Desde Montenegro taxi a la frontera con Albania. Cruzo a pie y encuentro la nada al otro lado. Dos o tres pícaros taxistas «conchabados» me pedían el oro y el moro por acercarme hasta Skodra. Yo, duro de pelar, curtido en mil batallas, amagaba con hacer autostop. El juego del ratón y el gato. Media hora más tarde convencí a un particular de pagarle la mitad de lo que me pedían los taxistas e irme con él. Se comprometió a llevarme hasta la parada de furgonetas, comprarme el billete a Skodra, que no creo que costara ni un euro, y dejarme allí. Cerramos el trato.

Tras amasar la inmensa comisión que sin duda le correspondía, le dio su parte al conductor de la furgo y me empaquetó hacia Skodra. El conductor se enrrolló y me invitó a un cigarro. Sin duda, había pagado el billete a toda la cuadrilla de albañiles que se montaron a continuación conmigo en la furgoneta.

Aquello se veía ruinoso. No era comparable a ninguno de los sitios por los que hasta entonces había transcurrido el viaje. En Skodra más perdido que el barco del arroz encontré a dos chavales que chapurreaban el suficiente inglés como para entender que buscaba alojamiento. Se ofrecieron a acompañarme con su coche a un hotel  que decían no era muy caro. Al verlo desde fuera les dije que no buscaba algo tan lujoso. Me insistieron en que preguntara el precio. Doce euros. La noche cayó sobre Skodra y los simpáticos chavales se marcharon.

Al final el presunto Marriot se caía a pedazos. Edificio soviético todo fachada ubicado en un lugar privilegiado. Y desde entonces solo recuerdo el impulso. Ese impulso que no me abandonaría.

Para cambiar guita tenías que irte a un callejero oscuro donde un tío con pinta de guarro manoseaba un fajo de billetes de un tamaño que no veía desde que visioné uno de los nuestros. Antes de tirarme al rio con el pimpollo y aprovechando que todavía estaba abierta una pequeña agencia de viajes decidí consultar allí. Las «niñas»que me atendieron se ruborizaron al instante y me mandaron a otra parte. Fracaso y de vuelta a la agencia. Finalmente se apiadaron de mi y me cambiaron la pasta haciendo una excepción. Eso de las excepciones, me di cuenta más tarde, era muy albanés.

El camarero del bar donde cené parecía muy interesado por España y me dio algo de «vidilla» en mi solitaria cena. Le dejé una buena propina.

Acabé la noche en una fiesta privada llena de pibones donde a duras penas conseguí entrar a pesar de mis pintas de mendigo. Solo al comprender que era extranjero cambiaron de opinión. Me pasé la noche cual perrillo apaleado en la esquina del bar bebiendo Gin Tonics. Incluso me entró algo de paranoia pues me parecía que la gente me miraba y se reía.

Siempre me ha resultado paradójica la facilidad con la que madrugo en los viajes incluso aunque me haya acostado tarde. Es curioso lo poco que necesito dormir a pesar de haberme pegado una paliza el día anterior. Lo rápido que duermo en cuanto cierro los párpados. Y esto, aunque me haya pasado con el alcohol o con el tabaco.

Este viaje me ha hecho recobrar fuerzas, volver a sentir el espíritu del viaje y me ha ayudado a seguir aprendiendo a mirar. Espero no olvidar lo aprendido y ser capaz de llevar una pequeña parte de esto a mi vida cotidiana. Tal vez sea hora de poner algo de orden en el caos que es mi existencia. Sin  embargo, ¿cómo se puede encontrar un equilibrio cuando tarde o temprano vuelves a caer en el pozo?

Por la mañana paseé por Shkodra para hacerme un poco con el sitio. Sobre las once emprendí viaje a Kósovo. La primera sorpresa fue que tuve que cambiar la ruta prevista. Primero hacia el sur hasta un pequeño pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme, o tal vez no pueda. Desde allí hacia Morina en la frontera con Kósovo. En Albania recuperé esa sensación tan particular del regateo y la inseguridad permanente. De sentirte un billete con patas.

En el norte de Albania no hay estaciones de autobuses. La gente se te aproxima a menudo para ofrecerte de todo. Los precios de entrada están siempre inflados hasta por cinco o por seis. Para cualquier gilipollez necesitas hacer el clásico teatrillo del tira y afloja.  Muy caro, me voy, me quedo, contraoferta, indignación afectada, y al final, siempre acuerdo. Eso sí, cómo mínimo al doble o al triple del precio normal.

Acabé yendo en taxi hasta la frontera de Kósovo. El taxista hizo todo lo que pudo para meterme en un furgón y hacer doble negocio. Era majete.

Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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