Aterrizamos en Yangón vía Qatar. A Yangón también se la conoce como Rangún por una mala transcripción fonética que hicieron los británicos. En Yangón nos perdimos durante un par de días de lluvia constante. Aquellos días andábamos con los horarios un tanto trastocados por el jetlag. Myanmar nos ganó de entrada. Indudablemente, era el momento perfecto para visitar el país. ¿Os imagináis un Vietnam, una Camboya o una Tailandia sin apenas turistas?

A Yangón llegamos al amanecer. Los parques rebosaban actividad deportiva. Se trataba de adelantarse al maldito calor. Tras reponernos un poco, cruzamos el río Yangón en Ferry con destino desconocido. Al otro lado reinaba la tranquilidad en contraste con el bullicio de Rangún. El atardecer nos cayó encima entre miradas indiscretas y visitas a deliciosos templos budistas.

El primer día decidimos obsequiarnos con un eterno masaje al estilo tradicional birmano.

La gastronomía ya empezaba a apuntar maneras. Luego, un bar restaurante con encanto cerca del río Yangón. Nos dimos cuenta de que había otros occidentales, los primeros que vimos en todo el día. Seguro que el dichoso restaurante aparecía en la Lonely Planet. Nuestra enemiga la solitaria, la mayor trituradora de lugares con encanto del planeta.

El agradable traqueteo del tren Mandalay-Hsipaw no sólo dificulta mi escritura sino también mi línea de pensamiento. Ya hablaré de ese tren más adelante, lo merece. De repente, una niña de tres años con camiseta rosa saluda a gritos al tren que pasa por la puerta de su casa moviendo su mano derecha con suma emoción. Le faltan dos dientes.

Myanmar es muy verde. La gente es silenciosa, acogedora, alegre y excepcionalmente guapa. Un extranjero sigue siendo un acontecimiento. Los lugareños son tímidos y sociables. Si pueden se sacarán una foto contigo. Es un buen lugar para sentir lo que siente un famoso paseando por la quinta avenida.

Nuestro segundo día en Yangón lo pasamos en Shewadon Paya, el complejo de pagodas más importante de la ciudad. Allí puedes pasarte todo el día. Es lo que hicimos. La delicada lluvia hacía más llevadero el calor. Todavía no éramos conscientes de que en Myanmar había pagodas por todas partes.

Desde un primer momento, supimos que los diecisiete días de los que disponíamos en Myanmar se nos iban a quedar muy cortos. Si tenéis un mes o dos o tres, mucho mejor.

En Shewadon Paya conocimos a unos estudiantes de secundaria y universitarios de lo más simpáticos. Relajados en el suelo de uno de los templos charlamos largo y tendido con ellos. Fotos, muchas fotos. Un señor me enseñó a colocarme el indispensable pareo con el que tapar mis peludas piernas.

Esa noche la pasamos en un tren destino a Mandalay.

Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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