VIAJE MOCHILERO ALBANIA, KOSOVO Y GRECIA

 

Comienzo eufórico mi relato de viaje por Albania, Kosovo y Grecia. Eufórico aunque tranquilo, no sé estarlo de otra manera. ¿De verdad estos relatos son tan oscuros, tan tristes? No soy capaz de verlo, estoy dentro de ellos. En cuerpo y mente. Vosotros tenéis ventaja.

Un agradable sol mañanero en la terraza del hotel Rex de Tirana. Suena el prehistórico teléfono del prehistórico anciano que pasea por la acera como si no tuviera nada que hacer. Esa otra que no desaparece.La ansiedad del mono del tabaco se hará presente en escasos minutos. La conozco bien. Abdelmajid en una fría mañana, sus temblores y su taza de café. Y es verdad, no hay otro modo.

Una cámara de fotos a la que no presto atención. Un cerebro a medio gas que no funciona nada mal. El instante perfecto. Ese que tanto buscamos y que tan fugaz desaparece. Hoy estoy feliz. Olor a café, zuchero y un número de teléfono.

Todo el mundo fuma en Albania. El país de los fumadores.

Burek con queso, croissant con crema de chocolate, zumo, pan y café solo. Y un rayo de sol. Y luego una pera, un plátano y una manzana. Un abrigo nevado, aunque luce el sol.

Es posible transformar los recuerdos y ser fiel a uno mismo. Y aunque no fuera eso lo que querías decir era eso, exactamente eso, lo que querías decir.

El pan no estaba tostado. El peor defecto que encontré en los albaneses. Y aunque me cabreaba que no tostaran el pan tenía que reconocer que esa gente me caía la mar de bien.

Uno de los mejores desayunos de mi vida en Tirana, Albania. Se ha ido el sol, me dice Sweet y entonces me da un trozo de plátano ante el que sólo alcanzo a exclamar de placer. El sol no se ha ido, pienso, el sol eres tú. Dureza y dulzor. ¿Todo te sabe bien hoy, no Bon? pregunta Sweet, ayer Bitter.  Intuye que escribo sobre ella. Sin embargo, no puede saberlo. Aún no.

Escritos al fondo de un baúl, en un oscuro trastero abandonado al que nadie entra nunca. Eso es este blog. Y sin embargo, ahí está.

No prometeré dejar de fumar las próximas horas ni los próximos días porque no me gustan las promesas que además, no cumpliré.

Y aunque nada tenga sentido, hoy, al menos hoy, siento que he vivido mi vida.

Una rubia despampanante se pavonea en el aeropuerto de Thesalónika. Pero eso no es más que el final de un gran viaje.

Sweet espera el avión aburrida. El bolígrafo de todoseguros.eu escribe sorprendentemente bien.

Grato recuerdo de mi anterior viaje a Albania y Kosovo. Todo uno. Fue por eso que volví. En dos mil diecisiete pude hacerlo. Y fue entonces cuando verdaderamente abracé la gran Albania.

Salvo por el martes negro todo pareció alinearse en nuestro favor. Estas cosas ocurren. Lo contrario también. A veces el mundo conspira en nuestra contra. No fue el caso. Allí donde íbamos nos esperaba el buen tiempo, la gente nos acogía agradablemente, los transportes nos esperaban puntuales, el servicio siempre impecable y los imprevistos se arreglaban solos. Lo pintaré pues como el camino de rosas que fue.

 

KOSOVO

 

Llegamos a Prístina tras hacer noche en el aeropuerto de Basilea. Un bebé da sus primeros pasos en la sala de espera del aeropuerto de Thessalónika. Los testigos expectantes estamos convencidos de que tarde o temprano caerá. En el aeropuerto de Basilea todo estaba ya cerrado cuando llegamos. Contábamos con dos máquinas expendedoras que no aceptaban euros para pasar la noche. Los grifos del baño nos permitieron, al menos, beber algo de agua. El amable seguridad se prestó a abrirme la puerta de madrugada para que saliera a la calle a fumar. El aeropuerto lo abría y cerraba cada vez que salía.

Al amanecer, ya en Prístina, presenciamos la primera escena surrealista del viaje cuando nuestro supuesto taxista empezó a negociar con diversos particulares para que alguien nos llevara. Nos olimos el percal y le preguntamos que qué pasaba, que dónde estaba su carro. De la nada apareció por fin un coche en el que nos montamos todos.

No soy un gran amigo de las guías, por muy Lonely que estas sean, pero en este caso optamos por jugar fácil y seguimos la primera recomendación de alojamiento barato que aparecía en mi prehistórica guía. Bastante caótica y desastrosa, esta especie de casa comunitaria, buscaba un hueco a viajeros despistados recién llegados a Kosovo sin ni siquiera molestarse mínimamente en organizar unas habitaciones que tampoco destacaban por su limpieza. Sin embargo, su función, la cumplió con creces.

De Prístina, ciudad de paso, sin pena ni gloría, recordaré un par de garitos interesantes, pero sobre todo una velada de una banda de música tradicional kosovar que recordaba un poco al rollo Kusturica y que nos sonó genial, acompañada de una cerveza Peja. Estaba claro que esto seguía siendo tan barato como lo recordaba. Dos euros una carrera de veinte minutos de taxi. ¿Mola, no?

Dudamos si ir o no a Peja, lugar de fuerte influencia Serbia y  bazar soberbio o tirar para Prizreni. Aunque yo ya la conocía, optamos por la segunda opción. De Prizreni conservaba un inmejorable recuerdo. Colorida, bella, ambientada y situada en un magnífico y montañoso enclave, no quería que Sweet se la perdiera.

Un canadiense que, sin duda, me ama.

Un solitario y garrapatoso perro abandonado al que he dado su única oportunidad y que ahora, de nuevo solo, espera ansioso, o tal vez no, que le haga una visita. No es Chipi. Tampoco es Chipi. Es Chulín.

Ambientazo en Prizreni. Otra Peja. Buena carne para saciar el mono de Bitter que, por unos días, vuelve a ser Sweet.

Escribir para los demás sería el comienzo del fin de estos relatos.

Subimos al castillo del que solo quedan unos cuantos pedruscos y un imponente muro desde el que asomarse al vacío. Recorremos cuatro kilómetros de senderos a las espaldas de la fortaleza que nos devuelven la soledad. Seguimos el cauce del río como en un sueño que nos lleva de vuelta al centro de Prizreni.

Hace algunos días pensé algo interesante que ya he olvidado.

Veinticinco euros por una habitación doble. Lo máximo que pagamos en todo el viaje. Miento, en Meteora, hubo una noche en la que pagamos treinta.

 

ALBANIA

 

Mi cabeza iba a estallar. Le daba vueltas al recorrido para llegar al valle de Theth. Y aunque no dudaba de que se trataría sin más de otra maravillosa mierda turística, pensaba que la época del año y el mal tiempo jugarían, tal vez, a nuestro favor y quizá nos permitieran vivir una genuina aventura. A veces ocurre.

El destino ya estaba escrito. El martes negro se intuía en el horizonte. La anticipación, como siempre, me hizo poner mi granito de arena para presagiar lo peor. Sin pasión compartida, en un viaje, no tienes nada. Si uno dice no y otro sí, no tienes nada. Si cada error puede pesar como una losa y cada acierto no tiene valor, no hay razón para salir de la cama. Así me siento algunas veces. En lo más profundo de ese pozo de desolación, al que volveré, me encontré ese martes negro que no me gusta recordar y que nunca podré ya olvidar ahora que he escrito este relato.

Y que nadie me diga que cuatro o cinco cigarrillos no crean adicción porque yo me subía y me subo por las paredes. Que nadie me diga que el tabaco de liar es más sano que el de cajetilla porque, todos lo sabemos, es la misma mierda, aunque me encante y no piense dejarlo.

Al final dejamos los planes imposibles, que lo eran, aparcados. Los planes no eran importantes. Tal vez el masoquismo y la necesidad de sufrir fueran lo único importante ese día. Fue entonces, cuando ya no daba un duro por nada de este mundo, fue ese día, sin futuro y sin pasado, el preludio de un despertar. Breve, quién sabe.

Cuanto mayor el dolor, mayor el placer que llegará. Otra cara de la misma moneda. El dolor nos acecha cada día de pleno disfrute. Difícil de aceptar. Un consuelo, en el fondo. Y eso que vivo en el paraíso.

Para disfrutar de Tirana hay que perderse por sus barrios, mirar a sus gentes, contemplar los edificios soviéticos en ruinas con sus fachadas pintadas de colores imposibles y a sus artistas, locos maravillosos, horteras sin remedio, que se empeñan en mostrarnos como la belleza está también presente en la fealdad.

Y sí, hace sol en Tirana, y los niños juegan como lo hacían hace décadas en España, y los perros duermen siestas infinitas y pelean a muerte por las noches para luego, en mitad del caótico tráfico, jugar a la ruleta rusa, para no morir nunca. Y entonces recordarme que Chulín no es Chipi, mi perra peruana, ni tampoco Chipi, mi princesa malagueña.  Recordarme que estará bien en su campo andaluz del cual le liberaremos, espero, cada cierto tiempo. Y entonces, quien sabe, tal vez me traiga, como hizo una vez, un conejo en la boca para darme las gracias por haberle salvado la vida.

En autobús hasta Berat, el pueblo más bonito de este viaje. Aunque claro, a finales de febrero todo es más bonito en Albania.

Por mucho que pretendas lo contrario algo ha cambiado en tu psique cuando vuelves a escribir de un viaje pasado el tiempo. Y no importa demasiado si ha transcurrido una semana o varios años. A veces hay que hacer lo posible para encontrar un estado de ánimo apropiado. Un buen sol de primavera y unos olivos viejos pueden ayudar.

Armonía en Berat. Nos quedamos a dormir en la bonita casa de una señora que nos enganchó, en el buen sentido, en cuanto llegamos al pueblo. Nos alojamos en el barrio musulmán de Mangalem. Luego subimos al cielo de Kala donde aún viven algunos cristianos viejos. Fue entonces cuando nos cruzamos con la única pareja de turistas del viaje, un joven francés y su chica. Ocurrió en el mirador cercano a la zona amurallada.

Más tarde nos sentamos en una terraza que había en mitad de las ruinas e hicimos buenas migas con unos parroquianos que se mostraron encantadores. Estuvimos departiendo un par de horas con ellos. La comunicación, complicada por el escaso conocimiento de inglés del grupo de amigachos, mejoró notablemente con la llegada de la hija de uno de ellos, una adolescente cerebrito que hablaba todos los idiomas del mundo. Por la boca y por los codos. Unos viajeros caídos del cielo, eso éramos para ella.

Una escuela rosa inconfundible en pleno corazón del pueblo cuya visita dejamos «a la chance«. Un mensaje de esperanza al futuro de estos geniales escolares albaneses. Los dulces de Berat también hay que probarlos.

A la mañana siguiente subimos a Goritza y desde allí hicimos una pequeña ruta de senderismo, montaña arriba, que se acabó alargando más de lo esperado. Provistos de raki casero estábamos preparados para afrontar la costa de Albania.

Lloviendo a mares el mejor lugar imaginable para estar era un minibús camino de la soleada Vlora. Pero ya en Vlora seguía la lluvia. Nuestra legendaria suerte hizo que rápidamente eso cambiara, se replegaran mágicamente las últimas nubes, y Sunny Vlora comenzara, por fin, a hacer honor a su nombre.

Noche en el Alpine hotel. Antes caminamos como siempre hacia arriba con el fin de contemplar, cenitalmente, la ciudad. Aquí el corazón la misma de no era un colegio como en Berat sino un magnético cementerio en honor de los héroes caídos en la segunda guerra mundial. La solemnidad del recinto se veía amenazada por lo improvisado del urbanismo de la zona. Un supermercado en la puerta o una casa encima de las escalinatas atestiguan lo dicho.

El atardecer en Vlora dio paso a un ambiente algo tétrico. La ciudad, poco iluminada y, en general, bastante desangelada, no hacía presagiar que fuéramos a disfrutar precisamente de una noche mágica. Finalmente encontramos una zona algo más animada donde incluso descubrimos varios restaurantes dónde incluso había un par de mesas ocupadas. Una pizza con Champiñones congelados y un viejo tendero que nos clavó dos euros por un par de manzanas son el recuerdo que me queda de esa noche. Una noche en la que apenas pegué ojo.

A las seis de la mañana estábamos en pie y camino al parque nacional de Lloghara. En el bus charlamos con un albanés muy majo al que acababan de expulsar de Alemania. En el parador de LLogara nos pegamos un homenaje de desayuno a base de pan cateto y aceite de oliva. Impresionados quedamos con la calidad del aceite de oliva que probamos.

Desde casi la misma puerta del parador pudimos iniciar una ruta de senderismo de once kilómetros hacia Lloghara. Pero, ¿no estábamos ya en Llogara? La cuestión es que la ruta llevaba hasta unas albercas en lo que era un camino precioso que transcurría primero por una zona boscosa, luego por otra más alpina, ya cerca de los mil metros de altura, para acabar en las mismas puertas del mar desde donde se podían divisar varias islas en la infinidad del adriático, incluida la imponente isla de Corfu.

El sendero estaba perfectamente marcado hasta llegar a la segunda de las albercas. Allí desaparecía. Tras una hora de intentar seguir camino pues todavía albergábamos la esperanza de que la ruta fuera circular, no nos quedó más remedio que desandar lo andado. Unas siete buenas horas de caminata en total. Recomendable para todo aquel que pase por aquí y quiera perderse unas horas por el parque nacional de Lloghara.

Hicimos autostop hasta que nos recogió un Mercedes que nos llevó hasta Dhermi. Allí, además de relajar algo las piernas, buscamos un bus que siguiera recorriendo la costa. Apenas pasaban vehículos y el autostop era complicado. Un oportuno autobús una hora más tarde parecía dirigirse a Himara. Llegó como caído del cielo para rescatarnos y de repente, sin esperarlo, abrirnos las puertas de Grecia.

Con la ayuda de unos frenéticos niños griegos del pueblo, encontramos el único alojamiento que podría acogernos en esa época del año. Veinticinco euros en un apartahotel de un griego, personaje, muy marinero. Junto a su hermano se dedicaba al buceo en la modalidad de apnea. Según me acabó contando el propio hermano, el patrón podía aguantar hasta tres minutos bajo el agua con una sola respiración. Cenamos en un restaurante, como no, griego.

Vivíamos con el sol. A las seis de la mañana ya estábamos en pie. El amanecer era el mejor momento para disfrutar en todo su esplendor de la costa virgen de Albania. Desde Himara fuimos a Saranda. En Saranda, el pueblo más turístico de la costa albana, parecía estar ya esperándonos un bus que nos llevaría a Girojkaster, nuestro último destino en Albania.

Ya allí, completamente borracho de raki, visitamos de buena mañana el castillo de Girojkaster. En ningún momento Sweet se dio cuenta de mi estado etílico, ¿Cómo podía ella imaginar que ese frenesí y esa repentina euforia mañanera se debieran a los buenos brebajes que me había agenciado días atrás en la tienda de aquella vieja de Berat? El crimen perfecto.

Tuvimos varias horas para pasear apaciblemente por Girojkaster entre sus imposibles edificios, e incluso nos paramos, raro en nosotros, en un restaurante que decía ser tradicional. ¡Joder como nos la coló el abuelito! Luego, ya sentados, pasó un coleguita guasón del viejales que no se cortó a la hora de guiñarle el ojillo a su compadre y decirle con sorna eso de tradicional, como cachondeándose de lo pardillos que habíamos sido.

Quince euros de taxi desde Girojkaster a la frontera griega. La cruzamos a pie. Un autobús que como siempre nos esperaba. A las cinco estábamos en Ianinnas.

 

GRECIA

 

Y sin embargo, a veces podemos viajar con el recuerdo. Escribir entre olivos, mirando a la señora de Gracia, a la peña, a Archidona, mi pueblo. Un viaje en el espacio, en el tiempo en la realidad y en la mente. Tan vacío como lleno de energía. No puedo escribir una palabra más. Tampoco puedo hacer ninguna otra cosa.

Este relato de Albania ha conseguido ser el reflejo de un momento y eso me gusta. No todo, claro. La parte que escribí en aquella terraza del hotel Rex de Tirana me salió del corazón y luego, claro, pura mierda, como siempre. No tengo más que eso en mi cabeza. Cada vez me parezco más a una planta. Una planta que empieza a marchitarse.

Al menos comparto mi dolor que es lo que más me une a los otros. El hombre isla, escribí un día. La mujer árbol, escribió una amiga. Se pone el sol en Archidona. La boca seca.

Y al final solo logramos una pequeña parte de aquello que nos proponemos. Y el mundo sigue siendo un lugar del que no quiero marcharme. Pero también es un lugar horrible y sorprendente.

Al volver a Grecia regresé a España. La amurallada e imprevista Ianinnas, con su lago y sus callejuelas, fue otro regalo con el que me obsequió la vida.

Lástima que solo seamos química. Y que mi química esté tan alterada y mi chaqueta esté tan llena de arena. Y claro que hay cosas que no se escriben para ser comprendidas.

Una mujer con la garganta áspera de cáncer nos da la bienvenida a Meteora o Kalambaka. Una buena caminata de madrugada por los monasterios, un perro agresivo que solo quiere comer, porque tiene derecho y que, en el fondo, te ama. Unos monjes ortodoxos que viven en el pasado y del cuento.

Más autobuses que nos esperan. Un torero riojano con el que salí de fiesta en Atenas. Un tablao flamenco en Grecia donde todo el mundo baila con toda su alma música tradicional griega. El mejor momento de la maravillosa vida de un erasmus pelirrojo, con su traje de luces, qué envidia, destrozando la noche antes de que a Grecia llegue la crisis.

Y ni siquiera tumbado en el mágico Acrópolis estás a salvo de que un loco maravilloso se cuele en tu vida. Y puede, incluso, que unas vecinas transexuales prostitutas te hayan desvalijado tu casa cuando vuelvas a Niza. O quizá que ni siquiera aquello tuviera lugar entonces. Quién sabe si eso ocurrió cuando conocí a aquel hombre lobo italiano francoparlante en Ámsterdam. Podría ser.

El tiempo pasa.

 

FIN

 

 

 

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Publicado por RASKOLNIKOV

Abogado especialista en asilo. Viajero, senderista y lector

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