Decía Henry Miller que tenemos que actuar como si el pasado estuviera muerto y el futuro fuera irrealizable. Debemos actuar como si el próximo paso fuera el último, porque realmente lo es. Y con cada paso muere el mundo. Cada momento vivido abre un horizonte mayor y más amplio para el cual no hay escape. Salvo vivir. El mundo es el espejo de nuestra muerte.

Y de repente, el río de Valledupar se queda completamente vacío. Al fondo se oye vagamente una champeta. Se parte una rama, luego el viento y un breve rumor de motor perdido a lo lejos.

Me niego a que esto me amargue la vida. No tengo esa opción. La vida es demasiado corta.

Escribir para mi se ha convertido en algo tan necesario como respirar.

La mujer de verde se ha vuelto a poner el traje.

Ponte ahí que te hago una foto.

Siempre este voluntarismo. Esta necesidad de pensar que tus sueños, solo los tuyos, deben hacerse realidad.

Alejarse de la gente es alejarse de la vida.

Hoy pienso que ya he viajado mucho más de lo que me falta por viajar. Viajar es un refugio, eso es indudable.

Agua fresca de río.El cánnabis en mi cabeza y el tabaco en mi cuerpo. Un viaje al centro de mi mismo.

Cada cierto tiempo necesitamos un empujoncito. Lo tuve cuando conocí a Sweet. Después cuando me largué a a vivir a Francia. Más tarde con mi viaje de dos meses por la India. También cuando me incorporé como abogado de un centro de refugiados. Espero que estos cinco meses por Latinoamérica también sean otro salto adelante. Pero…¿Cuál será mi próxima agarradera? ¿La paternidad, tal vez?

Se escucha de nuevo fuerte el viento en el bosque junto al río de Valledupar. ¿Que se acabará antes, mi historia, el papel o la tinta roja con la que escribo? ¿Son las visceras de la historia lo más importante?

En mitad del bosque la paranoia del porreta me está jugando una mala pasada.

Es curioso como la memoria, que todo lo cura, transmuta alguno de los acontecimientos ocurridos en el pasado. Supongo que es parte del mecanismo de autoengaño que nos protege.

En Riohacha me quedé en una habitación un poco más cara de lo habitual. Pagué 40 mil en un hotel familiar que se llamaba la casa de mama, no lejos de la calle ancha. Allí lavé mi ropa.

Ya me había despedido de Alexia, la chica quebecoise, y de Rafael y Marie, la pareja franco canadiense. Poco después conocí a un vendedor de arepas venezolano y a uno de sus clientes, un joven estudiante de turismo, en el malecón.

Tanto en Riohacha como luego en Valledupar, la gente vivía en la calle, sobre todo al atardecer.

Los rayos de sol atravesaban a duras penas las hojas de los árboles del bosque de Valledupar que me daba sombra.

Una familia colombiana bajaba las escaleras de piedra hacia la orilla del río. Ya allí, un perro enorme achuchaba a su novia mulata de 150 kilos. Un grupo de hombre maduros llegaron con bolsas negras y comenzaron a reconstruir el pequeño dique casero que dividía en dos el cauce del río. Retiran enormes pedruscos del lecho del río y los colocan unos encima de otros siguiendo la línea del dique. No sé por qué lo hacen o si alguien les paga por ello.

En la plaza se celebraba la novena por navidad y los niños lo monopolizaban todo. Estuve viendo la final del campeonato colombiano de fútbol en un bar muy decadente con algunas mujeres extrañas que no llegué a averiguar si eran prostitutas.

Mucho me temo que la vida va a tomar por mí decisiones que yo no soy capaz de tomar.

Y aprendí que a las personas buenas se les da valor.

¡Hipócrita! ¡Jacobo Peña!

En Valledupar hay lagunas por todas partes. También mucha basura. Valledupar no es de las ciudades más bonitas de Colombia. Al menos la parte que yo he visto. El río no está mal. El centro no está bien conservado y es demasiado comercial, sucio y ruidoso. Se puede pasear a gusto por la zona residencial cercana al rió, el auténtico corazón de la ciudad. Mientras andaba por allí tuve un repentino «deja vu» y me vi de nuevo perdido por las calles de Santiago de Chile. De eso hacía ya casi cuatro meses. Continué paseando por verdes avenidas de inmensos palacetes. Vi a niños abandonados en el confort de sus mansiones A mulatas de piernas infinitas montando en motos con tipos malvados. A viejas estiradas que me miraban nerviosas y desconfiadas.

Cuando llegué a Colombia mi desconocimiento del Vallenato era tal que ni siquiera sabía si se escribía con b o con v. Tampoco sabía que Alejo Durán había sido el primer rey que el vallenato había tenido.

Sin dedo meñique era difícil escribir. Y tampoco sé lo que escribiré pues aún no he dado el siguiente paso.

Mi impresión de Valledupar, con este agradable paseo, ha ido paulatinamente mejorando.

Más inmigrantes venezolanos.

El problema del cambio de los pesos colombianos es endémico en todo el país. Si no tienes las monedas justas en muchos lugares no podrán cambiarte.

Últimamente estoy muy desinformado. Me muevo a impulsos sin estudiar apenas a dónde voy. Como si me dejara arrastrar por el caos. Mañana sé que no estaré en Valledupar pero no sé dónde estaré. Y cada día es igual.

En el hostal La Sexta de Valledupar se alquilan habitaciones muy buenas por tan solo 18 mil pesos la noche. Tienes ventilador y tv por cable. Yo nunca la encendí, claro. El hostal está en un barrio muy animado donde cada casa parece una peña donde de reúne la gente.

Esa noche la plaza no parecía la misma. Mucho menos abarrotada que el día anterior, los niños aún seguían siendo los principales protagonistas.

En Bucaramanga, un cincuentón se subió a un puente y pidió ayuda llorando. Iba a saltar, decía. Entre la multitud que se concentró para ver el espectáculo, una mente lúcida y algo psicópata gritaba sin parar: ¡Tírate!

Cuando uno escribe siguiendo su instinto muchas cosas ocurren según la voluntad de Dios. Quizá exista una razón desconocida por la cual escribes tal o cual cosa. Tal vez incluso la razón por la cual emprendí este viaje se encuentre igualmente oculta en estos cuadernos.

Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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