. Joder, como se fuma en los Balcanes!! y me cago en la puta!! hay más barberías que en España bares!!
Y justo en este instante, con mi estómago palpitando tras un nuevo exceso y mi cuerpo pidiendo un poquito, solo un poquito de nicotina… se aproxima un tullido arrastrando los pies y, a pesar de su insistencia, no le dejan pisar el local. La chica bonita llama al matón y éste, de manera contundente, le echa, eso sí, sin llamar demasiado la atención de la clientela. Una vez arrojado a la calle, el tullido humillado mira al otro lado de la ventana, donde comemos los ricos, aprieta el puño, mira con rabia, baja la mirada, agacha la cabeza y tras darse media vuelta, se marcha.