Hsipaw Senderismo Hsipaw. Por libre. En solitario. Sin guía. Phankhang.
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Senderismo al pueblo de Phankhang: Hsipaw

Lo que tampoco os podéis perder es el hipnótico y eterno viaje en tren de Mandalay hasta Hsipaw. El famoso viaducto de Gokteik no es más que un paréntesis de extrema belleza en un recorrido igualmente remarcable.

Antes los viajes se me hacían cortos, ahora se me hacen largos. Será porque estoy en trance la mayor parte del tiempo.

En Hsipaw el calor extremo que habíamos sufrido en Mandalay nos dio una tregua.

Esa noche una vecina guiri del hostal vino muy educadamente a pedirnos que bajáramos la voz. Eran las diez de la noche y ya terminábamos la segunda litrona de cerveza.

Más miradas lascivas de birmanas que esconden un fuego interior que yo sé bien reconocer.

El jueves dieciocho de julio de 2019 iniciamos una pequeña ruta de senderismo desde Hsipaw. El sendero llegaba hasta el pueblo de montaña de Phankhang. Prescindimos de guía aunque, extrañamente dada la facilidad del camino, la mayoría de turistas recurrían a ellos. Una ruta muy hermosa y no demasiado complicada que se puede hacer ida y vuelta en un par de días.

Sweet recurrió al mapsme aplicación que, en mi modesta opinión, falla más que una escopeta de caña. En la misma aparecía un camino muy claro entre ambas localidades. Sin embargo hacía una advertencia «if you choose this way you will get lost». Me pareció brillante. ¿Qué sentido tendría emprender camino sin tener al menos la esperanza de perderse para luego encontrarse? Hace tiempo que normalicé eso de perderse. He llegado al punto en que si no me pierdo, me falta algo.

Embarrados hasta la cintura nos encontramos perdidos en unos arrozales. Casi una hora para salir de los humedales y retomar el camino. A partir de allí, el camino fue de lo más sencillo.

Una hora después, paramos a comer la mejor piña del mundo en una de las pocas aldeas shan que te encuentras antes de llegar a Phankhang. El verde seguía siendo intenso. Se trataba de una ascensión gradual no demasiado dura.

¡Diooos! ¡Este calor te reblandece el cerebro! gritaba Sweet.

Un claxon se pierde en el inexistente silencio de Batán aunque aún no estoy allí.

Mis pies se van rajando poco a poco según ascendemos hacia el pueblo de montaña. Las caminatas aquí se hacen con sandalias. Demasiado barro y calor para andar con botas.

De un instante a otro, el cielo se puso dramático, tétrico, terrorífico. La tormenta madre de todas las tormentas nos descargó encima durante una hora. Fue el juicio final. Logramos resguardarnos en uno de esos pequeños refugios que hacen los agricultores parte con chapa, parte con bambú. Torrentes de agua anegaban los caminos. Frescos los corazones. Negras las plantas de los pies.

«Lo que me gusta de estos templos…», me dice Sweet, «es que puedes verdaderamente vivirlos». «Tumbarte, leer, comer, escaparte del sol, reunirte con la gente».

¿Vamos, Chiken?

En ocasiones me gusta comprar helados a los niños. Con los niños y los perros soy bastante gilipollas. Un día, me disponía a comprarle un helado a un zagal que me cayó en gracia. Un momento, un momento, me advirtió. Cogió el dinero, entró en el templo y echó orgulloso un pequeño donativo a Buda. Valiente capullo…

¿No os ha pasado nunca que no os queréis sentar en un sitio a tomar algo porque lo veis demasiado vacío? Pues bien, yo soy de los que se sientan cuando no hay nadie. Y a veces, incluso, acabo llenando los sitios.

Sweet sudaba sin parar.

Cuando finalmente escampó, sólo nos quedaba un tercio del camino por completar. Volvió el día radiante y con él, el calor abrasador. Sobre las cuatro y media de la tarde llegamos al pueblo de Phankhang. En el pueblo no había ningún otro senderista. Temporada baja.

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